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Por Cristian Rodríguez
Alejandra Pizarnik, la gran poeta argentina que posa un pie en la experiencia contemporánea de las vanguardias literarias, del surrealismo y del existencialismo, de la París Ciudad Luz, y por otra parte recibe la estuporosa herencia familiar del exterminio del Campo de concentración en Dassau. Sin abordar aquí un análisis poético a la letra, qué se pone en juego allí, en esa radicalización de la escritura hasta el pasaje al acto, su suicidio en 1972 a los 36 años de edad, el imaginario poético argentino está capturado en esta misma época por la aureola Pizarnik y su beatificación. Un entrecruzamiento entre psicoanálisis y poética allí se escribió, y tomó su posición como sujeto en la transferencia, en las sesiones psicoanalíticas de Pizarnik con León Ostrov. Y allí, de un modo casi paternal, se abordó su miserabilidad melancólica. Pizarnik está de moda, una vez más, como un elemento beat. Una vez más, incluso, interroga la época totalitaria.
En el éxodo judío está la trama de la causa perdida y del objeto causa del deseo, y el Talmud como revelación de una práctica que va a la caza de los signos fragmentados, de la verdad que porta el inconsciente, de un modo de hacer lectura que nosotros llamamos psicoanálisis.
Poética de la melancolía
Volvamos a la enseñanza freudiana, atravesada de un saber hacer con los horrores totalitarios durante cien años y más, y para los cuales señaló el concepto de pulsión de muerte. Volvamos al concepto mismo de pulsión como real no falicizable y su apuesta matemática del Proyecto para Neurólogos, ciertamente fundacional. Junto a la definición de pulsión como concepto fundamental del psicoanálisis, no perdamos de vista otra relación posible y apasionante: la de la teoría sobre la pulsión concomitante con el desarrollo de la teoría de la relatividad especial de Einstein -establecidas y formuladas en el mismo año, 1905-. Todas ellas poéticas matemáticas y contemporáneas.
Es verdad que el melancólico está completamente embebido de su posición -posesión totalizante de sí, desposeído radical- que lo ubica como desecho ¿más proclive a la posesión de sí que al pasaje al acto?, tal como se atisba en la obra de Pizarnik hasta que se produce el desencadenamiento del pasaje al acto. ¿Y no es acaso esta una época donde el capitalismo enaltece cada una de las estrategias del narcisismo solipsista -la libido narcisista- que promete la melancolía, más precisamente de lo que Alouch recorta en el texto de Freud sobre las psicosis alucinatorias de deseo? ¿Hasta que se produzca el desencadenamiento del pasaje al acto? En el programa de escritura de Alejandra Pizarnik se hace una escritura de restitución de la causa perdida. En este sentido, Pizarnik no se comporta como una poeta maldita, sino una poeta de la estetización de la locura -la posesión de sí-., aunque pretenda expresar lo contrario en su «extracción de la piedra de la locura.»
“Esta lila se deshoja.
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.”(Alejandra Pizarnik, Vértigos o contemplación de algo que termina)
¿Cuánta verdad puede jugarse en una poética de la melancolía? Lejos estamos aquí los psicoanalistas de “entregarnos” a lo que está en juego en la época, y menos de lo que se avecina, por proponerse el dispositivo psicoanalítico como sucedáneo y como relevo en la serie de la transmisión del Talmud, donde la dimensión de sagrado alcanza otro nivel: muerte y sexualidad, velo y develamiento, función paterna, «hallazgo», verdad del inconsciente, eso que continuamos abordando en la clínica como ese sueño freudiano y recurrente en sus variantes: «se ruega cerrar los ojos.»
Letra
En el judaísmo se trata de la letra, el judaísmo es la letra. ¿Qué es un judío? No puede responderse por el ser sino por su trabajo, el trabajo de un judío refiere a la letra, tal como se inscribe por la metáfora de la expulsión del Paraíso en el Génesis. Cada éxodo refiere a una permutación lógica, una inscripción de letra en lo real y de la letra real por efecto de la caída del goce.
¿De qué modo la formulación de shintome, propuesta por Lacan, guarda relación no sólo con la cuestión judía, sino con la instancia última asequible a un sujeto en sus permutaciones –inversiones- subjetivas, para hacer letra?
El shintome es un pliegue particular de la subjetividad al hacer letra. Tanto se lee este trabajo como shintome –soledad, y en las formaciones de síntoma– descriptas como soluciones de compromiso, como se leen allí los tropiezos y dificultades de hacer lazo social en los desfiladeros propios de una comunidad.
La comunidad está atareada con su época tanto como el shintome lo está con la letra, y este entrecruzamiento nos resulta vital a los psicoanalistas para sostener las transferencias en un tiempo de amenaza globalizada y de los efectos del significante “pandemia” como melancolización de la existencia.
Emily y Alejandra
Estas dos poéticas, la de Pizarnik y la de Dickinson, están también desplegadas en una estética de la muerte y de la sensualidad como límite a la melancolía. No es autoerotismo ni sólo placer solipsista de órgano, sino revelación clínica de la posición del místico que es, asimismo, en la faz vacía, la posición del analista.
¿Qué es lo común a estas dos poéticas, la de Alejandra Pizarnik y la de Emily Dickinson? A pesar de los cien años de diferencia entre una y otra y a la pertenencia de Pizarnik al surrealismo y el existencialismo, lo que nos reúne y nos interroga de estas escrituras es una trans poética, una trascendencia del alma dividida, una dimensión del alma que no es inmanencia ni sólo trascendencia sentimental, sino división de la experiencia poética hasta volver a la palabra cosa, materia sonora, y a la lengua una translengua que soporta una invención, sostenida en la soledad y en el silencio infernal y vivo.
“Haz amplia esta cama.
Haz esta cama con respeto;
en ella espera hasta que el juicio se revele
superior y justo.Sea su colchón recto,
sea su almohada redonda;
nadie permita que el ruido amarillo del alba
perturbe este suelo.”(Emily Dicksinson, Haz amplia esta cama)
Ambas, no proponen poéticas del amor cielo sino del Amor Deseo, no son poéticas del limbo sino que proponen experiencias de atravesamiento fantasmático, no son poéticas de la meditación sino poéticas de la transformación. A cada paso, a cada golpe sonoro de la letra real el mundo cambia. También nuestra posición en él cuando las leemos, del mismo modo que la experiencia psicoanalítica nos transforma a cada paso, con cada escansión significante en lo real. Por este artilugio toda invocación a la eternidad será devenir incierto, lo eterno proviene así del caos y jamás será un a priori categorial. Como ocurre con el psicoanálisis, poética viva del instante presente, instante que está de ida.
La lengua en estas dos poéticas transmuta y roza cada vez el cuerpo del lector, cuerpo piel y cuerpo simbólico, órgano cuerpo y pupila vibrátil. Son poéticas que se asemejan al ritmo de la pulsión, a su condición de tendencia, “Tendiendo a”.
Estas poéticas fijan algo de eso vivo, real viviente, desprendido. Tanto de Emily como de Alejandra, trozos de existencia vital, filtros significantes, insomnios y superficies. La desgarradura de unas son los velos y las vendas ofrecidas a la lectura padeciente de los otros.
¿Y qué puede ofrecer el psicoanálisis sino esa experiencia desenmascarada y vital en el hilo del vacío, práctica de funambulistas y de inventores de alma? Como un “rebus” que se lanza al vacío, una cifra infernal y divina a un tiempo, impuesta a su interpretación. Recupera así la dimensión de las dinámicas transferenciales que “tienden” a las siguientes proposiciones en una sesión: 1) lector analízante. 2) analizando escucha. 3) relación con la verdad por el lector.
En la misma correlación para estas dos poéticas la cifra va del punto 2: analizando escucha, a la relación con la verdad por el lector, que se completa en la secuencia de lectura como efecto singular y de comunidad a un tiempo, y lo vuelve experiencia plural transferencial, eso que concierne tanto al analista como al analizante, un nuevo punto de clivaje: los lectores analizantes, los inventores.
Etiquetas: Alejandra Pizarnik, Cristian Rodríguez, Emily Dickinson, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo, Freud, Lacan, L’IGH – Le Institute Gérard Haddad de Psicoanálisis