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04-11-2021 Ficciones

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Por Enrique Balbo Falivene, Marcelo Mosqueira y Federico Capobianco

Rolo aún no lo sabe pero vive en un entorno privilegiado para un niño de su edad. Chivilcoy a fines de los setenta es una ciudad pequeña (o un pueblo grande), está invadida por los árboles y grandes plazas verdes, casi no hay tráfico ni contaminación; es una ciudad con un pasado ilustrado circunscripto a un casco urbano que ha sabido conservar una cadencia rural, algo ideal para un niño: durante las horas de la siesta los adultos desaparecen.

Rolo pasa los días jugando con sus amigos del barrio y con su gata Olga, compañera inseparable de todas las aventuras. Olga fue adoptada por Rolo y su madre la hizo castrar aunque el pequeño no sepa lo que esto significa. Ya tuvo bastante con aprender a pronunciar esa palabra tan difícil…

Juega fútbol y lee cómics mientras toma la leche con pan con manteca y azúcar, otra de sus pasiones, siempre después de la escuela, a la que asiste en bicicleta con Olga escondida en la mochila. Los cómics que ya leyó los revende para poder comprar más cómics, una estrategia comercial fundamental en su formación.

Pero su mundo de felicidad está a punto de desvanecerse. El padre de Rolo ha desaparecido y nadie se atreve a explicarle por qué. Emprende entonces con Olga, -que muchas veces le marcará el camino-, y sus amigos una búsqueda secreta; lo hacen con la seriedad y el compromiso que sólo tienen los niños para jugar.

¿Qué puede fallar? Rolo ya ha visto por la televisión a un hombre dando saltitos en la luna, ha jugado con sus amigos durante una copiosa e inexplicable nevada en Chivilcoy y al gigantesco King Kong comiendo bananas y cocos en Ital Park…

Rolo sabe en su escasa experiencia, por los cómics y por su pueblo, que la meta no es importante, lo importante es el camino.

De este modo y en esta certidumbre, él y Olga se ponen en marcha.

Prólogo del cómic «El viaje de Rolo» (EMCh, 2021)

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