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Por Joaquín Gallardo | Portada: Ludolf Bakhuizen
Una amiga conoció Europa, dos años atrás, y viajó en avión por primera vez. Su estadía allá fue increíble: conoció lugares imponentes, probó comidas regionales y se sacó fotos junto a la torre Eiffel. Sin embargo, a su regreso, el avión sufrió una turbulencia muy intensa que la asustó mucho. Me dijo que pensó que se iba a morir y que fue muy traumático. Eso me llevó a preguntarme qué es un trauma y cuáles son las condiciones para que un evento lo sea.
Desde el psicoanálisis entendemos que ninguna situación es traumatizante por sí misma. No es cierto que un hecho de violencia, asalto o cualquier evento muy desagradable tenga condición traumatizante. El trauma es el efecto singular que una experiencia deja en un sujeto. Tomemos el caso del avión: si tres personas están ahí y pasan por ese momento de turbulencia, no significa que para todas vaya a tener el mismo efecto. Quizás una de ellas, en el próximo vuelo, se toma una pastilla y duerme todo el viaje, quizás otra con los días pueda reírse del cagazo que se pegó y queda sólo en una anécdota, y quizás la tercera nunca más pueda volver a volar por el terror que ello le genera. ¿Cómo es posible que para cada uno sea diferente? Ningún aparato psíquico es igual a otro, la mente es como la huella digital: única e irrepetible. Es por ello que una situación es traumática sólo cuando tiene ese efecto en el aparato psíquico.
Freud, en La conferencia 18: la fijación al trauma. Lo inconsciente (1915), señala que “la expresión «traumática» la aplicamos a una vivencia que en un breve lapso provoca en la vida anímica un exceso tal en la intensidad de estímulo que su tramitación por las vías habituales y normales fracasa, de donde por fuerza resultan trastornos duraderos para la economía energética”, lo cual significa que es traumática una situación que no pudo ser elaborada por el aparato psíquico y queda por fuera del campo de representaciones. Para facilitar la comprensión, pensemos en una licuadora: supongamos que su capacidad total es de un litro, si uno le pone un kilo de bananas y empieza a agregarle un litro de leche, en un momento va a rebalsar, excedió su capacidad. Con la mente es parecida, hay cosas que para el aparato son muy difíciles de elaborar, que exceden su “capacidad de trabajo”, y cuando ello sucede, la situación se vuelve traumática, la mente no puede “integrarla” en un esquema y queda “por fuera del mapa”.
Para Lacan, el trauma no se trata de acontecimientos que pueden ser llamados traumáticos en el discurso cotidiano, sino que el trauma es la consecuencia de la ausencia de palabras para decir, elaborar, recortar una experiencia que toca al cuerpo por su elevada intensidad o porque el sujeto no cuenta con los recursos en ese momento para hacerle frente.
Una situación traumática angustia, irrumpe, desordena y deja al sujeto en un estado de detenimiento. Es invasivo y excede al control de quien lo padece. En ese sentido, el psicoanálisis es el espacio donde cada sujeto podrá entender por qué una experiencia contingente lo marcó tan profundamente, y así descubrir qué tiene eso que ver con lo más íntimo de sí. De lo que se tratará en el análisis, entonces, será de resignificar ese encuentro contingente para que no se convierta en un destino fatídico.
Con el tiempo, mi amiga se empezó a analizar: habló del viaje, de sus miedos y empezó a entender qué la aterraba de la muerte (un padre eternamente enfermo la mantuvo siempre alerta). Su malestar se resignificó y, este año, volvió a subir a un avión.
* «Barcos en problemas frente a una costa rocosa» (1667) de Ludolf Bakhuizen
Etiquetas: Jacques Lacan, Joaquín Gallardo, Ludolf Bakhuizen, Psicoanálisis, Sigmund Freud, trauma