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Por Luciano Sáliche
I
Alguien, vos, yo, tu hermana, canceló a Horacio Quiroga. Eso dicen en Twitter. Lo que se ve no es la cancelación, el repudio, la ofensa, el ataque, sino su reverso —la antítesis de la tesis, siguiendo la dialéctica de Hegel—: lectores de Horacio Quiroga reivindicándolo. Alguien, vos, yo, tu hermana, dijo que leyó a Horacio Quiroga en la infancia y se traumó. Es verosímil: su famoso cuento “La gallina degollada”, publicado originalmente en 1909 en la revista Caras y Caretas y en 1917 en el libro Cuentos de amor de locura y de muerte, es sofisticamente perturbador.
“Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta”. Así comienza el relato. Luego nace Bertita, la quinta hija del matrimonio, en apariencia “sana”. Un día, los cuatro idiotas ven cómo la cocinera le corta el cogote a una gallina y, como hacían todo por imitación, bueno, se entiende. Es un clásico de la literatura rioplatense, una postal del terror incipiente de principios del siglo XX. Varias generaciones lo leyeron en la escuela.
¿Quién canceló a Horacio Quiroga? Ya no importa demasiado. Si la cultura de la cancelación es uno de los métodos que tiene la época para lidiar con sus contradicciones, la ironía es una máquina inagotable de producir sentido y esa misma cultura de la cancelación también puede ser cancelada. La proclamación instantánea de una verdad personal implica también esto: cancelar a los canceladores desde la reivindicación de una trasgresión fuera de época. Tesis y antítesis, tesis y antítesis, tesis y antítesis, pero la síntesis no aparece jamás.
II
No mires arriba es una película que se estrenó en Netflix hace apenas unas semanas y muestra el estado de situación general, no sólo de la industria audiovisual y ¿por qué no? del arte masivo, también de la lucha por el sentido común de una época. Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence, sus personajes, descubren un meteorito que en seis meses destruirá el planeta. Hablan con Meryl Streep, su personaje, Presidenta de los Estados Unidos; hablan con Cate Blanchett y Jack Bremmer, sus personajes, el programa de televisión más popular; a nadie le interesa nada.
No hay mucho que decir sobre esta película cuyo guión, bastante predecible y sin demasiados giros sorpresivos, nos conduce de la mano hacia eso que nadie quiere experimentar: la posibilidad de la extinción. Mejor dicho: que nadie quiere experimentar pero que todos adoran fantasear. En algún punto, el apocalipsis por un meteorito es una fantasía tranquilizadora. Todos morimos de golpe, nadie sufre demasiado. Una explosión y punto final. Además, como todos viven, según la película, en una nube de hedonismo idiotizante, el fin del mundo llega sin esperarlo demasiado.
No mires arriba tiene la pretensión de ridiculizar el mundo: demuestra que la dirigencia burguesa es una farsa, que los gurús empresariales son una farsa, que los medios de comunicación son una farsa, que la ideas de libertad que pulula entre nosotros es una farsa. Pone en evidencia, la muerte de la ciencia, del pensamiento crítico, de la verdad. En ese sentido, la película es contundente: la raza humana se extingue por estúpida. Claro que ningún espectador cuerdo se definiría como tal. Nadie, ni el más idiota de los mortales, se considera como tal.
III
Si el boom del freestyle es una de las formaciones culturales más importantes de estos tiempos, hay que prestarle atención al imperio que montó Urban Rooster al institucionalizarlo, profesionalizarlo y convertirlo —esta es una discusión intensa dentro del movimiento— en un deporte. No suelen haber grandes alusiones ideologizadas a la política coyuntural en esas batallas. Lo que se disputa, en general, son perfiles, personalidades, cosmovisiones, perspectivas generacionales, a veces de clase o de género, pero siempre a grandes rasgos, nunca demasiado contradictorias.
En la segunda jornada de la FMS Argentina 2021-2022, que se hizo en Obras días antes de Año Nuevo, hubo una escena novedosa. El freestyle es una disciplina literariamente anárquica en cuanto al contenido. De acuerdo a lo que pide el formato, los competidores improvisan rimas —siempre bajo la musicalidad de las rimas— que pueden ir por cualquier lado a nivel argumental. Una de las batallas fue Zaina, 18 años, Ciudad de Buenos Aires, contra Naista, 23 años, Córdoba. Algo mínimo pero interesante ocurrió en la última parte, en el round deluxe, cuando se definía el juego.
Contraponiéndose a que el padre de Zaina supuestamente es militar, Naista dijo: “Vos sos militar, / yo Santiago Maldonado”. En el patrón siguiente, Zaina improvisó estas líneas: “Pobrecito el caradura, / es general porque él nunca tuvo cultura / y es Maldonado, mi amigo, claramente, / porque te veo tirado y me río”. Es algo común el juego de palabras en el freestyle. Acá la cuestión es clara: el “me río” es porque las pericias indicaron que Santiago Maldonado murió ahogado en el Río Chubut. Es ingenioso, sin dudas; de hecho el público festejó mucho esa rima.
Naista no se repuso de ese embate, aunque siguió rapeando en su línea argumental y mandó un sharau para Luciano Olivera, asesinado en Miramar por la policía, señalando al cielo. Pero ya era tarde, o ni siquiera importaba, porque el público había comprado el ingenio de Zaina, quien finalmente ganó la batalla y sumó algunos ladrillos a esa pared cada vez más gruesa y cada vez más alta que pone el mercado frente a los ojos de las estrellas jóvenes para que no puedan ver qué pasa al lado, abajo, en el barrio, en la calle, el lugar desde donde ellos mismos vienen.
IV
Hugo y Ross Turner son dos gemelos británicos que se sometieron a un experimento alimentario. Desde hace diez años se la pasan viajando por distintos países para hacer deportes, sobre todo eso que llaman turismo aventura, “enfrentándose a todo tipo de desafíos”. Durante doce semanas continuaron entrenando de forma idéntica pero cumpliendo una dieta estricta y diferente: uno a base de carne, otro a vegetales. Buscaban determinar los efectos en su cuerpo y definir cuál es la opción más sana, si la dieta vegana o la dieta carnívora.
Si bien el gemelo que tuvo sus días de veganismo sufrió, al principio, cierta falta de energía por la causa lógica del reemplazo de nutrientes, no hubo grandes diferencias. Ambas dietas eran equilibradas y medidas. Eso, sumado al entrenamiento intenso y estable, la buena salud era algo garantizado. En los medios, la noticia se escribió como un decálogo de polarizaciones. Expectativas, expectativas, expectativas. Finalmente, los especialistas que estaban al frente del experimento determinaron un empate, la forma aburrida e insustancial en la que viviremos por siempre.
Hay un interés particular por el empate en estos tiempos. Es la suma cero: nadie gana, nadie pierde, un equilibrio estático que hace que todo se mantenga igual. Algunos conductores televisivos le piden a dirigentes políticos que digan “qué cosas buenas tienen” los dirigentes de la vereda ideológica opuesta, es decir, le piden que alaben algo de su rival. La pregunta, en apariencia amable, busca erradicar las diferencias “por un momento” para igualarlos y sostener una especie de empate. Pero, ¿es posible pensar la política como si se tratase de elegir entre opciones similares?
Todas los caminos conducen a repensar la democracia. No para suprimirla, sino para evidenciar su carácter de clase y redefinirla. Hoy el mercado todo lo puede, es el Dios castigador de nuestro tiempo. La democracia está sometida a sus reglas. Todo tiene el mismo valor: un dirigente que ofrece argumentos inteligentes y otro que se centra en el disparate provocador ocupan un lugar en la góndola. La democracia ya no es una democracia, sino la parodia de una idea. Si no la repensamos, la vida será esto: una fantasía ofuscada: la ironía de una ironía mal hecha.
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