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18-04-2022 Notas

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Por Cristian Rodríguez

La serie documental Kingdom of plants, cuyo presentador es David Attenborough, y que puede traducirse como El reino de las plantas, transcurre en los jardines reales de Londres, el Jardín Botánico de Kew, 120 hectáreas donde se encuentran alrededor del 90% de la totalidad de las especies vegetales de la Tierra. Allí se ofrece un universo vegetal en su “totalidad” y esplendor.

Una idea iluminista pero asimismo romántica, típicamente Victoriana, durante su apogeo en el siglo XIX, la de organizar un microcosmos que puede ser analizado y sobre todo reproducido.

Este jardín botánico desmesurado es contemporáneo de las ideas darwinistas, la selección natural de las especies, a partir de las teoría de la evolución de las especies.

No hay tal estado de naturaleza, y eso creo que lo sabía mejor que ninguno el propio Darwin. Naturaleza es el modo de nombrar un cierto «estado de cosas», un córtex temporalizado por la mirada del observador. Naturaleza es un corte singularizado. Los estructuralistas del siglo XX «descubren» una idea que ya está presente allí: naturaleza perdida, o -siempre, por definición- «segundas naturalezas». Naturaleza perdida y por contraparte «Naturalezas», en plural.

La teoría de la evolución, a partir de esta consideración, no sería una cuestión a considerar sobre la evolución, sino de las determinaciones singulares/ particulares en un corte temporalizado y en un contexto determinado. Un “estado de cosas” y de sus efectos. También pone en cuestión el concepto «determinismo». No es una teoría determinista, ya que se trataría en realidad de acontecimiento/ acontecimientos/ aconteceres/ aconteciendos.

¿Por qué suponer que había que esperar al hombre, a los homínidos y en particular al homo sapiens, para que esta serie de acontecimientos se desarrollaran, desenrollarán? Esto ya venía sucediendo. Y creo que imaginan hacia donde me dirijo: hablo de las ideas, no los pensamientos, esa cosita que en nuestros devaneos psicoanalíticos, salidos de la misma clínica, del trabajo de campo -eso que como también suponemos, no podría habérsenos ocurrido sin el psicoanálisis.

Estos aconteciendos del «kingdom of plants» no tienen nada de naturales, ni están ligados a la evolución, ni están determinados por ningún determinismo: sino que son ideas ¿El primer impulso de la idea podría ser entonces pura metonimia? Pero, cuando una idea se vuelve elección -no selección-, ¿entonces algo allí se metaforiza? En la idea ya está presente la dimensión del hacer metáfora. Un primer impulso de la idea está ligado a la metonimia, un efecto de la idea está ligado a la metáfora. En esa síntesis podemos ubicar la cualidad de la idea, que es producir elecciones -la partícula «elecciona» así sobre un sustrato que se da aleatoriamente y al unísono, entre la onda y la posición, entre dos recorridos potenciales.

Las ideas devienen de la pulsión, eso que asociamos en la física con la energía oscura. Una pulsión antes -lógicamente- que el hombre, antes que el significante. Incluso antes que Dios.Ya que el Dios creador es un punto uno -y por eso, como dijimos- está «preñado» de este empuje, empuje a la mujer-. En el principio fue el verbo que ya está enmarcado en la serie de las naturalezas. Naturalezas perdidas. Ese es el Dios creador, un Dios que empuja en la dirección de las ideas. Veremos finalmente cuán estrechamente devienen las ideas de la pulsión, hasta producirse un bucle en el que siendo “la idea la pulsión”, nos encontramos nuevamente en el punto de comienzo, alrededor de la idea como ese “y se hizo la luz”. Por el momento conviene dejar ese leve resquicio lógico por el cual una y la otra funcionan en hélice. Del mismo modo que funciona con esta lógica helicoidal la Teoría del Big Bang y nuestro propio ADN.

Por otra parte esas ideas –la historia de esas ideas devenidas- son naturalezas perdidas.

El ADN está ligado a estas naturalezas perdidas, el ADN está ligado a las ideas. El resto no develado en el ADN humano –hasta aquí una de las supuestas cúspides del recorrido “electivo” de la vida en la Tierra, ya que no estamos considerando, entre otros, a los invertebrados-, ese resto no develado es la síntesis, la residua acumulada de esas elecciones. Pero esas elecciones preexisten a la historia de la Tierra. El ADN humano posiblemente lleva consigo las sedimentaciones de la historia del Universo. Como esas sedimentaciones no están funcionalizadas y dispuestas manifiestamente, la ciencia le da a esto el carácter de “basura genética”.       

La misma «teoría de la evolución de las especies» habría que leerla como un poderoso ensayo sobre la realidad y la singularidad. Está entrecruzada con el inconsciente freudiano. Lo que ocurre es que Darwin, al igual que Freud -y aún más que él, porque abre de algún modo los debates de la segunda mitad del siglo XIX- se encontraban en el bastardo ojo de la tormenta de los intereses políticos de la iglesia capitalista, es decir el status quo dominante de ese pensamiento positivista, un Dios de la razón utilitaria, no un Dios creador -en el sentido de la diversidad, de la aleatoriedad-, sino un Dios del hombre lobo del hombre, un hombre superior, un hombre de la razón y del racismo.

 

 

 

 

 

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