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Por Juan Ramón Ortiz Galeano
abrieron heridas
que no cerrarán jamás
Serú Girán
I.
apenas…
un jadeo
apenas…
una alteración rojiza
en la niebla gris
surge la luna
surge con ella
el dueño del aullido
el rayo anaranjado
en la penumbra
“oh, ráfaga de la noche
eres en la neblina
como el roce
de un amor extinto
en la memoria
si me atrapas
en tu dulce boca omnívora
¿volverá entonces
a mi amarga lengua
el dulzor de aquello
que he perdido?”
el aguará guazú
da pasos blandos
como flotando
en la espesura;
se detiene ahora,
mueve su cabeza
hacia lado y lado
“¿a quién buscas,
lobo de crin?
¿qué persigues
en la oscuridad?
aguará guazú,
compañero solitario,
entra tu soledad
en mi soledad”
aulla, el aguará guazú
aulla el dolor de la ausencia
aulla, el Abalán del humedal
aulla su fría soledad
“somos tan parecidos,
primo de sangre y pasto:
nada más contemplar
el pasado en llanto
y atrapar un cordero
de vez en cuando
es todo lo que hacemos…”
aulla, el aguará guazú
aulla y la luna se tuerce
aulla, el Yateré del pastizal
aulla su fría soledad
“oh, cazador de espantos
te pareces tanto
a lo que ha dejado
todo aquello
que fue mi vida
y mi felicidad
cuando persigo
el destello
de tu figura rojiza
en la adiposa bruma,
busco al menos
un fragmento
de lo que fue palpable
y ya no está;
porque es en la noche
cuando llega,
con fuerza de huracán,
lo que sería eterno
y ya no será”
aulla, el aguará guazú
aulla y la hierba estremece
aulla, el demonio espectral
aulla su fría soledad
“no temo, tus fauces
no son homicidas,
hermano de tierra y llaga;
no temas
mi cetro de fuego y pólvora:
no vine a matarte
simplemente soy
un hombre precavido”
el lobo del estero
entorna hacia mí
sus ojos de neón,
agazapa el cuerpo
y camina lento
con vigor apacible
en mi dirección
“no bebas mi sangre,
oh, torbellino del corral,
no apagaré tu lumbre,
milagro del humedal:
sería matar el recuerdo
de todo aquello
que fue mi vida
y mi felicidad…”
II.
A medida que el animal se acerca el tiempo retrocede y yo con él. Ahora soy un niño otra vez, tengo diez años, doce tal vez. Hui de casa, no sé por qué. Hay niebla, mucha niebla y oscuridad, pero también hay luces en la oscuridad. Creo que estoy en una ciudad lejana. ¿Por qué me fui? Estoy corriendo. Estoy corriendo tan rápido como puedo y el viento me da en la cara. Tuve un perrito negro, se perdió muy pronto, antes de que pudiese decidir su nombre. Nunca lo pudimos encontrar. ¿Salí a buscarlo? Pero eso pasó hace mucho tiempo… Extraño a ese perrito, cada vez que salí en los siguientes cuarenta años, sin importar a dónde iba, lo hice con la esperanza de traerlo a casa. El aguará tiene los ojos del perrito negro… Ahora corro más despacio. Me desanimo un poco. Extraño a mamá. Hace tiempo soñé que se enfermaba y yo no podía hacer nada. Extraño a papá, quiero que esté conmigo para siempre. No soportaría perderlos, jamás me recuperaría. Ya no quiero correr. Estoy parado en medio de un camino lleno de máquinas. Hay niebla. Hay autos. Hay autos en la niebla. Las luces en la oscuridad son los faros de los autos en la niebla. Los autos son máquinas. Nunca pude recordar si esta aventura en la que me fui de casa, fue un sueño o fue real. Hay mucho viento. El viento me empuja. Pero cada lugar hacia donde el viento me empuja parece el camino equivocado. Me arrodillo en medio de la calle y me llevo las manos a la cara, tapándome los ojos. Estoy llorando. Quiero volver a casa. Siento mis lágrimas tibias en las palmas, escurriéndose entre mis dedos. ¿Por qué vine sólo? Extraño a mis amigos. ¿Por qué no traje a ninguno? Supongo que hay viajes que debemos hacer nosotros mismos… Recuerdo una chica que conocí a mis veinte años. La vi sólo una vez y nunca volví a saber de ella. Ni siquiera supe su nombre. Ni siquiera el sonido de su voz… Ella me miró por un segundo que jamás terminó. ¿Por qué no hablé con ella? Pude haberlo hecho. ¿Dónde estará? Siempre la imagino leyendo en un parque, vistiendo una blusa color naranja, en una ciudad lejana, ¿será esa la ciudad en la que me encuentro…? Abro los ojos y vuelvo a ver los autos. Estaban quietos, congelados como en una película, pero ahora se dirigen hacia mí. Quiero que me atropellen, pero desaparecen justo antes de embestirme. La neblina se disipa levemente y el aguará surge en el fondo del camino, como había surgido la luna en el fondo del campo. Su figura rojiza está dentro de un punto blanco. Brillan sus ojos de neón. Me levanto y camino en su dirección lentamente. Luego más rápido, hasta que empiezo a correr hacia él con el mismo arrebato que tenía cuando hui de casa. Rápido. Más rápido. El viento me da en la cara otra vez, pero me gusta porque seca mis lágrimas. Estoy corriendo a contraviento, es difícil, pero me siento fuerte y libre, tengo esperanza y sonrío. A medida que me acerco el tiempo avanza y yo con él. Voy creciendo. Soy grande de nuevo. ¿Y si el aguará es el perrito perdido? Entonces podré nombrarlo. ¿Y si tiene la voz de la muchacha que no vi nunca más? Tendrá algo que decirme.
III.
ahora estamos
en una habitación blanca
iluminada como el alba,
la silueta sublime de la bestia
se recorta
como una fotografía viviente
en la diáfana pared:
“cuéntame, zorro infernal,
borochi,
lupus fantasmal,
sereno de la noche infame,
duende del pastizal,
¿por qué me has traído aquí?”
el aguará guazú
gira con sigilo
su cabeza de cuchillo,
y en silencio responde
el cálido fulgor
de sus ojos cobrizos:
“es que eres
tú
el cazador de espantos,
el hombre que en la penumbra
vio crecer al niño solitario…
el guardián impávido
-voluptuoso y huraño-
de la lumbre nocturna…
pero tienes contigo
(¿no lo percibías?)
la luz del día…
ahora estamos
en el centro de tu corazón,
donde esa luz
nos ilumina…
y a aquí te traje porque es a ti,
hijo temeroso,
sicario precavido,
cazador agónico;
es a ti,
jovencito enamorado,
huracán cauteloso,
sereno anhelante;
es a ti,
mancebo aferrado
al pasado inasible;
es a ti,
muchacho agazapado
en las sombras
de lo que ya no está;
es a ti,
niño perdido en la niebla,
ahogado en angustia y llanto…
es a ti
a quien buscaba”.
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