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Por Laura Wang | Ilustración de portada: Verónica Reynal
I. Una revolución para no saber
Los modos de armar familia se amplían, extienden sus formas, se deconstruyen y se vuelven a construir en consonancia con la irrupción de cambios sociales; los avances científicos y la aparición de nuevos marcos normativos. Los lazos genéticos, biológicos, y filiatorios se ven afectados por nuevos órdenes. Las técnicas de reproducción humana asistida -igual que la aparición de la píldora anticonceptiva – generaron una revolución reproductiva al disociar el acto sexual -el coito- de la reproducción. Es la característica extra corpórea de las técnicas de reproducción humana asistida, y las variadas ofertas que de ellas se desencadenan, las que generan ilusión de dominio y control sobre el propio cuerpo. En estos nuevos ordenamientos el cuerpo, también objeto de la ciencia, merece ser interrogado: ¿Mi cuerpo, mi decisión?
¿Cuánto es lo que podemos elegir? ¿Cuántas determinaciones tiene cada una de nuestras elecciones? Suponemos que el comienzo de la vida no es algo que elegimos, y también suponemos que no elegimos dónde vivir, ni el tiempo en que nos toca vivir, ni en qué cultura crecer, ni cuándo morir. Diana Sperling cita a Trigano que dice: “yo me puedo querer totalmente libre pero no podría jamás elegir totalmente lo que soy, nacido de mis padres que no he elegido.” ¿Las personas que realizan tratamientos de reproducción médicamente asistida deciden quiénes serán sus hijos, cuántos hijos tener, cuándo y cómo nacerán?
¿Quién decide sobre nuestros cuerpos? ¿La biología, el estado, el amor, el dinero? ¿Tenemos autonomía sobre nuestros cuerpos? ¿Podemos hacer uso de él libremente? Acaso la ropa que usamos, la bebida que consumimos y los alimentos que ingerimos ¿dan cuenta de nuestra libertad? o, por el contrario, la mayoría de las veces nos enfrenta con la poca y escasa posibilidad de elegir. Comemos, bebemos, circulamos en espacios públicos y privados y nos vestimos lo que el contexto nos ofrece y nos limita, lo que la moda oferta, lo que una Pandemia nos permite. Aquello que cotidianamente consideramos libertad está absolutamente determinado por nuestra cultura, nuestros genes, nuestro género, la raza y la clase social. Hoy, que la humanidad está viviendo una Pandemia, debemos agregar también la situación sanitaria que el mundo esté atravesando, por nombrar algunos ejes que nos determinan en nuestras ¿elecciones?
El concepto de infertilidad hace referencia a la imposibilidad de llevar un embarazo a término. Es decir, las personas tienen la capacidad de concebir, pero por algún motivo no logran completar la gestación. ¿Se puede decidir sobre el propio cuerpo en reproducción asistida? Parece que el margen es angosto. Pero los discursos científicos brindan cada vez más alternativas y generan una enorme ilusión.
La vivencia subjetiva que cada quién tiene de su propio cuerpo tiene una historia que lo determina. Lo subjetivo se choca con el discurso científico y se superpone uno con el otro. El trabajo tal vez sea despegar los bordes, abrir esos márgenes que a veces hacen pensar que no cabe ninguna posibilidad más y otras veces son tan atractivos por la multiplicidad de posibilidades que brinda.
Es habitual escuchar el padecimiento y la angustia que sienten las personas que atraviesan tratamientos de reproducción médicamente asistida por no tener libertad para decidir sobre sus cuerpos. La ciencia médica brinda alternativas que son tomadas como certezas. Lo que se deposita en los centros de fertilidad es tanto (en términos de economía libidinal) que las personas se olvidan que siempre se trata de una búsqueda. Al llegar a la consulta con un médico especialista la búsqueda se termina porque sobre la técnica médica recae la ilusión de que allí se encontró lo que faltaba, la pieza para armar el rompecabezas. Queda velada la falta gracias a las promesas que ofrece la ciencia. El intercambio que se produce es ideal: incertidumbre por certezas.
Habitualmente con un sólo tratamiento médico no se logra el objetivo y entonces nuevamente invade una gran frustración que genera mucho dolor. Sienten bronca por la pérdida de la sensación de libertad que creían haber encontrado en la ciencia. Se habían liberado de no saber, la medicina iba a ocuparse de su dificultad. El mundo se desarma y aparecen los reproches y el sentimiento de culpa por elecciones tomadas en otros tiempos. Desaparece la confianza que había sido construida sobre la certeza de haber tomado decisiones ejerciendo el derecho de hacer uso de la propia voluntad. El encuentro con la imposibilidad real a tomar decisiones los empuja a decidir.
II. Identidad – Infancia
Durante esos primeros momentos de vida luego del nacimiento el cuerpo del bebé es pura sensorialidad, puro cuerpo que requiere de otro para su supervivencia. El cuerpo del bebé está al servicio de quién o quiénes lo sostienen, lo alojen, lo nombren, le hablen, lo miren, lo toquen, lo alimenten. En palabras de Anne Dufourmantelle: “en el comienzo el bebé es envuelto, llevado, envuelto por el cuerpo, la voz, el calor, la alimentación, el sueño de otro”. En la infancia el cuerpo del niño le pertenece a quién lo cuida: es un cuerpo investido, determinado por sus progenitores responsables de su cuidado y su crecimiento. Entonces nuestro cuerpo no nos pertenece, siempre es de otro. Vamos sintiendo que somos un cuerpo. Y otras veces vivimos la experiencia de tener un cuerpo.
Acuerdo con lo que dice Alberto Wang, terapeuta bioenergético: “No tenemos un cuerpo porque somos un cuerpo, lo que significa que la identidad también está conformada por todo el organismo, que inicialmente nace con una biología y una condición genética, pero a partir de cierta edad cada uno debe hacerse responsable de su identidad corporal porque el cuerpo se modifica en función de la vida emocional y del deseo de cada persona. Uno es su cuerpo y uno es lo que hace con su cuerpo. Se construirá la identidad sobre aquellas partes que conforman ese cuerpo y también con aquellas cualidades que el cuerpo no tiene”.
III. El cuerpo plural
Ya lo dijo Roland Barthes: ¿Qué cuerpo tenemos? Tenemos varios. El cuerpo plural: un cuerpo biológico -que por cierto no es el mismo en la infancia que en la adultez-; un cuerpo sano; otras veces un cuerpo enfermo; el cuerpo del espacio público y otro cuerpo en el espacio privado; un cuerpo que se emociona, un cuerpo que se cansa, un cuerpo desobediente, un cuerpo vital y en movimiento, un cuerpo pulsional, un cuerpo que incomoda y la ilusión del propio cuerpo, etc.
“Es que el psicoanálisis nace a partir de un nuevo modo de leer. El descubrimiento freudiano trae el cuerpo de la histeria a la escena como un cuerpo nuevo, un cuerpo que no estaba; el descubrimiento freudiano funda un cuerpo porque funda, a la vez, una lectura; funda una lectura de un cuerpo”, señala la psicoanalista Alexandra Kohan en su texto Mi cuerpo no es mío. El derecho a tener un cuerpo.
Podemos decir entonces que el cuerpo también está escrito, el cuerpo está hecho de palabras, de miradas, de emociones, de imágenes, se conforma de distintas lecturas -propias y ajenas- no somos solamente un organismo.
El cuerpo disociado se pone al servicio de la tecnología para llevar adelante una fertilización in vitro (FIV): distintas partes del cuerpo son extraídas; observadas, manipuladas, clasificadas, evaluadas, crio preservadas, con escasas posibilidades de decidir por la persona que habita ese cuerpo.
¿Qué variadas lecturas hacen los especialistas en reproducción de las distintas partes de los cuerpos?, ¿qué sienten aquellos habitantes de esos cuerpos cuando otros ponen el foco en el funcionamiento de su órgano reproductivo?, ¿hay dónde o a quién dirigirse para enunciar lo que les sucede en el cuerpo en las distintas etapas de un tratamiento de fertilidad?, ¿cómo imaginan su cuerpo?, ¿se sienten una máquina fallada?
Barthes en una entrevista titulada El cuerpo de nuevo dice: “primero hay que decir efectivamente que existen varios cuerpos. El cuerpo humano es un objeto que parece muy simple, algo muy objetivo, muy físico -todos piensan que es fácil llegar a entenderse sobre esto, pero en realidad observamos que ciertas disciplinas, ciertas ciencias muy diversas se han desarrollado para hacerse cargo de un cuerpo determinado, y que a estos cuerpos les cuesta mucho trabajo, diría yo, comunicarse entre ellos”.
IV. Cronos y Kairós: el tiempo cronológico y el tiempo de la oportunidad
La psicoanalista francesa Chatel, en su libro El malestar en la procreación dice “no es la mujer sino el cuerpo “femenino” el tenido por responsable de la procreación, y la demanda de un hijo asume la forma de una demanda de satisfacción de una necesidad que utiliza el cuerpo como máquina de hacer bebés”.
La edad-fertilidad es una ecuación que no puede pasarse por alto cuando se planea un embarazo porque la caída de la fertilidad se produce particularmente y con mucho énfasis sobre el cuerpo de las mujeres. ¿Qué sienten las mujeres cuándo su cuerpo es observado como el problema en cuestión? ¿Y cómo se sienten cuándo deciden quedar embarazadas y el deseo se aplasta hasta echarle la culpa al propio cuerpo? El cuerpo: ese conjunto de órganos y funciones que se vive como maldito y culpable de no satisfacer esa demanda. Las mujeres se sienten una máquina de hacer bebés: fallada.
Emerge la frustración, la angustia y la bronca ante la imposibilidad de atrasar, adelantar, modificar el funcionamiento biológico del cuerpo. La desesperación lleva a querer aprender todo de golpe e inmediatamente tienden a tomar contacto con información en consultas médicas y con profesionales especializados en la temática; participan en grupos y foros en redes sociales y comienzan a absorber datos, lenguaje y un mundo de información que impacta -también en el cuerpo- en el modo de ver el mundo. Se vuelven “expertos” en fertilidad, pero esa nueva identidad no produce cambios (embarazo) en el cuerpo.
Chatel plantea que la rapidez con que las pacientes hablan en los consultorios con palabras “científicas” dan cuenta de un “nuevo lenguaje técnico prefabricado” que no hace más que silenciar los discursos subjetivos. Y agrega: “se confían a la medicina para descifrar la falta de un hijo, quieren encontrar soluciones fuera de sí mismas, entregándose ciegamente al saber del médico como a un hipnotizador”.
Las relaciones sexuales también quedan condicionadas al calendario de la ovulación y el cuerpo queda a merced de los períodos fértiles y se vuelve una máquina de hacer cálculos. El tiempo cronológico se superpone con el tiempo de la oportunidad.
En una carrera por evitar llegar a fechas del calendario marcadas con resaltador por el cuerpo social (aniversarios, navidad, fin de año, día de la madre, etc.) y que la escena se repita y nuevamente los encuentre igual (sin hijos), en esos períodos, el empuje a tener que decidir toma intensidad. Bajo esta presión, ¿se puede decidir? ¿El apremio del paso del tiempo, las estrategias e instrucciones médicas los deja decidir qué, cómo y cuándo sobre su cuerpo?
Desaparece la noción de búsqueda asociada a las relaciones sexuales y la apuesta es a lo que la tecnología y la ciencia ofrece: garantías. En esos momentos la necesidad de un hijo se vuelve feroz. Es frecuente escuchar ya no la búsqueda de una oportunidad, sino la búsqueda desesperada de oráculos que guíen al momento de decidir qué hacer con el cuerpo, alguna garantía que ya no los sorprenda, les ahorre la búsqueda y los lleve directamente hasta el resultado. Pero en medicina reproductiva dos más dos no es cuatro, por más cálculos y mediciones, la cuenta deja errores porque lo que ocurre en el cuerpo es impredecible, sorprende. Pierde nitidez el límite que diferencia a las técnicas de reproducción medicamente asistida de la necesaria búsqueda de la oportunidad para la consecución de un embarazo.
La búsqueda del embarazo supone un riesgo, la ciencia no ofrece garantías (aunque los sujetos muchas veces escuchen lo contrario) y realizar tratamientos médicos obliga enfrentarse con ese riesgo, el riesgo al azar y a lo impredecible. No basta con fertilizar un espermatozoide dentro de un óvulo, colocarlo en un medio de cultivo adecuado y luego transferir ese embrión al útero previamente preparado para recibirlo.
El psicoanalista Francois Ansermet en una conferencia que dio en Argentina en 2019 resaltó su posición crítica sobre el determinismo en reproducción asistida y dijo que “el derecho al azar es también derecho a hacer uso de las contingencias, pero eso nos deja perplejos y genera angustia”.
V. Escenarios en reproducción asistida
La pregunta ¿quién decide sobre los cuerpos? considero que debe enunciarse subiendo un poco el volumen cuando se trata de mujeres donantes de óvulos y en personas involucradas en casos de gestación por sustitución.
Una mujer a la que debieron extirparle el útero, ¿pudo decidir sobre su cuerpo?; ¿los hombres deciden no tener la posibilidad de gestar?, ¿cuánto puede decidir sobre su propio cuerpo una mujer que utiliza el cuerpo como fuerza de trabajo?, ¿tiene lugar visible en nuestra sociedad la decisión de donar gametas y/o gestar para otros?, ¿en la determinación del acto altruista hubo elección?, ¿se puede pensar la donación de óvulos y la gestación por sustitución como un intercambio?, ¿intercambio o servicio?
Las voces a favor y en contra de la ovodonación y la gestación por sustitución se escuchan en una variada paleta de colores. Algunas voces intentan impulsar con fuerza el concepto de empoderamiento del cuerpo para lograr una ruptura que despegue a las mujeres de la naturalizada ecuación gestar–parir–criar. Por otro lado, y en oposición a esos feminismos, están aquellas que sostienen que la ovodonación y la práctica de la gestación por sustitución es sinónimo de explotación del cuerpo y desigualdad social. Roberta Trucco en el prefacio del libro de la socióloga italiana Laura Corradi dice “he estado en contacto con feministas radicales que durante mucho tiempo han estado luchando contra la subrogación porque la consideran una de las formas más avanzadas de mercantilización de los cuerpos, escondida detrás de una idea falaz de libertad y consentimiento entre adultos.”
VI. Apología a los desconocido
Suponer que el resultado final (embarazo-hijo) puede ser sabido anticipadamente gracias a los avances de la ciencia y la tecnología genera mucho sufrimiento. La ciencia no evita el sufrimiento, incluso a veces lo exacerba porque da la ilusión de que todo puede ponerse a cuenta de la ciencia, como si no hubiera sujeto. En este sentido podemos decir que la ciencia obstruye al sujeto. Tal vez el problema sea que los avances científicos además de brindar soluciones a las dificultades del cuerpo, se ocupan de cubrir la falla alimentando ilusión de dominio y de control.
Pensar y fantasear en el amor que supone un hijo que aún no existe es lo que motoriza y a la vez empuja a decidir.
Es necesario poder tomar una decisión y realizar un primer movimiento para que algo suceda (por ejemplo, una fertilización in vitro). Sin ese primer movimiento, para muchas personas es extremadamente dificultoso lograr tener un hijo. En ese movimiento se podría pensar que hay libertad de elección.
Tal vez se trate de invertir la ecuación: no controlar fechas; procedimientos; sabiendo a priori los cálculos; para luego entregarse al azar y que suceda “el milagro”, para primero -tomando nuevamente palabras de Anne Dufourmantelle- ponerse a riesgo de conocer lo desconocido y desde allí decidir. Apelar a la decisión de hacer tratamientos de reproducción asistida es adentrarse a la ilusión, librarse al azar, tomar contacto con el misterio. Quizás esa sea la única elección posible.
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