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05-07-2021 Notas

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Por Cristian Rodríguez | Portada: Urs Fischer

El psicoanálisis propone una experiencia radiofónica. En el plano de la escucha la voz aparece como ese instrumento teórico y práctico, delimitando la relación entre el cuerpo y el goce. No sólo marca lo propio de la pregunta primordial “¿qué me quieres?”, soporte del fantasma, sino que establece una superficie que podríamos caracterizar como eso que Freud nombró como del orden del narcisismo: la proyección de una superficie corporal. La voz tiene cuerpo, y ese cuerpo es ya un cuerpo atravesado por las vicisitudes del significante. Por otra parte, el narcisismo fue considerado por Freud una instancia matapsicológica, presente en la segunda tópica.

¿Qué impediría entonces que un psicoanálisis se desenvuelva en la cuerda de la voz, de una relación radiofónica? Como supondrán, establecemos la diferencia con eso que se ofrece en la superficie mediatizada de la pantalla: no hablamos aquí de televisión, de pantallas en teleconferencia, sino de radiofonía. La pantalla no tiene cuerpo, ya que se trata de una superficie continua, sin lo propio de eso que caracteriza la relación entre narcisismo y significante: la castración. La castración funda el cuerpo que es interpelado en el psicoanálisis, es el cuerpo afectado por los pequeños objetos “a”. En este punto resulta interesante señalar que el objeto voz –uno de los que Lacan enmarca como objetos “a”- resulta predilecto en la indagación metapsicológica de la pulsión, la repetición, la transferencia y el inconsciente.

¿De qué modo se ponen en juego estos conceptos fundamentales en la sesión radiofónica?

Tanto la atención flotante como la asociación libre, reglas fundamentales de nuestra práctica, suponen un restar el objeto mirada, no hacer de la palabra un instrumento fetichista, un juguete tóxico que se reluce y se muestra, música para los oídos que termina por obturar el sentido. Es decir, una música que funciona allí como un juguete hipnótico que captura la mirada –en su dimensión inconsciente- y hace de la asociación libre una regla vacua por efecto de una sugestión propiciada por el analista, y de la atención flotante una vanagloria de la interpretación excluyente. En esta dimensión fetichista de la palabra, ese aplastamiento de la relación entre atención flotante del analista y asociación libre del paciente se reduce a una tensión propiamente imaginaria, es decir en el campo escópico, aunque allí no medie ninguna mirada “cara a cara”.  Es decir, no alcanza sólo con anteponer estos principios –incluidos los del funcionamiento del diván-, sino a condición de restar la envoltura –indefectible- de brillo fálico presente en la palabra. Tantos análisis suceden en los marcos habituales del consultorio y el diván sin sustraerse jamás de este embeleso ligado al saber del analista –y no al supuesto saber.-

La presencia del analista, ese estar allí en tiempo presente, antepone una condición que soporta el peso del significante. Es decir, soporta el goce implícito en las escansiones por la vía del significante. Una vez más, ¿qué entendemos por presencia? Propongo ligar este concepto, el de la presencia del analista, no sólo a lo inconsciente, sino a la pulsión. Es allí donde se constata, por una parte, el esfuerzo propio del empuje –o tendencia de la pulsión- en los avatares de la escucha, y por otra parte ese carácter aleatorio de la relación entre la pulsión y el objeto, del mismo tenor que la aleatoriedad que propone la escucha del analista, por su sola presencia en la transferencia. En otro orden, la definición metapsicológica de la pulsión ya supone un avatar ligado a la presencia y no a la representación. La pulsión se presenta, “concepto límite entre lo psíquico y lo somático”, caracterizada por su empuje, y sólo acontece una posible “representación representativa” en el instante –aleatorio- de alcanzar su meta, de ligarse al objeto. Ese instante es desvaneciente, o como ha señalado Lacan “un montaje surrealista”, un modo de montarse y desmontarse y remontarse, sucesivamente, una y otra vez.

Esta cuestión facilita los modos en que podemos entender la incidencia de la repetición en la transferencia psicoanalítica. Curiosamente la repetición se presenta de la mano de la presencia de la pulsión. Esta presencia requiere de un soporte fundamental: el objeto –“a”- voz, soltado y atrapado y vuelto a soltar ¿No están hechas de estos vaivenes las sesiones de psicoanálisis, donde eso que se escucha supone que resulta “flotando” pero a condición de soltase, reuniéndose así tanto las cuestiones propias de la pulsión como las que atañen a la función del analista?

Respecto de lo inconsciente, lo entendemos en su emergencia como una intervención anticipada, a partir de considerar el psicoanálisis como un fenómeno tele. Ya Freud define el dispositivo de lectura psicoanalítico como una anticipación lógica correlativa del sueño y la adivinación, en la relación dinámica entre psicoanálisis y ocultismo, ya que lo que pone en disposición-respecto de la emergencia de lo inconsciente, a partir del mecanismo de repetición- es precisamente el espejismo del recuerdo, ligado por un lado al deja vù –tipo de temporalidad inconsciente- y por otra parte a la repetición como mecanismo propicio en la escansión significante –por efecto de la intervención psicoanalítica-. Es decir, existe todavía en la transferencia psicoanalítica, una relación inexplorada entre el mecanismo de la repetición y sus relaciones inconscientes con el recuerdo encubridor, por una parte, y lo que se presenta en la clínica –y en el campo de los fenómenos psíquicos- como deja vù, como mecanismo inconsciente en el plano de las transcripciones metapsicológicas propuestas por Freud en la primera tópica.

Una vez más, la adivinación propone un soporte radiofónico y no imaginario, ya que escande la lengua en una dirección que interroga la relación del sujeto con el significante. En los soportes tecnológicos actuales, tales como la video llamada o la teleconferencia, carecen por definición -como dispositivos técnicos de la imagen amplificada y simultánea- de este elemento ligado a la anticipación lógica. La teleconferencia no es un fenómeno tele, ya que se encuentra ligado a la inmediatez de la imagen, por lo cual el restar la traza imaginaria a favor del soporte de la voz, como un modo de propiciar la transferencia, supone una relación con el cuerpo que reinstala la condición de “presencia del analista” en el plano estrictamente lógico. Entendemos por lógica, el componente metapsicológico de la escucha, ligado a los factores tópicos y dinámicos del funcionamiento de lo inconsciente.

Allí, en la sesión radiofónica, la presencia aborda no solo una dimensión del amor de transferencia que tiende a sostenerse en la relación del amor ideal –y no sólo como consideración de la técnica psicoanalítica-, sino también como una dimensión estética del amor. Eso posibilita una multiplicidad de relaciones diversas que favorecen –en la instancia del sujeto supuesto al saber- los destinos pulsionales ligados a la sublimación. Esta primera trama resultará fundamental para sostener la transferencia teledistante: una primer tiempo lógico de constitución del cuerpo de la transferencia en la lengua que considere la sublimación como soporte subjetivo y transferencial en los lances pulsionales. No será excluyente, pero si determinante desde el punto de viste técnico, para garantizar el dispositivo de la escucha en la sesión radiofónica.

La sesión psicoanalítica y la radiofonía son dos dispositivos de escucha, donde el cuerpo se soporta en el hilo de la palabra ligada al objeto voz. Por efecto de esta caída estructural especificada en la condición de funcionamiento de los objetos “a”, aquí –en la sesión radiofónica-, tanto temporalidad como espacialidad se constituyen como efecto de la lógica y no del soporte imaginario ¿Y no es el amor de transferencia aquél mecanismo por el cuál acontece la posición del analista como sujeto supuesto al saber, pero como efecto de una relación que podemos constatar como del orden del ideal del yo? Es decir, la dimensión del amor de transferencia se define, en la primera instancia, por su condición de ideal, amor ideal, y esa dimensión al ideal prescinde perfectamente de la captura escópica lineal y etológica, abre en cambio una dimensión lógica de cuerpo, temporalidad y espacio.

Pero volvamos a la relación entre lo inconsciente y la transferencia analítica.

Lo inconsciente va de suyo, ya que en la experiencia psicoanalítica la transferencia propone un tipo de amor artificial, que denominaremos a partir de aquí, amor de transferencia radiofónica.

Por el momento, se trata de un dispositivo experimental, un soporte en la escucha sin la imagen, con un anudamiento al cuerpo. Nuevamente, el psicoanálisis nos ofrece las herramientas precisas, es trabajo de la escucha en la posición del diagnóstico en transferencia, definir caso por caso qué amerita este tipo de dispositivo. En la época del predominio de las técnicas, estamos más distantes que nunca. La radiofonía, como implemento discursivo que pone por delante la voz en su relación con el significante, ofrece un intervalo lógico que posibilita la escucha acotada, alrededor de treinta minutos, y en este tipo de presencia una cercanía.

Para tomar apenas un breve ejemplo del que disponemos en la experiencia cotidiana, cualquier latino hispanoparlante que viva en un país que no habla su lengua madre, o que se encuentre distante de su cultura de referencia, va de suyo que si no es con esta modalidad,  no puede acceder eficazmente a un dispositivo de la cura por la palabra, tropezando una y otra vez con eso que el psicoanálisis ha denominado “reacción terapéutica negativa”, y que podemos correlacionar con una cierta dificultad del analista en despejar lo propio de la relación entre lengua y goce, es decir pegado a las posiciones que amputan la libre asociación, un “saber mucho y saberlo siempre”, por efecto del goce del analista.

 

 

 

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