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Por Ezequiel Abaca
Hace un tiempo, en un acto en Lomas de Zamora, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner puso como ejemplo de las virtudes del programa conectar igualdad a L-Gante, el famoso cumbiero proveniente del conurbano bonaerense, evidenciando como a través de una computadora entregada por el gobierno de la entonces presidenta y un micrófono de 1000 pesos, el artista logró millones de reproducciones en las plataformas audiovisuales. Después el cantante salió a corregir lo que decía CFK, sin ánimos de alterar el mensaje de la vice mandataria, rectificando que él no recibió la netbook como parte del programa, sino que pudo conseguirla a cambio de un celular.
Si una persona de clase media quiere realizar una transacción, un trueque por un bien propio a cambio de un bien o servicio, a nadie se le ocurriría poner en tela de juicio la autonomía de quien lleva adelante tal acto. Si lo hace un pibe humilde del conurbano, en los medios de comunicación se pueden leer y escuchar cosas como que, por ejemplo, habría que llevar adelante el programa Conectar Igualdad controlando que hace el usuario de los dispositivos con los mismos, que destino les da. Eso nos mete de lleno en la cuestión de cómo desde una moral clasista, se pone en tela de juicio la condición humana y deseante de los humildes. Casi como si necesitaran una tutela, como si se tratara de gente que no puede decidir sobre sus destinos. Aclaro que no hay forma de decidir “bien” sobre nuestras acciones. Esa ilusión la desterró Freud a principios de siglo con el concepto de inconsciente, esa escisión que constituye al sujeto hablante. Entonces, ¿cómo es posible arrogarse la autoridad de decidir por el otro desde una imposible autoridad moral?
Solo es posible desde dispositivos de disciplinamientos biopolíticos como los que planteaba Michel Foucault. Discursos que moldean el “sentido común” instituyendo las fronteras de lo pensable. Ese marco simbólico e imaginario con las que se delinea el reparto de lo real. Y digo repartos porque configuran la frontera de lo que por ejemplo “le está permitido” a un pibe de los sectores populares.
Lacan en el Seminario 11, cuando se toma un tiempo importante para describir la función de la mirada y la pulsión escópica, en íntima relación con la dimensión de lo imaginario, cuenta una interesante anécdota. Cuando tenía 20 años, con todo el semblante de un joven proveniente de una familia pudiente, y siendo una joven promesa de la intelectualidad francesa, se encontraba en un viaje, aventura juvenil, en un barco pesquero, con una tripulación claramente proveniente de una extracción social popular. Uno de ellos, Petit Jean, le hace un comentario socarrón, le dice: “ves esa lata de sardinas flotando en el mar?… Pues ella no te mira”. Esto deja molesto a Lacan, capta la enunciación de ese dicho: a la lata no le importa de dónde venís ni quién sos, lo real no distingue. Esa anécdota permite ver cómo las diferencias sociales están sostenidas en razones materiales, pero también y sobre todo, simbólicas e imaginarias. Y en ese imaginario para amplios sectores sociales, los pobres son una humanidad degradada. De segunda. Que, además, necesita ser controlada y tutelada.
Recuerdo una charla del artista plástico Daniel Santoro, dónde exponía claramente cual era la lógica de la satisfacción para Evita: que los hijos de los trabajadores no tengan nada que envidiarle a los hijos de la oligarquía. Un cántico setentista, muy coherente con esta lógica invitaba a construir el hospital de niños en el Sheraton Hotel. Es una lógica del orden del deseo, no de la necesidad, por eso el vínculo entre los humildes y el peronismo, porque este situó a los humildes como sujetos deseantes.
Cuando iba a la Facultad, en Rosario, en esas experiencias estudiantiles de militancia, recuerdo un cruce con unos militantes de la izquierda universitaria. Se nos preguntaba cómo defendíamos que se priorice entregar netbooks a pibes que no tenían para comer. Bueno, la respuesta viene por la vía del pensamiento freudo-lacaniano: la netbook representa inclusión y también deseo, un deseo que había sido privado y se habilitó, la netbook funcionó como puerta de entrada a otros deseos mas fuertes, y es muy difícil dejar el deseo cuando se lo probó. Freud sabía que lo humano no es del orden de la necesidad, sino del deseo. También lo sabía Evita.
En esos momentos estudiantiles también desarrollábamos una experiencia de trabajo en escuelas de la periferia rosarina, concretamente un taller de música, dónde los pibes se conectaban con los instrumentos desde lo lúdico y desde el vínculo contenedor de los talleristas. En los barrios se desea también, el deseo necesita que le abran la puerta. Uno de los pibes había armado un vídeo juego con la “netbook del gobierno”. Deseo y capacidad que muchas veces son excluidas por una sociedad mezquina que segrega y quita del registro de lo humano a los humildes, aquellos que son producto de que la sociedad esta dividida entre algunos que acceden a unos goces y otros que parece que no deberían gozar. Lo humano es del orden del deseo. Lo supo Freud, Evita, la vicepresidenta. Lo supo también, y lo vivió, L-Gante. Otros insisten en declarar al deseo propiedad privada.
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