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Por Diana Rogovsky | Portada: Beeple
Con mi hijo conversamos frecuentemente sobre criptomonedas y NFT (not fungible token). Ayer, me dijo: “no entiendo como te comprás algo que no es nada, solamente si lo podés vender mejor en la subasta te conviene, si no, salís perdiendo”. Y me muestra a continuación las imágenes de monos con variaciones que están alcanzando muy buenas cotizaciones en el mercado. “Esto es algo para millonarios aburridos”, concluye. Me río pero me quedo pensando en varias cuestiones, voy a tratar de ir planteándolas:
I.
Él, lógicamente, pensaba en el punto de vista del comprador, pero ¿desde el punto de vista del artista, del generador de las imágenes que ingresan en la subasta, ¿cómo se ve la cosa? ¿Es radicalmente distinta de otras subastas del mundo del mercado del arte, anteriores al surgimiento de las criptomonedas? El hecho del surgimiento del NFT lo que le agrega a la imagen, al arte digital, es una certificación de unicidad, algo que en el arte precedente (la firma, el nombre, la constancia de autoría) no es un tema menor en los últimos siglos para volverlo, como dice Isabelle Graw, un tipo particular de mercancía. Por consiguiente tiene su valor de uso, su valor de cambio.
Hay sobrados ejemplos de artistas que hoy cotizan muy bien pero murieron en la pobreza así como hay otros (Pablo Picasso, Salvador Dalí) que fueron millonarios pues lograron vender su obra muy bien en vida. Ya comienza ahí la creación del artista como celebrity, lo que asegura una atención sobre el artista y su obra que redunda en beneficios para las mercancías en circulación. Artistas como el británico Banksy o la argentina Marta Minujin han tematizado el asunto del dinero y lo resuelven vinculando y problematizando arte y economía de maneras lúcidas y realistas, acorde a los tiempos, en numerosas ocasiones. Esto me interesa resaltar pues se encuentra con frecuencia una tensión con los ideales del artista genio, mártir, aislado del mundo como se formula en el paradigma romántico o revolucionario que pese a ya a llevar dos siglos de existencia – aunque por cierto estas ideas puedan ser rastreadas a través de más siglos hacia el pasado con diferentes metamorfosis- persiste. Muchas veces, también, han sido los propios artistas quienes articulan de un modo particular rebeldía, activismo, protesta y sacrificio. El asunto es vasto, por ahora sólo señalo estas tensiones recurrentes. Porque todo el siglo veinte ha relacionado las acciones de la política en las calles con la intervención, performance con gráfica, teatro, danza, música con manifestaciones y por consiguiente, los límites entre arte y política se entrecruzaron y entrelazaron de distintas maneras. Además, se suma un hecho contradictorio que también hemos visto repetidamente: que aquello que surge como un movimiento o gesto disidente poco tiempo después es tomado por algunas maneras de conducir las llamadas industrias culturales o algún devenir capitalista e incluido rápidamente en el dispositivo y bajo las normas que pretendía cuestionar.
II.
Así, volviendo entonces a los recintos, los espacios interiores y específicos, se observa que cuando visitamos un museo no solemos preguntarnos cómo esas obras o piezas llegaron ahí. Si indagamos un poco, quizás veamos que son los Estados o personas en particular quienes han ido comprando (cuando no extrayendo de sus colonias o territorios), intercambiando, regalando, comerciando con esculturas, bajorrelieves, tapices, joyería, pinturas, fotos, audios, cintas, mobiliario, objetos de culto, reliquias, documentos, trajes, discos, utensilios, armas, relatos. Una enorme y diversa acumulación, distribución de objetos provenientes de orígenes y funciones distintas se deposita en el gran repositorio de la cultura humana. Todo aquello, por cierto, de acuerdo a las épocas, contingencias y contextos, recibió su valor de uso y uno de cambio- tal como diría Karl Max-: se compra y se puede vender. Una cierta comunidad establece cuánto vale ese bien, tanto en sentido simbólico como monetario y en esa relación se pueden notar algunas cuestiones relevantes. A consecuencia, se certifican las autenticidades, se abre el negocio de las falsificaciones, las estafas, las réplicas. Los conflictos por derechos de autor, plagios y reclamos, están a la vuelta de la esquina. En ese sentido, los NFT también tienen una comunidad que atribuye valor y propiedad. Sostienen, incluso, desde la internet no individualizada, que es más democrático – o comunitario- que el mercado del arte tradicional. Este debate podría reverse, pero para ello habría que visitar la idea de democracia y comunidad, cuanto menos. Porque la pregunta que subyace es aquella de ¿de quién es el arte y para quienes, incluso, para qué?
III.
Escucho una entrevista al bailarín de tango Aoniken Quiroga, que está en Italia. Dice dos o tres cosas que me parece se vinculan, por un lado que no tenía previsto, con este derrotero: dice que el tango ya hace mucho no es una danza popular si no de elite, porque se volvió un producto atravesado -¿cómo podría ser de otra manera?- por el mercado; porque en Europa un bailarín y docente gana trabajando dos tres veces por semana más que un asalariado que trabaja 8 horas al día; porque han convencido a la gente de que los zapatos, la vestimenta son atributos esenciales del tango; porque se venden ciertos movimientos, pasos, figuras como sustanciales y no accidentales; porque reclaman solidaridad milongas en la pandemia que están en los barrios más caros y turísticos de la ciudad de Buenos Aires apelando a una suerte de mítica amorosidad identitaria que el resto debería sentir, celebrar y convalidar, (mejor si además lo hace mediante aportes monetarios). Termina diciendo otras dos cosas que me parecen importantes: que él se fue de Buenos Aires un poco huyendo porque le fue muy bien de muy joven y entonces la noche, las drogas, el ensoberbecimiento lo estaban devorando pero que quiere regresar pues siente que debe encontrar nuevamente su propia voz al danzar, la actual, en la ciudad de Buenos Aires ya que eso no le es posible en Europa. Tiene que retornar a la milonga y sus rituales para seguir su despliegue. Piensa que ahora, con dos hijos para cuidar y criar, puede hacer las paces con Buenos Aires. Apunta a la pasada que algunos se apropiaron entre gallos y medianoche de la danza, la nominaron, circunscribieron, rediseñaron y sellaron como si el tango pudiera ser una sola cosa, o de algunos nada más. Por alguna razón lograron difundir estas versiones y el resto las aceptó. Según él, algunos se pasaron de listos y sacan su tajada pero todo el fenómeno, hay que observarlo bien, pensar, dice Aoniken, pone a prueba la idea de que el tango no puede ser apropiado de esa manera. Será el paso del tiempo el que confirmará, refutará o modificará estas afirmaciones. Por ahora, parece muy nutritiva la idea de que un arte, una cierta voz, una construcción popular, un emergente epocal con versiones múltiples no pueda ser nominado y adueñado siempre del mismo modo por demasiado tiempo. Es una luz al final del túnel, cuanto menos para seguir pensando estas relaciones entre arte, mercado, apropiacionismo y a esta altura diría más democratización que democracia.
IV.
Al visitar ciertos grandes museos podemos recorrer en un par de horas una sala de arte egipcio antiguo, otra de arte africano, ver piezas andinas, luego arte europeo barroco y finalizar con el impresionismo o arte conceptual, por ejemplo. Todas estas obras jamás estuvieron juntas ni en los distintos pueblos y civilizaciones ni en la Historia, excepto en el presente. Otras ni siquiera fueron pensadas como lo que hoy llamamos arte, si no que fueron objetos de culto, recordatorios, crónicas, muestras de poderío político. Es la misma agrupación, la misma construcción del tipo de museo como el que describía la que es digna de interés y da cuenta, más bien, de procesos histórico-políticos. Pero también de otras cosas: cómo se ha ido construyendo la idea de lo que es digno de ser atesorado y legado a las próximas generaciones, qué es lo que podemos volver público y como se ha producido asimismo, la apropiación, intercambio y comercio de esos objetos. Por un lado, los objetos se han movido muchísimo, por el otro, surgen eventualmente detenciones, cristalizaciones asociadas a su valor económico y simbólico.
V.
Entonces, la figura del curador, mediador, director del museo, programador, jurado cobra relevancia. Con diferentes títulos y/o lauros profesionales, esta suerte de árbitro ha ido cambiando de nombre y función según los siglos. Pero será este grupo especializado el que decida, -y por supuesto, según las posibilidades que su posición política y económica habilite- en el presente, qué y cómo será exhibido. ¿A quiénes? ¿A todos? ¿A los estudiantes? ¿A los ancianos? ¿A los que las políticas culturales de las naciones alcancen? Ese es el punto al que quería llegar. Boris Groys, el importante teórico del arte europeo, sostiene que en el siglo XX como nunca antes y gracias a la política de los museos, su accesibilidad, por un lado, y la internet, por el otro, se difundieron y conocieron más obras de arte que en ningún otro momento de la historia. Estadísticamente lo prueba. Entonces, la idea de cómo se muestra la producción artística de la Humanidad (sí, en un sentido global, universal, si me permiten), a quienes se les muestra, por y para que, se vuelve un asunto clave.
Otro asunto clave, por lo mismo, es pensar cómo se produce esta mediación en intenet: me refiero a los navegadores, buscadores, sitios, repositorios o como queramos nombrarlos y en nuestras posibles maneras de dar -o no- con aquello que andamos rastreando.
Y dejo para el final de este apartado lo más próximo en mi camino profesional: ¿qué ocurre con todos estos problemas en el campo de las artes escénicas, los teatros, las muestras y espectáculos?
VI.
Por eso, se insiste, es fundamental la educación. Porque nadie buscará algo por lo que no sienta algún interés, intriga o inquietud. Y nadie sentirá esta inquietud por algo que ni siquiera sabe que existe. Y acá damos vuelta de un lado a otro en la vieja relación entre políticas educativas y políticas culturales y en el medio, o arriba, sobrevolando, encontramos la gran nube negra de la internet que sí llega a cada persona en el dispositivo que probablemente la acompañe mientras está despierta: su teléfono móvil.
VII.
Por eso, sostengo que el arte (escénico, visual, audiovisual), de algún modo, continúa siendo distribuido desde ciertas élites y aristocracias: la de los expertos, la de los que tienen los medios económicos y lo ubican en sus horizontes de entretenimientos y consumos. Incluso con las llamadas artes populares esto ocurre. Y hay quienes, por supuesto, traccionan poderosamente para que lleguen a nosotros, quienes integramos las masas, ciertas producciones, de ciertas maneras y no de otras. Será el recorte, entonces, de diferentes tipos de expertos el que opere. No es un tema menor. Sin ser ingenuos, podemos pensar acerca de qué propósitos persigue una cierta distribución, cuáles son sus supuestos no dichos, sus objetivos y metodologías y a quienes beneficia o deja por fuera.
Vale la pena, dicho de otro modo, preguntarnos si la democratización del arte (y acá agrego no sólo en tanto consumos, uso y revisita del pasado, si no también en tanto montaje, incorporación y construcción presente y por qué no, hacia el futuro) no es una especie de sueño eterno.
Insisto en pensar que es para todos, que lo fue, que en algún momento hubo quienes pretendieron apropiárselo como si se tratara de bienes individuales, marcas de autores e individuos pero que eso termina por poblar un cementerio precioso, lleno de monumentos imponentes y apto para ser contemplado pero a lo mejor falto e inhibidor de fuerzas vitales. Sólo algunos han sido y siguen siendo, si esto es así, quienes reciban las autorizaciones, recursos y prestigios para gozar de él y ejercerlo.
VIII.
Parece imposible pensar que un problema que resulta de variables y cruces complejos pueda proyectarse hacia un horizonte de campos de trabajo en forma unidireccional. O sea, serán varios los campos que deberían encadenarse para tomar el toro por las astas.
Por ejemplo: ¿qué le pasará a la hora de mirar escenarios y pantallas al egresado de una carrera transitada en una institución pública y gratuita, crítica, en la que aprendió por años que la inclusión, la diversidad y la belleza no hegemonizada por los medios masivos o las bellas artes históricas es lo deseable, cuando contemple que quienes se dedican a, pongamos por caso, la danza, son siempre jóvenes, atléticos, delgados, famosos y/o virtuosos?
Probablemente, si no encaja en este diseño de cuerpos y técnicas, se retire de la escena. Por supuesto que hay danzas que baila la gente más gorda, más fea, con cicatrices y edad creciente, y que aloja a mayor cantidad de personas, pero de algún modo es como si la “tinellización” (en esa mezcla de fusiones de géneros artísticos que también vemos en los programas de televisión como “So you think you can dance” o “America’s got talent”) hubiera tomado la voz dominante.
Aclaremos: siempre hubo fusión, mixtura en los mundos del arte y estas podrán ser más o menos felices, el asunto es que el alcance masivo en nuestro país corre por el sistema educativo, por el sistema de medios y por el mercado en sus aspiraciones y plataformas digitales. En definitiva, si no se abordan en conjunto estos tres universos de transferencia y comunicabilidad, con un piso de estrategias y propósitos comunes claramente delimitados, se escapará el nudo del asunto por el costado. Sería como tratar de inflar un globo pinchado. La fragmentación, la busca de fines distintos y las contradicciones terminarían por poblar las distancias e intersticios de los sistemas existentes dejando a la mayor parte de las personas por fuera de un mundo que, afirmo, se merecen.
Imagen de portada: Everydays: The First 5,000 Days
Etiquetas: Aoniken Quiroga, arte, Banksy, Boris Groys, Criptomonedas, Democracia, Diana Rogovsky, Isabelle Graw, Marta Minujin, Mercado, NFT