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18-11-2021 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

La libertad es fiebre, cantaba el Indio Solari, y algo de esa tonalidad pirética cimenta la euforia de Javier Milei, líder de La Libertad Avanza, en su discurso en el Luna Park tras acumular 17 puntos en el electorado porteño. Brazos extendidos, pelo enmarañado, rostro contraído, mirada asertiva, voz gruñona. Los analistas ven un “discurso lleno de odio”; Milei no lo negó aquella noche: “Recordemos que hasta hace poco ser liberal era vergüenza y hoy estamos con la frente en alto y orgullosos de ser liberales”. Del otro lado, la militancia gritaba con la misma euforia: “¡Libertad!” Una libertad febril.

“El mejor Presidente de la historia fue Menem”, dice Javier Milei en una entrevista y señala su primer gobierno. Tiene su lógica: privatizaciones, desregulación de la economía, Consenso de Washington. Lo irónico es ver, semanas previas a las elecciones pero en el cierre de campaña, su arenga al ritmo de una canción compuesta contra el menemismo. “¡Se viene el estallido!”, agita Milei poseído por el ska de la Bersuit, por las líricas de una época tan al borde, tan cercana, tan similar. Son simbologías que se entrecruzan —celebrar a Menem bailando una marcha anti Menem— en una torpe y extraña versión iconoclasta.

Es 1997 en Mar del Plata —cuatro años antes Milei asesoraba al represor Antonio Bussi— y el vicepresidente Carlos Ruckauf firma autógrafos en la calle. A los pocos metros, Gustavo Cordera y Tito Verenzuela de Bersuit Vergarabat ven la escena. Sin dudarlo, sacan la guitarra e improvisan una canción. Se acercan, se la cantan al lado, casi al oído. “Se viene el estallido. / Se viene el estallido / de mi guitarra, / de tu gobierno / también”. Ruckauf los ignora, sonríe, intenta conversar con la gente. “Se viene el estallido. / Se viene el estallido / de mi guitarra, / de tu gobierno / también”.

La música suena cada vez más fuerte, más molesta, más real. La situación se torna extraña, imposible. Antes de irse, el vicepresidente, más enojado que incómodo, le dice algo a sus guardaespaldas, estos levantan la vista, miran a los músicos, caminan hacia ellos y los golpean. A los pocos meses, la canción ya estaba en las calles: cuarto track de un discazo: Libertinaje. Como una paradoja caprichosa, el título de aquella obra del rock nacional de fines del siglo XX parece una parodia directa hacia este futuro: ¿no es acaso la libertad idiota un libertinaje?

II

“¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, gritó —según constan los testimonios documentados de la época— Madame Roland el 8 de noviembre de 1793. Un grito lleno de pena, incluso de compasión. Una conclusión inútil gritada en voz alta. Estaba frente a la guillotina. Un grandulón la sostenía del brazo antes de inclinarla hacia el artefacto que le separaría la cabeza del cuerpo. Era una girondina más en la larga lista de los asesinados por el Terror Jacobino. Frente a ella, la estatua de arcilla de la Libertad de la Plaza de la Revolución, hoy Plaza de la Concordia. 

III

Como la palabra pueblo es un significante vacío —el término es de Ernesto Laclau— que puede ser llenado con diversos significados —de eso, justamente, se encarga la política—, con la palabra libertad ocurre exactamente lo mismo. Ese concepto abierto, como una botella sin tapa que cada votante llena con la bebida que más le guste, es el que circula en las redes sociales de los intensos seguidores de Milei. Basta con recorrer un poco Twitter y mirar sus discursos y entrevistas televisivas para comprender qué tipo de libertad es la que allí se exalta: la de mercado.

¿Cuál es la libertad de mercado? La posibilidad de abrir empresas de forma fácil, de contratar y despedir empleados a bajo costo, de no vivir acechados por el fisco, la posibilidad de ser rico. Un aspiracional, un deseo, un sueño que se proyecta en el éxito meritócrata. La cima. Si el esfuerzo está, ¿por qué la riqueza me es vedada? Ahí aparece el gran enemigo de los que hoy se definen como libertarios: el Estado, un monstruo que se alimenta de la sociedad, un gólem avaro que no permite ser feliz a nadie. Quitando al Estado del medio, aseguran, el mercado será nuestro Edén.

III

La ironía es una herramienta sublime para abordar el mundo. Frente a la solemnidad que implica mantener vínculos sociales, el trabajo, ¿la reputación?, frente a una experiencia que se subjetiviza en relación a lo que el mercado propone, a lo que el mercado sugiere, la ironía es una forma de desarmar las estructuras totalizantes y pensar el mundo por fuera de esa lógica de “vivir a pleno”. La ironía —insisto— es una herramienta sublime para abordar el mundo, para pensarlo, para desentrañarlo, no para transformarlo. En tal caso, no sería ironía; sería cinismo.

Ver hoy Years and years parece un chiste. Emitida en 2019 y contextualizada en 2022, la serie británica narra un futuro cercano donde la penetración tecnológica en la vida cotidiana se da en simultáneo con la precarización laboral y la vigilancia estatal. Cuando la empresaria Vivienne Rook —interpretada por Emma Thompson— dice en una entrevista que el conflicto entre Israel y Palestina “le importa un carajo” (don’t give a fuck), se vuelve furor y decide lanzar una carrera política que, por supuesto, es todo un éxito. ¿Qué propone? Libertad de mercado.

IV

La Libertad Avanza es un partido inquietante y disruptivo en términos narrativos. Funciona como una reacción a la ola progresista que durante los últimos años no supo transformar las condiciones materiales de opresión generalizada más allá del terreno discursivo. Las minorías sí lograron ser incorporadas a la agenda pública, pero ese es el punto: son minorías. La radicalización conservadora de los white trash con Donald Trump es un ejemplo claro. Pero trasladar acá lo que ocurre en Estados Unidos es problemático. Argentina tiene enormes particularidades.

Desde esta perspectiva —que es solamente eso: una perspectiva más entre tantas—, los argentinos que se definen como libertarios están tejidos por una costura profundamente conservadora. Detrás de esa incorrección política, de esa provocación socarrona, hay una moral que se quiere reconstruir. Hay un tono nacionalista distorsionado pero nacionalista al fin que sostiene que el progresismo es una cultura extranjera. Desde ese lugar montan un discurso totalizador exigiendo libertad como si fueran un pueblo oprimido, no una minoría, sino un pueblo entero. 

El juego pareciera ser, como toda ironía, ambivalente: volver a los valores previos al progresismo y, en simultáneo, exigir libertad. Ese combo habilita una novedad, una especie de vanguardia inédita —aunque ocurra en varios países del mundo y se haya visto en otras épocas—, que se envalentona contra la otredad: romper en vivo simbología de Derechos Humanos, golpear homosexuales, etc. Ahí el imaginario rebelde encuentra su límite volviéndose conservador —en un país derruido ser conservador es como atarse un yunque al tobillo— pero sobre todo —hay que decirlo— fascista.

V

—Esto no puede ser fascismo —leo en el chat de WhatsApp.
—Quizás sea algo peor.

VI

El protagonista de Constantino (Indómita Luz, 2021), la novela de Matías Buonfrate, es un anarquista de 1900 que reencarna en una familia burguesa y religiosa de la actualidad. Es una historia de ciencia ficción contada con la lupa anarquista de principios del siglo pasado, una suerte de crónica excéntrica donde un libertario de la vieja escuela recorre un mundo planeta devastado por el mercado.  Luego de algunos años de vivir en este nuevo y extraño presente llega a un par de conclusiones. Una de ellas es categórica: el ideal de libertad actual, dice, es “elegir el mejor modo de ser explotado”.

VII

Quizás la mejor fauna sociológica es la que chapotea eufórica en las discusiones que se generan en los comentarios del posteo de algún referente o celebridad. A veces, la marea baja y quedan dos libertarios debatiendo el rumbo del mundo. En general, la denigración a todo lo que contenga algún tufillo progresista es inmediata en este tipo de conversaciones digitales que se caracterizan, además, porque nadie usa su verdadero nombre. Hay simbología nazi, homofobia directa, macartismo exacerbado y mucha, mucha, muchísima confusión dando vueltas ahí. 

Milei no matiza su espíritu provocador en las redes sociales. O lo hace bajo sus propios conceptos: cuando alguien le marca que ha retuiteado a alguien que puteaba a un dirigente político o a un periodista, dice que no son sus palabras, que sólo es un retuit, que esas agresiones no salieron de su boca ni de sus dedos. Lo mismo ocurre con lo que él define como casta política: todos los políticos lo son, pero no Mauricio Macri, su posible futuro aliado de cara a 2023, porque ahora “abraza con más fuerzas las ideas liberales”. La ironía es siempre la mejor salida.

Para un libertario —basta con leer a Carlos Maslatón— todo lo que está a su izquierda —los candidatos más a la derecha del espectro, Victoria Villarruel y Juan José Gómez Centurión, ya están dentro de La Libertad Avanza— es socialismo. Esa es la frutilla del postre que comemos a diario en este inmenso restaurante barrani que es Argentina: vivimos en un socialismo opresor, empobrecedor, embrutecedor, deforme, tan deforme que hasta se parece al capitalismo. Por eso la solución no puede ser otra que exigir algo intangible, volátil, confuso: libertad. Una libertad febril.

 

Los años irónicos

 

 

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