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23-11-2021 Notas

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Por Joaquín Gallardo | Portada: Tetsuya Ishida

Leyendo artículos para un trabajo de investigación, me encontré con una entrevista que un diario le hizo a un psiquiatra español. En esa nota, él afirma que la mitad de los niños medicados no necesitan la medicación psiquiátrica. En la misma línea, Saxena, directora de salud mental de la OMS, no recomienda el tratamiento con antidepresivos en niños. Ella explica que los antidepresivos pueden estar siendo recetados sin motivos suficientes y pueden ocasionar importantes daños. Por su lado, un informe de la BBC señala que en 2010 el once por ciento de las personas mayores de doce años tomaban antidepresivos. En EEUU los diagnósticos de Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en niños entre cuatro y diecisiete años aumentaron un cincuenta y tres por ciento en los últimos diez años. ¿Eso significa que hay cada vez más niños discapacitados o los criterios diagnósticos se volvieron tan vagos y amplios que cualquiera encaja en dichas categorías? 

En los últimos diez años estamos asistiendo a un avance de la psiquiatrización de la infancia. La licenciada Janin, referente de clínica de niños, se preguntó qué implica medicar a un niño por molestar en clase, no copiar lo que se escribe en el pizarrón o estar distraído. Esta observación es algo que no puede dejar de interpelar a los padres y a los profesionales de la salud. ¿Es suficiente que un niño sea distraído para que se medique? ¿Es verdaderamente un problema que sea desatento y no preste atención? Estamos en una época en que la idea de la niñez apuntaría a un sujeto quieto, atento, proactivo. ¿Se están criando niños o pequeños oficinistas? Algo del estatuto de la infancia se ha ido transformando y hay que recuperarlo. En ese sentido, Janin señaló que en la actualidad circula una idea de un cuerpo-máquina que debe recurrir a una pastilla para funcionar “adecuadamente” a lo que socialmente se espera. Ella dijo: se resuelve un problema a través de la ingesta de algo, sin cuestionamiento. Pero, ¿estamos resolviendo un problema al medicar a un niño? ¿Hay un problema en el niño que resolver o es de los adultos a cargo de él?

En la actualidad, los niños dejaron de portarse mal, ser inquietos, distraídos, desorejados, respondones, para pasar a tener un déficit, trastornos, enfermedades, autismo, etcétera. Esto deja por fuera de la mesa cuestiones fundamentales: ¿fue criado el niño con normas claras, con límites y padres que participaron de su desarrollo? ¿En qué momento de la historia las características propias de un niño pasaron a ser síntomas o cuestiones a anular con medicación?

Hay que ser sensibles con los diagnósticos. Muchas de las etiquetas que están depositando en niños no tienen pruebas para comprobar esos diagnósticos. Aún muchas enfermedades se diagnostican clínicamente y depende de la formación y el punto de vista de cada profesional, es decir que no hay criterios diagnósticos homogéneos, ya que la valoración es cualitativa, singular.

Es importante que si un niño presenta dificultades en el aprendizaje se consulte a un profesional, no lo niego, pero los que estamos del otro lado del mostrador (psicólogos, psiquiatras, pediatras, psicoanalistas, etcétera) no debemos perder de vista que, en la niñez, los diagnósticos se escriben con lápiz: los chicos cambian, crecen, aprenden, se modifican en relación a un contexto socio cultural determinado. La fijeza de los diagnósticos encasilla cuestiones que aún no están definidas —un niño posee un aparato psíquico en pleno desarrollo— y deja por fuera asuntos de suma importancia para el crecimiento de cada sujeto. Por eso es fundamental escuchar la singularidad de cada niño, su padecimiento, su malestar y el de su familia antes de sellar un diagnóstico que puede traer más perjuicios que beneficios. 

 

* Imagen de portada: «Retirado» (1998) de Tetsuya Ishida.

 

 

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