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Por Sergio Fitte
Me siento delante del televisor con algo de temor. Aunque miedo, lo que se dice miedo, le tengo al aparato que dispara un rayo invisible y hace que se cambien los canales, al control remoto me refiero. Siempre fui un poco temerosa, pero últimamente no se qué me ocurre. Creo que estoy cada vez peor. A lo mejor la pandemia, el excesivo encierro. Andá a saber.
Es imposible que lo que me ocurre sea producto de la edad. Soy todavía pendeja. Puedo manejar cualquier clase de tecnología. Estoy re buena “según los cánones establecidos” por esta sociedad de mierda, que mira solo lo de afuera de las personas y se escandaliza cuando alguien hacer alguna referencia a los sentimientos, a la angustia, a lo inmaterial e imperceptible. Para que los pacatos hipersensibles no se enloquezcan les aclaro que soy mayor de edad, apenas mayor de edad.
Me dedico a producir fotos y videos de contenido en diferentes “plata-formas”, como se las suele llamar. Es mi fuente inagotable de ingreso. De grandes ingresos. Gracias al esfuerzo personal se podría decir que soy rica. Tengo cuentas en los bancos. Dinero que me sobra colocado a interés. Tarjetas de crédito de todos los colores.
Pese a todo lo que tengo cada vez que busco con la mirada el control remoto -lo encuentro con facilidad, siempre se queda donde yo lo dejé- no logro observarlo por mucho tiempo, le desconfío. Siento que si me cuelgo mirándolo es capaz de saltarme encima y de picarme como veces anteriores. En cuanto me descuide el único botón rojo que tiene se transforma en una lengua larga y finita que puede llegar a inyectar un veneno que produce reacciones neuronales gravísimas a corto, mediano y largo plazo. A esto lo sé porque lo vi en youtube el otro día. Lo contó un pibe irlandés. Yo aseguro que en más de una oportunidad a mí, el aparato también me mordió. En otras oportunidades no tuvo éxito. Desde ese primer altercado siento que no soy la misma de antes.
Lo que se me dio a mí se le puede dar a cualquiera, quién no tiene un Instagram o un Facebook hoy en día. Arranqué posteando una foto tranquila y al toque los likes no cabían dentro del celular. Eso hizo que me entusiasmara y le fui metiendo onda a las publicaciones. Comencé a producirme y a experimentar. Todo pasó muy de golpe. Entonces solo para probar un par de cosas me creé una cuenta con otro nombre y dejé de mostrar la cara. Me puse escotada y entangada. Los seguidores hacían cola para escribirme o mandarme corazoncitos. Ese fue el puntapié inicial porque después de avivarme no paré más. Nunca más.
El tal Aidan (que significa fuego según me asesoré), que vive en Dublín (que queda en Irlanda según el mapa consultado), explicó todo el ataque del control remoto contra su persona. Hasta mostró un video de una cámara de seguridad que él mismo había colocado dentro de su casa para poder tomar el momento exacto, ya había sufrido ataques en otras oportunidades. En una palabra, la máquina lo tenía cansado, fuera de sí podría agregar yo que lo vi completo al video y el chabón no se encontraba nada bien. Al parecer el artefacto era de procedencia Ucraniana y había sido importado por comerciantes irlandeses no hacía mucho tiempo. A lo mejor un brusco cambio de temperatura, siempre según sus dichos, podría haber afectado el sistema de entramado eléctrico, por lo tanto resultaba peligroso mirarlo en demasía. Aidan lo había comprobado: el aparato respondía atacando cuando se sentía amenazado por la observancia.
Para ir un poquito más lejos un día me animé a mostrar un pezón. Me saqué una foto frente al espejo, obviamente cortándola a la altura del cuello para que no se vea la cara, y me cubrí las tetas con el antebrazo. A propósito dejé, como al descuido, uno de los pezones al descubierto. La foto explotó. Al principio me sorprendió que no fuera censurada, aunque mirándola bien no quedaba claro si se trataba de un pezón o de un dedo. En el largo son más o menos iguales (tengo ese detalle anatómico de distinción), pero como el tono es más rozado pensé que me sancionarían las autoridades de las redes, suerte que no sucedió.
Lástima que el video de Aidan no sea del todo nítido. Si lo fuera todos los boludos que andan por ahí dejarían de subestimar toda esta clase de cuestiones paranormales, no; para normales. ¿Se entiende el juego de palabras? No sé que esperan los del gobierno para de una buena vez por todas, dictar leyes que sancionen con cárcel de por vida a todos aquellos elementos electrónicos que ataque a los seres humanos. Qué me dicen de esos robots asesinos que han aparecido en China. En cualquier momento los “eléctricos” van a empezar a pordelantearnos y allí nos vamos a agarrar la cabeza. Pero vamos a llegar tarde muchachos. Propongo actuar ya.
Decidí romper mi propio límite. En algún momento con uno de mis primeros novios inventamos un jueguito que practico hasta el día de hoy. Resulta que las dimensiones de mis pezones permiten que los pueda anudar uno con otro. Entonces nos gustaba hacerlo y conformar una especie de moño de fiesta. De esas que usan las nenas de jardín sobre el guardapolvos. A mí personalmente el nudo que más me divertía era el marinero, por todas las vueltas que tiene y por el tiempo que se mantiene firme sin desatarse ni un poco. Llegué a pasarme meses enteros con los pezones atados con el mismo nudo. Esa fue la foto que postié. Duró un par de horas en la red y alcanzó poco más de 5 mil likes mas una bocha de comentarios antes de que la borraran los censuradores de turno. Entonces yo pasé a la siguiente etapa.
La repercusión del video presentado por Aidan si bien fue importante, a mi entender, debería haber sido mucho mayor. Solo un canal sensacionalista se tomó el tiempo de explicar un poco el tema y no mucho más. Para colmo lo hicieron en un tono de burla que no me gustó. En las redes por el contrario hubo muchos que se sumaron aportando diferentes testimonios y también filmaciones relacionadas, aunque todo de muy mala calidad, lo que hizo que la cuestión quedará ahí. Buscando evitar encontronazos la mayoría de las veces yo cambiaba los canales de la televisión en forma manual. Solo en las oportunidades que tenía muy en claro qué canal poner me atrevía a tomar el control remoto y hacerlo funcionar. Realizaba los movimientos al tanteo casi sin mirarlo a ciegas se podría decir.
Después de haber sufrido la censura cibernética decidí arrancar de cero. Pero lo hice en una de esas plataformas en las que podés solicitar dinero a cambio de mostrar contenido sexual ya sea en formato imagen o video. Lo primero que se me ocurrió armar fue una sesión de fotos con distintas ataduras de pezones. Al toque vendí dos o tres. Cuando por privado me pidieron que hiciera un tutorial mostrando los diferentes estilos las ganancias se multiplicaron y las cuentas se engordaron como vacas en un corral.
Me compré por Internet para defensa personal una masa tan pesada que me cuesta horrores levantar. Pero no me importa. Si el control remoto quiere guerra, guerra tendrá. De a poco, realizando ejercicios de fortalecimiento con la misma herramienta voy cobrando fuerza. En no mucho tiempo tengo la esperanza de poder manejarla con más sencillez. En cuanto se descuide el aparato de mierda lo reviento en mil pedazos. Aidan explicaba que la parte más sensible se encuentra en el centro del dispositivo, pero también advierte que si no lo rompés de un solo golpe, la máquina tiende a reaccionar de manera muy violenta. Hizo referencia a varios “encuentros” registrados no solo en Irlanda sino en países limítrofes. Tiene entendido que los controles pertenecen a una misma partida, de esas que fueron importadas de Ucrania hace un tiempo atrás.
Incursionando en el tema de los “contenidos” y sus regalías descubrí que se podía ganar aun más dinero si las prestaciones se realizaban en vivo. A demanda de los clientes. Cuanto más duraran los videos más se logra recaudar. Me acostumbré con mucha facilidad a realizar todo desde el interior de mi casa y a manejarme solo con la ayuda de una computadora. A pedido de mis seguidores no sé cómo fue que llegué a transmitirme cagando en vivo. Antes solo habían sido largas y maratónicas sesiones de masturbación y trabajos con consoladores. Pero cagar ya era otra cosa, las ligas mayores. No tuvieron que insistirme mucho, arreglamos la plata y listo. Con la transferencia ya realizada cociné un par de comidas a base de porotos y legumbres y establecimos un horario aproximado para la transmisión. Antes de largar el vivo me tomé una purga. Cuando me sentí lista me acomodé en uno de los sillones con las piernas abiertas y bien levantadas para que me quedaran colgando de la mesa, justo delante del celular con el que filmaba. Mientras mis seguidores mandaban más dinero, emoticones, aplausos y otras yerbas se me dio por pensar lo mal que está la gente en general. Cómo puede ser que a alguien se le pase por la cabeza pagar por ver cagar a otro. La situación me produjo una cierta repulsión; gastar tiempo y dinero en una cosa tan asquerosa como esa. Pero bueno allá ellos, en definitiva nadie los obliga.
A lo mejor fue con el correr de los meses y no de manera repentina, quiero decir que no fue de un día para otro. Pero el aparato comenzó a deslizarse por si mismo sin que yo tuviera que tocarlo. Al parecer había cobrado vida o al menos movimiento para mejor decir. Es más, no me quedan dudas de que me seguía a sol y sombra. A lo mejor lo hacía para ver con detalle de que manera realizaba los videos de contenido. Pero también quería matarme o picarme, al menos, porque vi como apuntaba su pequeña lengua roja y finita en mi dirección. Bastaba que me quedara dormida para que en cuanto me despertara sintiera su presencia asesina junto a mi cara. Al parecer intentaba morderme en el cuello, en alguna zona blanda donde poder insertarme su veneno eléctrico. Por eso lo de haberme comprado la masa y evitar dormir me llevaron a límites que me acercaban a la locura. Esta cuestión se hizo una costumbre en mi vida.
Con cierto orgullo llegué a la primera transferencia de seis cifras, en dólares estoy hablando, cuando expuse mi ciclo menstrual completo. En la filmación no hubo cortes, ni siquiera me moví un segundo de la posición ginecológica que había adoptado en el sillón de costumbre mientras se realizaba la transmisión. Antes había tomado los recaudos para que lo que necesitara mientras transcurría el período quedara al alcance de mis manos. Confieso que los días se me hicieron muy largos y agotadores. Todo sea por la plata. Al final del esfuerzo estaría recompensada. Solo tenía que aguantar las ganas de moverme. Con esta nueva experiencia, la que repetí tantas veces como dinero hubo, puedo asegurar que me hice de un nombre con mayúscula dentro del ambiente de las redes. Me promocionaban como: “la chica que puede hacer cualquier cosa por dinero”. Estas cuestiones lejos de sugerirme preguntas enredadas o plantearme conflictos morales me halagaban, también lo hacían las publicidades con las que me cruzaba a diario. Dejé de tenerle pena a la gente que invertía dinero en el material que yo podía acercarles. Que no tuvieran una vida sana en definitiva no era mi problema. Entonces mediante un chat privado me llegó la propuesta más importante de mi vida.
La falta de descanso me había convertido en una persona ansiosa y muy nerviosa. En cuanto tenía un receso en las transmisiones corría a la cocina a hacerme un té de boldo, eso me aplacaba un poco. Como me estaba volviendo un tanto olvidadiza me hice la costumbre de atarme a la muñeca un piolín y al otro extremo del mismo la masa de protección contra el posible ataque eléctrico del control remoto. Había sido generosa con la dimensión del hilo, así podía esconder la masa y que ésta no apareciera en cámara durante la proyección de los videos de contenido. Debido al peso que tenía cada vez que realizaba algún desplazamiento brusco y me olvidaba de ella el piolín me lo recordaba. Lentamente una marca oscura producida por una herida que nunca terminaba de cicatrizar marcaba la muñeca con una brutalidad sin igual.
No sé cual fue el motivo que me llevó a abrir aquel mensaje. A lo mejor mi olfato para los negocios. Cientos y a veces miles de mensajes llegaban a diario, eran pocos los que decidía leer, no me daban los tiempos. Alguna fuerza extraña hizo que me interesara por él. Allí estaba luego de un largo prolegómeno la propuesta. Un jeque árabe estaba dispuesto a pagar cien millones de euros si le realizaba la transmisión completa de mi fecundación, embarazo y parto, no quedaba en claro qué sucedería con lo que naciera de aquella experiencia. Ya tendríamos tiempo de arreglarlo. Y en efecto, tiempo es lo que llevaría cumplir mi tarea. De todas maneras como máximo serían nueve meses. Luego de este trabajo podría pensar seriamente en tomarme unas merecidas vacaciones. El Jeque exigía además de los estrictos controles médicos que la transmisión se realizara con al menos cuatro cámaras y que una se centrara exclusivamente en enfocar mi panza y el canal de parto en un foco permanente. Debía mantener mi ya conocida posición ginecológica en el sillón de siempre. Yo estaba en condiciones de darle todo lo que quería. El fecundador sería una persona de su confianza. Arrancaríamos con la filmación una vez que terminara con los análisis de rigor.
Es probable que el piolín tuviera algo que ver. Lo indiscutible era que mi mano izquierda había tomado un color oscuro nunca antes experimentado. Cuando el tema se convirtió en algo imposible de disimular comencé a publicitarme como la mujer de dos colores. No mentía en absoluto. Por un lado era blanca leche y la mano saltaba a la vista casi negra. Estuve en más de una oportunidad apunto de quitarme el piolín. Descarté por completo el tema cuando no me quedaron dudas de que el control remoto continuaba asechándome. Si estaba en el sillón allí estaba él muy orondo sobre uno de los apoyabrazos, esto es solo un ejemplo. En un arrebato de locura decidí que lo más conveniente sería “matarlo”, partirlo en mil pedazos, al televisor siempre lo podría manejar de manera manual. Lo tenía bien enfocado, intenté levantar de un solo movimiento la mano izquierda, pero ya no me respondieron las fuerzas de aquella extremidad. Tuve que realizar la tarea con la diestra. Allí fue que la pude observar de cerca con más detenimiento. Aunque la mano no me dolía daba la apariencia de estar necrosada. El olor lo preanunciaba. Igual esa no era la cuestión en ese momento. Realicé una complicada maniobra y volví a mirar en el lugar en que debía estar el control. Lo presentí antes de hacerlo. Ya no se encontraba en el borde del apoyabrazos sino que estaba en el suelo desparramado en cientos de botones y pequeños pedacitos. Al parecer se había suicidado ante el peligro inminente de la muerte. Decidí contemplarlo por un tiempo, dispuesta a aplicar todas mis fuerzas ante el más mínimo indicio de rearmado
.Cuando los médicos ingresaron al departamento tuve la sensación de que algo no andaba del todo bien. Pensé que solo me tomarían las muestras para asegurarnos de que no habría inconvenientes en que me fecundara cuándo y cómo yo quisiese. El más joven era el menos cortés en sus modales. No me gustó para nada que me dijera “señora” y me puse loca en cuanto me llamó “abuela”. Abuela cálmese, era su frase de cabecera. Lo primero que hicieron fue cortar el piolín. Lo negro ya llegaba hasta la mitad del brazo. Me colocaron un batón sobre los hombros sin que se lo hubiese pedido. Me hicieron parar y me condujeron hacia el dormitorio. Al acomodarme sobre la cama me di cuanta lo mucho que hacía que no me acostaba. Antes de hacerlo la imagen de una anciana raquítica y despeinada pareció reflejarse en el espejo que está sobre la cómoda. Por un momento temí que fuera yo. Pero eso no es posible porque no hace tanto tiempo yo comencé con los videos de contenido -me acuerdo bien-, todos mis seguidores me decían que estaba muy buena y que era muy osada para ser tan jovencita. Igual pobre gente esa que está todo el día detrás de una pantalla de computadora viendo la vida de los otros. Siempre les tuve una especie de pena, pareciera que no se dan cuenta de qué manera se les va el tiempo en tanta pavada.
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