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04-04-2022 Notas

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Por Manuel Quaranta | Portada: Kahn & Selesnick

El nombre Mauro Libertella remite, por familiaridad literaria, a otros nombres. A Héctor, por ejemplo, padre de Mauro, o a Tamara, su madre, ambos poetas, críticos, ensayistas, fervorosos trabajadores de la lengua. En su última novela, Un futuro anterior, ocurre un fenómeno semejante, resulta imposible leerla sin mirar de reojo el universo familiar construido en sus primeras obras, las cuales, de forma velada o explícita, aparecen: Mi libro enterrado (sobre su padre), El invierno con mi generación (sobre sus amigos) y Un reino demasiado breve (sobre sus novias). Esa relación se encuentra contenida también en el reciente título: futuro anterior, que además de designar un tiempo verbal caído en desgracia, advierte que el futuro, es decir, el magma venidero, siempre incierto, está estrechamente ligado con lo anterior, o sea, el magma pretérito. ¿Y qué más pretérito que los padres, artífices eminentes de un capítulo de nuestra historia?

Las tres primeras novelas de Libertella ponen el foco sobre el amor, aunque entre esos amores falte la figura de su madre, a quien seguramente en los próximos años el escritor le dedicará la ejecución de algún libro. Dada esta circunstancia, un título unificador para la trilogía podría ser Los amores de Libertella. En Un futuro anterior, el amor adquiere el oscuro matiz de lo clandestino, con las consecuencias lógicas (culpa, malestar, indecisión) de sostener una pareja secreta y casi prohibida. Sin embargo, luego de salir a la luz, el vínculo se equilibra, y con el equilibrio, surge una novedad radical, la novedad de las novedades: un hijo, en este caso, una hija, Julia.

Si aquellas obras iniciáticas de Libertella representaron su Bildungsroman, novelas de formación, de aprendizaje, su educación sentimental, la última es una novela de madurez. Libertella se hace hombre al hacerse padre, torsión o conversión que abre el camino hacia una nueva vida, matizado, de todas maneras, llegando a los episodios finales: “Como si ser padre fuera, también, aprender de nuevo a ser hombre. Como si, en el río revuelto de mis impresiones, ser hombre y ser padre fueran dos formas puras, ideales, que se alejan un poco cuando las estoy por alcanzar. Dos espejismos”.

El espejismo es básicamente una ilusión, una imagen engañosa, algo que parece estar cerca, pero que en realidad está lejos, o directamente no está: lo que se ve no es lo que se ve. Eso le sucede al narrador con respecto a la paternidad, a la madurez, las ve y se les escapan, las cree propias y se le diluyen. Pero una ilusión también forjó los 90, período histórico en el que creció Libertella y en el cual transcurren una buena parte de sus relatos. Quizás en virtud de esa temporalidad compartida (con las diferencias propias del caso) sus novelas suponen para mí una carga emotiva desbordante, diría, hasta las lágrimas; confesión melosa, impertinente para un crítico que busca la objetividad perdida. Y no sólo me emocionan, sino que me generan el impulso de leerlas una, dos, tres veces, y de diseminar el hallazgo entre aquellos con quienes compartimos (dilapidamos) la adolescencia. Así, la autobiografía de Libertella arma o reordena la biografía de una generación, educada en el marco de la gran ficción Argentina: la del empate cambiario, el 1 a 1, el menemismo (“Pensamos que los actos no tendrán consecuencias más allá del momento en que se ejecutan”).

Sostengo la hipótesis de que los nacidos entre 1978 y 1985 fuimos (o somos) la última generación con memoria histórica de hechos no vividos, la última generación que conoció (y compartió) los gustos de sus padres (quizás, me dijo por lo bajo, en la presentación del libro de Libertella, una amiga editora, Marcela Allemandi, que le dijo una amiga, por cuestiones de índole tecnológica). Fuimos (somos) el nudo de “una época de transición entre dos siglos, entre un mundo analógico y uno digital, entre el mundo de los trabajos estables y el de la precarización. Una interzona donde todo estaba mutando, aunque todavía no nos dábamos cuenta”.

Las obras de Libertella son profundamente melancólicas (“la última postal de ese mundo perdido”), la melancolía de quien escribe sus memorias al borde la caída. Lo entrañable es que Libertella aún no ha ingresado a la vejez, ni siquiera se acerca, pero escribe como un anciano (“la gente a veces no puede creer que hable como un viejo”). Su tono melancólico nos envía hacia los recuerdos estudiantiles de Miguel Cané expuestos en Juvenilia, publicado cuando el escritor aún no había cumplido los 33 años y parecen escritos por un hombre de ochenta. Pero ese tono melancólico que funda su prosa, en Un futuro anterior se vuelve posta, mirada hacia adelante: “Y ahora este libro le habla a ella. Te habla a vos, Julia”.

Insisto, en las novelas de Libertella, adentro o afuera, lectores o personajes, vibra o late el llanto, de hecho, Un futuro anterior concluye con las palabras de la hija: “Vos sos el bebé. Ahora ponete a llorar”. Seguramente, a raíz de esto, Martín Kohan escribió: “Mauro Libertella logra un modo sobrio y sutil de contar historia de amor y rompe con uno de los grandes tabúes de nuestro tiempo: el tabú de la sentimentalidad”.

Los libros de Libertella son reinos breves, se leen en tres o cuatro horas, de un tirón, pero esa brevedad no significa corto aliento ni rapidez, al contrario, implica un trabajo arduo, extendido en el tiempo. Y justamente el tiempo, no sólo en su forma presente, pasada o futura, sino el empleo del tiempo, constituye uno de los materiales principales de su obra. En este sentido, recuerdo una de las películas preferidas de Héctor, el papá de Mauro, La soledad del corredor de fondo, cuyo protagonista, a punto de alcanzar la meta, desfallece (Freud diría, de los que fracasan al triunfar). En el caso del escritor (y aquí coinciden padre e hijo), la dificultad para concluir una obra no es una falla, sino su máxima potencia, en vista de que “la obra siempre está en proceso, nunca termina”.

Un futuro anterior
Mauro Libertella
Ed. Sexto Piso
Año 2022
156 páginas

 

 

 

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