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16-11-2021 Notas

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Por Graciela Trejo y Cristian Rodríguez | Portada: Kahn & Selesnick

I. Los incunables

En la posición del creador, el artista no se encuentra sojuzgado a ningún amo contemporáneo, es decir hace con nada y talla esa nada incesantemente. Es de múltiples maneras un incunable, y también un inextinguible. El acto creador tiende al infinito, tal como la pulsión -concepto fundamental en la práctica del psicoanálisis- así lo señala en su calidad de tendencia deseante.

El acto creador es también a condición de tomar y dejar acontecer la muerte, ese tropiezo inevitable entre otras escansiones, un corte más, y uno que sucede incesantemente, en cada respiración y en cada instante de la vida.

Mantenerse despierto concierne a esta dimensión de la vida vital, la vida animada.

 

II. Artes fugaces

Al respecto, proponemos definir las mal nombradas artes decorativas no como una propagación y extensión rebajada del arte, una práctica banal que enaltece la inutilidad y la moda, ni tampoco como apéndice de la arquitectura, ni hermana pobre de las Bellas Artes, sino como arqueología del instante, lo fugaz actual cultural que se desvanece a cada paso y recomienza.

Propicia entonces una intervención que transforma naturaleza y se vuelve instalación y breve profanación, ya que tiende a su disolución y a diferencia de la “gran obra de arte”, no se atesora a priori, sino que se suelta, una y otra vez, se pierde, se intercambia.

 

III. Nuevas naturalezas

Ese es también el estado de naturaleza que podemos encontrar y descubrir en la cultura. Inventamos nuevas naturalezas a la par que disponemos y hacemos un contexto que nombramos actual, social, fenómeno de campo, dimensión por otra parte del malestar en la cultura.

Crear es sin dudas amar, e inventar es sin dudas producir un anclaje de la irreconocible por estructura en el plano de las voces y los ámbitos de la lengua.

El propio Freud transmitió la pasión del psicoanálisis como una práctica ligada a la arqueología, allí donde intuición, signos recobrados, rastros perdidos y experiencias generacionales estratificadas se reúnen en el soporte material que las condensa y subyace.

El alma humana es de algún modo esa monumental obra singular e intransferible, habla de un momento de su existencia, de un apogeo y su caída, de una intención de volverse marca de los tiempos por venir, referencia, respiración transformada de los humano siempre agazapado y también inquietante.

 

IV. Belleza

Hay sin dudas belleza en esa tensión permanente entre instante en que una verdad se revela y la amenazante dimensión de las pulsiones autodestructivas. Arquímedes fue muerto a manos del soldado que lo desconoce, y su eureka se desvaneció en el polvo del olvido, hasta renacer y vivir aún en nuestros días.

Esa misma dinámica propone el psicoanálisis como práctica relativa a la instantaneidad de la vida emergente, de la lengua promisoria y en ciernes, tanto como el artista creador que se dispone a encontrar, y más precisamente a develar.

Del mismo modo, la estética desplegada en las artes -las artes plurales- acontecen en la fugacidad de un descubrimiento que las hace únicas.

 

V. Los enhebradores

Allí no hay sólo artesanía, artesanado, sino intervención sobre el vacío a partir de nada. Lo ex nihilo nos convoca a su ceremonia inaugural sin otra disciplina que la de mantenernos allí, en la experiencia, mantenernos despiertos, sostenernos en el vacío que hace de la mirada un arpón peculiar que más que atravesar hila y enhebra contextos, épocas, estilos, fugacidades, comunidades, presencias y singularidades. Esa mirada siempre es fugaz, despierta, instantánea, impredecible, activa, también desvaneciente.

Esos son los enhebradores en la inmensidad, jugando el juego vital.

 

VI. Niño astrónomo

No es la mirada de la contemplación ni la mirada capturada en la obra de arte, no es sólo la mirada que se asombra sino una mirada transformadora. Esa mirada inaugura nuevas naturalezas. No es el Rey de El Principito, en su planeta minúsculo y pretencioso, contando sus dominios y sus estrellas, es por el contrario la mirada del niño astrónomo que elige en una estrella un camino posible y ante ella dispone horizonte, posible rumbo y también virtud. Es ese tipo de arte infinito y sutil que propone el “Libro del camino y la virtud”. Allí hay verdad, pero en los intersticios, no está dada ni revelada a priori.

 

VI. Otra contemplación

Como con la posición del místico, artista y psicoanalista se encuentran así en una posición más proclive a este otro modo de contemplación, la que yace en un trabajo de indagación permanente del vacío eficaz, sutil, rasgado, también “decorativo” por sesgar el instante, porque allí hay una estética del instante que se resuelve entre la materialidad de la lengua – objeto y la nada cervical que nos causa y empuja.

 

VIII. La Sed

Allí mismo, como ocurre con la pulsión, una singularidad que está en el borde entre lo humano y lo infranqueable a la experiencia humana, topología de lo unilátero externo – interno, pasión inasible, y tal como la gran poeta Alejandra Pizarnik señalara en una de sus metáforas recurrentes: “sed, la sed”, esa que nos mueve y nos conmueve, nos emociona, nos hace agonizar, nos mata de amor, nos provee, nos nutre, nos es esquiva, nos inocula, nos desenvuelve.

 

 

 

 

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