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Por David Sebastián Rodríguez
Al fin. Parece que el síndrome de abstinencia mermó, aunque el no-tiempo del aislamiento haya convertido todo en un gran sin sentido. La Feria del Libro volvió a abrir sus puertas. Mejor dicho, el predio de la Sociedad Rural fue elegido otra vez como espacio paradójico de la cultura argentina. Lugar por demás privilegiado de las élites más conservadoras de nuestro país. Espacio desestabilizador de gobiernos democráticos y promotor de golpes militares son algunas de las medallas que cuelga la institución patricia que hoy, paradójicamente, llena de libros su espacio. Sólo el Jockey Club puede competirle los primeros puestos. Pero tampoco puede quedar fuera de la contienda el Automóvil Club Argentino ni las empresas oligopólicas que publicitan la Feria. Que «la cultura» descanse en un lugar que la aborrece es, por lo menos, llamativo. Ya lo dijo Saccomanno en su discurso inaugural del jueves: «es una paradoja o responde a una lógica del sistema que esta Feria se realice en la Rural, que se le pague un alquiler sideral a la institución que fue instigadora de los golpes militares que asesinaron escritores y destruyeron libros».
Anoche, mientras me dejaba llevar por mi insomnio, terminé de leer María Domecq de Juan Forn. Recordaba el día que me enteré de su muerte y que sólo con el escritor muerto pude conseguir, al poco tiempo, un ejemplar de su novela. Pensaba en las palabras de Saccomanno cuando alertaba que la Feria del Libro no es más que una feria comercial, más que una cultural. Es cierto lo que dice el escritor, pero también no es menos cierto que cultura y mercado siempre han andado galopando a la par. Lo que no quiere decir que se tenga que recurrir a las grandes editoriales para publicar, pero cabe historizar bajo la pregunta: ¿Por qué España publica autorxs argentinxs y no lo pueden hacer editoriales nacionales?
Creo que una de las mejores cosas que le puede pasar a un escritor o a una escritora es ser criticado por columnistas del diario La Nación. El diario encara una catarata de infortunios que no escapan del estupor de quienes son sus lectorxs habituales: los que se indignan por las palabras de un escritor perturbador, pero no así con la desaparición de personas, por ejemplo. Expresan que el discurso de Saccomanno fue una desubicación además de una arenga política. Y qué creen qué es escribir, me pregunto. ¿Acaso Emile Zola no pensaba políticamente cuando escribió Yo acuso? Sigo indagando y les pregunto: ¿Por qué intentan ubicarlo todo cuando justamente la escritura viene a desubicarlo todo? Entiendo que lo hacen porque hacer política para esos sectores es negar la que hacen lxs otrxs, es decir, apropiarse de la práctica política y cultural, con mayor precisión, constituir cánones literarios, escolares y culturales.
Escribir no es un entrenamiento para quienes consideramos a la literatura como una invitación a la insurgencia. El entretenimiento no tiene que ser únicamente destinado al consumo. Y parece que la indignación por el discurso del autor de Cámara Gesell transita por ahí. Un arte para divertir tal vez, para atontar, quizás. «Literatura sana».
Marcelo Gioffré, cronista del diario, se mostró desilusionado porque creyó que Saccomanno iba a hablar de literatura. Insisto: ¿De qué creen que habló el escritor? ¿Qué les hubiera gustado?, ¿que evitara analizar la coyuntura incluyendo las problemáticas que ponen en jaque a la industria del libro?, ¿que prefiera ir gratis a trabajar?, ¿que les endulzara los oídos? , ¿que abrazara a los ministros y juntos cortaran la cinta con los colores nacionales?
La pasión por la literatura y por la política crispa a muchos sectores de la población. Pero a veces presumo que también la tienen, pero sostienen la impostura hasta que pasa lo del jueves. En la introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx escribió que «la crítica no es una pasión del cerebro, sino el cerebro de la pasión.»
Lo que interesa del sacudón del discurso de Saccomanno es que nos sacó de la modorra. Nos puso, otra vez, del lado del pensamiento crítico considerando una pregunta que Miguel Dalmaroni se hizo en su libro Patria y muerte: ¿Qué pueden pero también qué no pueden la poesía, la literatura, las artes, el ejercicio de la palabra?
Las palabras y la postura de Guillermo Saccomanno nos invitan a retornar a las viejas polémicas del país que están aún sin saldarse, aquellas que permiten pensar nuestras propias cadenas, nuestros propios deseos.
En las críticas a Saccomanno se entrevé una ideología porque no son opiniones inocentes como tampoco lo fue el discurso del escritor. La diferencia está en que los primeros prefieren quedarse ocultos y negar, tal como señalaba Stendhal que la política en la literatura es un pistoletazo en medio de un concierto, una cosa grosera y a la que, sin embargo, no se puede negar cierta atención. El discurso inaugural de un escritor define límites y señala contrincantes. De lo contrario, todo queda maquillado con atisbos del buen vivir y la política de la corrección. Al fin la Feria, al fin un escritor, al fin la palabra, al fin los oficios terrestres, al fin el violento oficio de escribir en todo su esplendor.
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