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Por Enrique Balbo Falivene
Las cronologías sirven a la historia para entender las causales de los hechos y sus consecuencias; sabemos entonces al estudiar líneas temporales que la Revolución Francesa generó un Napoleón; que el error de los Reyes Católicos fue la expulsión de los moros y judíos de la península que convivieron, junto a los cristianos, durante siete siglos y moldearon el territorio; que el ajusticiamiento de Aleksandr Uliánov, un licenciado en Ciencias Naturales y Zoología, ahorcado por integrar una facción guerrillera que intentó asesinar al zar, despertó en su hermano Vladimir un fuerte odio hacia el gobierno zarista y se radicalizó adoptando un alias: Lenin.
En criminalística estas líneas de tiempo se utilizan como plataformas de sustento, junto a una serie de pruebas forenses, para intentar desentrañar cuando un episodio determinado pueda ocultar un asesinato.
Carmel, una serie documental de cuatro horas estrenada en Noviembre de 2020 en Netflix, sobre el asesinato de María Marta García Belsunce, establece como eje esas líneas de tiempo, aunque el fin de la cinta parece ser otro: la cotidianeidad de los ricos o cómo convertir un documental en un folletín de papel cuché de las revistas del corazón y de la crónica social (en estas instancias es lícito preguntarse, ¿qué leen los guionistas?).
El Carmel es un barrio cerrado de Pilar en dónde sólo pueden ingresar los destacados propietarios y los ladrones o, como es este caso, los asesinos. Cuenta con guardias que hacen rondas en carros de golf para jubilados al estilo thriller movies, vallas perimetrales, alambres de púas, cámaras, alarmas, rejas. Es sabido que a la burguesía le gusta aislarse, le gusta jugar al Citizen Kane en Xanadu, a convertirse en esclavos de lo conquistado.
El realizador insiste en planos de pistas de tenis, campos de golf, impolutos caminos de canto rodado, paisajes de césped estilo inglés enmarcados en añosos eucaliptos; en las entrevistas a los familiares y allegados a García Belsunce hay mobiliario y puesta en escena de los barrios altos, de las familias patricias de las Highlands. Pero lo que repiten ad nauseam es la bolsa con palos de golf: está detrás de cada entrevista, en un plano medio, como en un descuido inverosímil. Hasta la han incluido en la escena del velatorio de la asesinada: antes de entrar a despedirte puedes acariciar un spoon o un putter.
Y en esas mismas entrevistas se incide en una lista de manifestaciones que no son otra cosa que el still life de los millonarios: el viudo admite haberse retirado a los cincuenta años porque ya no necesitaba trabajar; el cuñado afirma ser abogado sin ejercicio porque se dedicó a cuidar el patrimonio familiar; otras voces que no aportan gran cosa (periodistas, investigadores, escritores) aclaran el origen de la fortuna y los antecedentes económicos de la familia y su prosapia.
Entiendo que los minutos de entrevistas que propone la serie responde a horas de grabación a los mencionados, entonces: ¿esto es lo que editamos, un compendio de la revista Caras, una síntesis de la tapa de los personajes del año de la revista Gente?
En cuanto al crimen en sí, y a todos los errores que pudo cometer la familia, son entendibles porque los ricos no acuden a las instituciones y hacen bien: en Argentina no hay ninguna que ejecute el rol que tiene otorgado; de hecho el caso García Belsunce está embozado y sigue sin resolverse.
Así es que si necesitamos un certificado de defunción nosotros lo conseguimos –sin médico y sin cadáver-; hay un resto de munición debajo del cuerpo de García Belsunce lo desechamos porque no es una bala, es un sujeta estantes; que el baño está hecho un desorden pues lo limpiamos; que María Marta tiene mucha sangre en la cara y en la ropa, la aseamos y la cambiamos; y la lista continúa (quizá el mejor gesto, casi dadaísta, es llamar a la policía para avisar que hay una muerta en el baño pero no hace falta que venga). Sin embargo lo que aquí conviene recordar es que el primero que tuvo dudas de un accidente doméstico fue el hermanastro de María Marta, y así se lo hizo saber a la familia y a un fiscal, joven e ineficaz, que no lo tuvo en cuenta y parece obcecado en inculpar a todo el entorno de la asesinada. El hermanastro, John Hurtig, hizo una pregunta simple pero efectiva: ¿cómo pudo resbalar y caer golpeándose la cabeza si llevaba zapatillas deportivas?
La familia apuntó desde un primer momento a un vecino, un ladronzuelo descarriado y de poca monta: Nicolás Pachelo. Fue visto por testigos en el Carmel, había robado con anterioridad palos de golf (¿!) y bicicletas. Su modus operandi era sencillo pero poco eficaz, consistía en entrar a los barrios cerrados a robar, en Semana Santa, cuando los propietarios se iban de vacaciones. Aunque en su día esgrimió una coartada, que el fiscal tampoco cotejó, luego las señales de las antenas de telefonía móvil lo situaron en el Carmel, precisamente en las horas del asesinato de García Belsunce, y tres testigos lo vieron correr en dirección a la casa de la víctima. Resulta notable que en su coartada afirmara estar en un centro comercial en compañía de su madre, y que esta se suicidara un día antes de acudir a los tribunales a declarar.
Del lugar del crimen faltaba una pequeña caja de seguridad que contenía magros mil pesos y unos cheques. Las pruebas de ADN halladas arrojaron que no pertenecen a ningún familiar de María Marta, se trataría de dos hombres y una mujer hasta hoy desconocidos.
Supongo que la familia se ha prestado al documental porque han visto una posibilidad de limpiar sus nombres ya que todos fueron condenados. No fue buena idea.
Los pueblos anglosajones tienen una figura que nosotros ignoramos, se trata del Coroner: se encarga, en todos los casos de muerte, dudosa o no, de establecer si ha habido violencia o ha sido muerte natural. Sería interesante que los responsables de este ejercicio en nuestro territorio hicieran una reflexión al respecto.
Expresaba Alfred Hitchcock, en la mayoría de sus películas, que las cosas no les suceden a los héroes o a los villanos, le suceden al hombre común. El caso María Marta García Belsunce, y las condenas que cayeron sobre todos los familiares, parecen respaldar esta afirmación.
En cuanto a nosotros, ciudadanos de a pie de aspiraciones moderadas que dilapidamos la vida en las colas de un Pago Fácil, deberíamos encender un cirio (y de los gordos) para no vernos envueltos en un incidente en el que tenga que actuar la justicia: en mi caso preferiría subirme al ring a someterme al Ancho Peucelle y su doble Nelson a permanecer consciente durante todo el proceso.
El caso Belsunce pronto cumplirá veinte años.
Etiquetas: Alfred Hitchcock, Carmel, Enrique Balbo Falivene, María Belsunce, Netflix