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Por Cristian Rodríguez
Resonando en el país de la furia, en la región geopolítica de la paranoia al uso -y nosotros cada vez más cercados- en este curiosa época incierta y totalitaria, se me ocurrió compartir con ustedes un pequeño acertijo -una zoncera- que si no damos en el clavo no nos hará perder la vida. Al fin y al cabo no todas las preguntas nos las dirige la pétrea fisonomía de la Esfinge[1].
Juguemos, que allí hay verdad. Y en el juego encuentro también algo de verdad metapsicológica.
Un niño de nueve años, en la última sesión antes del receso, me dirige la siguiente pregunta:
– ¿Vos sabés cuántos elementos hay en el mundo?
– ¿En el universo o en la tierra?
– No, no te diste cuenta, en la tierra que es lo mismo que en el universo.
– Es verdad, cómo no me di cuenta. No sé, muchos.
– No, decime cuántos.
– Y… cuatro: agua, fuego, cielo o aire, y tierra.
– Noooo, son cinco.
– ¿A sí?
– Sí, obvio, cinco elementos.
– ¿Y cuáles?
– Agua, tierra, cielo y fuego, y realidad. Si no, no podrían funcionar los demás ¿Entendés?
– Creo que voy entendiendo ¿Y para qué sirve ese quinto elemento?
– No es quinto, es la realidad, sin la realidad no podrían funcionar los otros cuatro. Es simple.
– Muy simple.
Como verán, es un niño muy perseverante con sus convicciones.
¿Qué es para este niño ese elemento realidad?, ¿por qué está a la par de esos otros cuatro, incluso como condición de funcionamiento del mundo y como condición de los cuatro elementos restantes?
Hay una pregunta que tendrá que contestar el niño, tal vez cuando sea adulto y ya haya olvidado las cosas que solían decirse y compartía con un ignoto analista del que, incluso, olvide su nombre.
Una pista:
Este niño tiene una historia negra. Nacido prematuro de las patadas que su padre le daba a la panza de la madre. Como todos los niños de alma negra, tenía un pésimo pronóstico: quemaba cortinas e iniciaba incendios, se escapaba a los cuatro años y desaparecía durante horas, tenía el cejo fruncido y una disposición a romperlo todo, todo lo que estuviera a su paso: cuadernos, juguetes, ropa, cuerpos.
Como a los alquimistas, un día empezó a interesarle el oro, eso que brilla en el bordecito de la pupila.
La primera vez que apareció ese elemento adicional en verdad lo sustrajo de una caja mágica. Porque la transferencia, el amor de transferencia, es también una caja mágica. Observó muy bien mi apego por ciertas pertenencias. Ustedes ya habrán imaginado que decidió quitarme mi preciosa lapicera pluma, esa que adoro y con la que escribo día por día, esa misma que se balancea en mi mano como un péndulo, se mece pero no se cae y toma notas, dibuja y garabatea. Mi lapicera es mi temporalizador espacial , mi salvocunducto para viajar en el espacio tiempo. Con mi lapicera viajo a las estrellas cuando quiero.
Fue el comienzo de otro juego, pasó hace tiempo. Se fue y me llevó un día entero recuperarla. Él no se la había llevado, no la había robado. Había encontrado la manera de esconderla eficazmente ¡Cuán tardíamente puede aparecer para un analista su acceso al fort dá! O mejor decir, al adulto que en el que se han oxidado los modos de funcionamiento de la presencia ausencia, de que lo que se va tal vez vuelva transformado. Nos volvemos estúpidos, no hay dudas.
En este caso, para este niño, mamá se había ido, pero volvería transformada, mamá lengua. ¿Y qué se había ido para él, qué mamá?
Su mamá, con quien vive, suele decir de este hijo “que no hubiera querido tener”, cuando llega estallada y agotada de su trabajo: «lo voy a regalar».
Pero por suerte, ahora tenemos un objeto adicional, uno que anda suelto, uno que se puede esconder, reencontrar y si te da la gana, también regalar. Ese objeto, como ya habrán imaginado, es «infinitos objetos» que andan por el mundo.
Resulta genial perderse y reencontrase afuera. Eso resulta genial porque no es lo mismo perder un objeto que perder un elemento -adicional- para que el mundo funcione, para que la cosa ande. El elemento -adicional- es condición, es garantía de funcionamiento.
Pista dos:
Hay un personaje maravilloso que se llama Sonic. Pero a Neón -así se llama el niño- no le alcanza con esto, él tiene su propia versión, su Sonic es un Sonic Negro, es el lado oscuro de Sonic, el lado maligno.
Este oscuro ejemplar del linaje bastardo de los Sonic tiene que realizar muchas pruebas para sobrevivir un día más. Aquí tengo, frente a mis ojos, las cinco pruebas -coincidencias de la vida- que tiene que pasar Sonic Negro para sobrevivir un día más. Las escribí con mi preciosa lapicera fuente recuperada -por obra de mi arte redescubierto de encontrar y hacer retornar objetos ocultos-.
El dictado, palabra por palabra como en una fórmula, pertenece a Neón:
1-Superar el miedo.
2-Pelea a muerte.
3-Matar al secuaz del jefe.
4-Destruir al jefe.
5-Luego me fui.
«Terminé», me dice. «Con estas cinco pruebas estás liberado».
Una vez más, ¿qué es este quinto elemento y para qué está allí? Insistiendo en diferentes niveles metapsicológicos y en magnitudes diferentes.
Como conversamos en trasnoches con amigos, si la realidad es el objeto de la ciencia, y si, como suponemos, el psicoanálisis le lleva varios cuerpos de ventaja a cualquier ciencia convencional, esas que recién ahora están considerando a la naturaleza como «la realidad», y que esa es asimismo la naturaleza humana, entonces ese niño está proponiendo que, si no se humaniza su existencia, si no hay realidad para él, no tiene sentido nada, ninguno de los cuatro elementos de «la naturaleza.»[2]
Y eso, como cada respuesta tentativa al acertijo, se agrega para nuestro trabajo de entrecruzamiento clínico en el que continuamos indagando sobre la física cuántica, la realidad y los fantasmas, el ADN pulsión y la ONDA pulsión -ligadas a esa hermosa invención freudiana llamada pulsión-. Pero esa será otra historia por contar.
Este niño, Neón, tiene mucho que enseñarle al mundo-tierra-universo de los adultos. Ese Sonic Negro, tan negro como su historia, termina las pruebas «para sobrevivir un día más» con la quinta prueba establecida: «luego me fui». Por alguna razón esa última y quinta prueba (como el quinto elemento) parecen fundamentales. Quizás porque incluye el futuro y el pasado, quizás porque lo concierne en su ser. El acertijo es precioso, pero me siento lejos de poder responderlo.
Y, sin embargo, tal vez me arrime a su verdad. Un Neón, un niño, puede esbozar “luego me fui” para vivir un día más, uno cada día, un día más tanto como Sherezade propone un relato más, una maravilla más, “una noche más” en Las mil y una noches, las mil noches y una noche.
Ese elemento adicional, como en la respuesta que se da a la esfinge, puede responderse sin perder la vida: un ser humano, un Sonic Negro, este niño. Y esa respuesta viene del futuro.
Las respuestas posibles, plurales, potenciales, por venir, algunas no se han escrito y ya se escribirán. O quizás no. Eso: el “quizás”, viene del futuro.
Cada uno de estos recorridos tentativos aproxima una verdad, produce un horizonte de acontecimientos, en cada recorrido garantiza una vida, a condición de atravesar esa experiencia y errar jugar alrededor del acertijo; una vida posible.
Ese niño es también el hacedor, entre tantos, para una nueva teoría pulsional del psicoanálisis. Pero eso se lo contaremos otro día, otra noche. Y una vez más, ¿qué es ese quinto elemento?
——
[1] La Esfinge era un monstruo con rostro y busto de mujer, patas de león, cuerpo de perro, cola de dragón y alas de pájaro. Heródoto llamó a las esfinges egipcias, que tienen rostro de hombre y carecen de alas, androesfinges, para distinguirlas de la Esfinge griega. Según Apolodoro, la Esfinge había aprendido el arte de formular enigmas de las Musas.
[2] El acertijo de la Esfinge, en la sencilla formulación de Apolodoro, habría sido: ¿Qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?
Etiquetas: Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, L’IGH -Le Institute Gérard Haddad de París-, Psicoanálisis