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20-12-2021 Notas

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Por Julián Ferreyra

La verdadera dificultad de escribir se reduce en el fondo
a encontrar las palabras del día, las que nunca fueron dichas
hasta hoy y que mañana ya serán inapropiadas e irrepetibles.
Fabio Morábito

 

I.

Transferencia: virtualidad real que propicia un no-lugar eventualmente habitable.

Neurosis de transferencia es un modo de habitar dicho espacio que consiste en actuar ese objeto perdido en cada quien. Es la neurosis del/de la analista, es decir, la contraficción estilística que ha sabido y deseado producir la persona en cuestión.

Psicoanalista es quien advierte esto, lo elige y contraficciona, es decir, quien actúa decidido una pérdida.

Psicoanálisis es un invento fallido que erige ello perdido en causa de al menos dos deseos deseándose.

Psicoanalizarse es atravesar una incomodidad que aliviana.

Asociar es asumir una decisión: lo primero que se me viene a la cabeza no es cualquier cosa. Más aún, que lo que se dice no suele estar en la cabeza: “Los pensamientos son todos míos, pero mi lengua ya no es tan mía”, dice freudianamente el negro Rada en Dedos.

 

II. 

Amante es quien confiesa: “yo soy una estufa, vos mi kerosén”, y amar es esencialmente querer ser amado en nuestra bizarrés.

Plagiario: quien se autoriza en lo ajeno para renegar de su propia ajenidad, esto es, quien se apropia de ideas para evitarse un escribir sentido. En el corazón del plagio reina y divide el rechazo a lo propio en tanto plausible de ficción*.

Histeria es un cuerpo permeable a su alma.

Obsesión es una ciencia exacta: ex acto.

El poeta recuerda el porvenir (Jean Cocteau) y el psicoanalista vaticina el pasado.

 

III. 

Analista es en esencia un tiempo de escucha, mejor dicho, un resonador: se escucha la palabra de quien se analiza a través del deseo de dar el tiempo que no tenemos.

Una cura concluye cuando alguien hace de su escucha un tiempo (im)propio.

 

IV.

“No sé hacer otra cosa que sentir” dijo una vez Charly García, como excusándose; un psicoanálisis confronta con algo similar, esto es, que no hay saber que alcance para evitarnos del más leve de los sentires.

Psicoanalizante es quien ejerce un pragmatismo de lo sutil: “cambio el más preciado de mis saberes por el más leve sentir”.

En un psicoanálisis suponemos que en el rincón más miserable y apasionadamente triste del sufrimiento hay un saber-sentir.

 

V.

Mi soñar es mi existencia novelada. Mi sueño es tan propio como al mismo tiempo imposible de ser asido, apropiado.

Insomne: quien se priva fallidamente de dramas.

Sueño: una f(r)icción vivida.

No hay mayor oxímoron que “sueño vívido”, ni mejor remedio para el insomnio que apostar a un improperio: lo bellamente impropio de soñar más allá de sí. Como cuando dormimos con alguien y sentimos que lo oceánico de nuestra soledad es paradójicamente agradable, compartida.

 

VI.

Un recambio de mobiliario nos hizo traer la silla que teníamos en el consultorio a casa, para pasar a cumplir su “nueva” función de silla de lectura. Lo cierto es que ya lo era: psicoanalizar es sentarse a leer para así poder escuchar ello que se quiere escapar, que no se queda sentado/acostado, que sale corriendo lentamente pero a paso decidido, lo que se fuga de la comodidad.

Mobiliario nos recuerda el carácter necesariamente móvil de un mueble, habida cuenta que muchas veces estos parecen atornillados, cual barco, al suelo: analogía de una persona autopercibida analista que hace de la escucha mero sedentarismo, conservadurismo inhibitorio mediante.

 

VII.

Lo inefable no se puede describir, sino solamente escribir. No hay mucha vuelta: lo inefable causa mucho laburo, y por ello justamente algo de felicidad ─la cual no es sin laboriosas paradojas─.

Soy freudiano y porchiano, por Antonio: “El mal de no creer es creer un poco (…) Creo que son los males del alma, el alma. Porque el alma que se cura de sus males, muere”.

Mauricio Kartún atravesó un psicoanálisis dramatúrgico: “…Cuando me di cuenta de que el mundo no se venía abajo si decía lo que pensaba y pedía lo que necesitaba, perdí automáticamente el miedo y listo (…) Ese día empecé a actuar bien”.

Federico Manuel Peralta Ramos era heterodidacta: «Pinté sin saber pintar, escribí sin saber escribir, canté sin saber cantar. La torpeza repetida se transforma en un estilo».

 

VIII.

Oficio psicoanálisis en ese instante continuado en el cual asumo más o menos decidido que no queda otra: trance flotante donde no sé ni exacta ni aproximadamente qué sugerir, qué pensar, qué metapsicologizar, qué dedu/inducir, qué prescribir, y mucho menos qué diagnosticar.

Instantes en los que me abstengo de cualquier eufemismo epistémico para, así, formalizar lo que para el mainstream resulta sacrílego: converso con quien habla desde mi escucha, insto a que me converse, a que me hable a mí antes que a su analista.

Para psicoanalizar, para oficiar ello imposible, me abstengo de ser analista.

 

 

 

 

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