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Por Luciano Lutereau | Portada: Alexandre Cabanel
1.
El enojo a veces es un efecto, pero otras también una causa; por ejemplo, en aquellas situaciones en que alguien no puede hacer algo sino cuando se enoja. Así es que enojarse se vuelve una condición para actuar. Le pasa a los padres que dicen a sus hijos “Pero ¿siempre me tengo que terminar enojando para que (te cambies, bañes, etc.)?” y no es que ahí terminan, sino que ahí recién empiezan y, por lo general, los niños disfrutan mucho de la fantasía de que el otro se enoje.
Pero, dije, no sólo les pasa a los padres, sino también a quienes tienen que pasar por un enojo para poder pedir por algo propio o ir hacia un lugar que no quieren perder. El enojo está íntimamente ligado con el movimiento; pero también existen otras formas de mover, menos costosas, no tan esforzadas.
El análisis es para poder moverse un poco más ligero.
2.
Enojarse es una actitud reactiva, supone también una respuesta proyectiva.
Nunca quien se enoja lo hace únicamente con el otro, sin incluir en el enojo un aspecto propio, un conflicto que no puede resolver y que a través de enojarse deposita en el otro para objetivarlo y poder hacer algo que, de otra manera, no podría. Quien se enoja usa al otro como excusa.
Enojarse es un modo de resolver una impotencia. Por ejemplo, una persona no puede dejar un lugar (puede ser una casa, pero también una relación, puede ser su propia posición; digo “lugar” en términos psíquicos, es decir, se lo deja con un duelo), entonces invita a alguien a vivir con él o ella (puede ser una convivencia, puede ser el inicio de una relación paralela, puede ser que empiece un análisis) y, luego, sostiene ese vínculo en discusiones en las que se enoja hasta que decide irse (se va de la casa o echa a la otra persona, deja a su pareja o repentinamente le aclara a su amante que no van a seguir así, interrumpe el análisis con la idea de que fue un fracaso y una pérdida de tiempo). Lo notable sería ubicar si después de la cada pelea, quien se enoja siente alivio.
Así es que con el enojo hizo otra cosa; “se sacó algo de encima”, como se dice a veces. El problema es que el enojo es todavía una forma disociada de actuar, no implica integración psíquica, es aún el recurso de un Yo frágil para soportar sus conflictos, que necesita recurrir a una modalidad proyectiva. Para mí es un indicador de análisis que alguien se enoje menos con el tiempo.
También es un indicador de madurez.
3.
¿Qué hay detrás de un enojo?
Me interesa el modo particular en que algunas personas se enojan, cómo incluso pueden darse cuenta de que el enojo es desmedido, pero –aun así, conciencia inútil– no pueden evitarlo ni dejar de estar enojadas.
Encuentro una recurrencia, sobre todo en análisis de mujeres (no digo que sea algo propio de mujeres, o que las mujeres se enojen más que los varones; sí digo que hasta ahora es en quienes más lo noté): en estos casos, el enojo es el fenómeno encubridor de un mandato superyoico acerca de cómo tienen que hacerse las cosas; es como si subrepticiamente actuaran de acuerdo con órdenes y, donde el imperativo no se cumple, reproche (hostil) a quien está al lado, pero también a sí mismas (con la forma del fastidio o mal humor) si están solas. Son mujeres que a veces se auto-diagnostican como “muy exigentes” y otras veces incluso pueden reconocer que llegan a ser “insoportables” para los demás.
Una dijo una vez: “No puedo ver a nadie relajado”. Otra ubicaba que hace de todo, incluso lo que le toca al otro y, claro, después se lo cobra. Entonces, ¿de dónde viene ese mandato, esa forma rígida de vivir? No creo que alcance con pensar en obsesión femenina, creo que podría sí ensayarse una respuesta por el lado de la posición sexuada: “Tener razón” sin duda es una forma de tener algo y, en mujeres, una interpretación privilegiada de la envidia del pene. Esto es algo que confirmé en varios casos: a estas mujeres les gusta quedarse con la última palabra en una discusión, o bien se ponen extremadamente racionales en situaciones que se explican más por una diferencia de intereses.
Ese reforzamiento de la racionalidad que subyace al mandato es una forma defensiva que puede ser muy exitosa para arremeter contra el otro, pero también interrumpe el lazo. Quien tiene razón siempre termina solo. La razón es un goce solitario. El enojo es un lujo a veces.
4.
El enojo es una venganza inhibida, un impulso hostil y reactivo vuelto contra la propia persona.
* Portada: Detalle de «Ángel caído» (1868) de Alexandre Cabanel
Etiquetas: Alexandre Cabanel, Enojo, Luciano Lutereau, Psicoanálisis