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Por Ramiro Tejo | Portada: Ronit Baranga
Una bifurcación
Hace un tiempo trabajando con un grupo de Residentes de Psicología en un espacio de supervisión, nos encontramos intercambiando sobre una presentación vinculada a la clínica de la urgencia. Alguien que atravesaba una crisis de angustia irrumpió en el contexto de un Centro de Atención Primaria de la Salud desarmando la escena cotidiana de atención programada, generando preocupación e incertidumbre respecto a qué hacer. En esa conversación clínica pudimos ubicar cómo el caso nos enseñaba el modo en que se abrían al menos dos vías divergentes de intervención posible.
La primera de ellas podríamos nombrarla como una respuesta al imperativo de evaluación. Se caracteriza por tomar distancia de la contingencia y de la singularidad de la urgencia subjetiva que ahí se presenta. En esta orientación se sostiene la idea de la existencia de un supuesto saber constituido que podría y debería determinar, en primer lugar, si es necesaria o no una internación, es decir si hay riesgo cierto e inminente para sí o para terceros. Un saber externo, alojado en algún otro lugar que podría responder eficazmente ante esa situación sorpresiva y preocupante. Se trata muchas veces en esta vía, de la puesta en marcha de procedimientos que encajan perfectamente con la burocracia sanitaria, en la que toman un papel preponderante los informes, los diagnósticos, las derivaciones y que excluye, explícitamente, la dimensión transferencial. De modo que al suponer la existencia de un saber elaborado, que se pretende objetivo para evaluar, se borra en simultáneo al evaluador mismo y su deseo. Como si aquello que se pretende determinar no fuera sensible a estas coordenadas.
Pero ubicamos otra vía posible que podríamos llamar la del concernimiento. En tanto quien recibe al sujeto afectado por ese sufrimiento, frente a esa situación de angustia que también lo atraviesa, puede optar por una respuesta en la que no borra la dimensión del deseo, ni su relación a un discurso. No se defiende detrás de los formalismos, sino que se adentra en un camino en el que se ofrece como paternaire de ese padecimiento aún sin palabras, para el que puede volverse causa de un decir. En esta segunda vía, la evaluación del riesgo se desprende por añadidura del saber producido en acto y se evidencia como una variable sensible al encuentro, al lazo transferencial que pueda o no establecerse ahí. El practicante lejos de defenderse de ese concernimiento, consiente a ese encuentro y no apela a un saber que lo releve de su acto.
Concernimiento y consentimiento
“Concernimiento” es una palabra que Lacan utilizó en referencia a la angustia. En la angustia dice: “el sujeto se ve oprimido, concernido, interesado, en lo más íntimo de sí mismo”. El sujeto angustiado se advierte implicado, algo se ha hecho presente y tiene que ver con lo más íntimo de sí. En esa misma línea, en el denominado Breve discurso a los psiquiatras, Lacan reflexiona sobre la angustia suscitada ante la presencia del “loco”, frente al cual dirá que el psiquiatra se encuentra lo quiera o no irreductiblemente concernido. Referirá además como la psiquiatría ha elaborado un cúmulo de “medidas protectoras” que hacen de barrera para protegerse de ese concernimiento. La máquina burocrática produce una manera de retroceder ante la angustia efecto del encuentro con aquello que se presenta fuera de discurso. Se puede leer en el planteo de Lacan cómo el deslizamiento hacia el discurso del amo es una forma de no querer saber nada de ese real que hace vacilar los semblantes. Sin embargo, en ocasiones, y eso ocurre, alguien se deja afectar por eso en lo que se siente concernido y en vez de retroceder frente a la angustia elabora una respuesta para alojarla.
La vía del concernimiento y podríamos agregarle del consentimiento, es la que le da a la angustia el valor de umbral ante el acto. Al respecto J. A. Miller plantea que “La angustia, desde este punto de vista, es la condición para el acto. Se puede decir que no hay acto digno de ese nombre que no se levante sobre el fondo de la angustia”. El acto se produce frente a la revelación de un agujero en el Otro, que se traduce en ausencia de garantías y del cual la angustia es una señal. Se trata aquí del campo de la invención, de la producción de lo que no está prescripto, de la ética de un discurso que no retrocede ante lo real sin ley y opaco al sentido. Un acto que no es compartido porque parte de un concernimiento intransferible.
Elogio de las Residencias
Esto nos lleva a interrogarnos cómo en el ámbito público, donde el automatismo institucional muchas veces hace prevalecer saberes y prácticas que funcionan como barrera al concernimiento, puede producirse otra cosa. ¿Cómo conmover la acción desimplicada que al servicio del orden público produce un aplastamiento del deseo y elude lo singular? Una perspectiva posible consiste en la producción de dispositivos que agujeren los saberes anquilosados y las prácticas automatizadas, para dejarnos concernir por esos trozos de real frente a los cuales podamos interesarnos y elaborar una respuesta distinta cada vez. En este sentido los ateneos, debates, jornadas, comentario de casos, supervisiones, etc., toman el valor de aflojar las piezas de la maquinaria que empuja hacia la repetición y que tiende a la segregación de eso que se presenta siempre inesperado. La práctica del Residente, que incluye estos espacios en el seno de las instituciones de salud, se vuelve fundamental en esta perspectiva, porque su inscripción transitoria y su circulación en diferentes servicios, aporta una posición privilegiada para cuestionar los puntos donde las preguntas se cierran dando lugar al tedio y la mortificación.
Etiquetas: Concernimiento, J. A. Miller, Jacques Lacan, psicología, psiquiatría, Ramiro Tejo