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Por Leticia Martin | Portada: Bryan Mark Taylor
Los teatristas dicen que la segunda función de una obra es siempre mala, que la energía cambia, o baja, y algo hace que las escenas salgan como pinchadas. Quizá ese prejuicio que flota en el aire a fuerza de repetición y sugestión haya sido el primer obstáculo superado a la hora de publicarse este segundo volumen de cuentos de Julia Grink: El vestido de arpillera, que con gracia y muy buena prosa, mejora la primera publicación de la autora, retoma ciertos giros ya incipientes en Los días de noche (Qeja Ediciones), y recrea un nuevo ir y venir entre el presente y el recuerdo, Rosario y Buenos Aires, el campo y la ciudad.
Empecemos por el comienzo: el título. Uno encuentra rápidamente a Silvina Ocampo entre las influencias de Grin. Aún si se desconociera la existencia del cuento “El vestido de terciopelo” —un vestido de mejor tela que la arpillera del cuento de Grink— la autora célebre aparecería de todas formas. Porque las referencias son sobradas. Pero volvamos al vestido que da nombre a este volumen. El dragón bordado en lentejuelas negras del vestido que describe Ocampo, termina asfixiando a la protagonista, la patrona de Casilda. No le pasa lo mismo a jovencita de esta familia numerosa, que ante la duda de cruzar la puerta hacia una vida preconcebida para ella, con un futuro tan premeditado, decide huir en busca de cierto espacio de libertad personal. Dos momentos de asfixia. Uno que termina con la muerte y otro que redunda en libertad. ¿Tendrá que ver con el origen de aquellas telas —terciopelo y arpillera— que anclan a cada mujer en una clase social distinta?
Hay también algo en la voz ingenua e inocente de la niña que narra este primer cuento, y un cierto modo de estar fuera de lugar del resto de los personajes de Grink, que nos traen a la hermana menor de las Ocampo. La observación marginal, o desde enfrente, de algunos personajes masculinos, también podrían enmarcarse en esta referencia literaria fuerte, así como la mirada del detalle o el hecho de que el acento esté puesto, en varios de los cuentos, más allá de la “normalidad”.
“Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardín, de la calle Ayacucho”, escribe como primera línea Silvina Ocampo, cuando empieza a narrar “El vestido de terciopelo”. Saltando de un barrio paquete a uno más clasemediero, Grink inicia “Crusalta” con estas palabras:
“Cruzando la calle Sarmiento, en pleno barrio de Almagro, el sol fuerte de diciembre me da de lleno en la cara. A mi alrededor, gente caminando agobiada, secándose con pañuelos de papel la transpiración de la frente”.
No solo el uso del gerundio delata esta operación, sino también el modo deliberado en que se elige nombrar la calle y el barrio para dibujar el contorno de los personajes. Esta cita corresponde al inicio del cuento que, a mi juicio, se destaca por lejos en esta selección. “Crusalta” narra el viaje en ómnibus de una abuela y su nieta, partiendo de Rosario con destino al pueblo natal de la anciana. El punto de vista es el de la nieta, que en el tiempo presente del relato ya se ha convertido en una mujer adulta, flâneur de su barrio, andariega y detallista. Ella no es la única depositaria de esta característica. Son varios los personajes que recorren calles y hotelitos, con parsimonia e intensos deseos propios que a veces hasta logran trastocar la realidad, hacer aparecer a otras personas, o cambiar cosas de lugar.
Esa mímesis entre el personaje y la ciudad, o cielo, o el río verde, puede leerse en frases de ajustada prosa poética, como la siguiente:
“Casi sin darse cuenta, fue subiendo por Avenida de Mayo. Su cuerpo iba sintiendo cómo toda la ciudad entraba en un atardecer entre rosado y violeta, cómo la gente ya caminaba atardeciendo también”.
Julia Grink logra crear un hueco en la vida cotidiana, plano del que sus personajes entran y salen hacia el recuerdo, evocando objetos o situaciones que le permiten —al mejor estilo levreriano— jugar sin miedo con los retazos cortos de la memoria emotiva. Pero Grink redobla la apuesta en «Crusalta». No sólo pasa del presente del relato al recuerdo para volver a la realidad, sino que vuelve a saltar al recuerdo, con apenas un puñado de palabras que le hacen de puente.
Como bien dice Elizabeth Barral en el prólogo, los cuentos de Grink terminan sin avisar, como en el click de una cámara fotográfica que dispara hacia un instante, perpetuándolo en su sencillez y cotidianidad, estos finales nos hablan de la imposibilidad de decir o mostrarlo todo. De la inmediatez en que ciertas situaciones concluyan, sin mediar razones.
Nada es del todo lo que se ve, en los universos de Grink. “Ahora ando por un pueblo que desconozco”, dice Adrián, el narrador de “Río verde”. Su razón de ser en el relato está teñida de cierta ignorancia, de un deambular con rumbo elegidamente errante, adormecidamente lúcido.
“…Sentía una gran curiosidad por saber cómo eran las oficinas por dentro, qué se sentía estar ahí, ver los cielos de esa ciudad y perderse en esa visión”, cuenta el narrador de “Marcos”, de quien también sabemos que “…sus compañeros de trabajo, todos ingenieros, todos muy pragmáticos, solo hablaban de los gatos que tenían y de cómo podrían ganar más dinero, del auto que se querían comprar”.
En ese hombre que se pierde, feliz, divisando una ventana del Palacio Barolo del barrio de Congreso, en la capacidad infinita de su mirada, Grink define toda una posición narrativa. Su foco, a lo Hebe Uhart, se vuelve nítido frente a lo pequeño, lo propio, lo inesperado o lo desconocido. El vestido de arpillera es un libro sobre la capacidad de desear, sobre personas que no necesitan saber qué hay más allá de su pueblo, que no pisan la ruta que los alejaría, u otras que hablan con los rugidos de sus muebles, o que se corren de la centralidad y de los lugares de vanidad, para estudiar ese metro cuadrado donde cae el sol en otoño, en una vereda de Almagro. Los personajes de Grink siempre se mueven por interés. Peto es un interés genuino, del orden del orden del deseo, como puede ser aprovechar lo más posible un rayo de sol, una visita añorada, un cielo, un encuentro, o un fragmento de sombra. Su libro es una breve oda a lo artesanal, contra lo establecido, a favor del otrx y también a favor de buscar en la intimidad las verdades propias más profundas, aunque nos avergüencen, para desde ese lugar, hacer alta literatura.
El vestido de arpillera
Julia Grink
La docta ignorancia, 2021
72 páginas
* «Portada: Paisaje urbano
impresionista moderno» (2019)
de Bryan Mark Taylor
Etiquetas: Bryan Mark Taylor, Julia Grink, Leticia Martin, Libros, Literatura, Silvina Ocampo