Blog
Por Pablo Manzano
Raro que Masetti y Loreiro no se conozcan personalmente, que nunca se hayan cruzado. Sus talleres se realizan en el mismo edificio. Ya tendrán ocasión…
Taller de sensibilización, así se llama el que dicta Masetti. En el aula él se maneja con preguntas cerradas, le funcionan mejor, al fin y al cabo no se trata de preguntar sino de afirmar, educar, sensibilizar. ¿Hay realmente alguna diferencia entre mirar a una adolescente y violarla? Sus colegas ya le han dicho que debería evitar preguntas de este tipo, inducir respuestas, o incluso dar consejos o advertencias, pero aunque no se ciña del todo al método Masetti tampoco pierde de vista el objetivo del taller: que los participantes se rehagan a sí mismos, que se deshagan del varón que los somete. Cuando hablamos de violencia contra la mujer, les explica Masetti, no estamos hablando solo de violencia extrema: darte vuelta para mirar a una mujer ya es una forma de violencia; y si es una menor de edad, mucho peor. Los participantes son todos mayores de cuarenta, como él. Masetti les explica que la masculinidad son actos del colectivo que te condicionan como hombre. Y ahí es cuando se viene otra de sus preguntas. ¿Ustedes realmente se sienten atraídos por una adolescente en minifalda o la miran sólo para demostrarse a sí mismos que son hombres? Masetti no deja volar una sola respuesta en el aula. Ustedes no lo saben, pero son víctimas de un estereotipo dominante del hombre sexual. Todos los que asisten a su taller lo hacen más por conveniencia que por convicción, Masetti no ignora este hecho. Hay un profesor del colegio donde estudia su hija que ahora tiene que dar clases con un veedor, en un informe sobre él varias estudiantes se referían a «miradas que incomodan». Otro docente estaba saliendo con una alumna del último año hasta que ella se enteró de que él también se veía con otra del mismo curso y corrió a la Secretaría de Género del colegio: lo acusó de «seducción». Está el profesor que entra a clase y saluda a algunas alumnas con un beso y la mano en la cintura, y otro que fue acusado de evaluar (con puntuación del 1 al 10) los mejores y peores culos del año. A ninguno se le ha abierto un sumario, con la condición de que asistan al taller de Masetti. Los sensibilizadores son todos hombres, se supone que para generar más complicidad y menos resistencia de género, con vistas a alcanzar la meta de los talleres: la nueva masculinidad. No estamos aquí para decir nosotres, bromea Masetti en tono cómplice, no se les pide tanto, sino para reflexionar sobre la labor de ser un hombre nuevo, y esto implica una reflexión sobre sus acciones como hombres. Pero cuando Masetti no los escucha, cuando los hace trabajar en grupo para que piensen por sí mismos formas de modificar su comportamiento, entonces son ellos los que bromean, la idea que triunfa es la de instalar una morsa en el lavatorio del baño de profesores con la que triturarse a diario el miembro viril después de cada clase. Los sensibilizadores también se reúnen, después de cada sesión intercambian impresiones, Masetti siempre está presente en las reuniones y los acusa de ortodoxos y teóricos. Está harto de oírlos hablar de constructos, de redefinición de símbolos y significados, de la necesidad de rebasar la concepción ancestral del mundo basada en la naturaleza y la bilogía. Siempre les cambia de tema, siempre va al grano, siempre les lanza la misma pregunta, una pregunta cerrada. ¿Vamos a proteger a nuestras hijas, sí o no? Masetti no espera respuesta, el silencio de sus colegas lo anima a explayarse, y entonces, una vez más, la misma exposición. Primero admite lo infame de aquellas viejas terapias de reorientación para eliminar o disminuir deseos homosexuales (cita el caso de Alan Turing), y a continuación interpone un «pero», para introducir otra de sus preguntas: ¿Pero acaso no estamos también de acuerdo en que hoy se apliquen terapias similares a los pedófilos? Masetti enumera: tratamiento hormonal, tratamiento farmacológico, reducción de la libido, reducción del impulso sexual y los niveles de testosterona, asumiendo incluso el riesgo de la disfunción eréctil. ¿No están de acuerdo, no sería acaso por una buena causa?, les pregunta Masetti a sus colegas. ¿No queremos acaso proteger a nuestras adolescentes?
En el mismo edificio, en un aula del mismo piso, se realiza el taller de Loreiro. Es realmente curioso que él y Masetti nunca se hubieran visto antes del encuentro, del episodio.
Taller de ficción empoderada, así se titula el de Loreiro. Él no hace preguntas, ni abiertas ni cerradas, solo transmite sus conocimientos y experiencias. Habla de un desplazamiento hacia los personajes femeninos de todas las cualidades atractivas y el carisma que en la ficción tradicional han acaparado siempre los hombres. Ya no son ellos los de las respuestas rápidas y fulminantes, ni los más listos, explica, ahora son ellas, en los diálogos ellas tendrán siempre la última palabra, las haremos valientes, graciosas, brillantes y complejas, les daremos esa dosis de crueldad inteligente que las hará encantadoras. ¿Y qué pasa con ellos?, pregunta un participante. Los hombres pasan a un segundo plano, responde Loreiro, ninguno debe ser protagonista, o en todo caso lo será para que nadie sienta la menor simpatía o empatía. Nuestros personajes masculinos heterosexuales deben ajustarse a la tendencia actual, el que no sea un lisiado sexual será un depredador, o un baboso, o un onanista, o un putero, o un retrasado, o todo eso a la vez, será un cobarde, un torpe seductor, un celoso enfermo del amor romántico, o un adulto patético que recibirá una paliza por andar con una menor; elijan ustedes dentro del amplio abanico de aspectos deplorables con que se puede ridiculizar al colectivo opresor. Los participantes del taller lo escuchan con atención, todos son hombres, mayores de cuarenta (como él), guionistas profesionales como Loreiro. Pero ninguno ha sido entrevistado para Vida Sorora o Nuevo paradigma. Loreiro, en cambio, ostenta doble página en ambas publicaciones como «el guionista del nuevo cine con perspectiva de género». Es autor del guion premiado en el festival Otras Miradas por la película El ladrón de mujeres, dirigida por su hermana, Marisa Loreiro. La historia de un carterista que, como es incapaz de relacionarse con mujeres y ni siquiera se atreve a hablar con ellas, decide robarles. Por la calle persigue a las que le gustan, esperando el momento oportuno para el hurto. «Si no te tengo a vos, quiero tener al menos algo de vos.» No vende nada de lo robado, todo lo atesora; retoza, duerme y se masturba sobre el botín desparramado sobre su cama: carteras, billeteras, gafas de sol, pulseras, hebillas para el pelo, celulares con fundas alegres, tarjetas de crédito que nunca usó, dinero que nunca gastó. «El ladrón de mujeres narra en clave simbólica el expolio que han padecido a lo largo de los siglos todas las mujeres, esquilmadas de su identidad, su visibilidad, su dignidad y hasta su destino» (Vida Sorora). «Un relato sobre la violencia cosificante y la codicia de poseer a la mujer como objeto de valor» (Nuevo Paradigma). En la escena final el ladrón llega a los tribunales acompañado por la policía y en la puerta se encuentra con una coreografía multitudinaria de mujeres jóvenes que lo reciben coreando: «¡El patriarcado eres tú!». Pero ésta es solo una posibilidad entre varias, explica Loreiro, porque no todo lo peor de la masculinidad debe ser necesariamente resaltado a través de nuestros machirulos de ficción, aquí también podemos jugar un poco con la composición de personajes femeninos. Los aspirantes a «nuevos guionistas» se quedan pensando, algunos asienten en silencio. Loreiro desarrolla su idea: piensen que todo aquello de lo que el hombre nuevo se está deshaciendo, en su proceso de deconstrucción, no tiene que ser descartado sin más, ya que la producción cultural actual nos permite aprovecharlo. La tesis de Loreiro es que en la ficción lo peor de los hombres le sienta de maravillas a la nueva feminidad. Propone un recurso para crear personajes femeninos con carácter, personalidad, fuerza, vitalidad, simplemente trasladando a las mujeres algunas actitudes y palabras propias de los hombres. Los asistentes se inclinan para tomar notas. ¿Podrías darnos un ejemplo?, solicita uno. Es muy sencillo, dice Loreiro, se trata una vez más de invertir los roles; háganlas infieles, promiscuas, violentas, perdonavidas, asesinas, deslenguadas, cuando escriban líneas para ellas hagan que hablen de chongos y no de hombres, como si fueran tipos hablando de putitas, hagan que ellas se rían de los hombres con pene pequeño como los machos se ríen de las mujeres con narices grandes o sobrepeso, y recuerden que una mujer pegándole a un hombre es un gag que siempre funciona. Piensen que todo lo que en ellos resulta indigerible, en ellas es un rasgo simpatiquísimo. Matices más matices menos, concluye Loreiro, en eso consiste el empoderamiento en la ficción.
El encuentro (el episodio) se produce en la casa de Loreiro. Nada más verlo Masetti cree reconocerlo, incluso reprime el impulso de una pregunta abierta (¿De dónde te tengo yo a vos?) para ir al grano y priorizar el mensaje que explica su visita inesperada: ¿Así que vos sos el pedófilo hijo de re-mil putas? Loreiro, que a primera vista lo toma por un evangelista, ahora ya imagina quién es el tipo que ha llamado a su puerta, y por supuesto no lo invita a pasar. Sin embargo al instante, y sin mediar más palabras, los dos están en el salón, revolcándose en la alfombra. Dos hombres disciplinados volviendo a arreglar las cosas como hombres, en una especie de zona liberada, lejos del panóptico femenino, sabiendo que en cierto modo se les permite seguir siendo hombres, matarse entre ellos, que a sus guardianas no les importa mientras no perpetren un micromachismo en público, mientras sigan señalando el sexismo en una estampa sexy de mujer. La mujer los mira impávida desde el otro lado del salón, descalza, lleva solo una camisa blanca (de hombre) que apenas le cubre las nalgas. La violencia de la escena no la alarma, no le parece que esos dos adultos vayan a matarse, o que sepan siquiera cómo hacerlo, aunque Loreiro ya esté montado sobre el pecho de Masetti, inmovilizándole los brazos bajo sus rodillas, un puño en alto listo para castigar la cara del visitante. ¡Paren! ¡Paren! ¡Pará, Loreiro! Recién entonces Masetti lo reconoce, lo ha visto en una revista de la que es un lector fiel: el guionista con perspectiva de género (degenerado), la ficción del nuevo paradigma. A la que no reconoce es a ella. Y eso que ya la ha visto vestida así, o incluso con menos ropa. Se ha fijado más de una vez en sus piernas; también en sus hombros, su cuello y su espalda, cada vez que la ha visto salir del baño envuelta en una toalla y con otra en la cabeza. La ha visto incluso en la ducha. Pero ahora Masetti, agotado, la mira y no la reconoce. Y sin embargo la llama «hija».
–¿Por qué, hija, por qué? –una pregunta abierta como una herida–. Este tipo tiene poder sobre vos.
–¿De verdad pensás que es él el que tiene poder?
–Mirá a tus compañeras de colegio. Se rebelan, no se callan, denuncian… ¿Y vos?
–No me va ese estribillo, papá. No me da para sumarme al corito, ya sabés que siempre desafiné.
–Sos una víctima, un día te vas a dar cuenta.
–No, papá, me hago cargo. Yo lo busqué. Yo quería estar con él.
–A tu edad no podés saber lo que querés.
–¿Vos sabías que mi hermano, tu hijo, el que tiene dieciséis, se entiende con una mujer de treinta?
–No es lo mismo, hija. Vos un día vas a despertar y vas a saber que este tipo te violó. Ahora no lo sabés. Pero un día tu conciencia va a despertar, lo vas a procesar…
–Si me arrepiento mala suerte, papá, no me voy a hacer la pobrecita. Ahora me hace bien estar con él.
–Nadie tiende a su propio bien, ¿no entendés? Y vos todavía sos menor, lo de este tipo es un delito en términos judiciales. Denunciálo, hija.
–¿De verdad el problema es mi edad, papá?
–Denunciálo. Yo te banco. Vení conmigo y lo denunciás.
–No.
–Es conocido. Los medios te van a escuchar. No te calles, hija. Denunciálo.
–Te dije que no, papá. No es no.
El material que tiene reservado para el último día es impactante. Tendrá más efecto que todas las horas que duró el taller, eso piensa. Y el marco para este broche de oro no podría ser más apropiado, ni que lo hubiera planeado. Antes de empezar deja a los participantes recrearse en el luto, los escucha sin pronunciarse. La creación, dice uno, no sólo lo dotó de un pie izquierdo magistral, también de una mano izquierda infalible. Se ríen. Lo recuerdan. Llegan incluso a coincidir en que nadie sonreía como él, en que no hay en el mundo sonrisa de mujer que cautive como la del diez. ¿Empezamos?, los interrumpe Masetti, y casi al mismo tiempo enciende el proyector y apaga la luz. El silencio aún no es tenso, de momento la pantalla es solo un muro de blancura cegadora. Nos encariñamos con los gardeles, los inimputables, los inmortales de pizzería porteña, dice la voz de Masetti en la oscuridad, y hacemos la vista gorda. Luego anuncia la foto que verán, según él lleva tiempo circulando en la red, aunque los medios del país casi no la han divulgado. Entonces una pausa se impone en sus palabras, una imagen vale más que mil, bien lo sabe el sensibilizador, convencido de que el estímulo ahora proyectado en la pantalla es capaz de inducir un cambio en cualquier hombre expuesto al mismo. La resolución es mala, pero qué más da, se ve lo que se tiene que ver. Un torso redondo, una panza de iglú, un buda melenudo en calzoncillos sonriendo y abrazando a dos púberes desnudas y escuálidas. No se puede negar que nadie sonreía como él, dice Masetti, en eso les doy toda la razón. Y deja correr un silencio que asfixia. Cree comprobar que la imagen estremece, aunque no se quiera, aunque ya se haya contemplado todo el material visual disponible de este ídolo popular. Un asistente aparta la mirada, otro se remueve en la silla. Qué más da que no sea nítida, para Masetti el mensaje de la imagen es más que claro. Ayer no murió Dios, les dice, no se confundan. Ayer murió un maltratador, un abusador, un violador. Es la muerte del hombre viejo, y el nacimiento de una nueva masculinidad.
Etiquetas: Diego Armando Maradona, Pablo Manzano