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Por David Sebastián Rodríguez
I.
Quería escribir sobre el empoderamiento y la emancipación. Creo que son dos conceptos que se repelen entre sí ya que el primero obvia la fragilidad de la que estamos hechos, de la que estamos constituidos, de la que nos queremos escapar sin buenos resultados; mientras que el otro otorga alternativas que invitan a pensar otros escenarios posibles. Somos frágiles porque somos humanos, nada tan poco novedoso pero tan necesario de recordar en estos tiempos en donde parece ser que pensar y sentir son cosas antiguas o pasadas de moda.
Emanciparse propone una antesala al desanudamiento y en consecuencia al dolor que produce hacerlo. Pero esto no pretende ser un elogio a la vida dolorosa ni un abandono al dolor, pero sí podría ser una pretensión a aceptar la fragilidad que nos compone para utilizarla como brújula antes que como una carga. No es lo mismo, leí hace poco, ya no recuerdo dónde, el psicoanálisis que la numerología, que el tarot, que la astrología ni las psicologías positivas, ni que tampoco es una charlatanería. Es mucho más que eso: es teoría y rigurosidad, es literatura y filosofía, lingüística y música, es esencialmente una práctica que varía según la posición del analista. Tampoco es lo mismo una historia oficial que una historia social revisada, no es igual una historia social contada desde abajo como no lo es un humanismo crítico que un posthumanismo. Ya uno pierde suficiente noción de las cosas cuando lee una ficción o cuando tiene en sus manos un texto que se presume científico dado que ambos pierden la claridad muchas veces de las fronteras de lo ficcional y de lo verdadero. El pasado importa porque es desde ahí donde podemos corroborar que el estado de excepción en el que pretenden hacernos creer que vivimos es la norma (la reflexión es de Walter Benjamin, obviamente). La negación del mismo significa la anulación de toda posibilidad de desnaturalizar las condiciones de desigualdad cada vez más agudas. Contribuye a la generación de un ejército de culpables cuyo pilar fundamental de la culpa es el autoflagelo y la mediación entre el cuerpo, el aparato psíquico y, el capital es la farmacología. Si como dicen las terapias del presentismo o del aquí y ahora lo único que importa es el momento que se está viviendo cómo entenderíamos el origen y el desarrollo de la literatura, cómo podríamos explicar la violencia política en Argentina, de qué manera podríamos leer la Apología de Sócrates. Mis filósofos preferidos de la sospecha me dirían que acá hay gato encerrado ergo acá nada es natural. Dentro de esa cajita de instrucciones para ser feliz reposa agazapada la nueva esclavitud dado que estar empoderado lo coloca a uno en una posición de poder tan frágil que con un resbalón todo ese castillo de naipes cae con consecuencias irreversibles. El capitalismo en su versión neoliberal ya no cae en crisis cíclicas tal como lo vaticinaba Marx, ahora la crisis es constante y esa falla es pagada por la mayoría de la sociedad.
La banda platense El mató a un policía motorizado en su tema “El Tesoro” termina refiriéndose a un tipo de depresión sin épica, es decir a una depresión plana, cotidiana, sin la épica de una tragedia, de un llanto, algo con más ritmo tal como lo explica su compositor. Esto significa en el marco de estas reflexiones que el empoderamiento es parte de una matriz perfectamente creada para hacer de los sujetos, objetos. Colabora con la homogeneidad de una masa virtuosamente diversa tomando a cada sujeto como propietario de su voluntad, es decir crea un súper y poderoso yo que acontece invencible. Pero hay que tener en cuenta la trampa que se oculta detrás de ese sujeto que todo lo puede que todo lo merece que “decide” abandonar todo aquello que no le suma, una reflexión por demás productivista, pero que se presume indolora y efectiva. El empoderamiento más bien se engarza con una cultura de la negación y esta misma desnutre la pregunta por la verdad si es que realmente esta existe. Pero más allá de su existencia la verdadera condición de los vencidos podría aclararse si, como recomendaba Benjamin, buscamos el verdadero estado de excepción y un concepto de historia que corresponda a dicho estado.
En contrapunto, la emancipación requiere en principio de la revisión del pasado porque allí se acumulan todas las derrotas y, analizándolas meticulosamente se identifica a los vencedores y a partir de allí se los enfrenta. Y esto no significa abrazarnos al sufrimiento ni resignarnos al malestar, simplemente, siguiendo a Alexandra Kohan, hay dejar de pretender extirparlo.
II. Un humanismo crítico
El viejo concepto de humanismo es repensado en el último libro de Horacio González para dar cuenta sobre su ubicación alrededor de los abominables avances y “resultados del capitalismo digital, informativo y corporativo cuyos símbolos y tecnologías educan masivamente a una población mundial cada vez más inducida a disciplinas inesperadas, con interpretaciones súbitamente reversibles: a la servidumbre se la llama libertad y en el aseguramiento de libertades se ven forzamientos.”
En consecuencia, las “alegres tecnologías de la existencia” son las que intentan una programación de la vida diaria en donde no entra lo inesperado como tampoco la posibilidad de transitar algo tan humano como la tristeza. Hoy día la tristeza se mide a través de la acumulación de grandes datos que deciden el ranking de los países que reportan mayores índices de felicidad. Lo curioso es que la lista la encabezan países en donde los índices de desigualdad son exponencialmente menores a los que acumula Argentina, Brasil y Chile por nombrar los más desiguales. La correlación que existe entre el índice de Gini y los de felicidad dan un resultado evidente puesto que los países menos desiguales son, obviamente, más felices. Por esa razón, la felicidad como una obligación es otra de las tantas importaciones que los países pobres toman de los ricos. Son artefactos de la lógica neoliberal tanto como la grieta, la objetividad periodística, la autoayuda, o el empoderamiento.
El conjunto de discursos humanistas que perecen en lo que conocemos como pasado puede recuperar voces y vivencias. Recuperar enigmas, luchas perdidas, malas decisiones, resignificar las derrotas para tomarlas trágicamente como impulsos para la reformulación de las sensibilidades. Gustave Flaubert tiene una frase en su haber muy conocida pero sirve a cuento de estas reflexiones: “Muy pocos adivinaron cuánto es necesario estar triste para resucitar Cartago”. Las prominentes tecnologías del yo todopoderoso conquistan a los cuerpos y, en consecuencia, a la lengua. Es difícil escapar de la zanahoria neoliberal cuando desde el otro frente no se ofrece más que lo que Diego Sztulwark denominó, en La ofensiva sensible, “voluntad de inclusión” por vías del consumo. El mejor antídoto para la cancelación de un escape se presume que es la pretensión de un sistema de valores financieros igualitarios que no se pregunta dónde ni en qué lugar se hallan los restos de humanidad. Desconsiderar el humanismo que nos construye y que nos hace seres sociales evidencia las imposibilidades de pensarse en fuga, es decir por fuera de la lógica mercantil que ofrece el capitalismo. Emerge en este escenario, en esta cotidianeidad, la pregunta fácil pero necesaria: ¿Adónde está la política en todo esto? El Covid-19 nos puso en estado de vértigo, de crisis, de un nivel de incertidumbre nunca antes vivido estableciendo sin querer posibilidades de pensarse por fuera de la lógica del capital concentrado. El mundo siguió en pie a pesar del parate y eso no es poco.
III.
Hace unas décadas atrás, la marca de indumentaria Nike hizo suya la frase: “impossible is nothing» sumándose al coro sutil pero no por eso menos eficaz de modos de vida que no habían sido elegidos por los futuros consumidores sino al revés. Resistirse a esos modos de vida requiere también establecer formas de vida que se contrapongan a los modelos que recibimos muchas veces sin preguntarnos por qué nos vestimos como nos vestimos ni por qué comemos lo que comemos. Lo que ocurre es que preguntarse los “porqués” de los modos de vida significa en algún punto politizarlos. Significa en parte o en gran parte retomar los lemas y las acciones que alguna vez pusieron a la humanidad en disputa contra los avances del progreso. No hay aquí angustia trivial, ni pretensiones de felicidad tonta, más bien hay una sublevación a las formas de vida que emergieron con fuerza implacable a partir de la crisis mundial que generó la aparición de la Covid-19 en todas sus mutaciones. La desolación que provocó algo inédito como el aislamiento social y preventivo en todo el mundo condujo a la extrema exhibición de la fragilidad que habita a toda la humanidad. A pesar de su recurrente galvanización mediática, recorre aún hoy los pensamientos. Las consecuencias sociales pueden verse con solo levantar la vista de las pantallas y comprobar cuántas personas duermen en la calle. Que la naturalización de la desidia que vive la humanidad sea cada vez mayor no excluye la posibilidad de apuntar a los culpables. Las causas del aumento de la desigualdad se invisibilizan a punto tal que las frustraciones que provocan en las mayorías las fallas del capitalismo son reconducidas justamente a los menos beneficiados. Por lo tanto, los desocupados, los piqueteros, los receptores de planes sociales, los inmigrantes, los cartoneros son doblemente estigmatizados. Excluidos cargan también con la culpa de ser parte del problema y no de la solución dado que el bienestar que pretenden los sectores medios y altos de la población se trunca, según sus discursos inverosímiles, a raíz del despilfarro estatal y de la entrada indiscriminada de inmigrantes, ayer bolivianos y peruanos, hoy venezolanos y senegaleses. Obviar esos discursos implicaría por lo menos evadir la preocupación que el sociólogo Daniel Feierstein expone en su libro La construcción del enano fascista que indica la gestación de prácticas sociales fascistas cada vez más recurrentes.
El discurso de la empatía no soporta la otredad como tal, dice la psicoanalista Alexandra Kohan, que es que otro es distinto, piensa distinto y actúa distinto. Parece, continua, que solo empatizo con quienes piensan igual que yo, con los que coincido. Entonces, quienes no piensan como el grupo que promulga la tolerancia, quedan estigmatizados a punto tal que la violencia que aparece contenida, sobrepasa los límites de lo posible o de lo políticamente correcto.
Parafraseando a Saer, si la patria es la infancia, el pasado es para el presente la posibilidad para que los discursos y las prácticas que instalaron el horror no triunfen sin la resistencia de los vencidos. Eso era más o menos lo que quería escribir.
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