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22-03-2022 Notas

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Por Luciano Lutereau | Portada: Judith Mason

1.

El síntoma es una orientación. A través del tropiezo, sí, pero sin ese traspié no hay dirección. 

Pienso en lo común que es hoy escuchar personas que no saben por qué les pasa lo que les pasa, pero no por efecto de la represión, sino porque de repente están en una escena y se les aparece otra sin solución de continuidad.

Una chica empieza a los besos con un tipo y no entiende cómo llegó después a su casa. Un pibe agarra viaje en una fiesta y, sin saber cómo, termina drogándose en la casa de un desconocido. Y hay mil ejemplos más, igualmente típicos, que –por lo general– se interpretan luego de manera delirante.

2.

El delirio es la manera desesperada de instituir un sujeto donde no hubo corte. Un delirio es una versión única. El sujeto del delirio es rígido, no padece la división del conflicto psíquico, que nunca deja de pensar si no hay otra versión de lo mismo, si la causa no fue otra. 

De esto es que priva el síntoma, que impone su orientación: rechazo, objeción, incomodidad, vergüenza, temor. Estas son sus manifestaciones mínimas y así, por ejemplo, alguien dice que dijo que no a algo de lo que tenía ganas, o bien que no solo tuvo miedo sino que también se asustó.

Con el tiempo podría ser posible tener miedo sin asustarse, hacer una lectura del síntoma, usarlo para reconocer un deseo en juego. El análisis no produce personas fuertes y resueltas, sino capaces de –como decía Lacan– arrancarle a la angustia su certeza. 

Una persona decidida tiene otra relación con su vulnerabilidad, sin dejar de reconocerse como vulnerable.

3.

El ser humano es un animal mimético. Esto quiere decir que padece su sensibilidad. 

En todas las épocas la pregunta central era qué hacer con la sensibilidad, qué tratamiento darle. Así nacieron las civilizaciones. Y la razón. 

Durante el siglo XIX, un tratamiento de la sensibilidad fue el síntoma. En particular el histérico. Parálisis, cegueras, convulsiones, etc. Todo cuerpo, si es erótico, es histérico; es decir, se defiende de sentir. 

4.

Un cuerpo es histérico independientemente de que produzca síntomas histéricos. Muchas veces no los produce, entonces, pueden aparecer otros fenómenos.

Por ejemplo, el mal de ojo, que es excitación de un cuerpo que no pudo defenderse de una erotización extraña (a veces malsana). Este es un fenómeno propiamente humano.

5.

El ser humano es el animal mimético capaz de ojearse. También es capaz de experimentar fenómenos telepáticos simples, como pensar en una persona y encontrársela a los minutos (o recibir un mensaje o llamado). Esto también se puede explicar a partir de la erotización histérica del cuerpo. 

Ahora bien, cuando el cuerpo histérico no puede defenderse con síntomas y aparecen otros fenómenos que lo inquietan, necesita tomar decisiones drásticas: así es que puede replegarse hipocondríacamente, o bien se sale de sí mismo con identificaciones.

6.

La identificación es el tratamiento más básico de la mimesis; es una forma de poner una distancia en la cercanía, donde había más bien transitivismo y trasvasamiento sensible. 

La forma más trivial de identificación es el enamoramiento, que es otra defensa respecto de la mimesis. 

La sociedad tecnológica es la que se caracteriza por directamente negar la sensibilidad. Promueve identificaciones y proyecciones acorporales (o incorporales, como perfiles, usuarios, etc.).

7.

Esto es inédito. Ya no hay síntomas, por eso las sensibilidades están enloquecidas, ojeadas de más, telepáticamente asustadas (siempre tenemos miedo de las palabras del otro), panicosas, resentidas, dominadas por experiencias de influencia de las que solo cabe huir con aparatos de dosificación (no atiendo el teléfono, mandame un WhatsApp). 

Solo queda el encierro en el interior sin afuera, la corteza psicosomática, la mano reducida a pulgar que teclea, la implosión hemorrágica, la devoración de la salud, la belleza caníbal.

8.

Ayer una mujer me dijo que le empezó a arder una parte del cuerpo. No hay otra revolución, qué subversivo es un cuerpo ardiente, cuerpo atrevido como para recuperar esa pequeña aptitud sintomática que es la incomodidad.

Solo puede haber ardor en la superficie, cuando se sale del agujero interior, porque también se puede arder de pasión, con dolores vitales. ¿Cuándo fue que empezamos a interpretar negativamente el dolor con el modelo de la muerte? 

Esa fue una interpretación mortífera, la que nos mató el cuerpo, a la que culturalmente obedecemos (lo demostró cómo tratamos nuestra mimesis con la pandemia). 

El plan de la razón, la misión civilizatoria, es la autodestrucción del ser humano. Pero la mimesis es más fuerte y, además, es vengativa.

9.

A veces oponemos neurosis y deseo decidido, pero esta distinción es ideológica (basada en una valoración heroica). 

Los neuróticos tienen deseos muy decididos. Nadie más decidido que un obsesivo cuando se trata de aplazar, ahí no dudan. Lo mismo respecto de la huida histérica. 

No apoyar un deseo en la neurosis está lejos de una resolución idealista. La seguridad no es indicador de certidumbre.

 

Portada: «Body, Be Joyful from Break the Silence!» (2001) de Judith Mason

 

 

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