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13-06-2022 Notas

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Por Manuel Quaranta

Salto de la cama por una necesidad imperiosa de ponerme a escribir. Postergo los rituales diarios, lavarme los dientes, la cara, fantasear durante horas con las mieles de una gloria póstuma. La película de anoche ha tenido el efecto de un cuchillo envenenado al penetrar la carne, rotundo, residual, borgeano. Se llama Desde el jardín, la protagoniza Peter Sellers, y fue sugerencia de mi amigo Aníbal Buede. En inglés, el título original quizá sea más preciso, Being There, Estando allí (o estar ahí); en francés, Bienvenue, mister Chance, Bienvenido, señor Chance, la precisión se mantiene. Resumo el argumento: Un hombre conquista América (el mundo) sin deseo y sin pasión. Amplío. Chance es analfabeto, ha pasado, literalmente, toda su vida detrás de un televisor, pero esto no representa ningún obstáculo (al contrario) para ganarse la confianza de un viejo y poderoso empresario moribundo y de su jovencísima esposa (la bella Shirley MacLaine), que lo introducen en el círculo rojo norteamericano, Presidente de la Nación incluido, quien llega a citarlo en un discurso público. De allí en adelante, Chance, que gracias a un equívoco adopta el nombre Chaucey Gardiner, se convierte en el centro volante sobre el cual gira la política estadounidense. Habla y no dice nada (o dice al respecto lo que podría decir un niño de cinco o seis años), pero los interlocutores de turno le otorgan a su discurso valor oracular. Los medios de comunicación desesperan por la excéntrica figura. Es invitado a programas de televisión, brinda entrevistas: ha nacido una estrella. Sin embargo, la nueva estrella que brilla en el firmamento mediático carece de historia, de pasado (y sin pasado no hay mácula).

Chaucey es un signo de interrogación, tanto para las agencias gubernamentales de investigación (CIA, FBI) como para los periodistas especializados. Nada, ningún dato, Chaucey no existe, aunque exista. Por supuesto, su ascendente carrera genera revuelo entre las mujeres, especialmente en Shirley MacLaine, que arde de deseo, al punto de masturbarse con la pierna de Chaucey mientras su esposo agoniza en el cuarto de al lado. Al final, el empresario muere y en una escena memorable, seis de sus colegas, portando el féretro, deciden, intercambiando susurros, el nombre del próximo candidato a presidente, dado que el actual se encuentra en franca decadencia: la elección recae, obvio, sobre Chaucey Gardiner.

Hasta aquí, el resumen acotado de la trama. Profundizo. Cuando Chaucey sale por primera vez de su casa (Louise, la ama de llave negra –el dato del color es relevante–, le había pronosticado la imposibilidad de intimar con una mujer joven debido al exiguo tamaño de su miembro; la misma mujer, promediando la película, nos informa de la tara mental de Chance, de su analfabetismo, y denuncia que basta con ser blanco para dominar el mundo) le suceden las situaciones típicas de quien debuta en la realidad. Habla sin filtro, y la sinceridad genera, paradójicamente, malentendidos. Lo persigue una pandilla de jóvenes negros y en la persecución lo hiere la limosina de Shirley MacLaine. A raíz de esta herida comienza su meteórico ascenso. Es decir, para Chance, el azar (su nombre de pila) se convierte en don, estaba en el lugar indicado en el momento justo (la definición de artista de John Baldessari). De allí, la pertinencia del título original. Luego, los hechos se desarrollan como si los protagonistas estuvieran hipnotizados por la misteriosa figura: traje inmaculado, sombrero bowler, portafolios y paraguas. Además, su notable reserva (o barrera) lingüística colabora en la proliferación de versiones (“maneja a la perfección ocho idiomas”); de cara al silencio, no existen límites para la especulación, la admiración, el fantaseo. Una de las víctimas del entuerto es el pobre presidente, que opera como contrapunto de Chance. La imagen paradigmática de la tensión narrativa se da cuando lo observamos, casi postrado, mirando televisión, tras haber fracasado en la consecución del acto sexual con su esposa. Un presidente norteamericano impotente frente a la potencia de Chance, cifra de la subnormalidad humana. Por último, el papel estelar de la película, dejando de lado Peter Sellers, se lo lleva la televisión. Transitamos un año clave, 1979, el mundo viejo está pariendo al mundo nuevo. De sus entrañas nacerá el modo de vida contemporáneo. Si me apuran, arriesgaría que Chance es la cuerda entre el sujeto moderno y su aparente disolución (tarea para el lector, comparar Being there con la inocua Don’t look up).

 

 

 

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