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19-01-2022 Notas

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Por Darío Sakkal

En los últimos meses del año que recién terminó, se publicó una novela que, por un tiempo, dio que hablar. El libro de tapa blanca de la editorial Seix Barral –al no tener título ni autor la única forma de referimos a esta novela es mencionando su tapa, que se destacaba por ser completamente blanca y tener el logo de la editorial que lo publicó– fue el entretenimiento de quienes disfrutan hablar de cultura. Los comentaristas de literatura estaban divertidos: algunos twitteaban tratando de adivinar quién podría ser el autor y periodistas de distintos medios les preguntaban a empleados de librerías qué se sentía vender un libro así. La editora de Seix barral –Mercedes Guiraldes, encargada de ser la cara visible frente a la ausencia del escritor– dejó caer algunos secretos profesionales sobre el acuerdo establecido con el autor misterioso, y muchos aprovecharon sus conocimientos sobre Roland Barthes para dar cátedra sobre su teoría de la muerte del autor. Pasados unos cuantos meses de esta estrategia editorial exitosa, podemos sumergirnos en el desafío de separar un objeto literario de su forma de venderlo y tratar de pensar, únicamente, en el contenido de este libro que fue seleccionado en las listas de los más llamativos de 2021. ¿Habrá algo en la literatura del libro que no quede opacada por la tapa blanca? ¿Habrá algo tan bueno que nos haga olvidar al famoso no autor?

La novela es narrada por Charly, un guionista molesto por escribir series malas para Netflix, que vive solo en una mansión, le sobra inteligencia, se ve obligado a rodearse de personas de un nivel intelectual menor que el de él y tiene un buen pasar económico que lo sumerge en una especie de neurosis de ricachón. La historia empieza cuando Charly trata de ayudar a su vecino, Micky Sandoval, a resolver unos problemas que no queda claro si son la paranoia de otro ricachón aburrido o un verdadero peligro barrial. Cuando no ayuda a Micky, a Charly lo veremos tratando de escribir un guion policial para el streaming –de muy baja calidad, un rejunte de algoritmos que está entre Los simuladores y Nueve reinas–, del que en la novela se nos va dando muestras de varias páginas. Como con estas dos distracciones no le alcanza, se enamora de la esposa de su amigo y vecino, Gloria.

Cada tanto se nos muestra que el narrador queda solo y cae en un monólogo interior donde lo vemos angustiarse. En esos momentos se nos da a entender que la historia de Micky no importa, que el guion de la serie que cada tanto interrumpe la narración no tiene valor, que su posible relación la mujer de su amigo no es nada, que lo que estamos leyendo es una novela de aventuras donde lo importante es el viaje de Charly, su lucha por llegar a algún tipo de verdad. El intento de novedad estaría en hacer un refresh del rol del aventurero: algunos elementos típicos de Indiana Jones o el Corto Maltés –aburrimiento de las respuestas que están al alcance de la mano, una conciencia de estar rodeado de idiotas conformistas que hacen de su vida un sinsentido repetitivo, no temen arriesgarse a dejar de ser quien es– son mechados con la cosa moderna de un personaje con dudas existenciales casi llegando a los cuarenta, sin problemas económicos ni hijos ni familiares a los que ayudar, tiempo de sobra, un trabajo que puede hacerse con una notebook desde cualquier lugar del mundo, que busca respuestas espirituales quedándose en hoteles con camas king size, sábanas de trecientos hilos, aire acondicionado y vista al río. “¿Qué es la vida? No sé. ¿Una memoria de lo que no sucede?” se pregunta Charly, quien tiene mucho en común con el Lucas de La uruguaya, de Pedro Mairal.

A mitad del libro, el fluir de la narración se detiene. “Tengo que interrumpir la novela que están leyendo” dice el escritor, que explica que va a su Junín natal, a acompañar a su padre en una operación. Da a entender que al volver a esa ciudad lo único que puede hacer es pensar en sí mismo y se ve obligado a meterse en la literatura del yo, esa que es mostrada como un diario íntimo clásico, donde la ficción no tienen lugar, una síntesis que más bien parecería una crítica a este género que ya tiene suficiente mala prensa. Durante unas quince páginas –todas escritas en una molesta letra cursiva–, veremos al escritor visitar a sus amigos de juventud, recorrer una ciudad con personajes típicos, contar sus primeros pasos en la escritura. Puede verse en esta interrupción intencional un mecanismo donde el autor intenta dejar algunas pistas sueltas en ese juego de no darse a conocer, un juego que trata de convertir a los lectores en detectives literarios de poca monta.

Sin embargo, si queremos olvidarnos de la propuesta del no autor, la interrupción que importa no es esa sino la otra, la que aparece después de eso y ocupa una parte importe de las páginas del libro. En el guion de la serie y los berrinches con los que se critica a las producciones del streaming puede verse una especie de espejo: hablan sobre la misma novela que escribe Charly, la que estamos leyendo, plagada de aventuras salidas de la imaginación de un guionista barato, en la que pasa cualquier cosa con la sencilla tarea de entretener y mandarlo a dormir al lector, la que tiene personajes que aparecen y desaparecen sin que importe nada, la que nos tortura con dramas que se revuelven de formas ridículas. ¿Este efecto de señalar una cosa para subrayar otra es intencional? ¿El escritor misterioso muestra a un Charly que produce literatura made in Netflix tratando de darnos una muestra de un género que podría empezar a llamarse “literatura netflixiana”? ¿Quiere mostrarnos que un guionista está tan plagado de vicios que solo puede fantasear literatura de algoritmos? ¿O esta idea pretende que el libro de tapa blanca es algo demasiado bien armado? Esas preguntas son las que el autor ausente nos invita a que nos hagamos, esas preguntas son más importantes que una historia que parece sostenerse con impactos sueltos, apilados de manera que se caerían con un soplido de bebé.

Finalmente, si volvemos a juntar al libro de tapa blanca con la literatura que viene adentro, veremos que lo potente quedará en las anécdotas que interpelan a la industria editorial: sobre ese día que un libro les llegó a los libreros con una carta que los invitaba al desafío de vender una novela de un autor desconocido, sobre esa vez que Seix Barral publicó una novela sin fiesta de presentación formal ni contratar a un fotógrafo que le saque fotos al autor. “Los albañiles con casco de obra remachando a un fisiculturista apodado Indio, cuyo valor agregado era expresar su contexto con un grito ancestral de guerra, ¿no eran una novedad de mercado más que un acto de pasión?” se pregunta Charly.

 

 

 

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