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16-11-2021 Notas

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Por Manuel Quaranta | Portada: Marta Merkin

“La pude haber tomado el domingo pasado o ayer…
yo u otra persona. Ahí está la imagen, eso es todo.
Puedes ver lo que quieras en ella. Una imagen es esto y más.
Agnès Varda

Sería inexacto afirmar que Inés Ulanovsky escribió Las fotos (Paisanita Editora, 2020), más bien habría que emplear el verbo tramó para describir su accionar, esto bajo el presupuesto de que el libro en lugar de ser únicamente un libro (lo es, y en efecto, un libro magnífico) sea además una condensación amorosa, una reformulación de la temporalidad, y también, un volumen en el que se respira sin concesiones la tensión entre lo íntimo y lo colectivo, lo individual y lo social.

En todo caso, Las fotos es un libro de historia. De historias mínimas marcadas por la Gran Historia (siempre a la espera de reescribirse) de un país. Un libro compuesto (el término composición le cabe perfectamente a Ulanovsky) a partir de materiales heterogéneos que producen en el lector una rara nostalgia, la nostalgia por el origen, y la sensación de estar viviendo o reviviendo vidas ajenas como si fuesen propias. 

En cuanto al procedimiento, Ulanovsky aclara en el prólogo: “Las fotos no tienen el fin de ilustrar textos y los textos no están ahí para explicar las fotos. Me interesa especialmente lo que ocurre en el encuentro de esos dos lenguajes tan diferentes y opuestos, pero de algún modo complementarios”. 

Efectivamente, en el libro las imágenes no ilustran los textos porque ellas son incapaces de ilustrar nada, aunque sí saben hacer de su incapacidad virtud. La idea le pertenece (como si una idea pudiera pertenecerle a alguien) al filósofo francés Georges Didi-Huberman: las imágenes tienen la potencia de sobrevivir, como luciérnagas, de llegar a nosotros y hacerse ver, mostrarse, señalar o indicar algo. Esa es la potencia del material reunido por Ulanovsky, imágenes que buscan sobrevivir a su propia desaparición, que pretenden resistir la desgastante marcha del tiempo, imágenes como palabras sagradas que pueden curar heridas o al menos atenuar el dolor.

Me gusta pensar el libro de Ulanovsky como una suma de “acontecimientos improbables”, hallazgos, proezas, silencios fundantes. Por eso decía al comienzo que Las fotos es sobre todo una trama, un “azar entendido como una combinación de circunstancias o de causas imprevisibles no lineales, sin plan previo y sin propósito”. 

Comentario al margen, se sabe que la fotografía nació en el contexto del positivismo puro y duro, mediados del siglo XIX, y que prometía representar de un modo más certero la realidad que se les escapaba a los artistas. Pero ¿qué realidad? ¿Cuál es el estatuto de verdad de una fotografía? ¿Cuántas historias apócrifas se podrían tejer (tramar) alrededor de una imagen? 

«Las Fotos» (Paisanita Editora 2020) de Inés Ulanovsky

En diálogo con uno de los protagonistas, surge una frase reveladora para de adivinar el verdadero centro de gravedad de la obra: “Es algo angustiante darse cuenta del paso del tiempo”. Eso es Las fotos, memento mori, recuerdo de la muerte, recuerdo de tu finitud, de que en algún momento te tocará el turno asignado, y, simultáneamente (todo en las fotos es tiempo, incluso los seres u objetos representados) inmortaliza el instante, lo plasma en una superficie que albergará fantasmas: cuando vemos fotos nos enfrentamos a vivos que están muertos o a muertos que ignoran su condición. 

Otro comentario al margen. Durante la lectura, además de Roland Barthes y Susan Sontag (nombres que abren y cierran el volumen) sobrevolaron tres películas: El amateur, de Néstor Frenkel; Los tachados, de Roberto Duarte y Ulises de Agnès Varda. Le recomiendo fervientemente al lector que luego de leer a Ulanovsky, de pensar con las imágenes, de emocionarse con sus textos, abra Youtube y las vea.

Finalmente, la hermosa fotografía de portada: “Un fotógrafo del estudio Guden registra su paso elegante por la Bristol. Ella, que posa para la foto, no sabrá que setenta y nueve años más tarde, esa imagen será la tapa del libro”. No lo sabrá ella, la abuela de Ulanovsky, Eva Viniarsky, pero tampoco lo sabrá la foto, de allí esa potencia (en contraposición al acto, a lo actual) de llegar a lugares inesperados, inhóspitos, a donde no la llaman, a playas nunca vistas y decir: aquí estoy.

“Los recuerdos y las fotos se parecen”, define la autora. Y se parecen porque, en su incurable heterogeneidad, tienen una cosa en común: a su manera, y sin saber muy bien cómo, los recuerdos y las fotos nunca dejan de perseguirnos.

¿O seremos nosotros sus perseguidores?

 

* Foto de portada: Sepelio de Juan D. Perón. Plaza Congreso (1974).
Incluida en el libro ‘Las fotos’. Imagen de Marta Merkin
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