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Por Leandro Germán | Portada: Leonid Shmatko
Termino de leer Melancolía de izquierda, del historiador italiano Enzo Traverso. En nuestro país se publicó en 2015. Se trata de un conjunto de ensayos, entre los cuales no hay necesariamente un hilo conductor, publicados en diferentes momentos más o menos próximos entre sí. El ensayo que da título al libro provee un concepto, el de melancolía de izquierda, del que incluso en nuestras latitudes, por lo demás tan proclives a ello, se ha hecho uso y abuso (la otra víctima es Mark Fisher). En el libro, Traverso explica el concepto, ofrece sus coordenadas teóricas y lo rastrea en el tiempo, es decir, le construye un linaje.
Despatologizando lo que Freud había considerado, en un texto célebre, un fenómeno mórbido, Traverso define a la melancolía como un “uso de la razón” y como una “disposición anímica”. La melancolía de izquierda no es sino la disposición de aquellas disposiciones para recuperar el pasado de lucha de los oprimidos, que en general es un pasado de derrotas. De alguna forma, Traverso sugiere que la política de izquierda no puede ser sino melancólica, aunque no toda melancolía es de izquierda. Se ha insistido hasta el hartazgo en la descripción del fenómeno de la dificultad para “melancolizar el pasado” luego de los sucesos de 1989-1991; sobre eso, es poco lo que hay para agregar. Si se podría problematizar, en cambio, acerca de cuánto de “oximorónico” hay en la expresión, que es del propio Traverso, de “retiro en el presente”. Es Traverso mismo quien cita a un ex situacionista para el cual (y adhiero) “presentismo no es quietismo”. A alguien como el autor de estas líneas, el grueso de cuya militancia transcurrió en los años inmediatamente posteriores a la disolución de la Unión Soviética, una reflexión semejante no podría dejar de interpelarlo.
Gran parte de los primeros tramos del libro está dedicada al fin de los “socialismos reales”. Mi lectura de Traverso, “situada”, es la de alguien para quien los acontecimientos de fines de los 80 y principios de los 90 no fueron, como para la inmensa mayoría de los marxistas (yo aún no lo era), una “segunda medianoche en el siglo” y para el que en los 90, la “imaginación del futuro” tras 1989-1991 no era muy distinta de la que había sido antes de 1989, no importa que no la hubiera cultivado en tiempo real, sólo que no era una imaginación cuya concreción se percibiera próxima. Un futuro “aplazado”, pero uno como el que había sabido ser. Celebré la caída del Muro de Berlín y afronté la disolución de la URSS con el espíritu de un artículo del dramaturgo Roberto Cossa publicado en la revista del programa radial Protagonistas, que conducía Eduardo Aliverti (iba a la noche, de lunes a viernes, por Splendid; participaban también el ya fallecido Ricardo Horvath y Marcelo Bartolomé), anterior al fin de la Unión Soviética, pero tal vez también anterior al golpe de agosto de 1991 contra Gorbachov, para el que si el socialismo no había triunfado en este siglo lo haría en el próximo, parafraseando a Arlt, por “prepotencia de verdad”. A mis diecisiete años, eso me bastaba.
Hay algo que dice Traverso que es cierto: tras 1989, y brevemente, se pensó en un posible “socialismo democrático” que el curso de las cosas desautorizó rotundamente. Y algo más: las “revoluciones de terciopelo” no generaron imaginación utópica alguna, y esto con independencia de los acontecimientos que las sucedieron. Como sea, y siguiendo a su compatriota Agamben, Traverso habla, en relación al vínculo de los marxistas con 1989-1991, de “mala conciencia”. Es así. Es por eso que 1989 no podía ser como 1848 y 1871; no sólo, como cree Traverso, por la diferencia entre los “fantasmas” de las revoluciones futuras y los espectros de las revoluciones derrotadas del pasado. Traverso da en la tecla cuando ofrece el concepto de “heterogénesis de fines”: revoluciones que se produjeron pensando en algo dieron en cambio lugar a lo opuesto. Es por eso que los marxistas vivieron 1989-1991 sumidos en un sentimiento de humillación.
Sin embargo, a mi juicio, el highlight del libro es, por lejos, el ensayo sobre Marx, Occidente y Oriente (las mayúsculas se justifican porque ambos son más un par de conceptos históricos, políticos y culturales que una referencia geográfica) en el que el autor demuestra toda la erudición de la que es capaz. Es increíble que aún pueda decirse algo (y Traverso dice mucho) al respecto. A través del libro me entero, por ejemplo, de que C. L. R. James, el autor de Los jacobinos negros, el clásico sobre la revolución haitiana de cuya publicación por la editorial de RyR Sartelli ya debe haber tenido tiempo de arrepentirse, era trotskista. Es la cumbre del libro (y una reivindicación necesaria, sobre todo en estos tiempos — y sobre todo en Argentina — de marxismo supremacista, del camino teórico “ascendente” recorrido por el marxismo).
Otro momento importante de Melancolía de izquierda es el ida y vuelta, brillante, entre Marx, Tocqueville, Reinhart Koselleck y Carl Schmitt. Blanqui leído por Benjamin es otro punto alto. ¿Quién dirían que es más “tocquevilliano”, el Hobsbawm de los 90 o el Furet de la misma década? El primero, responde provocativamente Traverso. El análisis de Tierra y Libertad, de Ken Loach, ese hito cinematrográfico noventista, es otro momento poderoso.
Hasta hay lugar en el libro para los chismes de que Adorno firmó alguna vez, durante el nazismo, una declaración de “personalidades de la cultura” en favor de Goebbels y sobre las guachadas del autor de Dialéctica Negativa contra un Benjamin exiliado (Adorno aún no lo estaba) y muerto de hambre. En también cierto que tanto Benjamin, por momentos, empalaga (las citas se reiteran). Sobre el propio Benjamin, hay un capítulo que lo linkea con Bensaïd.
* Portada: «Lenin ante el mapa de GOELRO» (1957), de Leonid Shmatko
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