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Por Federico M. Soler | Portada: Johann Baptist Reiter
1.
Tenemos que caminar con cuidado, como si estuviésemos atravesando una cornisa. El sendero entre la ladera del cerro y la cornisa es estrecho. Pasa solo una persona. El terreno puede desmoronarse. Tierra arcillosa colorada. Pero se puede atravesar si avanzamos con sigilo. “El goce de ciertos fragmentos y el pudor frente a otros, recuperar viejas ideas”, invita Nicolás Rosa. Un desfiladero de palabras que habilitan o no a nuevos sentidos.
2.
Habría por lo menos dos maneras de abordar lo falso. Lo falso como impostura y lo falso como estructura. Lo falso como impostura es la pose de aparentar novedoso. Lo que Roberto Arlt definía como snob y que hoy podemos pesquisar en aquel escritor que quiere ser reconocido utilizando poses de vanguardia. La impostura como gesto pierde a cualquier texto. Abordar -¿abortar?- un tema que sabemos convoca, como el rechazo a la maternidad o el asesinato de mujeres por un sistema corrupto viciado de patriarcado. Una pose que constituye más una postura social, que no amerita discusión y que, por tanto, pretende el aplauso militante. Confundir el aplauso militante con un relato que merece reconocimiento es un malentendido que varios utilizan en su favor. Lo que no favorece a la literatura.
Lo falso como estructura apuntaría, en cambio, a admitir que toda construcción textual trafica algo falso, no verdadero o imposible de comprobar. Los billetes falsificados y un nombre que no es real, o es real a medias. En el cuento de Ricardo Piglia “Nombre falso”, no es falso el nombre sino la referencia a la autoría de un relato. Texto y nombre son reales, pero asociados se constituyen como equívoco. La falsedad aparece en su asociación. Entonces no es una falsificación sino un robo. Un texto apropiado por otro autor, sin escrúpulos. Lo cual es lo propio de la literatura y los escritores: no tener escrúpulos.
La Sra. K. (María Kodama) llevó a Pablo Katchadjian (otro K.) a transitar los vericuetos de los pasillos tribunalescos. Lo puso como a Josef K., ante la ley. Acusándolo de haber producido algunos problemas de obesidad a “El Aleph”. La Sra. K. no es escritora, el Sr. K. sí lo es. ¿Plagio o engorde?
3.
Todo escritor, ficcional o de no-ficción, es falsario. Como sucede en la vida, como mostró el psicoanálisis, las personas que aparentan ser las más correctas son las que alguna mugre esconden. Los escritores que quieren ocultar su condición de falsarios son los más tramposos, capaces de “plagiar” con tal de ser reconocidos. Así fue que la Sra. K. con la excusa de limpiar el buen nombre de Borges reveló su mácula, acusando al Sr. K. de lo que el mismo Borges se había empeñado en desarrollar como método de escritura. El Sr. K. se dedicó, simplemente, a reproducir el método de su maestro.
Hay falsarios que se creen puros, esos son los peligrosos, enunciando cánones y despiadadamente exiliando autores. ¿Usar el método de un escritor constituye un plagio? Sabemos que no. También sabemos que la causa del proceso del Sr. K. se torna dudosa, floja de papeles. Una autoincriminación, con culpa y un crimen difuso.
¿Ante la ley o ante la culpa?
4.
¿Qué acontece primero? ¿El lector y luego el escritor? ¿Son dos momentos diferentes que encarna aquel que escribe? ¿Sería posible una distinción entre ambos momentos o es el escritor un monstruo con dos cabezas que muerde su mano mientras escribe?
En principio, me parece una falsa disyuntiva. Aunque podríamos acordar que primero leemos y luego tenemos el impulso o la necesidad de escribir. Sin embargo, hay personas que son eternos lectores, muy avezados y eruditos, sin pasar jamás a la escritura. Así como hay escritores mañosos, atolondrados, que no tienen una meticulosidad en la lectura, salvo para escribir, y son buenos en su oficio. Esto muestra que si son buenos en su oficio, leen de manera criteriosa. Saben leer, aunque no necesariamente como un crítico.
La sentencia borgeana del lector ante todo y siempre no es la única manera de ser escritor. Seamos honestos, dicha sentencia constituye una trampa. Un mantra borgeano, que repiten muchos y se termina convirtiendo en una profecía auto-cumplida. Queda bien como pose, impostura decíamos, decir que somos ante todo lectores. Entonces un aura de intelectualidad se derrama sobre los auto-ungidos, invistiéndose de una virtuosidad alcalina.
En principio, un lector permanece en su comodidad sin riesgo, con el deleite de sentirse juez de ese texto, que él no construyó. Aunque podamos acordar que el lector crea, es una verdad a medias. Crea de una manera más cómoda. Si no le gusta lo que lee, puede abandonar esa lectura. Es una postura autoritaria. Fascista, como el lenguaje, diría Roland Barthes. Sin el desgaste que implica intentar poner en palabras, imágenes, ideas y voces. Quien ya terminó de escribir un texto, por más falencias que tenga, atravesó un Hades de dificultades, oscuridades y problemas, que ambicionó llevar para algún puerto. Nicolás Rosa lo expresa claramente cuando dice “en mi caso, escribir, escribir crítica, otra forma de ser de la ficción, siempre fue producto de un alto costo físico —la escritura es un capítulo de la Física cuántica pero también lo es de la Anatomía y casi, diría hoy, una verdadera catástrofe psíquica”.
El impulso del escritor, pretende saltar la comodidad lectora, haciendo pie en la necesidad de decir algo. “Siempre se escribe para alguien, o al menos para algo”, dice Rosa. Este decir no necesariamente tiene que ver con emitir un mensaje, y menos con que este tenga que ser original, sino que procura enunciar una voz propia, con los retazos de las voces que lo habitan, esas que alguna vez leyó y/o le leyeron.
Un escritor no solo es un lector sino un buen oyente. Es un intruso de la lengua, un exiliado, que ensaya ser reconocido en ella como un demiurgo, no ya como un habitante más. Porque lo que todo escritor ambiciona, más allá de la falsa modestia algo borgeana, es no ser un habitante más del lenguaje.
5.
Es también falsa la disyuntiva sobre lo que fue primero, si el huevo o la gallina.
Los pueblos ágrafos resolvieron esta disyuntiva recurriendo a lo que Mircea Eliade denomina mitos de origen. Un relato establece lo que sucedió en un tiempo mítico, alejado del tiempo cotidiano, con rituales precisos. En la mayoría de las culturas, una fuerza divina dio origen a los seres vivientes. Luego en lo cotidiano, en el habitar de todos los días, la cópula se encargaría de perpetuar su especie con la referencia a esa creación ab origine.
A los pueblos ágrafos, que habitaban los mitos como forma de entender su mundo, no se les presentaba esta disyuntiva. Esta forma de pensamiento surgió con el saber científico occidental y su necesidad de categorizar y encontrar lo que David Hume enunciaba como la causa y el efecto.
Imaginando un tiempo continuo donde hay pasado y futuro, desde un presente difuso, la pregunta por lo que fue primero, el huevo o la gallina, tiene sentido. ¿Pasará lo mismo con la lectura y la escritura? En el principio fue el logos, la palabra, el sentido, dice el evangelio atribuido a San Juan. Su inicio es mítico.
No todo entra en esta lógica. Para los antiguos había diferentes tiempos.
¿Será posible que consideremos al lector que pretende escribir como al escritor-leyente? Escribir es siempre en tensión con la lectura en esas voces que nos habitan a des-tiempo –por fuera del tiempo-. Por otro lado, la lectura se ve afectada por la escritura. Aprendemos a leer por segunda vez cuando nos damos cuenta que escribimos mal porque leemos mal. Los escritores somos un monstruo con dos cabezas, que nos mordemos la mano que escribe, con las diferentes bocas. Nos mordemos la mano, nos arrancamos los ojos, vomitamos sentidos. Somos excluidos del sistema de los signos y queremos armar otro sistema, con esos mismos signos. Para intentar birlar a Delfos. Y que nos reciban con laudes.
6.
Lector o escritor. Es una falsa encrucijada.
En el secundario, en un colegio de curas franceses, el Sacre Coeur de Tucumán, que tenía una biblioteca envidiable al que solo visitábamos algunos pocos por cuenta propia, encontré un pequeño libro de ensayos que me llamó la atención. Era inicios de los 90. El libro lo había escrito Ernesto Sábato: La cultura en la encrucijada nacional. Me llamó la atención las palabras encrucijada y nacional. Así como también sus tapas rojas. En ese tiempo leía cosas disímiles. Fue cuando me encontré con Arlt y con una autobiografía de Gandhi.
Ante una encrucijada se encuentra aquel lector que todavía no pasó de ágrafo y teme perder su condición lectora si se decide escribir. ¿Habría una esencialidad lectora? ¿Qué es lo que teme perder? ¿Su comodidad de juez? ¿Evitar recibir un trago de su propia medicina a través de sus colegas jueces-lectores?
El deseo nos presenta siempre una falsa encrucijada. No lo concretamos detenidos ante esta ilusoria disyuntiva. Ese deseo más íntimo del que huimos, nos acobardamos, nos inhibimos. Rajamos, diría Astier, en el mejor de los casos. Deseo, no ese pequeño placer, ese placebo que esgrimimos para sobrevivir y alejarnos de él. Escribir tiene relación con este deseo. Leer también.
7.
“Nombre falso” a diferencia del estudio metódico y preciso de Nicolás Rosa, la “Ficción proletaria”, postula un origen mítico de la prosa arltiana y se aventura a los avernos, haciendo un trato con Mefistófeles para conseguir un cuento inédito del popular Arlt, rodeado de enigmas y personajes decadentes que invitan al lector y al falso descubridor de ese inédito, a un deterioro similar al del personaje principal. El deterioro que produce toda ficción, el deterioro de la realidad. Rendidos ante el triunfo del artilugio ficcional, la realidad tambalea. Arenas movedizas donde la realidad se sumerge y se produce una imposibilidad de retorno a una ingenuidad del sentido, un paraíso perdido.
Nicolás Rosa abreva en lo investigado sobre Arlt, en los folletines, su caladura entra en lo que no se había enunciado antes en otras investigaciones. Tanto Correa en su Arlt literato como Masotta en Sexo y muerte en Roberto Arlt, logran rescatar algunas de estas características arltianas. Rosa construye una síntesis de ambos con un agregado de sentido, rescatar aquellos folletines que podría haber consumido Arlt para hacer carne en su escritura. Pero no serán solo los folletines o las malas traducciones de los clásicos lo que hicieron de Arlt un escritor potente con voz propia. Arlt no buscó imitar a los folletines, no fue un simple copista. Fue un realizador de una escritura falsa vestida de auténtica. Un falsario de ley.
¿Arlt se dedicó a leer folletines porque quería a priori utilizarlos como parte de su escritura? ¿Sabía de antemano que ese aporte le daría un vigor diferente a sus relatos? ¿Qué fue primero? ¿Otra falsa disyuntiva?
¿Podría ser que Arlt, en principio, solo disfrutara como lector de esa literatura menor y de descarte?
8.
Los escritores procedemos de forma ambigua y atolondrada al momento de escribir, en especial en ficción. Quizás otras formas de escritura como la académica o el ensayo, requieran herramientas más precisas y determinantes. La ficción es más amorfa y puede utilizar diferentes recursos. De ahí que muchos escritores sin formación académica, solo con su experiencia lectora, logren construir una nueva voz con nuevos recursos literarios. James Joyce, desde su Ulises, se burló de sus críticos diciendo que tendrían para varias décadas de discusión sobre lo que quiso decir.
9.
Rosa, a diferencia de Piglia, en su ensayo “Ficción proletaria”, procede como en una autopsia, con la ilusión de poder retener esos vínculos que pueden dar cuenta de un Arlt pretérito. Como un erudito forense se adentra en un Arlt cadavérico para intentar visualizar aquello que conformó al escritor.
Piglia al utilizar la ficción misma para comentar al escritor, trabaja con un Arlt vivo, quizás como espectro, que todavía puede enunciar nuevos escritos. Y desde el más allá recibir, como Hamlet, la deuda y el mandato de vengar el asesinato de su padre. Esta culpa de Hamlet da cuenta de que en él habitaba el deseo por asesinar a su padre. Deseo inconsciente, formato invisible. Es lo que hace también Piglia. Inventa un Arlt espectro, que desde el más allá trae un nuevo cuento. Como Néstor Perlongher en el relato “Evita vive”, donde se literaliza esta consigna y Evita regresa viva -¿otro espectro?- para salvar a sus descamisados.
En “Cuento falso”, Piglia asesina un poco a Arlt, pues muestra que descubrió su fórmula, sus mecanismos de escritura. Arlt, un heurístico frustrado entre sus medias de caucho. Piglia, un Arlt entre las sombras, deja al descubierto su mecanismo escritural.
Rosa asesina a Arlt, de otra manera, al trabajar con su cadáver. Pero es más tranquilo y cómodo, se regodea en la muerte sin tener que matarlo. Más parecido a un lector/crítico avezado. Alimento de otros críticos y estudiantes de letras. Otra cosa sería convertirse en caníbal y alimentarse del cadáver, un paso interesante para el crítico, que lo pondría en un más allá. Más cercano a un Hannibal Lecter. Alimentarse con algo del muerto, si nos remitimos al tiempo mítico de Tótem y Tabú que marca Freud, sería una forma de apropiarse de su potencia y otros atributos. Luego de ese momento surgirá la prohibición al canibalismo. ¿Qué sucede cuando nos consagramos a determinado autor y veneramos más su nombre que sus textos? El panteón de Borges. Al fin y al cabo, somos todos mamíferos necrófagos. Y ese deseo nos habita, en especial a los escritores.
10.
Elías, mi confidente de letras, me invita a cuestionarme diciendo que “habría que ver, porque Borges, siguiendo a Quevedo, prefiere el diálogo con los muertos”. Para mí esto se produce, porque Borges se alimentó ante todo, en bibliotecas con ediciones corregidas y consagradas. Arlt, en cambio, se alimenta de artilugios más frágiles como los folletines, las crónicas policiacas y el clamor de la calle. No cualquiera va como espectador de un condenado a muerte, realiza un diálogo con una posible suicidada o reconstruye diálogos en un tranvía.
Así hay escritores que se alimentan solamente de los muertos y se evaden del mundo. Otros se alimentan también de los vivos. Arlt estaba en una conexión vital. Los folletines y la literatura en traducciones vulgares son lo vital que abreva en la calle de su tiempo. Una oralidad que murmulla como un crecido río que suena.
11.
Rosa habla de la hambruna. Habría que volver a “La narración de la historia”, de Correa. La hambruna como posibilidad de deseo, la homosexualidad como búsqueda y el merodeo entre los márgenes como condición del escritor.
La moral burguesa permite dar el paso en falso, por fuera de la familia. Entre los márgenes, en las teteras o en las estaciones de trenes de madrugada. En los suburbios donde el placer se permite y libera, fuera de la mirada castradora de la vigilia. En esos lugares el deseo está a cielo abierto. En lo diurno de las ciudades, en cambio, las tinieblas se ocultan bajo la alfombra. Para aquellos que todavía se empecinan en asumir solo las luces, les resulta imposible mirar las tinieblas.
La escena invisible obsesiona y posibilita crear fantasmas. Quien pretende escindir a su deseo, se mata en vida. Quien ahuyenta a sus espectros no podrá crear.
Un ojo puesto en la carne muerta, eso se vuelve un escritor. Así empieza el arte y la metáfora. Un hombre ve a otros hombres cazar una presa. En la contemplación del desgarramiento de la carne de otro mamífero, en la capacidad de abstraerse de dicha acción y luego poderlo plasmar en una cueva, se constituye el origen del arte. El escritor es un voyeur de lo siniestro.
12.
Falsas disyuntivas. Aparentes encrucijadas. Deberíamos cambiar la “o” por la “y”. Mezclar y barajar diferentes posibilidades. Escritor y lector. Ficción y realidad. Folletín y biblioteca. Borges y Arlt. Forense y caníbal. Academia y calle. Rosa y Piglia. El huevo y la gallina. Lo mítico y la ciencia. El dolor y el deseo. El amor y la muerte.
Sobre la senda andamos, caminando sigilosos por el desfiladero. A un lado, la cornisa atrae y seduce. El paso en falso puede acontecer, tienta. Algunos, como Mishima, cedieron al desfiladero.
En definitiva, los escritores fagocitamos a los muertos para sobrevivir. Pero no solo eso: los escritores somos más inescrupulosos, sacrificamos a los vivos para ser reconocidos.
Es el largo aprendizaje de la muerte.
* Ilustraciones: Johann Baptist Reiter
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