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04-04-2022 Notas

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Por Luciano Lutereau | Portada: Roy Lichtenstein

1.

El amor es primero una pasión identificatoria. Es difícil amar algo o a alguien y no empezar a mimetizarse.

Ese amor tiene un costado virtuoso, amplifica nuestros intereses, nos potencia con el deseo del otro. Pero también es un poco alienante: choca en el reproche, en el sufrimiento de por qué el otro no hace lo que nosotros haríamos; no tiene vocación constructiva.

Amar sin esa identificación masiva no es tan sencillo. Requiere un trabajo personal, que no implica una caída de la identificación, sino un cambio de signo: ya no parecernos a lo que amamos, sino a quien nos ama. 

Esta alienación al revés es un trabajo, no es espontánea.

2.

La idea de toxicidad en una relación humana tiene una ventaja, la de plantear una acción sobre la sensibilidad.

Una sustancia tóxica es la que altera nuestro sentir y esta idea es mejor que la que podría plantear que entre personas podría haber un cálculo cognitivo, que lo que nos une con otro podría ser un error en nuestra programación.

Por eso es inútil decirle a alguien que actúe sobre su sensibilidad (que “modifique su conducta”) a partir del conocimiento del carácter inadecuado de su actitud.

Sin embargo, esta no deja de ser la intención de los consejos de los amigos y, a veces, de terapeutas: “Tenés que darte cuenta de que no te hace bien, dejá eso”.

La reeducación emocional tiene corto alcance sobre la sensibilidad. La pregunta es cuándo el sentir no puede elaborar otra relación con un objeto que la de toxicidad. Por ejemplo, usarlo para llenarse –a veces incluso se habla de que una persona tendría que “llenarnos”.

3.

Lo que funda la sensibilidad es una negación. Es la que puede ejemplificarse con la opción de decir que algo no nos gusta. Decir “no me gusta” no es decir “el objeto es malo”, son dos cosas distintas.

Es más, si a lo que no me gusta lo califico de malo… me alieno. Convertir un juicio subjetivo en objetivo crea una dependencia. 

No por nada es una opción que no dan las redes sociales. “Me gusta”, “Me encanta”, pero también “Me enoja”, es todo me, me, me, haciendo recaer todo en el objeto al que te quedás pegado como si fuera un dulce.

Decir “No me gusta”, en cambio, es el primer paso de un crecimiento sensible. Supone degustación y refinamiento. Si volvemos a la comparación de sustancias, es lo que ocurre con un vino y también con una persona.

Lo que “no me gusta” como paso inicial para un descubrimiento interior es también lo contrario del rechazo que me implica proyectivamente, por ejemplo, en el odio.

4.

El “no me gusta” es un paso sensible, de apertura, de muy difícil consecución hoy. Por ejemplo, muchas personas aman, pero son incapaces de sentir amor.

Amar no es sentir amor. Esto último es lo contrario de identificarse con el otro, de vivir ese sentimiento oceánico y vulnerabilizante, medio maníaco y a veces atravesado de suposiciones acerca del otro.

Amar es alienación mental. Sentir amor es un trabajo psíquico que, curiosamente, comienza con un juicio negativo (no de negación). 

A veces ese juicio está en algún síntoma (desde una incomodidad histérica hasta la duda por la conveniencia del obsesivo); en otro tiempo era común que el síntoma fundara la sensibilidad –al menos la neurótica.

Hoy ya no, por eso nuestros amores andan un poco enloquecidos, sin distancias, demasiado pasionales, pero sin pasión concreta, desbocados e intensos. 

 

* Pintura de portada: «Beso V» (1964) de Roy Lichtenstein

 

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