Por Santiago Berisso

Durante cuatro veranos seguidos, junto a su banda de entonces, Dos astronautas, Luciano Lamtzev fue a Bariloche a tocar en vivo. Lo que comenzó siendo a la gorra, con el correr de los años fue tomando algo más de forma y derivó en la posibilidad de hacer alguna que otra fecha programada, en la que la paga dejaba de ser tan aleatoria. El estar en combi permitía girar por la zona: Lago Puelo, El Bolsón, San Martín de los Andes. Siempre en verano, hasta que, en 2018, le propuso a la banda ir en invierno e hicieron la experiencia.

De vuelta en casa, Luciano ya quería volver a Bariloche a la próxima gira, pero el pulgar de la banda fue hacia abajo. El resto tenía más ganas de rumbear para Uruguay y Brasil. En paralelo, algo similar estaba ocurriendo en la búsqueda del sonido identitario de la agrupación surgida en la ciudad de Bahía Blanca que comenzó siendo un proyecto de dos –Silvano Venturi y él, amigos del colegio– para después virar a un plano más orquestal con seis músicos. La toma de decisiones se hizo más caótica, al mismo tiempo que, para Luciano, la necesidad de irse de Bahía se tornó ineludible. 

Recuerda esa ocasión en la que su madre le dijo: “Si cada vez que venís del sur volvés re motivado y en octubre ya te empezás a entusiasmar de vuelta con la idea de ir, ¿por qué no te vas a vivir allá?”. Reconoce que eso lo ayudó a destrabar algo, a desbloquear la posibilidad de partir y entender que por más que él fuera un equilibrio emocional en la familia y ayudara a su papá con cosas de laburo, tenía derecho a hacer su propio camino y salir de un lugar que, sobre todo, lo detenía. Vivía en su combi y, en retrospectiva, cree que lo único que en verdad lo hacía quedarse en Bahía Blanca era la banda. En ese momento entendió que tenía que juntar coraje y volver a Bariloche, pero esta vez para quedarse. 

“En octubre o noviembre, les dije que el 30 de diciembre yo me iba. Tocamos en Bahía, terminamos de tocar, cargué la combi, llevé las cosas a la sala de ensayo y al otro día me fui. Me vine con mi compañera (Juli) y mi hija (Azul). Pasamos las 12 de la noche del 31 de diciembre de 2018 en la ruta”, cuenta. Después de una gira de casi tres semanas en plan solista, en la que cruzó a Chile y pasó por Santiago, Valparaíso, Con Con y Pucón, llegaron finalmente a Bariloche.  

Confiesa que le gusta la lluvia y estar abrigado. Algo decepcionado con la poca cantidad de nieve que ha caído en lo que va del invierno, remarca que la época de lluvias –entre abril y junio– nunca llegó a ser tal. Le encanta salir a caminar “cuando está hostil”, como dice él. Bariloche, y aún más el Cerro Otto, se presta para eso. Después de haber entrado en pánico y llorado ante el risco de una vida nueva –que encima lo encontraba con el agregado de ya haber iniciado el viaje estando separado de la madre de su hija–, el joven oriundo de Viedma juntó todo el desconcierto que sucedía en su cabeza, se sacudió la soledad inicial y se dispuso a pensar en lo que tenía ganas de hacer. 

“En Bahía Blanca venía editando algún que otro casete. También había editado a un amigo y una amiga. Pero siempre pedía prestada una placa y una grabadora. No tenía nada. Cuando me vine acá pensé en que me encantaría tener mis herramientas. La combi la estaba cagando a palos así que la vendí y con esa plata nos aseguramos algunos meses de alquiler y me compré los deck para grabar, lotes de casetes virgen, monitores de audio para mezclar, un amplificador y unos pedales”. Buscando precio, le sacó buen jugo a la camioneta.  

Bruma del Sur comenzó funcionando como una fábrica. Los artistas que querían ver su trabajo editado en este formato lo contactaban y él llevaba la música al casete. Primero fue un amigo de Mar del Plata, después un músico de Bariloche y también una banda de Buenos Aires. Creada la cuenta de Instagram del proyecto, aún no existía un hilo común o correlación entre lo que editaba de modo de pensarlo como algo más que un estricto servicio material al artista. “No me podía dar el gusto de decidir qué editar y qué no, porque necesitaba el trabajo. Lo que me mandaban para fabricar, yo lo fabricaba, pero quizás no lo quería compartir”, dice. 

Cuando pensó en Bariloche como destino, lo hizo teniendo en cuenta el entorno natural y las posibilidades laborales que uno considera que puede llegar a ofrecer una ciudad. “Si me das a elegir, me hubiera gustado Lago Pueblo para vivir, pero no pasa nada ahí. Mejor dicho, no es que no pasa nada sino que tenés que sentar otra base”, dice. En Bariloche, la changa se presta un poco más de modo de ir sobreviviendo. De miércoles a sábado, trabaja en la verdulería que tiene una amiga y eso le da el aire suficiente para costearse el alquiler. Pero su cabeza siempre está arriba, en la montaña, donde le da rosca a Bruma del Sur. 

Todo el 2019 se abocó a desarrollarse como fábrica hasta que, a las puertas del comienzo del ASPO en Argentina, más precisamente el 21 de marzo de 2020, grabó y editó su primer álbum bajo el nombre artístico Lumtz. Armó un bandcamp de Bruma del Sur y, casi un año y medio después, el sello cuenta con un catálogo de más de veinte álbumes (y casetes) editados. Artistas como Francisco Juacida, Francisco Sonur, Entidad Animada, Mateo Cianfoni, Lorenzo Gómez Oviedo, el dúo América Analógica, Beatrice Beatrice y Santiago Cundari hoy integran la grilla de un sello que reúne trabajos alrededor del ambient.    

Guitarras –eléctricas y criollas–, sintetizadores, la lluvia, piano, un río, el viento, el canto de pájaros, voces y beats. Fragmentos sonoros de adentro y de afuera que se transforman en mezclas a veces más amigas de la electrónica y el juego con las máquinas y, otros momentos, del bosque, la montaña y un registro diáfano de lo que el marco natural ofrece. También, pueden hermanarse ambas tónicas y convivir en un mismo laburo. La premisa es que el sonido sea compañía, que detrás de la atmósfera haya una historia, y que prevalezca una sensación de calma y frescura en la escucha global. Según qué artista del catálogo sea, la escucha puede prestarse más a la inmersión, al deseo de sumergirse en lo que captan los oídos y eyectarse por un instante del scrolleo frenético del devenir diario. O también puede funcionar como una capa, si se quiere, más inocua, en paralelo con la rutina habitual. Virtudes del ambient, que te deja elegir la aventura propia en tu cabeza. 

En poco tiempo, la rueda empezó a girar y hoy le llegan trabajos de artistas de Japón, Holanda, Australia, Noruega, Alemania, Brasil y Estados Unidos, que quieren sumarse al sello. Ya no tan embelesado con la idea de lo conceptual, Luciano dice que hoy es más intuitivo a la hora de ponerse a escuchar lo que le mandan. “Antes me dejaba llevar más por la obra conceptual completa. Por ejemplo, hace poco me mandó un álbum un chico o un señor, no sé, que me decía que al lado de su casa tiene la cúpula de una iglesia vieja que a la noche hace mucho ruido y eso le genera pesadillas. Entonces grabó un disco como para sanar esas pesadillas”. Tiempo atrás, le hubiera dicho que sí casi sin escucharlo, señala. Al darle play, el aire del lugar cambió y la tensión que le generaron esos tracks lo llevaron a determinar que eso no es lo que quiere dentro de Bruma. “Quiero que el oyente entre a Bruma y lo disfrute, le haga bien. De hecho, le respondí el mail y le dije que esperaba que estuviera durmiendo mejor. Le puse que se veía claramente que tenía el sueño cagado a palos, y por qué no está en el sello. Traté de charlar y, a la vez, darle una respuesta más desde la curaduría de por qué no”.

Cuando le mandan un disco, la primera escucha la hace mientras sigue laburando con el Photoshop o se hace un mate. En primera instancia, lo pone en el aire a ver qué pasa. “Cuando me gusta y me llama la atención, me siento con los auriculares, lo analizo más técnicamente y pienso qué se podría hacer o a qué me remite. Y ahí empezamos a ver si quiere estar en el catálogo, de qué manera, cómo es el arreglo, en qué lo puedo ayudar. Hay veces que, por el bien del álbum, recomiendo trabajar con otra persona”.

Una suerte de simbiosis parece darse entre Luciano y el lugar. No sólo el exterior, sino también el de su espacio de trabajo. Más allá de lo que está armando en su departamento –en el que eventualmente aspira hacer un estudio hecho y derecho–, frecuenta y es parte de una residencia para artistas que se llama Tribu de Trueno y que gestiona la ilustradora Bárbara Visconti. Ahí se acercan fotógrafos, dibujantes, escultores y demás artistas visuales de distintas partes del mundo. Con ventanales grandes, en mitad de la montaña y con vista a los lagos Moreno y Nahuel Huapi, el lugar parece un sueño. A partir de que Bárbara comenzó a recibir el pedido de músicos y músicas que quieren acercarse a la casa y ser parte de un proyecto colaborativo de acompañamiento creativo por parte de los anfitriones, apareció Luciano.   

De alguna manera, el primer veredicto de lo que está escuchando lo da el mismo espacio físico en el que está. Primero, los oídos de su pequeño departamento en el Cerro Otto –al 600 de Saihueque–; después, los suyos. De la repercusión en el ambiente a lo fino en los auriculares. Detrás de él, la imagen que ofrece la videollamada, da cuenta a sus costados de cierto criterio de orden. Dos amplificadores, con plantas encima, custodian todo lo que sucede. Imágenes y demás recortes o pinturas están pegadas cuidadosamente en la pared blanca que tiene atrás. Si algo de desorden lograse inmiscuirse en su espacio de trabajo, el más mínimo elemento brusco debería ser aún más subrepticio en esa empresa.  

“Entiendo que es un poco como la fotografía. Me gusta cuando te agarra por accidente. Cuando necesitás grabar un sonido y lo hacés con lo que tenés a mano”, dice sobre el momento en que sale afuera a la caza de sonidos. Ubicado desde el plano del proyecto Lumtz, como creador, si existe algo de pureza en su búsqueda del sonido, el afán pasa más por la persecución de una autenticidad en la fuente del mismo que en la de su calidad técnica. Si de fotos se trata, bien sabemos que un retrato familiar a mayor cantidad de indicaciones de quien empuña el celular, mayor podrá ser su calidad en cuanto encuadre y disposición de los elementos, pero seguramente menor será su rasgo vital. “Yo ando con la Zoom portátil H2 en la mochila, que graba en WAV y en cuatro canales. A veces vuelvo caminando, está lloviendo, escucho mi respiración y los pasos, y lo único que tengo es el celular. Lo grabo y me encanta el audio todo roto”.

El año, a raíz de la pandemia, las restricciones a la circulación hicieron que las salidas al bosque y otros lugares no pudieran ser tan antojadizas. Pero se las ingeniaba en horarios marginales. “Me iba a comer a la casa de alguien, me quedaba y cuando bajaba un poco el ritmo, me volvía caminando tranquilo. Silencio. Todo encapuchado”. Y si ese sonido que llamó la atención está ahí, en el viaje de vuelta a casa, hay que atraparlo de alguna manera. “No soy particularmente estricto con la alta fidelidad, lo que después tiene sus consecuencias porque tenés que acomodarte para hacer la mezcla con los recursos que tenés”. 

Otras cosas las graba directamente en casete. Enchufa la salida de la computadora al deck del casete. “En vez de grabar desde la computadora, pongo a grabar el casete. Estoy tratando de jugar un poco sin usar la compu. De a poco estoy queriendo salir de ahí. Pero bueno, cada aparato es una moneda”. Considera que el hecho de tener muchas herramientas puede nublar el criterio. Al tratarse de un género que no parece tener demasiada prescripción en términos de instrumentación o posibilidades creativas, es consciente de que la chance de los excesos está presente. “Todo suena bien, todo está afinado, y ahí hay que elegir. Me gusta que haya melodía. Escucho músicos que son sólo textura y me encanta, pero a la hora de hacerlo yo caigo en una melodía”. 

Como parte de esta idea de entender a un track como un registro, se abre una disputa entre el terreno de la textura y la melodía. Luciano no se ve interpelado cuando un simple consta, por ejemplo, solamente el ruido de agua: “no me dice nada”. La clave, según él, es que ese elemento pueda ser parte de una obra. “El segundo álbum que publiqué en Bruma, que se llama El espacio entre las cosas, son grabaciones que Gabriel Mendoza fue juntando durante un año o unos años, no me acuerdo. Y me encanta que cambie mucho la calidad de audio entre un track y otro. En uno puso un micrófono en una sala de ensayo y está tocando con un batero. Otro es un minuto del sonido del agua y se llama “Traful”. Hay otro que es sólo una guitarra y se llama “Para mirar un alerce”, entonces ya te cuenta una historia, por donde estuvo, viajó y qué le transmitió. Ahí me parece que es re válido el minuto solo de agua”.

Consciente de que no hay género musical que esté exento de dedos índices elevados que señalan lo que no les gusta, dice que “en el ambient pasa mucho que, por momentos, se pone muy ortodoxo y juicioso respecto a cómo grabaste tal sonido. Y bueno, no tengo los dólares como para tener el sinte que vos tenés para hacer una disonancia. La hago como puedo. A veces se pone muy elitista y avant-garde. Lo que busco con el sello es que la obra realmente te cuente algo”.

A pesar de su juventud, el proyecto de Bruma del Sur puede esgrimir credenciales de sello. Si bien no deja de parecerle loco haber vendido, en marzo pasado, 15 casetes a una tienda de Bélgica, cuando lo piensa un poco más no le sorprende tanto: es lo que se planteó hacer desde hace un tiempo y trabajó para eso, se dice a sí mismo. Al día de hoy, a Luciano lo acompaña Juan Nazar, compositor y productor que se sumó al sello en noviembre pasado, particularmente a la producción de la fábrica. “Él se encarga de hacer las copias y yo me encargo de pegar los stickers y hacer las cosas más finas. Se metió y al toque armó un Excel, vio los números y me dijo que estaba regalando el trabajo”, dice. 

En un inicio no había ni imaginado vender copias afuera del país. “Pensé: vamos a hacer casetes que nos gusten, con fotografía analógica y venderlos en un recital. El primero que compró fue un tipo de Suiza. El envío se lo cobré a la mitad de precio porque no tenía idea. No tenía PayPal, ninguna infraestructura, nada”. A medida que fueron cayendo algunas fichas, empezó a cambiar los precios en Bandcamp. Hoy, la propuesta de Bruma con la edición es hacer una tirada de diez casetes. Cinco son para el músico y cinco quedan para el sello. “Al principio podían pasar cuatro meses y se vendía uno. Y en estos últimos meses se vendió todo lo que el año pasado no se vendió. Hoy me queda corto hacer una tirada de diez”. 

Remarca que, de cualquier modo, todo lo consulta con el músico. El precio que se le pone a la descarga digital lo habla con el o la artista y la decisión final viene de ese lado. En cambio, en el caso del físico, el precio lo estipulan desde el sello, ya que son ellos quienes lo fabrican.

Al momento de la difusión, en el último tiempo, repensó la dinámica de publicación en Bandcamp y Spotify. “Antes tratábamos de publicarlo en ambas plataformas a la vez –explica–, y nos dimos cuenta de que perdía un poco de peso Bandcamp de esa manera. Al tenerlo en Spotify, la gente lo escucha y listo, nos vimos. Entonces se perdía la posibilidad de ver la descripción del álbum, conocer sobre el diseño del casete u otra información del álbum y ver el catálogo del sello”. Por lo pronto, decidió publicar los lanzamientos primero en Bandcamp y a las dos o tres semanas en Spotify. Respecto a Bandcamp, dice que “si bien no es tan cómoda como Spotify, ahora tiene su aplicación y su reproductor, y lo que comprás lo podés escuchar desde la aplicación estando fuera de línea”. Días atrás, compró los códigos de descarga de todos los álbumes y se puso a enviárselos a cada artista para que ellos mismos también puedan darle algo de rosca a la aplicación de Bandcamp.

A pesar de sentirse más a gusto con el espíritu de comunidad que despierta Bandcamp, sabe que sería una picardía pelear con la prevalencia del gigante de origen sueco, que hoy concentra la escucha en esta parte del planeta. “Sabemos que es lo que más llegada tiene”, sintetiza. En una actualidad en la que los consumos están atravesados por la imperiosa necesidad de ser expresados en redes para que estos en efecto hayan sucedido, la posibilidad que Spotify ofrece de compartir lo escuchado en Instagram se torna una herramienta fundamental.      

Vuelve por un instante al mundo Bandcamp y asegura que ahí hay un público que está escondido: “Un melómano que está ahí atrás y que te sigue por mail. Un yanqui nos compró diez casetes, y el día que lo estábamos por mandar publicamos un álbum nuevo y a él le llegó el mail con la notificación”. No siempre es así, pero destaca que se trata, en definitiva, de concretar una venta incluso antes de que el sello se disponga a pensar una difusión de la novedad. “Bandcamp tiene algo que hace que sea como entrar a una disquería o una librería. Si bien sigue siendo digital, tiene algo de analógico”, dice. Al fin y al cabo, es la plataforma que le demostró que –aunque no deja de ser un nicho– hay un público cautivo desperdigado por el mundo aún dispuesto a escuchar música en físico. 

Etiquetas: Bruma del Sur, Luciano Lamtzev, Música, Santiago Berisso