Blog

Por Luis F. Langelotti | Portada: Yue Minjun
Creonte.- ¡Horror! ¡Hades, fúnebre abismo que con nada te conformas!
¿Por qué me arruinas así? Mensajero fatídico, ¿qué dices?
¡Muerto ya estaba, y ahora mis días infelices vienes a rematar!
Dime, ¿qué nuevas desgracias repentinas esconde este palacio?
¿Para juntarse al hijo aquí reposa también muerta mi amada esposa?
Antígona, Sófocles
A fin de cuentas no hay más que eso, el vínculo social.
Aún, Jacques Lacan
De la tragedia del deseo a la desgracia del goce
Quisiera iniciar este artículo con una precisión: Antígona no es la tragedia del deseo como Hamlet, quien transgrede la demanda del Otro al costo de su carencia en ser. Antígona es la desgracia de un goce que irrumpe. De un goce que ella rechaza y que Creonte, en cambio, no. El sujeto que, identificado fálicamente al significante-amo, va derecho hacia su consunción por desmentir la impotencia del hombre ante lo Sagrado (uno de los nombres de lo femenino). Confundir la Ley con el superyó tiene consecuencias desgraciadas.
El Witz y el lazo social
Ahora realizaré un rodeo por lo que Freud dice cuando aborda el chiste en tanto fenómeno social (El chiste y su relación con lo inconsciente). El pensador vienés parte de que el principal motivo del chiste (Witz) es producir placer pero se interroga respecto de la “condicionalidad subjetiva” del mismo y nos indica que sólo extrañamente podemos llegar tan lejos en su análisis. Toma el ejemplo de Heine sobre el famillionario y nos indica que Hirsh-Hyacinth “no es sino una transparente máscara, detrás de la cual es el poeta mismo quien habla” (Ibíd), no siendo más que su autoparodia. Acto seguido, Freud reconstruye la verdad histórica (biográfica) que se oculta tras el chiste. Heine quiso estrechar lazos familiares con la parte rica de su familia pero fue rechazado (la verdad histórica no es la exactitud de los hechos, sino la otra trama). Fue tratado famillonariamente… como un pariente pobre. Prosiguiendo con la interpretación del fenómeno, otro aspecto que el maestro fundador del psicoanálisis puntúa es la equivalencia entre el exhibicionismo en el terreno sexual y el impulso vanidoso a darse en espectáculo cuando al contar un chiste nos mostramos ingeniosos. Esto ya nos permite pensar, como cuando se cuenta un chiste agresivo que satisface pulsiones sádicas, que el chiste es una manera de tratar, de tramitar y de metabolizar algo del goce. Ahora bien, “nadie se contenta con hacer un chiste únicamente para sí” (Ibíd). ¿Qué papel desempeña el oyente?
“El proceso psíquico de la formación del chiste no parece terminar con el acto de ocurrírsenos; queda aún algo, que tiende a cerrar, con la comunicación de la ocurrencia, el desconocido mecanismo de su producción.” (Ibíd)
A diferencia de la comicidad, que toma por objeto a una segunda persona, en el chiste es fundamental la tercera persona. Lacanianamente diríamos: el Otro. La risa surge cuando cierta magnitud de energía psíquica, otrora usada a cierto fin, queda de pronto inutilizable de manera que puede descargarse. Al oyente, el placer del chiste le resulta regalado porque se le ahorra el salto por sobre los obstáculos con los que chocaban las ideas que el chiste pretende asociar. Y ese obstáculo, es la represión. Esta es la barrera que la ocurrencia sortea. El placer es el ahorro del gasto psíquico que supone levantar la represión sin la apelación a la técnica significante que especifica al inconsciente freudiano. El Witz no es un fenómeno que atañe al yo-conciente. No nos reímos de un chiste porque “comprendamos” el sentido intelectual de sus alusiones. Al contrario, la compresión hace consistir a la resistencia. Decimos que lo más valioso del chiste radica en que transgrede la lógica yoica y sus racionalidades. Retención, resistencia, represión o censura: si bien en esa época Freud todavía no hablaba de superyó, está claro que el chiste como fenómeno social supone una burla a esa instancia restrictiva, de manera que se articula un lazo entre el sujeto y el Otro no-sintomático. Al decir de Lacan, en cambio, los neuróticos son aquellos que “se dan demasiado trabajo” (Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis) para alcanzar la satisfacción de sus pulsiones, desconociendo que pueden existir otras vías más cortas (y más directas) para hacerlo.
El chiste conquista placer por sobre los ataques de la razón crítica (el Ideal del yo/ superyó). Contribuye, en cierto sentido, a la degradación del Ideal y, entonces, aporta al deseo en acto porque lo sustrae de la inhibición. No es casual que algunas personas ante lo que debería causar gracia, se angustien y quizá, en el fondo, esto explique por qué no se ríen de los chistes en general o tienen un sentido del humor muy restringido. Tampoco creo que sea casual que, en la Cultura de la Mortificación, el chiste tenga poca cabida y lo que predomine sea la comicidad rayana en la burla pura y simple. La objetivación del otro con minúsculas. Hay un predominio de la literalidad de lo imaginario.
La tercera persona es insustituible para la conclusión del proceso del chiste. Esto ya supone ir más allá de lo dual y especular. Implica romper con el modelo y el doble, es decir, con el yo-ideal. La identificación a ein einziger zug que introyecta el Ideal mantiene estable el juego narcisista a-a´, siempre oscilatorio entre lo maníaco y lo melancólico. En ese eje, Heine sólo hubiera podido, desde su lugar de “pobre”, burlarse del millonario tío Salomón cuya hija lo despreció (lo fragmentó) mas jamás hubiera logrado hacernos reír a la manera en que mediante el Witz lo logra, puesto que la tensión agresiva del ego retroalimenta el circuito de la demanda haciendo consistir al Otro más que nunca. Y esto es importante porque ahora nos damos cuenta que, el chiste, no solamente tiene como necesaria a la instancia del Gran Otro, sino que su eficacia radica en que alude a su castración. Heine, mediante este chiste, asume la pérdida del objeto de su deseo (su prima) y eso ubica al objeto en el lugar de causa. Si nos reímos es porque, en parte, todes hemos tenido que ceder algún objeto famillonario (ideal) para poder disfrutar de algún objeto no-familiar. “Pobre” en tanto que castrado.
Por efecto rebote quien narra el cuento termina riéndose no sin la contribución de la risa del tercero, donde se constata la conjetura “hegelo-lacaniana” de que el deseo es el deseo del Otro. No es una satisfacción que pueda reducirse a una gratificación narcisista, porque el chiste no apunta a la cautivación erótica del semejante. Se trata de la otra satisfacción (Seminario 20: Aún), la de la palabra, es decir, del freudiano placer preliminar o prima de placer. A este respecto, conviene recordar que “el placer no quiere decir que no hay goce, quiere decir gozar lo menos posible” (Carbajal, D´Angelo y Marchilli: Una introducción a Lacan. Ed. Lugar. Buenos Aires, 2005. Pág. 140).
Lo que obstaculiza el fluir deseante son las inercias mortíferas de las cuales podemos nombrar dos: la literalidad de lo imaginario y lo real del goce pulsional. Ahora veremos cómo contribuye la época a favor o en contra de la subjetividad simbólica.
¿A qué llamamos “falso lazo social”?
En su texto La metáfora del lazo social en Jean-Jacques Rousseau y Émile Durkheim (Papeles del CEIC. Vol. 2017. Papel 173.), Daniel Alvaro investiga los usos que la expresión ha tenido desde los orígenes de la sociología, haciendo especial hincapié en el pensamiento de los autores mencionados en el título del artículo. A los fines de lo que estoy desarrollando, solamente me interesa referirme a un punto específico y que es aquel en el que tanto Rousseau como Durkheim, a pesar de sus diferencias teóricas, coinciden: hay un lazo, nudo o vínculo social verdadero y otro que, en cambio, es falso. Para el primero, “la noción verdadera de lazo social es aquella capaz de unir a los hombres, y a su vez, una unión semejante sólo es posible en una sociedad política que sea el resultado del contrato social” (Ibíd. Pág. 10). Para este autor las nociones falsas, se corresponden con las ideas de Hobbes y de Grocio. Según Rousseau, “lazo social es la unión auténtica, sólida y duradera entre individuos que se han impuesto la tarea conjunta de acordar sus intereses individuales a fin de que pueda existir una sociedad y un Estado que vele por el bien común” (Ibíd. Pág. 12) Por otro lado, para Durkheim, hablar de lazo social es hablar de “solidaridad social” noción con la que cuestiona el concepto de individuo que “no llega a conformar un auténtico vínculo social” (Ibíd. Pág. 16.) Para ambos pensadores, lo que en definitiva determina la verdad o falsedad de todo nexo social es en qué medida contribuye o no a la unidad del cuerpo social, es decir, en qué medida fortalece y consolida lo social como un “todo” en oposición a la disgregación individualizante que, en el presente, vemos intensificada.
Mi hipótesis es que Lacan debió haberse basado en estos autores y en esa tradición tanto para pensar en su noción de lazo social así como para definir al discurso capitalista en tanto que falso discurso. Por el momento, quisiera retener la idea de que una concepción falsa, ilusoria, simulada de nexo social es toda aquella versión del mismo que suponga un debilitamiento y una disgregación del plexo social. Precisamente, lo que hace el capitalismo actual cuando desanuda, quiebra o rompe los intercambios significativos no mercantiles entre las personas y los grupos o comunidades sociales. El lazo social laboral es frágil, los vínculos amorosos son pasajeros, hay mucha desintegración familiar, las relaciones de amistad son superficiales (“contactos de tal o cual red social”), etc. ¿Será casualidad que el discurso capitalista traiga aparejados estos efectos en la trama comunitaria, en el tejido comunitario actual?
El falso vínculo social que propone el capitalismo
Tal como lo plantean Elena Mancinelli y Miguel Ángel Rossi en Discurso y lazo social: del Otro que existe a la inexistencia del Otro (Revista Crítica. Año III N° V, Diciembre de 2018, Rosario) la teoría sociopolítica contemporánea y el pensamiento psicoanalítico confluyen en función de la brecha abierta por Heidegger entre el ser y el ente, que se traduce como un distingo entre lo político y la política, respectivamente. Se establece así la carencia de un fundamento último para lo social, lo cual era imposible de entrever para el pensamiento clásico y moderno. Lo político asume la forma conceptual del acontecimiento y de la contingencia.
Para el campo psicoanalítico, rige un axioma irreductible: no hay relación sexual. No hay elaboración logicizable y/o matematizable de la relación sexual. Ni hombre ni mujer, ni sujeto ni objeto, ni significante ni significado, ni verdad y saber, etc. “copulan” de manera absoluta y definitiva. La relación sexual es del orden de un real imposible. No hay correspondencia definitiva entre las palabras y las cosas. Tampoco entre el deseo y el significante. Todo esto impone el rodeo de la suplencia y del semblante. También invita a la invención y al artificio. Caído el instinto, aparece la pulsión parcial. Emergen el amor, el deseo y el goce. Eros es falta. La realidad humana es una realidad libidinal cuya estructura es la ficción del fantasma allí donde sujeto y objeto se enlazan mediante un hilo que implica identificaciones, sentidos, significantes y objetos pulsionales. En el fantasma hay alienación y separación.
La teoría de los cuatro discursos representa un paso en la enseñanza de Lacan, que complejiza un poco las cosas pero al mismo tiempo las simplifica. Si el a como causa ponía en juego un goce transferible (en el fantasma el goce puede ser goce del Otro), a partir del Seminario 17 el a como plus de goce introduce un goce intransferible al que primero hay que hacer entrar en transferencia para poder acotar, lo cual implica pasar por los cuatro discursos: el universitario, el del amo y el de la histérica para llegar al del analista. Los discursos remiten a modalidades de goce del ser hablante. Pero desde mi lectura remiten al goce en relación a la máquina social y no a la singularidad subjetiva del fantasma individual como en la clínica del deseo. Se trata de pensar el campo del goce más allá de lo fantasmático y de lo psicopatológico, como una referencia a la lógica de lo social en tanto comanda los cuerpos libidinales hacia un lado o hacia el otro. La teoría de Foucault sobre el “poder” también serviría para pensar esta vertiente del pensamiento de Lacan. El atravesamiento del fantasma solo puede darse en el marco de una experiencia analítica lo cual implica un trabajo que, en el presente, se ve obturado por la preeminencia del falso vínculo que introduce y representa este capitalismo rizomático, ubicuo, anárquico.
Es imposible no relacionar este gran paso lacaniano con la Cultura de la Mortificación de Ulloa. La mortificación es el goce atomizado e intransferible de subjetividades alienadas a la impostura canallesca de un falso lazo social al que llamamos capitalismo. Este pseudo-discurso inhabilita la producción del inconsciente, de la neurosis de transferencia y del sujeto mismo en tanto “el mercado juega a posibilitar una no pérdida del objeto” (Ibíd.) Se problematiza así la condición del deseo (la falta). La época se diferencia de la autoridad tradicional porque ya no apelaría al significante amo S1, a los ideales. En el discurso capitalista representado por la tecnociencia es el saber (S2) el que trabaja en la producción de objetos plus de goce (a) a los que llamamos mercancías, gadgets, letosas, objetos más autísticos que transicionales. Este saber sin amo aparece desregulado, sin puntuación, sin metáfora ni apelación a un Otro mínimamente consistente que haga de límite entre $ y a. Esto provoca la recuperación y la apropiación permanente del objeto a. No hay resto, ni “descarga”, si volvemos al Witz freudiano. El sujeto queda sometido al imperativo a “gozar siempre un poco más”, primacía superyoica que forcluye la castración. La época empuja a una temporalidad sin repetición en la medida en que esta siempre implica pérdida, resto, diferencia. Pero el imperativo de actualidad se traduce clínicamente como un reavivamiento de las neurosis actuales y una emergencia de lo actual de la neurosis.
El destino de la subjetividad neoliberalizada
Las inercias mortíferas que constituyen la literalidad de lo imaginario y lo real del goce pulsional se ven exacerbadas por la degradación y pauperización de los emblemas de la modernidad que, si bien provocaban un tipo de malestar al que denominamos neurosis, en el presente su ineficacia regulatoria entrega al sujeto al más descarnado autoerotismo. Cada cual puede gozar solo por su cuenta sin necesidad del Otro, sin la tramitación de la palabra, no son suficientes las formaciones del inconsciente para reducir el exceso cuantitativo porque al ser la orden del momento maximizarse, cargarse, híper-inflarse, acumular, etc. el peso libidinal que cada cual soporta en su cuerpo y en su psique es excesivo. Ahora bien, esta renovada infatuación del yo no implica de ninguna manera que la pantomima se sostenga exitosa porque la descarga termina produciéndose solo que de una manera mucho más cruda, mucho más “real”. Si la literalidad imaginaria se expresa como depresiones, lo real pulsional retorna como adicción, para señalar solamente dos ejemplos clínicos del presente subjetivo. Dice Creonte, finalizando la tragedia griega:
¡Ah! ¡Me estremezco espantado! ¿No habrá quién en el pecho me hunda una espada? ¡Ay miserable llanto! ¡Ay agonía! ¡Ay vida espantosa…! ¡Oh desventura! Toda mía es la culpa… ¡Ay, ser aborrecible! ¡Yo te maté, to mismo te maté… lo sé! ¡Sacadme de aquí, criados míos! Yo ya estoy muerto… (Antígona, Sófocles)
Es el par-lamento del sujeto sometido al mandato superyoico de gozar por sobre cualquier límite, sin frenos, sin códigos, sin ley más que la de la propia satisfacción. Allí toma conciencia el Rey, que actuaba convencido de que su accionar en nombre de la Patria era en provecho suyo, cuando en verdad iba en contra de sí mismo. De la misma manera se conduce el individuo de hoy cuando actúa incondicionalmente en nombre de la empresa multinacional, cuya demanda de productividad lo ciega ante el desecho del que será parte a la brevedad una vez que su “vida útil” como “recurso humano” se extinga.
Etiquetas: Capitalismo, Comicidad, Durkheim, Foucault, Hamlet, Jacques Lacan, Luis F. Langelotti, Psicoanálisis, Rousseau, Sigmund Freud