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Por Cristian Rodríguez
El diseñador suizo Adrián Frutiger es compelido en 1968 a crear una tipografía de señalización para el Aeropuerto Charles de Gaulle en París. Esta tipografía propone una extensión al modo de la Bauhaus alemana, reuniendo función y forma. El carácter tipográfico tenía que visualizarse desde lejos, el viajero tenía que poder leer la información de los rótulos de señalización del aeropuerto sin dificultad.
Lo aleatorio de la condición variable de dificultad -en este caso de lectura- se torna signo. La propia condición de esta experiencia nos lleva doblemente a la materialidad del signo lingüístico. Como vemos, no se trata de un problema de decodificación y reconocimiento a nivel de la señal sino de su reconocimiento como letra. En este punto, el esplendor caligráfico funciona aquí como un matema -tal como Lacan lo señala- que resuelve la ecuación de decodificación, de allí la relevancia del diseño tipográfico.
Frutiger propone un tipo de caligrafía más abierto que el tipo caligráfico llamado “universal”, menos redondeado, con terminaciones de las letras previas a la curvatura, con recorridos más rectilíneos, para que nada obture la posición del lector, que el artificio de la lengua misma sea el único en juego.
Este mismo principio es el que guía el procedimiento de la traducción y del traductor como lector de la aleatoriedad. Tal como ocurre en la transferencia psicoanalítica, en la que el analista, el analizando, lee en la escucha la letra real para que alguien oiga -el “yo oigo” de la posición del sujeto de la enunciación postulado por Jakobson y re interpelado por Derrida – un real en juego, un real de la letra, un trozo de verdad que se dispone a la lectura por su decodificación variable, es decir, atravesada de la experiencia subjetiva.
Política de lo inconsciente
¿Y no es esta la manera en que funciona lo inconsciente, por su capacidad de síntesis, por su sutil impregnación de un signo que una y otra vez pierde -en cada develamiento de verdad, en cada decodificación- un sesgo de su materialidad real, deslizando en esa misma pérdida su resto y su trozo de verdad? ¿No es acaso su principio de no negación, una experiencia de la negatividad de la vida consciente y manifiesta? Por lo tanto, garantía de “cuanto” pulsional, y por su efecto lógico también de cualidad. Frutiger apela, tal vez sin saberlo, para resolver la ecuación de su tipografía, al mismo principio de funcionamiento de lo inconsciente, un llamado a la posición del lector en posición instantánea y dinámica, haciendo de la posición estática y tópica del cartel de señalización, una experiencia en el que la tipografía se transcribe como letra inconsciente. De allí su eficacia como señalización, por su imbricación como signo lingüístico de manera inmediata y por su apelación a la instantaneidad del lector de lo inconsciente, en posición inconsciente.
La lengua desplaza así su objeto de debate hacia una dimensión que es inevitablemente política. Política del deseo y también estética deseante. En esta política de los cuerpos a partir de la indagación de la letra como razón inconsciente, podríamos decir que se comporta de un modo hermafrodita, ya que allí no impera cuestión jerarquizada alguna, sino transversalidad por la posición facilitada del lector, y se sostiene sola, por su condición de artificio y de estructura amarrada al lenguaje.
Esto mismo tropiezo acontece con el intento de contraponer el lenguaje de género a la proximidad del debate político por la diversidad de género. Tenemos aquí un problema estructural, ya que en uno de los casos se trata del tejido vivo de la lengua, y en el otro, de una praxis ligada a la política. El uso del lenguaje inclusivo supone un intento de confirmar las políticas de género en el lenguaje. ¿Pero, no tendremos aquí un desvío respecto del objeto, desvío que en el psicoanálisis supone no la metáfora sino la metonimia? Este deslizamiento hacia los usos de la lengua, no garantizan de ningún modo ni la concientización política, ni mucho menos un cambio de posición del paradigma imperante, se trate del paradigma corporativo actual, de los usos tecnocráticos del capitalismo y sus derivados no sólo económicos sino cientificistas, u otros aledaños.
Por el contrario, la ética del psicoanálisis supone una dimensión transversal respecto del hacer una invención con la metáfora, un sujeto de lo inconsciente que da lugar a una determinada subjetividad, como efecto de la estructura de la época y como fundamento metapsicológico de la relación del sujeto de lo inconsciente con el lazo social, con la tejeduría incesante con un efecto de comunidad. De este modo habríamos de entender un texto como Tótem y Tabú, sociología metapsicológica, prosiguiendo y perfeccionando el desarrollo de las tópicas metapsicológicas freudianas, en una dimensión clínica en la que la singularidad se refrenda no sólo por el mito fundacional -no sólo del orden de la “novela familiar” del complejo parental- sino por su carácter actual ligado a la época y a la comunidad. De este modo también, en la estructuración psíquica y en la dimensión de los desarrollos de una teoría del sujeto de lo inconsciente y de la transferencia en psicoanálisis, en la misma serie metapsicológica podríamos proponer la Psicología de las masas, El malestar en la cultura, El porvenir de una ilusión, el Esquema del psicoanálisis, Moisés y la religión monoteísta, entre otros.
Tipografía y aleatoriedad deseante
Por el contrario, el objeto de debate -traducido en la experiencia de lectura de Frutiger por “dificultad y obstáculo” para la posición del lector- enajena al sujeto en un laberinto técnico o burocrático -según el caso-. De tal modo que una tipografía, como cualquier artificio humano, tiene una dimensión política, y en ella se develan los procedimientos singulares en los que se despliega la subjetividad de una época y de una comunidad. Esa tipografía producirá efectos en la dimensión de la letra real en la que se sostiene una comunidad, determinada a partir de allí por la comunidad de signos lingüísticos presentados. Lo que allí se determina a la lectura ya no será aleatorio, sino el efecto de un develamiento subjetivo y el efecto de un consenso por efecto de una comunidad de lectores emparentados.
Por otra parte, una letra inconsciente supone asimismo una política de lo inconsciente, más precisamente una política libidinal, efecto del mismo tipo de procedimiento que utiliza el psicoanálisis en la transferencia psicoanalítica. En el plano de la tipografía, se adviene al sentido de la letra real como efecto de un consenso de lectores por efecto de la determinación instantánea de la aleatoriedad del signo. En el caso de la transferencia psicoanalítica, la letra real se precipita hacia una nueva aleatoriedad que produce un efecto, no sólo de subjetividad, sino de una nueva aleatoriedad deseante, se lanzan los dados una vez más y por cuyos intervalos el sujeto emerge.
Posición del lector
Por otra parte, la tipografía de Frutiger propone la construcción de una realidad subjetiva en la que se produce un consenso de lectores alrededor de un evento de signos proyectados sobre la realidad de lo inconsciente de cada sujeto ¿Cómo se traduce esto en la situación de hecho? Como un efecto de encadenamiento psíquico sobre la experiencia de lectura. Efecto fundamental de la experiencia de un viajero que depende de la rapidez de la decodificación para mantenerse en una situación de relevos de espacios físicos, en este caso dentro de un aeropuerto.
La relajación del vínculo asociativo que produciría una letra demasiado recargada, y por consiguiente produciría un efecto de distracción y lentificación de la lectura, deja lugar aquí a su relevo por una facilitación de la posición del lector. La facilitación entonces no es relajación de la posición del lector, por el contrario, abre la posibilidad del sentido inmediato por efecto de la retroacción que facilita su tipografía.
Como vemos, Frutiger no es sólo un tipógrafo, Frutiger es también una tipografía, por su efecto de determinación de lectura sobre la aleatoriedad. Es decir que, de este modo, con su tipografía de registro original, propone la producción de un nuevo nombre propio, definido no sólo por la peculiaridad y su efecto sobre las subjetividades, sino también en el efecto de lectura y retroacción inmediata de sentido. El viajero entiende lo que allí se dispone a la lectura en una dimensión nueva, creativa y distinta. El psicoanálisis propone este tipo de lectura de la experiencia social y de la realidad que allí se dispone por su creación. Se crea sentido nuevo, se inventa en la disposición a la posición retroactiva del lector -como si ya hubiera estado allí esperando por ir al encuentro de esa lectura y de esa experiencia-, hace y produce realidad. El efecto de realidad del discurso psicoanalítico sobre las experiencias sociales y las prácticas inherentes a lo humano lo posicionan como lector y analizando privilegiado de los emergentes de la época en la producción de los artificios culturales y tecnológicos propios de una comunidad.
Tanto como en el psicoanálisis, instalado en los efectos de lectura de los procedimientos sociales, el viajero lee no sólo el mensaje encriptado en la tipografía de Frutiger, el contenido específico que propone la señalización tanto para él como para los fines específicos del funcionamiento del aeropuerto -tiempos y sincronizaciones, entre otras cuestiones fundamentales de coordinación de tareas y personal-, sino que de este modo queda invitado a la experiencia física en la misma dirección que propone esa obra arquitectónica en su dimensión artística -en este caso, se trata del aeropuerto que estaba por inaugurarse-, estético disfrute más allá de su función primordial de distribución y transporte. Esa estética de la realidad produce nueva subjetividad, potencia también los efectos de producción de subjetividad en los enlaces con la comunidad adyacente y contemporánea.
Esto que es del orden de lo que Freud nombró gramática de lo inconsciente, tiene la relevancia de transformar la experiencia real de la vida vivida y cotidiana de una comunidad.
Por otra parte, en esta experiencia de lectura, a partir de aquí, el psicoanálisis transforma al lector en posición de sujeto de la enunciación, produce incluso una nueva relación con la letra real, es decir promueve así una nueva posición del sujeto con la realidad.
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