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Por Diana Rogovsky
Disponerse a ver una película requiere de actitudes y expectativas distintas a las de leer una novela. Aunque ambas artes pueden narrar, los modos y formas son distintos y, más o menos intuitivamente, lo sabemos. Por eso muchas veces luego se comparan ambas estructuras y se ponderan las virtudes de cada una, sus aciertos y desaciertos, se analiza la relación entre texto literario, guión y film.
“Película-de-Netflix” ya sería a esta altura un género en sí mismo. Si bien hay formas de producir que están industrializadas, muy pensadas y reglamentadas, las formas de consumo no lo están menos. Quiero decir que cuando ponemos una de Netflix ya anticipamos aquella disposición adecuada al fenómeno perceptivo-cognitivo que nos aguarda.
En ese estado de ánimo me dispuse a ver “Distancia de Rescate”, basada en una novela de la escritora argentina residente en Alemania Samanta Schweblin. No es precisamente acerca del film sobre lo que quisiera discurrir, si no acerca de algunos de los tópicos que frecuento: relación madres e hijas, creencias versus lógica, miedo, fantasía y mito.
De hecho, al finalizar el film me surgió la curiosidad acerca del texto pues es posible que haya ciertos giros y recursos propios de los géneros (“terror”, “suspenso”, “thriller”) que están ya muy caracterizados pero resultan muy distintos en las páginas y en las pantallas y a lo mejor en el libro, funcionen de manera muy diferente a lo que sucede en la película.
Cero
La película es absolutamente lo que llamaríamos hoy, profesional: las locaciones adecuadas, el arte impecable, la fotografía, casting, actuaciones -más allá de algunas diferencias que se van dando en el transcurso de la trama-, muy bien hechas. Sin embargo, me voy a dedicar más bien a presentar objeciones, más o menos oscuras, a ver si logro esclarecer por donde pasan las cosas que acumularon cierto desencanto en esta espectadora.
Uno
La primera cosa que objeto es esa pátina de cosa hecha por publicistas que aparece tan frecuentemente en nuestras películas, sean enteramente realizadas en Argentina o coproducciones, sobre todo cuando se presentan con una suerte de aura realista, de veracidad histórica. La iluminación, los peinados, maquillajes, los objetos que se usan, todo es tan prístino e inmaculado, brilla en tal transparencia que se me antoja pensar atenta contra la supuesta historia pueblerina, casi mítica o tribal a la que se alude en la narración. ¿Qué pasaría si hubiera, para decirlo simplemente, un poco más de mugre, un poco menos de peluquería, algo de sudor, algún mosquito, un grano?
Dos
La posición autoral (no sé acerca de ella en la novela, en el film podemos distribuirla entre el guión y la dirección) que contrapone la explicación arcaica (¿pueblerina, tradicional, satanista?) versus la ciencia (médica) se vuelve extraña pues por una lado la “bruja” claramente es eficiente en la división y reparto de almas en distintos cuerpos respecto del hospital que “está lejos, no da bolilla y llega tarde” aunque por otra parte, la enfermedad, intoxicación o envenenamiento es causada por los agrotóxicos o algo que está en el agua (hijo, por supuesto, al menos en uno de los dos casos, de las posibilidades inauguradas por la bioquímica). En ese sentido se oscila entre una explicación de los fenómenos de orden fantástico con una que sería vinculable a la ambición desmedida de la explotación agropecuaria y en medio de eso, el gris de la medicina.
La creencia en una muerte inevitable es lo que inaugura el tráfico de almas, desconcertando y volviendo infelices a las familias como habitadas por una maldición. También algunos mueren, claro está, pese a este recurso que se opera en los niños.
Tres
La voz del niño a una de las madres, en off, va guiando el recorrido entre lo que ya ha ocurrido y se recuerda, lo que está ocurriendo y lo que va a ocurrir e iremos viendo en el transcurso del film. Ese es el gadget, complejo e interesante, del suspenso que sostiene toda la trama y que nos hace estar pendientes, va construyendo densamente una intriga como la de un policial. Pero una de las cosas que disfrutamos del policial es cuando al final, comprendemos los móviles, los autores del crimen, las temporalidades de los hechos, presenciamos la confesión y entonces ansiamos la reparación. El híbrido intergénero en el que navega la película nos exime de esta satisfacción, aunque de algún modo, durante algún tiempo nos conduce arduamente en esa dirección. Nos hace caer en alguna clase de trampa, sentimos.
Cuatro
Sin una mirada entre horrorizada y habitada por una gran culpa respecto del amor materno, esta película no sería posible. En ese sentido, es una película sobre madres y no sobre hijas e hijos, que, excepto cuando ya habitan un cuerpo que no es el original, ya mezclados en proporción con otra alma, son más bien dóciles, ingenuos, casi pasivos, según se los ve a través de las miradas y relatos maternos. ¿Esta “salvación” de la bruja es también un modo de otorgarles la agresividad que todo humano lleva en sí?¿De librarlos de esa existencia casi publicitaria en las que los vemos antes?
Cinco
Los esposos, maridos, padres, están en otra, como en otro plano. Cuando aparecen están ausentes, preocupados por su trabajo, son las madres las que cargan con la responsabilidad y las que alejándose o no suficientemente alertas ante posibles peligros, permiten y acarrean luego las consecuencias del envenenamiento de sus hijos sin que sus esposos se enteren. Por cierto que la relación madre-hija/ hijo (que son singulares y absolutamente diferentes entre los géneros, por añadidura) dista enormemente de ser fácil, armónica o fluida en cualquier vida real, digamos. Pero cuando veía el film se me cruzó por la cabeza la idea de que esa relación, finalmente, era vista como caída, voracidad, distracción errática enteramente.
Seis
La mirada sobre estos personajes es fatalista, no hay modo de eludir esa especie de maldición, de sensación de estar en “El pueblo de los malditos”, la película de John Carpenter, si forzamos un poco las cosas…pero no tanto. Quizás con una puesta en escena más pulp, o más trasheada este aspecto se potenciaría. A lo mejor, los modos de financiamiento, los convenios inter países, los compromisos, contratos y cadenas de distribución determinan tantos aspectos de un film que pueden llegar a contradecirlo. Habría que leer el libro para entender un poco más el asunto.
Siete
Esa suerte de atracción, fascinación lésbica entre ambas madres no alcanzamos a comprender si es parte de un proceso de seducción planeado para el intercambio de cuerpos y almas (que de paso, se lleva a una muerta) o es algo que el azar produjo en esas vidas. Otra vez acá ocurra quizás que las actrices y las escenas de lagunas, campos y habitaciones nos confundan pero, sobre todo, por su puesta en escena.
Ocho
Cabe la posibilidad de que alguien se ofenda diciendo que se ve al pueblo como algo oscurantista, supersticioso y malévolo que deglute cruelmente a estos chicos de ciudad que vienen de las luces a la oscuridad (aunque ya tenían algunos problemas). Cabe porque hay un cierto reduccionismo, una oposición simplificada entre creencia, brujería de un lado y del otro lado:…..imprecisiones vacuas y poco definidas. Se encuentran mujeres que ceden a la sinrazón, la sugestión y la culpa y buscan remediar con recursos secretos, arcaicos, la enfermedad y el peligro de muerte.
Fin
¿Es Samanta Schweblin una difusora del gnosticismo, dos mil quinientos años después de aquellas primeras noticias acerca de él en lo escrito? ¿Lo es la película y no la escritora?
En aquella doctrina que pasó de Platón a San Agustín, entre otros, sufriendo transformaciones y que en muchos directores de cine de terror reencontramos en los 80, se planteaba al cuerpo y la existencia como caídas y que las almas, entonces, estaban encadenadas a la carne como a una cárcel. Por eso, era pensable la muerte del cuerpo como una liberación.
Etiquetas: Cine, Claudia Llosa, Diana Rogovsky, Distancia de rescate, Gnosticismo, John Carpenter, Netflix, Película, Samanta Schweblin