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Por José Luis Juresa | Portada: Albert Anker
Y por qué hablar de “las histéricas” haciendo prevalecer el sexo femenino dentro de esta lógica “anti poder” que, más tarde, Lacan ubicará como la del “amo castrado”. Si el “amo” moderno es el que el obsesivo “dramatiza” en la intención del control absoluto y la burocratización del deseo reducido apenas a la causa de “un trámite” dentro de una vida programada –la histérica será la que dramatizará la impotencia de ese amo para lograrlo, a costa de que su deseo sea “el trámite” que, por supuesto, jamás se acabará. La vida entera será “intencionalizada” como los “pasos a seguir” dentro de un “papeleo” interminable. ¿Acaso las mujeres no se levantan y se rebelan en contra de seguir siendo “el trámite” que los varones deben realizar en una vida que luego será recordada tal como si se tratara del recuerdo de las idioteces que se debieron padecer durante el servicio militar? La conjunción entre el obsesivo y la histérica, entre el amo y el esclavo modernos, entre los varones y las mujeres, no hace otra cosa que actualizar el viejo conflicto entre el poder y los cuerpos a los que ese poder “debe” someter, para que le respondan y funcione. En definitiva, la histérica no hace más que ser el “horizonte de sucesos”, la “luz aún visible” de un poder oscuro que ninguna ciencia habrá de dominar en tanto se plantee “objetiva” y esa objetividad la ponga enteramente por fuera de la condición humana. Esta es la “memoria” a la que la histérica “apela” sin ninguna voluntad de hacerlo. Por supuesto, los burócratas del saber –los científicos de la aparatología de la memoria de “archivo”, la aparatología del poder, decían que las histéricas lo hacían “a propósito”, o si no lo decían actuaban tal como si así fuera, sometiéndolas a vejaciones que incluían torturas corporales y menoscabos de toda índole moral. Claro, era enteramente inadmisible para ese sistema, reconocer algo “ingobernable”, pues acaso la ciencia ¿no está para tornar “gobernables” los fenómenos de la naturaleza? Ojo, hay que distinguir el poder como “potencia” del poder como ejercicio de autosatisfacción. Obviamente que la ciencia “empodera” a los seres humanos de la adversidad de los fenómenos ingobernables frente a los que ha quedado históricamente inerme: enfermedades, accidentes, catástrofes naturales, etc. Pero poco a poco también los seres humanos se han dado cuenta de que es imposible no incluirse dentro del “experimento humano”, es decir, esa naturaleza que acontece es parte de la realidad humana y su intervención la crea, a pesar de que pretendemos “objetivarla” como externa por completo.
Lacan usa un neologismo, “extimidad” para hablar de un espacio “interior-exterior”, el que constituiría la realidad humana. Y el “objeto perdido”, mítico, del que da cuenta la “vivencia de satisfacción” no es un objeto que queda completamente afuera de la realidad y la experiencia humana, sino que está en un “adentro” que a la vez se expresa como un “afuera”, y se desliza en la realidad del mismo modo en que se desliza la libido entre los significantes sin cristalizarse en ninguno de ellos.
Freud “descubre” el ombligo del sueño, y si el sueño fuera un fenómeno que testimonia de los “delirios de un mariscal”, el ombligo del sueño sería el punto en el que el mariscal “enloquece” tratando de normalizar ese irrepresentable que lo destituye. El mariscal ahí no gobierna ni es gobernado (el mariscal se tranquilizaría sabiendo de que, al menos, alguien gobierna) sino que es “uno más” entre otros, del mismo modo en que la muerte nos empareja y la forma de morir nos diferencia.
¿Por qué las mujeres son las que mejor representan ese “recordatorio en acto” sobre el amo, acerca de la imposibilidad de totalizar lo representable y gobernar sobre un archivo absoluto? Tal vez porque las mujeres son las que gestan los cuerpos que luego se enlazaran “cuerpo a cuerpo” entre las generaciones para transmitir esa memoria de “lo muerto” que vuelve a la vida de otra manera. La “aparatología de la memoria” del goce se fundamenta no solo en los cuerpos, sino también en el modo en que éstos se reproducen, siempre fallando la reproducción, siempre inaugurando una nueva diferencia, siempre apostando a la contingencia de lo vivo y a lo incalculable de la apuesta.
Se transmite a través de los cuerpos una memoria que imposibilita el ejercicio del poder, ya que la prohibición jamás puede ser biológica –¿o lo lograrán algún día los científicos de la “naturaleza”? ¿Cómo podría ser una “prohibición biológica”? La castración real, por supuesto, es una. Tal vez vayamos camino a esa monstruosidad, la de imposibilitar la fertilidad, una suerte de autolimitación catastrófica que termine o tienda a terminar definitivamente con la especie. Una suerte de “autogenocidio” de la especie humana, solo para gobernar e impedir que siga re-naciendo la memoria que al poder le resulta inabordable. En definitiva, el psicoanálisis descubre que “la infancia” insiste. Tal vez la “aparatología” humana, la tendencia hacia los ciborgs, la implantación de chips orgánicos, o el denominado “transhumanismo” tienda hacia eso, el aseguramiento, por parte del poder, de atrapamiento de los cuerpos hasta controlar una memoria irrepresentable, la programación absoluta que alcance el ideal de la reproducción, la tendencia a lo idéntico, la robotización final: el cambio de la palabra “nacimiento” por “iniciar”, dejando en el aire alegóricamente ese dedo que siempre está dispuesto a pulsar un botón: ese día será declarado el “fin de la humanidad”.
El fin de la humanidad
Y será el fin de la humanidad porque también será el fin de la pulsión. Ya no será un concepto “fronterizo”, pues esa frontera se habrá cruzado definitivamente al campo de lo Real, desanudándose del simbólico y del imaginario. En todo caso sería una pulsión que no tiene recorrido y que no logra salir de su fuente, “obturada” en sus agujeros por un objeto científico tecnológico abarcador, totalizante y aterrador, en el que la humanidad misma se desplome como un peso de plomo, sobre sí misma, al modo de un colapso solar. Así como un día se produjo el chispazo de luz de la conciencia, aquí la conciencia sería un derivado de los microchips que lograron reducir esa conciencia a un algoritmo. Tal vez sea una exageración, pero no así la tendencia.
La mujeres parecen tener una relación más “cercana” con un cuerpo que no es transhumano, por definición, a menos que la gestación directamente se realice de forma extrauterina, sin que la mujer participe de la misma en su goce, que es justamente la memoria de la que hablamos aquí, una memoria de los cuerpos que se abre con la primera “vivencia de satisfacción” en la biología del “viviente”, para pasar a convertirse en cuerpo libidinal con conciencia de su mortalidad y de la singularidad de su existencia.
El punto es que la pulsión no admite biologicismo alguno para encararlo como concepto, ya que lo “históricamente condicionado” de su caracterización nos dice que el retorno a “un estado anterior” de su tendencia y su conservadurismo, hablan de una necesidad humana en relación a la vida que tiene que ver con la cultura. La pulsión es el resultado de una “renuncia” estructural (no voluntaria) al ciclo de los “instintos” que no pueden explicar que millones de individuos cooperen entre sí por “causas ajenas” a sí mismos –individualmente hablando– o sea, entre extraños. Ese concepto de “extrañeza” no existe en el reino animal. Allí las causas siempre son “internas”, por lo que ese objeto perdido de la vivencia de satisfacción, que le da lugar al individuo exiliado de sí mismo en el inconsciente ( y en un cuerpo pulsional que lo conecta necesariamente con “extraños” de su tiempo y de todos los tiempos, eso es lo que explica que en el inconsciente “no hay tiempo”) persiguiendo una utopía que se construye con el mismo material caótico y descompuesto que la vivencia de satisfacción transmitió desde la materia opaca del goce “perdido” (¿qué sería ese goce “perdido” sino el de otros cuerpos desaparecidos?). La lengua “vive” porque ha sido hablada y el sujeto hablado hace re-vivir esa lengua que, al “tomarla” para sí, es decir, al posicionarse como “hablante”, ayuda a hacerla vivir otra vez, de otra manera. “Lo fronterizo” de la pulsión siempre está en el borde, en el horizonte que separa la muerte individual de la persistencia de lo vivo, mientras la lengua siga siendo “hablada”. Esa memoria de los goces, ese “ADN pulsional” no es biológico, pero no es sin este, sin lo viviente. Allí se reproduce la estructura “fronteriza” en la que vive el sujeto, siempre periférico respecto de algún “centro” en el que generalmente suele caer un objeto. Puede ser una persona “que se la cree” o un objeto cualquiera convertido en fetiche, como el dinero. El individuo, generalmente, “necesita” de ese fetiche, como de un amuleto, para sentirse “individuo”, y no sujeto dividido y exiliado, habitado de una extrañeza para la cual el discurso del éxito basado en la obtención y apropiación de bienes es necesariamente alienante.
Tiempo
El llamado “estado anterior” de la tendencia pulsional es, en realidad, el modo de “recuperar” para la vida la imposibilidad del homeostasis, del “equilibrio”, por el que el placer sería el bien más preciado. Ese “equilibrio” desde el punto de vista “natural” sería la realización de lo que el instinto “ordena” al viviente en su reproducción, un destino ya fijado. En cambio, la pulsión abre para el sujeto la posibilidad de separarse del destino al abrir la puerta del tiempo más allá de la cronología, enlazando cuerpos y goces de tiempos y lugares distintos, encadenados por la herencia y la transmisión simbólica que la vehiculiza. La realización “genética” es, por el contrario, una “misión” del individuo, misión de la que no tiene la menor conciencia, además. Solo reproduce la persistencia de la vida en lo vivo, dejando al individuo en un olvido eterno y absoluto. En el campo de lo humano, el sujeto no olvida (no así el individuo) ¿Y qué es el sujeto? Para Lacan es un efecto del significante en su discurrir discursivo, efecto que se “ancla” en algún punto en el que al menos un significante queda excluido de ese discurrir, “hundido” en la opacidad del goce corporal, es el significante que “emite” desde esa opacidad, la fuente de irradiación por la que todos los demás significantes se enlazarán “ordenadamente”. Esto es análogo a la información que se “pierde” del otro lado del horizonte de sucesos de un agujero negro, la luz que ya no llega a emitirse desde allí, sin embargo, en su descomposición, la materia se replica “aparentemente de la nada” del lado de la luz, es decir, del lado en el que la gravitación del agujero negro no alcanza para que la realidad del universo (de luz) se hunda en él. La pulsión es un recorrido “de borde” del horizonte de sucesos (cabe recordar que, en física, el “horizonte de sucesos” es el punto límite en el que el agujero negro y su fuerza de gravitación ya no dejan que la luz se escape, haciendo que un observador lejano ya no vea un objeto que se le acerca y va más allá del horizonte) La pulsión va entre la luz y la oscuridad, entre la muerte y la realidad lumínica. A nivel del cuerpo pasa lo mismo, ese agujero negro, ese del que nada podemos saber, la muerte a la que llega la luz para ser tragada definitivamente –en apariencia– es “la fuente” de una irradiación cuya información es estructuralmente inconsciente, esto quiere decir, que no se organiza al modo de la representación. Es como información en estado de agitación, inestable, que solo se “fija” en un estado “sólido”, representacional, a partir de que algo se “ilumina” desde el universo “conocido”, la realidad representada, en la que habita también el analista. Podríamos decir que la pulsión va “escribiendo” un recorrido posible como si trazara una línea en el agua, que desaparece si nadie se ha fijado allí antes de que vuelva a desaparecer. En el instante del leer, esa escritura “acuosa” se cristaliza y se hace “presente”, “aparece” para la “realidad lumínica” o representacional de la palabra. Esa aparición, que solo es posible controlar con el dispositivo analítico y en la medida en que el analista es capaz de leer, “organiza” y se “fija”, pasando de un estado desorganizado y de agitación a otro más estable dentro de la realidad representacional, o “realidad psíquica” tradicional y freudiana (ya que podemos decir que la “realidad psíquica” también admite que, en su materialidad, existan a nivel “micro” estados desorganizados y de agitación de la “materia psíquica”). Es por eso que, de la fuente pulsional, del “agujero” de la zona erógena, o de lo negro de ese agujero (que no es vacío) se “emite” o se irradia información incomprensible, como en una lengua que ya no se habla, “muerta” y que habrá que traducir en una suerte de “creación atada” (no “de la nada”) a las posibilidades que brinda la luz de la época, de la lengua hablada.
Extrañeza
El concepto de “extrañeza” no existe en el reino animal. Allí las “causas” siempre son internas (al individuo de la especie). Si vemos la estructura de las pulsiones vemos que si bien la fuente es “interna” el objeto es externo, y entre el individuo y el objeto se desliza su recorrido. En ese “entre” se presenta su característica esencial de concepto “fronterizo”, tal como lo define Freud. El “retorno a un estado anterior” de la pulsión ubica el punto por el que se entiende por “pulsión” el intento de una estabilidad imposible, en la medida en que se la pretenda “absoluta”. El “estado anterior” de la pulsión es, en realidad, el modo de recuperar –para la vida– la imposibilidad del homeostasis, de tal “equilibrio”, de la definitiva realización “genética” de la misión del individuo, que es perpetuar la vida más allá del individuo, de la existencia individual. Lo “conservador” de la pulsión tiene que ver con la vida entendida como “humana”. Lo que sobrevive es su “montaje”: la cultura, el enlazamiento de las prácticas sociales y su memoria. La cultura es un formidable aparato de memoria en permanente agitación. Es como la representación “macro” de lo que a nivel “micro” aparece siempre en estado de agitación, en desorden. No en vano se denomina “psicoanálisis” a esta práctica, lo cual señala una descomposición en partes hasta el más pequeño de sus elementos. El psicoanálisis apunta al nivel “micro” allí donde la materia se hace “oscura”, adonde no llega la luz, pero irradia permanentemente hacia la realidad psíquica representacional, creando “fantasma”, una suerte de “alteración” dentro de lo “visible” del mismo modo en que una presencia gravitacional invisible desvía la luz y produce alteraciones dentro del campo de los visible. Así, de esa manera, los astrofísicos probaron algunos aspectos o conclusiones teóricas de la teoría de la relatividad. La pulsión trae información “oscura” que altera el campo de la realidad psíquica, sin que eso pueda obtener una traducción que la reconfigure en acuerdo a su presencia, forzando el “status quo” de la realidad, que busca preservarse inútilmente, del mismo modo en que una nave que se acerque a la influencia gravitacional de un agujero negro no tendrá ya la fuerza suficiente para oponérsele y se derrumbase inevitablemente hacia su interior. Ese “desmoronamiento” psíquico se parece a la catástrofe depresiva en sus distintas intensidades (o al famoso “desmoronamiento” que menciona Schreber, el famoso caso de paranoia que analiza Freud a partir del testimonio del propio Schreber). Es cuando “lo muerto” gana demasiado terreno y su emisión o irradiación es “desoída” y el individuo se empeña en ser autónomo y autogenerante. El sujeto se divide entre esa materia oscura a-representacional y los significantes que lo iluminan.
No hay “retorno a un estado anterior” para el ser humano que no sea ese: lo que lo antecede, aun cuando lo que lo antecede se presente desde el futuro, dentro de la atemporalidad del inconsciente que torsiona para el yo la linealidad de la causa. Es como si el yo viviera en una realidad newtoniana y el inconsciente solo entendiera de una lógica espaciotemporal einsteniana. El retorno “definitivo” es hacia allí. Básicamente, a lo que se retorna es a un estado desordenado de la materia que no obtiene traducción a la realidad material (psíquica) de la existencia del ser humano. La pulsión tiene, en parte, su fuente allí. La pulsión desliza en su recorrido esa información “oscura”, la del estado anterior de la materia que atañe a ese sujeto, ya que tampoco ese estado anterior es cualquiera y el mismo para todos. NI siquiera “lo oscuro” o lo “muerto” para la realidad psíquica admite uniformidad. Por el contrario, el agujero negro, en física, es denominado “singularidad” porque allí se altera por completo el “para todos (los casos)” de las leyes de la física. Allí todo es agitación e imprevisibilidad, un estado cuántico de la materia.
En el fondo, el concepto de pulsión no tiene otro sentido que el siguiente: lo que se extrae de lo vivo biológico para ser transmitido como una conciencia que vive. Así como cada individuo de cada especie transmite la información genética a la generación siguiente, un sujeto “transmite” sus características pulsionales a la cultura, y, por ende, a la siguiente generación. Se transmite el “montaje” pulsional y los elementos que ese montaje recorre. El ADN biológico, en cambio, constituye un dispositivo de memoria sin conciencia. La conciencia es la del científico que escribe esas letras y traduce, en el acto, los instintos al campo de la pulsión. La pulsión es un elemento esencial de un dispositivo de memoria con posibilidad de conciencia, que sabe reconocer y reconocerse en una línea de herencia que “sabe” no desconocer al otro y al extraño como alguien que, a la vez, puede resultar familiar. Por lo tanto, la pulsión es un “montaje” que solo tiene sentido en el “entre” la materia “muerta” para la memoria representacional –estado desorganizado de la información y la materia– y la cultura –un dispositivo de memoria organizada en el campo de lo vivo”–. La pulsión asegura la conservación de la cultura, como lo que antecede al sujeto, incluso sin ningún ser vivo que la sostenga. Puede terminar convirtiendo a la cultura en “letra muerta”, sin ningún sujeto que la sostenga “viva”, en un arrasador movimiento de retorno a un “estado anterior”. De eso tenemos muchos restos arqueológicos que lo ameritan (culturas que ya no viven). Sin embargo, de eso “muerto” irradia información que reaparece en las siguientes culturas herederas. Eso es la pulsión, un retorno a la opacidad que irradia de nuevo hacia la luz, alterándola y reconfigurando el campo de sus desplazamientos. (cuando se lee “luz” se debe leer “representaciones” o “significantes”).
Serie La infancia que insiste
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