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31-03-2022 Ficciones

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Por Pablo Manzano

–La nuestra fue una gesta incruenta, un toco y me voy. De eso se trataba y no de derramar la sangre de cientos de pibes.

–Lo que les vamos a contar es una gesta de nuestros años de lucha. Porque así como ustedes hoy van de telefonito, nosotros íbamos de caño. Mi compañero acá no me deja mentir.

–Bueno, compañero hasta cierto momento de la Historia. Pero sí, es cierto, el señor que aquí me acompaña llegó a convertirse en todo un pistolero de derecha. Una vez llevaba una bomba en un portafolio y le explotó y no la contó. Aprovechá ahora y contále a nuestros seguidores.

–No empecemos con chicanas, que vos te hiciste guerrillero y un día en la cárcel te vendieron que había una fuga y tampoco la contaste. ¿Querés que cuente?

–No, mejor recordar la época anterior, cuando estábamos del mismo lado. Éramos jóvenes. Éramos la resistencia, nacida bajo las bombas del 55.

–Éramos compañeros. También rosistas, fascistas, anticomunistas y antisemitas. Pero sobre todo compañeros.

–¿Me permitís un matiz? Antisemitas no, antisionistas. Antiimperialistas.

–Cómo sea. ¿Te acordás? Pintábamos esvásticas en las lápidas, cobrábamos un impuesto en el Once. A los circuncisos en el colegio les dábamos para que tengan. Y el día del General San Martín siempre poníamos una bomba en una sinagoga.

–Así era el patriotismo a finales de los años cincuenta. Y así siguió siendo en los sesenta, cuando llevamos a cabo nuestra gesta.

–Fue una gesta incruenta, como bien dijiste, sin muertos. Por eso apenas se la recuerda. La otra, la sangrienta, tiene mucho más prensa, películas, libros y hasta un feriado.

–A nosotros de vez en cuando algún diario nos evoca con un articulito. «Los Fénix». Éramos 17 Fénix. ¿Qué te parece si nos presentamos para los que no nos conocen? Yo soy Fénix One, y él es Fénix Two.

–Pará, ¿por qué? ¿Por qué vos sos el One y yo el Two?

–¿Porque la idea de secuestrar un Douglas DC-52 LV-AGH fue mía? ¿Porque yo estaba al mando de la operación? No sé, decime vos, Fénix Two.

–Te digo. ¿Quién hizo el laburo de inteligencia? ¿Quién organizó el retiro espiritual previo para tantear a todos los comandos por si alguno arrugaba a último momento? ¿Quién tuvo la idea de llevar a un periodista?

–Sí, ese periodista traidor y delator que al final escribió que nos rendimos.

–Y así fue, nos rendimos. Si al final nos dejaron llevarnos las banderas, fue porque los isleños no conocían nuestro folclore, por suerte. Que si no, nos quitan los trapos, los vuelven a colgar ellos mismos en el alambrado como trofeos de guerra en la popular y ahí se quedan. Habría sido un papelón patrio. Con vos al mando, Fénix One.

–Bueno, está bien. ¿Lo dejamos en Fénix and Fénix? Lo importante es que cumplimos con la misión. Desplegamos y colgamos seis banderas y hasta encontramos ese poste de hierro que nos sirvió de mástil para izar una y verla flamear. Alta en el cielo.

–También tomamos rehenes. Y les cantamos las cuarenta a esos parias sin patria. Pero no mucho más. Al cabo de dos días volvimos al continente.

–Qué ganas tenía de volver al continente, de estar otra vez en Buenos Aires. Ya estaba harto del frío, la lluvia, el viento… Sólo quería regresar.

–La verdad es que además de reclamar la soberanía no había mucho más que hacer ahí. Era ir para eso y volver en el día. Te aseguro que hay islas inglesas que hoy ameritan un mayor esfuerzo diplomático. Sin ir más lejos (bueno, en realidad hay que ir bastante más lejos) las Maldivas. ¿Sabías que hace poco las Maldivas se reincorporaron a la Comunidad Británica de Naciones?

–Las Maldivas, sí. Ésas habría que ir a reclamarles ahora. ¿Pero sabés qué es lo curioso, Fénix? Hay mucha gente que sigue cantando el que no salta es un inglés y todavía no acepta la realidad de por qué los ingleses se nos instalaron en las islas sin palmeras.

–Eso porque no revisan la historia, Fénix, porque si la revisamos con voluntad y atención (nosotros también podemos) vemos que lo nuestro con los ingleses fue amor a primera vista. Y no hay amor sin sometimiento. No hay amor sin una parte absolutamente sumisa.

–¿Me permitís un matiz? ¿Amor a primera vista o a la primera invasión?

–¿Vos querés que revisemos la Historia? ¿Vos querés que yo hable de los cuadernos de Gillespie, el Mayor Alexander Gillespie de los Marinos Reales al que tuvimos prisionero durante la primera invasión?

–Me suenan esos cuadernitos. ¿No figuran ahí los 58 respetables?

–Figuran ellos y sus juramentos. 58 firmantes de fidelidad a la Corona Británica. Año 1806. La relación con los españoles ya estaba llegando a su fin, y, como suele suceder, nosotros ya les estábamos poniendo los cuernos.

–Pero decime, Fénix, ¿no se tratará de otra leyenda negra difundida por los británicos? Son expertos en eso. Últimamente España no para de lloriquear al respecto.

–Mirá, en la historia de nuestra patria siempre hubo cuadernos. Según Gillespie los criollos honorables pasaban a visitarlo cada noche para manifestarle lealtad y apego a su Majestad Británica. Él los llamaba amigos, les hacía firmar sus promesas en los cuadernos, y lo que más recuerda nuestro prisionero de aquellas visitas es la hospitalidad, el jolgorio y sobre todo las muchachas que le llevaban para entretenerlo.

–¿Algún conocido en esa lista de honorables? ¿Podés tirar un par de nombres?

–No me atrevo, son vecinos y llevan en este barrio mucho más tiempo que nosotros. Pero agarráte, Fénix. Al menos tres de esa lista conformaron la Primera Junta de Gobierno Patrio. Tres patriotas de libro escolar dispuestos a abogar por deseos e intereses británicos en el futuro.

–Interesante. Fijáte vos que años más tarde varios pueblos de la región se emanciparon de España, pero todos con el beneplácito o el apoyo británico, según el caso.

–En el caso de la Banda Oriental le llevaría una década más, hasta que Lord Ponsonby, el libertador, les tramitara la independencia.

–En nuestro caso, nada más echar a los españoles, nos declaramos herederos de las islas, y en ese momento los ingleses reconocieron la continuidad jurídica de nuestros derechos sobre las posesiones españolas.

–Toda una prueba de amor. Pero además esas islas nos pertenecían por la proximidad continental. Hay que decir que la proximidad con nuestro territorio de entonces no era la misma que con nuestro territorio actual. En esa época la Patagonia y más al norte era dominio de los indígenas indomables, así está escrito en mapas de la época. Pero los pueblos originarios nunca estuvieron lo que se dice organizados. Y aunque hubiera habido un estado mapuche, tehuelche, ranquel o whatever, nuestros ingleses sabían que nosotros la teníamos más larga. Por eso en 1825 aceptaron la pertenencia de las islas a nuestro proyecto de país.

–Me hacés reír, Fénix. No fue por eso. Lo que pasa es que los british en ese momento estaban más concentrados en otras cosas. En nuestra amistad, en la navegación de nuestros ríos, en los empréstitos sin vaselina que iban a colocarnos.

–Puede ser, Fénix. Pero apenas un tiempito más tarde se ocuparon de lo siguiente y nos penetraron en las islas con todo su amor. Año 1833. Me parece que nos agarraron un poco distraídos, ¿no?

–Distraídos no, trabajando. Luchando por la organización nacional. Además, ¿para qué hacernos matar por una potencia colonial si podíamos matarnos entre nosotros?

–Mmm, no sé… Me parece que ese año las aguas estaban un poco más calmas, que Rosas había logrado establecer cierto orden pasajero. Eso sí, la ocupación de las islas no lo encuentra a él en el poder. Rosas andaba de excursión, con la misión de pactar, asegurar la paz, incorporar nuevos territorios a la patria y hacer lo que hiciera falta.

–Sí, se dice que en esos días Calfucurá andaba cabreado porque no lo dejaban malonear, así que limpió a un par de caciques borogas y se erigió él mismo como Jefe Supremo de la Pampa. Y se dice también que fue un encargo de Rosas.

–Llamálo ucronía, pero con Rosas en el gobierno sus amigos ingleses no se meten en las islas.

–En cualquier caso, qué bien la hizo Juan Manuel. Fue un pionero del exterminio. Empezó cuarenta años antes de que enviáramos a Mansilla a tantear la posibilidad de ampliar nuestra patria. Y hoy decís Rosas y todo el mundo se acuerda de la Vuelta de Obligado y de que San Martín le regaló el sable.

–Eso es verdad, en cambio de nuestra gesta en las islas no se acuerda casi nadie. ¿Y sabés por qué, Fénix? Porque no tiramos ni un solo tiro. Tendríamos que haber hecho como el gaucho Rivero, que mató y murió en las islas, y ahora sale en un billete.

–Rivero no murió en las islas, y con ese billete ahora no te comprás ni un pucho suelto. Además no te quejés, Fénix, hoy las siete banderas que flamearon en las islas se exhiben en lugares emblemáticos. Y nuestras familias cobran una pensión de héroes.

–Claro, y Fénix One además tiene una calle con su nombre en la salida de una autopista. Porque Fénix One en los años setenta mató del lado correcto de la Historia, él y su patria socialista.

–No seas resentido. A mí me ejecutó el Estado de la manera más sucia. Vos no tenés una calle a tu nombre porque te equivocaste de camino. Elegiste mal, Fénix Two. Bancatelá.

–Bueno, no empecemos otra vez. Y basta de hablar de otros patriotas, que en este video los únicos patriotas somos los Fénix. Año 1966. ¿Por qué hicimos lo que hicimos, Fénix?

–Porque estábamos convencidos de que eran nuestras. Sin palmeras, sin arena blanca, sin agua turquesa, esas islas deprimentes con mucho viento, lluvia, llovizna, granizo, nieve, escarcha y sin sol eran nuestras. Nunca aceptamos su usurpación. Y porque diez meses antes el Comité de Descolonización de Naciones Unidas había reconocido nuestros derechos sobre ellas. Seguí vos.

–Porque estaban y están dentro de nuestra plataforma submarina y son una prolongación de la meseta patagónica que Julio Argentino Roca nos legó. Porque, aunque nunca hayamos sido grandes pescadores, siempre hemos sido grandes patriotas.

–Y porque había que demostrarle al General Ecuestre, el de la dictablanda, cómo se ponen los huevos patrios sobre la mesa.

–Irónicamente, el día de nuestra gesta el Ecuestre se encontraba con el presidente de la Federación Ecuestre Internacional, que resultó ser el marido de la reina de Inglaterra. Ambos ecuestres coincidieron con motivo de un Mundial de Hipismo que se estaba por realizar en nuestro país.

–Fue el 27 de agosto de 1966. Tu periodista llegó puntual al aeropuerto, el tarado te vio y te quiso saludar, ¿te acordás? Pero vos no le diste ni bola. El tipo esperaba el mismo vuelo que nosotros. Nosotros éramos 17 Fénix, la mayoría compañeros metalúrgicos.

–Con lo que bien podríamos haber justificado tantos bolsos llenos de metales. Pero ni falta que hizo, eran otros tiempos. No sólo podías fumar en el avión, también podías viajar armado sin que pitaran alarmas, sin pagar exceso de equipaje y sin tener que meter los fierros en una bolsita de plástico precintada. Tantas armas al pedo, ¿no, Fénix?

–Yo no diría eso, Fénix. Acordáte la cara que puso el piloto cuando lo enfierramos. Habíamos embarcado como pasajeros normales. Era un avión de Aerolíneas con destino Río Gallegos, pero cuatro horas después del despegue ya nos habíamos encargado de que cambiara de rumbo. Fuimos los pioneros del secuestro aéreo en nuestro país.

–Y también los pioneros del falso secuestro, aunque con fines patrios. Porque cuando el piloto dijo no conocer la ruta hacia las islas, le hablamos de su familia. Y se lo creyó. Así fue como tres horas más tarde, tempranito por la mañana, descendimos entre las nubes y terminamos aterrizando en una pista de carreras de caballos.

–Pará, Fénix Two, te estás saltando una parte que me encanta. Cuando le manoteaste la radio al comandante de abordo para hablarles a los señores pasajeros. Los saludaste, te presentaste, dijiste que estabas al mando del Comando Fénix, qué gracioso. Después diste la meteo, la altitud de crucero, sin turbulencias, dijiste. Y al final… ¿No lo podés repetir vos con esa voz sexy de piloto que pusiste?

–Les informamos de que en unos minutos estaremos iniciando nuestro descenso sobre nuestras islas donde tomaremos el gobierno para ejercerlo por derecho histórico y porque el honor de la patria así lo exige. Espero que hayan disfrutado del vuelo.

–¡Genial! Tanto me gustó que pasé por alto tu insubordinación. ¡Y además que desde el principio te vi tan metido en la misión! Nada más pisar tierra fundaste Puerto Rivero, ¿te acordás? Y después vos y todos los Fénix empezaron a desplegar y colgar las banderas. Cinco en el alambrado de la pista, una en el avión y la restante en un poste de hierro que usamos como mástil para verla flamear alta en el cielo.

–Y entonces cantamos el himno por primera vez. Incluso llegué a oír que allá arriba en el fuselaje los pasajeros y los pilotos, al amparo de la lluvia y el viento, también lo cantaban. El himno te quita el miedo a todo.

–Y entonces empezaron a arrimarse algunos isleños, más acostumbrados al bramido del viento que al de un avión. Y nos atrincheramos todos debajo del fuselaje, listos para tirar. Pero habría sido en balde, porque eran como zombis, como fantasmas. Aquellas islas en el 66, ahora lo sabemos, se parecían bastante a la muerte.

–Tampoco habría sido necesario, no al menos en aquel momento. Porque ni siquiera el único policía que había entre ellos portaba un arma. El policía se acercó y nos habló en inglés, pero ni él ni ninguno de esos huérfanos de patria era inglés, y no lo serían hasta después de la gesta sangrienta del 82. No eran suyas las tierras ni las lanas. Los enfierramos a todos y los metimos en el avión. Y después volvimos a cantar el himno.

–Lo siguiente fue entregarles una proclama escrita en su lengua.

–Donde se les informaba que considerábamos las islas como parte de nuestro país.

–Algunos, demostrando que no eran tan analfabetos ni amantes de las ovejas, salieron con el tema de la autodeterminación. Y entonces vos, Fénix, polite como un lord, ¿qué fue lo que les dijiste?

–Ustedes no tienen derecho a decidir nada, señores. Entiéndanlo. Son sólo habitantes del fin del mundo sometidos a una compañía y una autoridad colonial.

–Nos llevamos al policía, vos y yo, le dijimos que queríamos ver a Sir Governor y él nos guió hasta su casa. Y esta vez hablé yo: «Sir, hemos venido a estas islas para quedarnos, ya que las consideramos nuestras». Le dije que estábamos todos armados y dispuestos a morir. Nos dijo que no éramos bienvenidos, que regresáramos a nuestro país, que esas islas pertenecían al Reino Unido de Gran Bretaña. Y entonces, Fénix, volviste a demostrar que te lo habías aprendido todo muy bien y de memoria, como las diez verdades, como los versos del Martín Fierro.

–«Sir Governor, a Gran Bretaña ustedes le importan bastante poco», le expliqué.

–¡Fuera de aquí!, nos gritó. ¿Dónde estaba esa flema británica, Fénix? Ni siquiera nos ofreció un whisky, un tecito. El pobre aspirante a inglés pretendía además que liberásemos a su Jefe de Policía.

–Pero nos llevamos al cana, otra vez enfierrado, y caminamos los mismos kilómetros de vuelta bajo la lluvia, poniéndole el pecho y la frente a ese viento feroz. Esta vez nos atrincheramos en el interior del avión y volvimos a cantar el himno. Los rehenes apátridas no querían cantarlo. Decían que no se lo sabían. Ponían la excusa del idioma.

–Después yo te ordené que ordenaras a todo el Comando Fénix, también a los pasajeros, los pilotos y a tu periodista, a rezar un rosario completo. Mientras tanto yo me puse a probar con la radio del avión, hasta que conseguí comunicarme con un radioaficionado en el continente. Se llamaba Oliver Hardy, pero aun así resultó ser un patriota. Misión Fénix cumplida, le informé. El Comando Fénix ha tomado el gobierno de las islas. Posición Puerto Rivero. Pasajeros, tripulación y comandos sin novedad. Hardy reprodujo la noticia. Su señal fue captada en Trelew, Punta Arenas, Río Gallegos, y finalmente se retransmitió a Buenos Aires.

–Pero entonces oíste una voz eléctrica amplificada. Todos la oímos. No era Hardy. La voz venía del exterior, de un altoparlante en la pista de caballos. No se entendía nada, pero cuando la voz dio paso a la estridencia de una música marcial comprendimos enseguida cuál era nuestra situación. Aquí debo decirles a nuestros seguidores que Fénix One, al frente del Comando Fénix, no había dejado a nadie afuera haciendo guardia.

–Pará, qué decís, yo les estaba informando a todos los compatriotas en el continente sobre nuestra gesta. ¿Vos qué hacías en cambio mientras los otros rezaban? Para que lo sepan, a Fénix Two no se le ocurrió en ningún momento asomarse por la escotilla para ver si por casualidad estaban instalando nidos de ametralladoras por todas partes, o si había una decena de jeeps delante y detrás del avión con infantes y policías apostados, o carpas con refuerzos militares y un centenar de civiles armados, instaladas en lo alto de un cerro vecino. Claro, ¿quién iba a pensar que una movida así podía organizarse después de nuestra visita al gobernador?

–Lo cierto, reproches al margen, es que estábamos rodeados. Y que yo fui el primero en dar la cara. Agarré un megáfono y me asomé por la escotilla. Les grité que apagaran esa música ridícula. Les habría pedido algo de los Beatles, pero seguro que esos palurdos del fin del mundo ni siquiera los conocían. ¡Apaguen la música!

–Apagaron la música militar y enseguida nos leyeron el comunicado de Sir Governor exigiéndonos la rendición incondicional. Las Fuerzas Isleñas tenían órdenes de disparar. Entonces yo me hice con el megáfono. Tenía que negociar.

–Sigo sin entender, Fénix, para qué fuimos 17 comandos armados. Sin tiros, sin sangre, sin muertos nuestra gesta quedó reducida a una performance, un happening, una bufonada al alcance de artistas contemporáneos. Le dijiste al gobernador que estábamos dispuestos a morir, pero al final pediste un cura y más tarde nos rendimos.

–¡Nunca nos rendimos! Eso fue lo que escribió tu periodista a la vuelta. No me olvido del título de su artículo: Yo vi flamear la bandera en las islas. Y debajo: Crónica de una rendición. Pero evitar una batalla no es rendirse, Fénix. Yo sabía que en un enfrentamiento armado los Fénix teníamos las de perder, que los isleños tenían mejor puntería en el viento. Además, se trataba de una gesta simbólica. Y tal como estaba la cosa, la única salida era la de un cura mediador.

–El cura era holandés, tardarían varias horas en traerlo. Mientras comíamos comida de Aerolíneas los altoparlantes nos seguían recordando que estábamos cercados y que si intentábamos salir del avión no respondían por nuestras vidas. You’d better surrender.

–Mientras esperábamos al cura yo emití otro comunicado para la patria. Hardy, Hardy, ¿me copia? Aquí Comando Fénix. Autoridades ilegales isleñas nos consideran detenidos. Jefe de Policía y pastores ovinos tomados como rehenes hasta tanto gobernador ilegal isleño anule detención y reconozca que estamos en territorio argentino. Cambio y fuera…

–Después de comer volvimos a cantar el himno. Luego rezamos otro rosario completo y cantamos el himno otra vez. Finalmente llegó el cura y lo hicimos subir por la escalera de cuerda. El cura dio una misa en el avión, en castellano.

–Gracias a las gestiones del párroco los rehenes fueron liberados y los pasajeros alojados en casas de Puerto Rivero. En el avión sólo quedábamos los Fénix, tu periodista y la tripulación.

–Ya estaba atardeciendo, y el cura insistió en que no pasáramos la noche en el avión. A las seis de la tarde salimos todos del fuselaje. Bajo la luz de los reflectores, siempre vigilados, descolgamos las banderas del alambrado.

–Luego formamos fila sosteniéndolas en nuestros brazos, junto al mástil donde flameaba alta en el cielo la séptima bandera. Y ahí entonamos una vez más nuestro himno nacional a viva voz, mientras los isleños, siempre con las armas listas, observaban atónitos la emocionante ceremonia.

–¿Te soy sincero, Fénix? Ya estaba harto de cantar el himno, harto de rezar. Aquel día sólo quería sacar el fierro y empezar a bailar. Yo sí estaba dispuesto a morir por esas islas. Cuando arriamos la última bandera casi me muero de tristeza, y ni te cuento cuando le entregamos las armas al comandante de abordo, como se había acordado…

–Entregamos las armas, Fénix, pero nunca nos entregamos, porque no entregamos las banderas. Envueltos en ellas nos dirigimos a los jeeps, que nos llevaron hasta la capilla de Puerto Rivero, donde el cura holandés nos alojó durante 48 horas.

–¿Vos te acordás que hicimos durante esas 48 horas?

–Esperar. El gobierno del General Ecuestre y el de Gran Bretaña estaban negociando. Nos enfrentábamos a la posibilidad de ser trasladados a Inglaterra para ser juzgados.

–Yo sí me acuerdo muy bien de lo que hicimos durante esos dos días. Rezar, cantar el himno, rezar, cantar el himno, rezar, cantar el himno, rezar…

–No me digas que no valió la pena, Fénix. ¿No te acordás cuando finalmente vinieron a buscarnos para llevarnos a la lancha, cuando el Comando Fénix dejó las islas sin rendirse? Había un centenar de isleños que nos abucheaban, nos insultaban, nos gritaban Argies go home. ¿Y qué les respondiste vos, vos y todos los Fénix?

–¡Trasplantados! ¡Indocumentados! ¡Súbditos! ¡Vamos a volver! ¡Un día vamos a volver con todo! ¡Los vamos a echar a todos! ¡Van a acabar todos en el estómago de una ballena franca austral argentina!

–La lancha carbonera nos llevó hasta un buque de nuestra Armada que nos esperaba en altamar, uno que, curiosamente, fue hundido más tarde durante la gesta sangrienta, la de los cientos de pibes muertos, la que todos conmemoran.

–Ya en el continente, nos llevaron hasta un militar, a quien vos llamaste señor gobernador de Tierra del Fuego y de Nuestras Islas. Le dijiste: «Fuimos a las islas para reafirmar la soberanía nacional. Tomamos prisioneras a las personas que teníamos que tomar, para neutralizar un posterior ataque de los isleños. Eso nos permitió cumplir con todas las fases y no tener una batalla. Quiero aclarar que en ningún momento nos entregamos a las autoridades isleñas, y que nuestras armas fueron entregadas a la autoridad argentina que ahí reconocí en el comandante de abordo de Aerolíneas».

–Y continué: «Como le entrego a usted ahora estas siete banderas que han tremolado sobre una porción irredenta de la patria».

–Tremolar, irredenta. No sólo éramos hombres de armas, Fénix. También éramos poetas.

–Las ciudades de Buenos Aires, Córdoba y La Plata, entre otras, fueron escenarios de numerosas manifestaciones donde se celebró la acción del Comando Fénix.

–El General Ecuestre, para quedar bien con el marido ecuestre de la reina de Inglaterra, nos llamó facciosos.

–Pero le habíamos demostrado que nuestra verga patria llegaba más lejos que su dictablanda. Cagón. No merecía ser llamado General.

–Sólo vos y yo nos comimos unos años en prisión. El resto del Comando Fénix recuperó la libertad al poco tiempo.

–Es que nosotros dos éramos la resistencia, Fénix. Si apenas salimos en libertad seguimos con la lucha. ¿Vos te acordás cuándo volvimos a vernos?

–Cómo no me voy a acordar, Fénix. Fue el día que volvió el General. Nuestro General.

–La verdad es que mejor no acordarse de ese día. Nos podríamos haber lastimado.

–Sobrevivimos a ese día. Pero no sobrevivimos a esa década.

–En cualquier caso lo que hicimos en las islas fue hermoso, una linda experiencia. Aunque te digo una cosa, cuando hoy entrevistan a los otros Fénix, todos gagá y con andador, y los escucho decir que volverían a hacerlo, que siguen dispuestos a morir por las islas, me desternillo en mi propia tumba.

–Al menos ellos disfrutaron de cierto reconocimiento. Nuestros seguidores del otro lado no lo saben, pero nadie puede descansar en paz si no fue reconocido en vida.

–Vos te quedaste con ganas de un feriado, ¿no? Yo te entiendo, Fénix, y tenés razón. Para un feriado nos faltó espectacularidad, despliegue militar, fuerza aérea, hundimientos, carne de cañón, carapintadas, suicidios… Todo eso que cada 2 de abril o mete el dedo en la llaga o activa la testosterona épico-bélica.

–Me gustó lo del dedo en la llaga. Es el dolor patrio. Llamálo ucronía, Fénix, pero si no fuera por ese dolor, por la gesta estúpida y sangrienta, por los muertos y el orgullo herido, ¿vos pensás que la gente hoy seguiría tan obsesionada con esas islas deprimentes?

–Hay dolor, pero también hay mucha coquetería política y patriótica.

–Mucha pose, sí. Hoy todos van de telefonito.

–Ojo, Fénix, que la memoria es necesaria. Ahora, lo que no entiendo es por qué con el Nunca más se recuerda el sangriento golpe, pero no la sangrienta gesta.

–Porque para el feriado hay otros eslóganes: «Fueron, son y serán nuestras». «Prohibido olvidarlas». «No son negociables». «Ayer, hoy y siempre». «Las islas nos unen».

–¡Pero los tiempos cambian! ¿Vos pensás que en estos tiempos de hedonismo alguna de esas frases refleja lo que la mayoría realmente anhela hoy?

–Bueno, para saber lo que anhelan deberían mirarse en el espejo por una vez en la life. Reconocer quiénes son y qué es lo que más les importa. Ni los recursos naturales, ni la pesca, ni los hidrocarburos. Ustedes saben bien, querides seguidores, que ya es hora de orientar los esfuerzos diplomáticos en otra dirección.

–Exacto, porque hoy, les guste o no, para ustedes la única patria es el placer.

–Acéptenlo de una vez. El placer. Fotos en una playa paradisiaca, con el mejor filtro.

–Pregúntense qué anhelan como patriotas hasta la médula que son.

–Y pregúntese qué quieren y cuáles son sus prioridades. Y luego piensen en la siguiente coyuntura: si por la vía diplomática se llegara a un acuerdo en el que Gran Bretaña les diera a elegir, ¿ustedes qué elegirían?

–Eso, ¿qué elegirían?

–¿Malvinas o Maldivas?

–¿Vos qué elegirías, Fénix?

–¡Qué dilema, Fénix! Yo digo que habría que aprovechar antes de que suba el nivel del mar. Yo creo que hoy, más que nunca, Maldivas nos une.

–Sin duda a ellos y a ellas también. Pero dejemos que nos respondan.

–¿Malvinas o Maldivas? Dejen la respuesta en los comentarios. Y no olviden suscribirse a nuestro canal.

 

 

 

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