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Por Joaquín Gallardo
Un par de semanas atrás, en un centro de salud mental en el que trabajo, inició tratamiento conmigo una mujer. En la primera entrevista me contó que hacía cinco meses tomaba antidepresivos y una benzodiacepina de una marca muy conocida que prefiero no nombrar. Le pregunté cómo accedió a la medicación y me contestó que consultó a un psiquiatra, le dijo que se sentía angustiada y le costaba dormir y se la recetaron. Una vez más, me encontré sorprendido por la facilidad con la que en esta época se puede acceder a la medicación. Le pregunté si el psiquiatra le había recomendado que iniciara un tratamiento psicológico y me dijo que no, que iniciaba por su cuenta… Cinco meses después. Esto me llevó a preguntarme qué ocurrió en los últimos doscientos años, que pasamos de las sangrías al kiosquito de la medicación.
El método de la sangría consiste en la pérdida deliberada de sangre a través de la piel o las venas. Uno de los registros más antiguos de esta práctica corresponde al Corpus Hipocraticum, escrito por Hipócrates, un médico muy reconocido de la Antigua Grecia, nacido en el 460 antes de Cristo. En su texto, Hipócrates escribe que la sangría tiene como fin recuperar el equilibrio humoral perdido. Él recomendaba dicha práctica para el tratamiento de la melancolía y algunos casos de manía. En la Edad Media se creía que al practicar la sangría se purgaba al cuerpo, reforzaba la memoria, limpiaba la vejiga, alargaba la vida y ahuyentaba enfermedades. En algunos casos, se llegaba a practicar una sangría hasta que el paciente se desmayaba. Para finales del siglo dieciocho, la sangría se había utilizado como tratamiento para todas las formas de lo que, en aquella época, llamaban locura. En algunos pacientes, se les aplicaba el procedimiento hasta dejarlos en un estado demencial profundo. Incluso en el siglo diecinueve, en revistas médicas se publicaban las indicaciones para realizar la sangría al enfermo. Ese era el único tratamiento para las enfermedades mentales.
El encierro y los manicomios aparecen en el siglo diecisiete, cuando Luis XIV decreta encerrar a todos los locos e indigentes de Francia. Se instala una mirada manicomial del trastorno mental. Según Foucalt, en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière, a los pacientes se los ataba como animales a la puerta de su habitación y se los separaba de los guardias y visitantes por un largo corredor separado por una verja de hierro. A los pacientes se los alimentaba pasándole la comida por los barrotes, dormían sobre paja y se limpiaba sus cuartos por medio de rastrillos, a distancia. Incluso, algunos días, los manicomios eran abiertos al público, exponiendo a las personas internadas como motivo de entretenimiento para los visitantes.
El cambio llegó en el siglo diecinueve, de la mano de Phillipe Pinel, un médico francés. Él quedó muy conmovido por el suicidio de un gran amigo suyo, que padecía una psicosis maníaco depresiva que no fue tratada. Esto despertó el interés de Pinel por el estudio de las enfermedades mentales. De este modo, ya graduado, comenzó a trabajar en el hospital Bicetre, donde planteó que a los enfermos había que observarlos y luego describir los hechos. Escribió el Tratado de la Insanía, donde clasificó las enfermedades mentales en cuatro tipos (manía, melancolía, idiotez y demencia), y explicó que las causas tenían que ver con la herencia e influencias ambientales. Su obra tuvo el efecto de que la psiquiatría dejó atrás la especulación para utilizar la observación empírica como método de estudio. Él logró demostrar la importancia que tenían para los pacientes las relaciones con su familia, su entorno y otros enfermos. Fue gracias a él que a los pacientes comenzaron a desencadernalos. Su trabajo y dedicación cambió radicalmente la calidad de vida de las personas que estaban internadas. Los manicomios comenzaron a ser dirigidos por médicos y se puso el foco en una relación cercana entre el médico y el paciente, como base de los tratamientos, y además se incluyeron en la cura rutinas diarias que volvían innecesario el uso de la fuerza.
Recién en 1950, los laboratorios desarrollan medicación psiquiátrica que permitió que se evitaran las internaciones de muchos pacientes o incluso algunos abandonaran los hospitales psiquiátricos. Sin embargo, en la actualidad, algunos autores alertan del peligro que la población corre de volverse adicta a los fármacos.
En pocos siglos se pasó de un tratamiento físico muy tortuoso para los pacientes, a un aislamiento y encadenamiento deshumanizante, a una época donde ante el mínimo atisbo de angustia (señal de que hay un conflicto interno a resolver) se los anestesia con pastillas. ¿Hasta qué punto fue un avance y hasta que otro una variante del encadenamiento? ¿Nos hemos preguntado como sociedad cuál es la consecuencia de la hiper accesibilidad a la medicación psiquiátrica? A veces me pregunto si esto tiene otro fin que no sea mantener anestesiados a los pacientes y que sigan siendo productivos para el sistema. Aún no tengo respuesta.
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