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19-05-2022 Notas

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Por Emiliana Fiori | Portada: Dana Schutz

Cuando Yahvé supo que sus criaturas le habían desobedecido dijo al varón: «maldita sea la tierra por tu culpa. Con trabajo sacarás de ella tu alimento todo el tiempo de tu vida». Y a la mujer: «multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Con dolor parirás tus hijos y, no obstante, tu deseo te arrastrará hasta tu marido, que te dominará». El mito de origen judeocristiano articula dolor y trabajo como castigo divino ante el pecado original.

La falta de Eva, como la de Edipo, es haber querido saber. Y su efecto inmediato, el horror y la vergüenza frente a la sexualidad humana. Después de todo, la serpiente no engañó a los primitivos; efectivamente luego de comer del árbol de la sabiduría «sus ojos se abrieron y conocieron que estaban desnudos”. Antes del pecado original, la vida del hombre en el Paraíso era una vida contemplativa, una vida sin exigencias ni sacrificios, un puro principio del placer. “Adán y Eva habían sido creados en un cuerpo animal y no espiritual, pero este cuerpo estaba revestido de la gracia como un vestido y por eso, así como no conocía la enfermedad y la muerte, tampoco conocía la libido”, señala G. Agamben en su ensayo “Desnudez”. Tanto Pablo como San Agustín, parecen coincidir en que la consecuencia del pecado es la libido; la resistencia, la oposición entre libido y voluntad. Aquella primera expulsión, entonces, es la marca de esa tensión que llamamos deseo.

En la actualidad, la palabra trabajo comporta un tinte peyorativo. Para Freud, sin embargo, el término tantas veces empleado (trabajo del sueño, trabajo del duelo, trabajo de la fantasía, capacidad de amar y trabajar como signos de la salud del sujeto) pareciera indicar el alcance restitutivo del mismo y, sobre todo, la necesidad de cierta renuncia pulsional como condición del lazo con otros.

La lógica del individualismo es también la de la anestesia generalizada. Hoy es posible parir sin dolor, comer sin sudor, dormir sin sueño. La Revolución Industrial primero y la cibernética más tarde, contribuyeron a reducir el valor social del trabajo. La farmacología ha hecho su parte con relación al dolor.

Las «enfermedades laborales» modernas son la ansiedad, la depresión, el estrés; modalidades de la angustia que no alcanzan localización en el cuerpo, indoloras. La psicología del trabajo, lejos de surgir como una solución a dichos padecimientos, se ubica entre sus causales, organizando y explotando de manera deliberada, según el minucioso plan científico de F. Taylor, los dos principios fundamentales del capitalismo: la mercantilización del tiempo y la expoliación del saber. Este modelo, basándose en la división social de tareas, el control sobre los tiempos de producción y la apropiación del conocimiento por parte de los dueños del capital representó el fin del artesanado y de los oficios, pero también, un límite al trabajo intelectual, a la creatividad y a la pulsión de saber.

Hoy el Edén está superpoblado. Zombies autistas, autócratas, autómatas, autónomos, autoeróticos seres de luces conviven en la tierra inmaculada, asexuada, en donde impera la ley del placer y la pasión por la ignorancia. ¿Qué demonio podrá tentarnos a abandonar la animalidad cuando ya no hay dios que encarne una autoridad a desafiar?

* Portada: «Presentación» (2005) de Dana Schutz

 

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