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02-02-2022 Notas

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Por Leticia Martin

Incatalogable. Una biografía, la historia de la relación entre una escritora y su madre, algo de diario íntimo, nouvelle, ensayo sobre el arte de escribir, memorias del desarraigo, intercambio epistolar… Lo mejor de El corazón del daño, de María Negroni (Random, 2021) es el daño, la herida que el decir abrirá en el que lee, la herida que el “elegir qué decir” abrirá en quien escribe. ¿Existe el control de daños para vivir cuando realmente se vive?

En dos visibles tramas paralelas, que se van duplicando a medida que avanzamos por las páginas, María Negroni enlaza la relación con la escritura y la relación con la madre. Palabra y silencios. Cercanía y distancias. Argentina y Nueva York. Objetivos propios y ajenos.

“Me tenías a mí en Nueva York y a la hermana pequeña en París, las dos estudiando afuera, las dos consiguiendo reconocimiento profesional”. Y más adelante: “El abismo no tiene biógrafo”.

Parada encima de su biblioteca, la narradora de este extraño manual de sobrevida nos lega la síntesis que los años y el trabajo con la palabra le permitieron pensar y bajar a tierra. Qué es escribir, qué es el silencio, qué es el decir. Cómo lo pensaron otras antes (y otros también). Sin olvidarse citas centrales, sin entregarse a las formas tradicionales del ensayo, María Negroni se desmarca de todos los rasgos del género y produce un texto único. ¿Quién es esa segunda persona con la que la narradora realmente dialoga? ¿Es con la escritura o es con la madre?

Abrazar la escritura para librarse de la madre cuando la madre tiene mucho que ver con la escritura. Quizá ese pueda ser el corazón del daño. Librarse de lo que nos ama y ata al mismo tiempo. 

Mi primera resistencia lectora surge de la mano del aplomo feroz y frío con que la narradora deshoja a la madre, la desviste en sus miserias ante nuestros ojos, incluso se guarda una lista de maldades que nos hacen jadear: 

“Mis padres, que discrepaban en todo menos en política, hacen frente común, optan por defenderse: me ponen candado al teléfono, me confinan al cuarto de servicio, y otras delicias que prefiero omitir”. 

En detalles como el uso del sustantivo “delicias”, que con ironía nos deja pensando en el resto de las maldades, uno encuentra no solo el probado oficio de escribir de María Negroni, sino también la astucia de lo que elige ocultar. Pero vuelvo a la resistencia. ¿Por qué tanta saña con esa madre? ¿No hubo otros momentos para recordar? ¿Y el doblez? ¿Y el lado amoroso de la máscara? 

Por momentos me hago esas preguntas, poniendo a prueba el texto. Vuelvo atrás, releo la página 97. ¿Es una estafa este libro?, me pregunto con la autora. ¿Amó a un lobo? ¿Es un lobo su madre? La respuesta es no. No hay estafa, no hay madre, no hay biografía. O mejor dicho: hay la biografía que es posible escribir, esa que surge de una mentira, la que puede producir el arte de escribir. Porque “al principio existía la palabra”, cuenta el Génesis. Pero la palabra era opaca, era un malentendido, agrego yo.

“La literatura nace, escribió Nabokov, cuando alguien dice que viene el lobo y no es cierto”, anota María Negroni. Y desde allí, dando cuenta de todo aquello, es que termina de desplegar el doblez, y aclara lo que no dijo antes y nos mantenía en resistencia:

“No dije, por ejemplo, que cuando venías a Nueva York de visitas con papá era una fiesta recibirlos. Que siempre fuiste generosa, con nosotros, con los chicos. Que yo, tu gran ilusión realizada, tu única posesión enteramente tuya, te extrañaba”.

Entregada a lo escrito, ya sin resistencias que oponerle, la idea que me surge ante la pregunta ¿qué estoy leyendo? es la siguiente:

El corazón del daño es la historia de una mujer que sí puede matar a su madre (en términos psicoanalíticos). Presenciamos entonces la venganza de una mujer, una escritora, haciendo con la escritura una maniobra que hasta el momento le estaba destinada a los escritores con sus padres (simbólicos o reales): matarlos. La narradora de María Negroni desactiva el corazón del daño, aunque sea tarde, aunque al escribirlo deba dañar. 

“Las palabras siempre rompen algo”, dice al final —y sepan perdonarme el spoiler. “O bien, lo que es igual, la escritura es un réquiem y esta, mi poética negra”.

Para terminar una mención al momento en que la autora reflexiona sobre la crítica. “Lo que pase después, me da igual. Probablemente nadie sepa qué hacer con lo que digo. Y no importa”. Es verdad que no sabemos. O al menos yo, no sé. Releo, quiero escribir estas palabras para recordar algunos pensamientos que anoté al leer, vuelvo atrás, subrayo, separo una cita para el taller sobre “Las madres difíciles”… Pero algo me incomoda. No sé qué hacer. Algo de este libro irá decantando en los días que siguen. Me gusta cuando me pasa eso, que un libro no termina de decirme algo, o me enoja, porque me raspa lo que dice. Dejo acá. Ojalá lo lean. Háganse ese favor.

El corazón del daño
María Negroni
Random House
143 páginas

 

 

 

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