Blog
Por Julián Ferreira | Portada: Matt Rota
“El mundo está regido de acuerdo con una medida musical
impuesta por la cadencia de los instantes”
Gastón Bachelard
¿Qué significa leer bien? ¿Cómo abordar la arbitrariedad de nuestra mirada al asignarle sentido a una obra? ¿Quién puede afirmar que conocen en totalidad a un autor? Y entre aquellos que lo hagan, ¿quién puede pretender una lectura acabada que lo agote? Siguiendo el consejo de Borges, en la literatura me mueve el placer; sin embargo, hay dos autores que leí hasta el cansancio: Fiódor Dostoievski y Raymond Carver. Ese tándem despertó en mí una entrega absoluta, pero por motivos completamente opuestos. Mientras que el ruso describe el alma humana en su generalidad, Carver, en cambio, es el genio del instante, un escritor que con una simplicidad sólo aparente pudo cargar de un asombroso poder las unidades mínimas del tiempo. En su poema, “La felicidad”, escribe:
El cielo empieza a cubrirse de luz,
aunque todavía cuelga pálida la luna sobre el agua.
Tanta belleza que, durante un instante,
la muerte o la ambición, incluso el amor,
no tiene cabida aquí.
Felicidad. Llega
de forma inesperada. Y sigue su camino, realmente.
Cualquier madrugada te lo dice.
Para Ítalo Calvino un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir e incluso un mismo lector puede releer y resignificar esa obra infinidad de veces a medida que la va descubriendo. En mi caso lo primero que leí de Carver fueron sus cuentos, gracias a los cuales consolidó su carrera y se ganó el apodo de “el Chéjov norteamericano”. Sin embargo, cuando creía conocerlo, llegó su poesía. Editado por Anagrama, Todos nosotros recopila diez años de trabajo desde que Carver deja atrás el alcoholismo hasta su muerte y muestra de forma íntima y acabada su vida, sus miedos, sus ilusiones y también sus certezas.
“No sólo amamos estos poemas por sus costumbres y valles biográficos, aunque a quien no le intriga la vida de un hombre que caminó de la mano de la muerte a causa del alcohol y luego siguió escribiendo con un tumor cerebral y un cáncer de pulmón”, escribe Tess Gallagher, la mujer que lo acompañó en la última parte de su vida. Es ella, también, quien remarca en el prólogo: “Este volumen, que abarca un periodo superior a los treinta años de labor creativa, nos permite comprobar que Carver no escribe poesía de manera circunstancial entre relato y relato, más bien al revés: la poesía es para él un cauce espiritual del que se desvía para escribir sus relatos”. Su obra poética, por lo tanto, no sólo es una parte clave de su producción literaria, sino una instancia reveladora para redescubrir al autor. Como dice Carver en su poema Ondas de Radio:
Era un poco como el hombre maduro que se enamora de nuevo
Una cosa digna de atención;
desconcertante, también.
Se me ocurren tonterías como colgar tu retrato en la pared.
Y llevarme tu libro a la cama conmigo,
dormirme con él a mano.
La poética del instante
En clave minimalista, la literatura de Carver se caracteriza por las escenas sencillas: la vida cotidiana y la acción por encima de la descripción. De hecho, sus cuentos son fascinantes por esta capacidad de mostrar con una gran economía de recursos momentos cruciales de personajes simples. Pero ¿qué sucede en la poesía? Al igual que en sus cuentos, Carver utiliza la cotidianidad para describir escenas con un fuerte valor simbólico, pero también para marcar un camino:
Utiliza las cosas que te rodean.
Esta ligera lluvia
tras la ventana, por ejemplo.
Este cigarrillo entre tus dedos, estos pies en el sofá.
El débil sonido del rock and roll,
el Ferrari rojo en el interior de la cabeza.
La mujer que anda a trompicones
borracha en la cocina…
Coge todo eso,
utilizalo.
(Domingo por la noche).
El estilo minimalista toma el centro de la escena en un registro prosaico, con la salvedad de que podemos ver al autor sufriendo en el momento mismo que despliega sus versos. De esta manera, describe instantes que marcan un cambio vital o se eternizan como hitos presentes. Por ejemplo, el derrumbe de un matrimonio:
Rompo indiferente el espléndido huevo de una gallina de raza Leghorn.
Tus ojos se nublan. Luego te vuelves para mirar el mar
tras la hilera de tejados. Ni las moscas se mueven.
Rompo el otro huevo.
Seguramente nos hemos empequeñecido juntos.
(Por la mañana pensando en el imperio).
Pero si el minimalismo es la reducción de todos los elementos accesorios para resaltar lo esencial, la medida mínima de lo trascendente, ¿no es acaso el instante la mínima unidad de tiempo que da estructura la realidad? ¿No es el instante lo que en la memoria construye nuestros hitos como personas? “La verdadera realidad del tiempo es el instante; la duración es solo una construcción, sin ninguna realidad absoluta”, señala Gastón Bachelard en La intuición del instante. Ahora bien, ¿cómo se traduce esto en Carver? ¿Qué registro de su vida puede permitirnos pensar a fondo este concepto temporal? En su poema Lo que dijo el médico, se retrata el momento en que le anuncian su enfermedad terminal:
Dijo si usted es un hombre religioso arrodíllese
en el bosque y pida ayuda
cuando llegue a la cascada
la neblina le rodeará los brazos y la cara
deténgase y trate de comprender esos momentos
yo le dije no lo soy pero trataré de empezar hoy
dijo lo siento mucho dijo
me hubiera gustado tener otra noticia que darle
dije Amén…
El poema concluye “le tendí la mano al hombre/ que acababa de decirme lo que nunca nadie me había dicho/puede que incluso le haya dado las gracias por costumbre”. Es interesante prestar atención a la palabra “religioso”, al templo que esa religión supone, y a la respuesta de la voz poética cuando afirma que tratará de hacerlo. En la obra de Carver, Dios no aparece mencionado, tampoco la eternidad o la reencarnación. En consecuencia, podemos pensar que lo que le queda a un hombre si no media una proyección de trascendencia ante la proximidad de la muerte, es la experiencia del presente como un instante infinito. Lo sublime de sentir en el momento en que todavía gozamos de la vida. Como dice Bachelard: “El tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas”.
La poesía de Carver construye así buena parte de su sentido a partir del valor de este tipo de instantes. A lo largo de sus versos podemos verlo con su café mirando por la ventana a dos chicos de la mano, con su hermano en el coche intuyendo un accidente, con su hija en la cocina una mañana de otoño o acostado a orillas del río imaginando su muerte:
y eso estuvo bien, al menos un par
de minutos, hasta que la realidad caló en mí: Muerte
Mientras estaba allí tumbado con los ojos cerrados,
justo después de haber imaginado qué ocurría
si de veras nunca me levantara otra vez, pensé en ti.
Entonces abrí los ojos, me levanté
y volví a sentirme feliz otra vez.
Te lo debo a ti, ya ves.
Quería decírtelo.(Para Tess).
Una tesis existencialista
Todo lo que sé de esta vida llena de sudor y delicadeza
de la mía y de la de los demás,
es que dentro de poco me levantare
y dejare este lugar insólito
que ofrece amparo a los muertos.
(Un paseo).
Lo único que sabemos de la vida, dice Carver, es que existimos. O en términos sartreanos, que “la existencia precede a la esencia”, por lo que no hay nada que determine la vida del hombre y, en la misma línea, nada que la resuelva cuando termina. En consecuencia, ninguna salida científica o religiosa puede impedir nuestro camino hacia la nada. Otro existencialista contemporáneo de Carver, Albert Camus, consideraba a partir de estas premisas que la vida es un completo absurdo, es decir, sin consecuencias que comprendamos ni vayamos a comprender. En El extranjero, de hecho, retrata precisamente la vida de un héroe absurdo, Meursault, que a primeras luces parece un incapacitado cuya indolencia hace que terminasentenciado a muerte. El primer paralelismo con Carver es fácil. Por motivos diferentes, Meursault y el yo poético de Carver se enfrentan con lo irreversible de la muerte, de modo que la experiencia del instante, la sensibilidad del momento presente, se impone con el sentido de lo absoluto.
¿Y acaso Carver no parece describir con precisión esos momentos en que la sensibilidad se impone a la vorágine del pensamiento de la misma forma que Camus lo hace a través de Meursault?
Nos levantamos antes del amanecer
Durante un instante no sabíamos dónde estábamos.
Salimos al balcón que daba
al río y a la parte vieja de la ciudad.
Allí estábamos, sin más, callados.
Desnudos. Viendo cómo se aceleraba el cielo
Tan conmovidos y tan felices. Como si nos hubiesen colocado allí
justo en aquel momento.
Por supuesto, existe una gran diferencia entre el personaje que creó Camus y el personaje autobiográfico de Carver, y es el hecho de que, a pesar de la muerte y la resignación,uno de ellos cree poder encontrar un sentido más allá de la experiencia. La pregunta que surge de sus poemas (y a la que no encontré respuesta durante mucho tiempo) es: ¿por qué escribe un hombre condenado a la nada? A diferencia del existencialismo agnóstico de Camus o el ateo de Sartre, Kierkegaard era un pensador cristiano. En su obra encontramos tres estadios fundamentales para el desarrollo del hombre, y es en el último, el religioso, donde se da lo que él llama un “salto de fe” donde emerge el sentido de la vida a partir del infinito amor a Dios. Si pensamos en Carver, la operación es muy simple: sólo tenemos que eliminar a Dios del enunciado y lo que queda es la creencia desligada del misticismo religioso o, en clave existencialista, la imposibilidad de explicar el mundo a través de la razón.
En una de las últimas entrevistas, Carver afirma que “todos los poemas son actos de amor y de fe”. Y aclara que las recompensas por escribir poesía son tan pocas, ya sea bajo las formas del dinero, la fama o la gloria, que el acto de escribir un poema tiene que ser un acto que se justifique por sí solo. En Carver hay un registro estético, pero también una búsqueda “religiosa” en el sentido que vive y escribe de acuerdo a preceptos de fe. Esa creencia, sin embargo, no se puede entender en sentido judeocristiano, es decir, que no es una fe que trasciende a la existencia, sino una fe inmanente, sumergida en la existencia. Es la creencia de que la vida no es un completo absurdo carente de sentido sino que, como señala el escritor argentino Guillermo Sacomanno, lo que se respira en la poesía de Carver es una fe en el valor revelador de esos instantes. Su poesía, por lo tanto, está a la caza de esos momentos absolutos. Pero, sobre todas las cosas, está en búsqueda de amor y gratitud:
¿Y conseguiste lo que
querías en esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado sobre la tierra.
(Último fragmento)
En este caso, la clave del poema está en la elección del verbo “sentir”. Carver mantiene hasta el final la lucidez que lo caracteriza en la elección de la palabra, piedra angular de la poesía. No se trata de “ser” amado, de trascender su muerte en el amor de los vivos; Raymond Carver quiere “sentir”, y ese concepto sólo acepta el presente del instante. No hay más allá en la fuerza de su poesía y en su propia vida. Ese momento eterno en el que él se siente amado lo justifica. Más acá de la nada, todos nosotros, al leerlo, podemos experimentarlo: amar su literatura en este preciso instante que, de alguna forma, es amarla por siempre.
Etiquetas: Albert Camus, Existencialismo, Fiódor Dostoievski, Gastón Bachelard, Ítalo Calvino, Julian Ferreira, Matt Rota, Poesía, Raymond Carver, Tess Gallagher