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Por Luciano Lutereau | Portada: John Singer Sargent
1.
En el análisis de varones es común que digan que les cuesta decir que no. Es cierto que hay algunos que solo pueden decir que no, pero ese es otro tema.
Me refiero a los que dicen que no les pueden decir que no a una mujer. Puede ser que se justifiquen en el temor, el famoso “miedo a la reacción femenina”, pero el motivo es otro: no es que no pueden decir que no, sino que no pueden negarse; es decir, no pueden privar a una mujer, porque así validan su condición fálica.
“¿Como decirle que no? ¿Cómo negármele a tanto corazón?”, dice una canción que ilustra bien esta posición, que en última instancia es la del niño que se ofrece al goce de la madre.
Por eso esta posición es común en varones seductores que se meten en líos de los que después no saben cómo salir. Hasta que se mandan alguna por la que se hacen castigar. La identificación con el lugar de niño –como ya lo dijo Freud– es para la paliza.
Ofrecerse como niño para el goce de la madre, entre personas adultas, no suele terminar bien. Además del lado del niño-varón solo puede haber autoerotismo, onanismo, como puede serlo la seducción compulsiva.
2.
Hoy se critica mucho que el psicoanálisis hable de la castración en la mujer. Yo no sé si quienes critican esta idea entienden qué quiere decir. Es obvio que la mujer no está castrada, pero eso no quiere decir que no haya castración en la mujer –para un varón.
Es con lo único que no quiere encontrarse un varón, porque además no puede dejar de sentir que esa castración se basa en una privación que le corresponde.
Lo escuchamos cuando ellos dicen que si le dicen que no (a una mujer), ella se va a poner mal, que va a estar muy triste, como si eso no durara un ratito y después los olvidaran. Pero quien se cree el falo se piensa inolvidable.
Que haya castración en la mujer quiere decir que no hay objeto para su goce, ni fálico ni de otro orden, esta es una idea inasimilable para un varón que, defensivamente, recubre este vacío con el fantasma materno.
Los varones suelen sobredimensionar el daño de que se creen capaces. El efecto de esta defensa es que cuando no son culposos, se vuelven medio perversos. Si no los detiene la culpa, no los detiene nada.
A veces la culpa detiene demasiado tarde.
3.
Por eso me parece tan importante seguir pensando la masculinidad desde el psicoanálisis, como si todo su misterio estuviese en esos versos de The Smiths que usé de epígrafe de un libro: “Es tiempo de contar la historia de cómo tomaste a un niño y lo hiciste madurar”.
Es verdad que también hay que pensar si hoy la castración está en la mujer, porque eso también es un residuo histórico.
Que las mujeres no encarnen ya la castración para un varón es algo que las desprotege más de lo que imaginamos.
4.
La figura del proveedor perdió vigencia en nuestra cultural, pero solo desde el punto de vista económico; es decir, quizá ya no se espera que un varón mantenga a una familia, pero sí tiene que dar algo.
Ese “algo” es lo que en psicoanálisis llamamos “falo” y si bien hubo cambios en los estereotipos de nuestra sociedad, muchas mujeres aún continúan a la espera de ese falo que puede tener diferentes nombres. Uno privilegiado en otro tiempo era “hijo”, pero esto también cambió; el nuevo rostro del falo puede ser “buen humor”, “compañerismo”, etc.
El falo es cada vez más intangible, pero lo que no cambió tanto es la espera. También hay mujeres que no esperan, claro.
Y las que esperan nunca lo hacen indefinidamente. Puede ser que un varón se afinque en su posición en base a hacerse esperar, o que prive o frustre a una mujer como defensa fóbica o histérica (respectivamente). Ya no son tan comunes los varones obsesivos.
Pero no quiero hablar de los varones desde cómo los padecen las mujeres, sino de cómo los varones ven a las mujeres a partir de su demanda de falo.
No es poco común que en su análisis recuperen la figura de la mujer voraz, que quiere sacarle algo e irse; como tampoco es poco corriente que –más histéricamente– sientan que sin ese falo no son nada dignos de amor.
Quizá tienen razón. Querer ser amados por lo que son es una expectativa infantil. Tener el falo no es garantía de nada. Y si hay un modelo de amor incondicional es el del varón, como lo demuestran esos tipos que se quedan en una relación aunque ya no les pase nada. El amor masculino es como el del perro.
La mayoría de las mujeres que conozco, cuando se les cae un tipo ya está, no hay con qué levantarlo. Puede ser que se mienta (quizá durante años) para no enterarse de eso, pero es porque ya está.
Por eso tal vez casi no hay varón que sea dejado por una mujer que no se sienta traicionado. Esta es una intuición del goce femenino, aunque desde una suposición neurótica que atribuye un exceso.
5.
Lacan decía que una mujer representa la castración para un varón. Esto quiere decir que él siente que no tiene más que un pobre falo para darle y eso lo angustia, porque sabe que él no es el falo y en algún momento lo puede perder, lo pierde, ya lo perdió.
Así funciona la angustia de castración, que tiene una enorme vigencia en el análisis de los varones, pero ya no solo no se sintomatiza, sino que ya no se elabora en vías de adquirir una madurez.
6.
Pienso que en otro tiempo los varones estaban más preparados para perder el amor de una mujer (“Algunas chicas te engañan y después no las ves más”, dice una canción de Árbol, Lo que me costó el amor de Laura, se llama el libro de Dolina), hoy es algo que los melancoliza o que los pone agresivos.
Y si los sintomatiza, como dije, es por la vía de la fobia o la histeria.
Esto es algo que habría que pensar más y mejor.
* Portada: Detalle del retrato del Dr. Samuel Jean Pozzi
en su casa que pintó John Singer Sargent en 1881.
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