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Por Martina Vidret | Portada: Christian Rex van Minnen
Tengo 24 años. Hace dos meses descubrí que tengo un nodulillo en el pulmón. Más específicamente, un nodulillo de alta densidad que se proyecta sobre mi quinto arco costal anterior derecho.
Lo primero que hice, lógicamente, fue averiguar qué era eso que decía el estudio con tanta liviandad. Google fue clarísimo: un nódulo en el pulmón puede ser cáncer. Y “puede ser”, en un mundo tan urgente y frenético como el que vivimos, a veces no se lee de otra forma que un sinónimo de “es/será”.
Sentir esa cercanía potencial a la muerte angustia. Hay quienes se angustian tanto que tienen prohibido -por ellos o por otros- no buscar resultados de estudios. Esta nota no apunta a revocar ese mecanismo, sino a pensar otra cosa: ¿por qué existe el mandato social de que no hay que buscar qué nos pasa?
Vivimos en una sociedad en donde la respuesta a lo orgánico la posee el médico. Depositamos una buena cuota de saber ahí, en su persona, en su diploma colgado en la pared, en el guardapolvo blanco. Idealizamos la medicina, y, cuando ella no tiene respuesta, o no tiene una que nos guste, miramos a otro lado. Dios, las pseudociencias, las terapias alternativas, la astrología incluso, son todas maneras de paliar los agujeros del modelo médico hegemónico. Y, lo que es impresionante, es que a veces eso otro, eso alterno, demuestra ser más eficaz.
¿Por qué hay tanta gente que no se hace estudios de rutina? ¿A qué le tienen miedo? ¿A morir? ¿A saber que algo pasa en el cuerpo? ¿O saber que no hicieron lo suficiente como para que eso no pase? Sostener que buscar en Wikipedia qué es la Revolución Francesa está bien, pero no así lo que es un nódulo pulmonar es un síntoma de época. Queremos saber de todo menos de lo que nos pasa. Y eso lleva a que se evadan los estudios, las extracciones de sangre, o, desde la vereda contraria, que el más mínimo síntoma necesita de la respuesta de un Otro diplomado.
En mi caso, tuve la suerte de poder encontrar un turno rápido y saber que ese nodulillo fatalista no era nada para preocuparme ni chequear con regularidad. Probablemente fuera una cicatriz de una neumonitis que tuve de pequeña. Pero nuestro sistema de salud puede fallar: turnos que no se consiguen, hospitales o clínicas estalladas, profesionales con poca predisposición y otros gajes del oficio de vivir en un país precarizado. No es nada sencillo hacerse cargo de que somos pacientes.
Cuando Google, o la página que sea, nos devuelve la posibilidad de tener cáncer, nos encontramos con la responsabilidad subjetiva. Nos hace actuar, que es algo que tenemos perdido. Estamos pensando todo el tiempo, poniendo palabra, procrastinando. No buscar qué significa un síntoma cualquiera es resguardarnos de esa acción. La demanda, en la visita al médico, es “curame”, “eliminá esto que me pasa”. Cuando uno busca, solo aparece el “decime qué es”, “dale un nombre”.
Somos una generación con el cuerpo enajenado. Necesitamos nombrar y eliminar lo que erra. Hablamos de amor propio, de positividad corporal, de liberación sexual, pero al momento de reconocer verdaderamente que esto que somos es un cuerpo, y que puede tener fallas, hacemos cortocircuito.
No es que por temer buscar síntomas no sentimos nada. Sí, sentimos. Dolor de espalda, de cabeza, de ovarios, de órgano. Los medicamentos de venta libre nos alejan del consultorio, la farmacia aparece como un instrumento de control sumamente eficiente. Y son parte de lo mismo, solo que quien vende el Ibuprofeno no está ahí para curar ningún dolor. Está ahí para vender. Lo mismo podemos decir de los tutoriales de YouTube, o las explicaciones de revistas de chimentos sobre cómo frenar el mal aliento, o dormir más cómodo, o curar el bruxismo. Construimos una sociedad que le tiene rechazo al consultorio. Y eso es una responsabilidad de partida doble: nosotros no le damos el espacio, y la medicina nos expulsa.
Buscar síntomas en internet, o el miedo generalizado a hacerlo, nos enfrenta con esa evasión. Con la posibilidad de un cuerpo enfermo. Con la posibilidad de tener que decidir si hacer algo o no con eso. Porque el problema, y también la solución, es que le damos estatuto de verdad a eso que nos devuelve una página dudosa. Y eso que nos da miedo actúa como motor. A veces buscamos respuestas, explicaciones, le damos un nombre a eso que hasta ahora permanecía, en el mejor de los casos, mudo. Y, si encontramos esa palabra, sea cáncer, sea fiebre, sea gripe, salimos de la mudez.
Después, cómo articulamos esa palabra, si con un médico clínico, un psicoanalista, un homeópata, una vidente, corre por cada uno. Lo relevante, en términos de la responsabilidad subjetiva, es armar ese lazo social. Involucrarse. Hacerse cargo.
Internet, como los médicos, habilita la posibilidad de la palabra. Apacigua la angustia, que es ese caos corporal sin orientación alguna. En el mejor de los casos nos lleva al Otro. Nos lleva a que alguien confirme si eso que tenemos ahí, en un estudio, es cáncer, o un trauma de la infancia, o una conexión rota con el más allá. Quizás lo sea, quizás no. Dependerá de muchas cosas. Pero no por no conseguir un turno o por no sentir molestia hay que dejar de informarse. No por ello hay que desmerecer la posibilidad de que eso que aparece sea grave. Porque si internet nos ofrece esa respuesta es porque demasiada gente no recurre a quien tiene que recurrir. Porque se dejan estar.
La contemporaneidad en la que vivimos pone el foco en el lenguaje, y en la eficacia e importancia del decir, pero nos olvidamos que además de un nombre, de un género, de un color de piel, tenemos y somos un cuerpo. La biología no está exenta del lenguaje, y el lenguaje no está exento de cuerpo. Buscar síntomas nos recuerda la posibilidad de que a veces lo damos por sentado. Y no pasa por si está bien o mal, ni por si queremos o no queremos encontrarnos con algo. La cuestión está en qué hacemos con eso que nos devuelve Google. Cómo nos hacemos a nosotros mismos. Cómo, buscando, nos construimos un cuerpo.
Portada: «Reglaze the Pizza Dynasty» (2018)
de Christian Rex van Minnen
Etiquetas: Christian Rex van Minnen, Ciencia, Cuerpo, Dolor, Enfermedad, Internet, Martina Vidret, Medicina, Síntomas