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Por Leticia Martin
A modo de cierre de unas palabras preliminares contundentes, —donde se establecen ciertas comparaciones y un marco histórico— la narradora principal de El cuerpo es quien recuerda (Tusquets, 2022), afirma que los números no mienten, mientras las palabras sí lo hacen. De este modo, sin rodeos, se establece un primer pacto de lectura. Todo esto es ficción. Y está bien saberlo enseguida, en la antesala, pasar desnudo al juego propuesto y entregarse al paseo por la imaginación de Paula Puebla, quien una vez más nos demuestra lo bien que puede crear personajes verosímiles e historias que estimulan al lector.
En la primera parte Rita narra su historia y la de su relación con Héctor: un intelectual que dicta conferencias, lidia con sus contradicciones, viaja mucho, y parece acompañar de costado, tal vez algo a la distancia, la pregunta por la identidad que viene haciéndose Rita, unos cuantos años menor que él.
Rita y Héctor discuten por las palabras, por el lenguaje, mantienen una dinámica sexual que da gusto leer y han sabido delimitar sus espacios de libertad y autonomía de forma bastante aceptable. Sabemos por lo que confiesa Rita que su duda identitaria fue el dato que terminó de enamorar a Héctor, un “viejo” sensible a estas causas.
En los papeles, Rita es hija de Roberto Pérez Lavalle y de Victoria Gonzalez, una modelo argentina de rasgos anoréxicos que brilló en los años 90´s sobre las pasarelas más destacadas. Pero esa filiación es producto del proceso de subrogación de vientres por la que el prolijo y millonario Perez Lavalle pagó “una torta de plata”.
¿Quién es la madre biológica de Rita, entonces?
A lo largo de la primera parte de la novela nos enteramos de que Rita es hija de vientre de Nadiya, una mujer ucraniana que prestó su cuerpo al Instituto TB&W de subrogación. Pero Rita le dice “mamá” a Victoria, su adoptante, y también reconoce rasgos maternales en ella misma a la hora de tratar a su pareja. “Me enjuagué pensando en por qué las mujeres somos madres aunque no tengamos hijos”.
Desde hace años, alejada de amigos de su edad por la relación adulta que entabló con Héctor, quizá también a causa de su personalidad solitaria, Rita está inmersa en la búsqueda de su madre biológica, analiza y escribe desde su encierro en la urbe sobre casos extraños de subrogación de vientres.
Rita no sabe el número exacto que su padre pagó por el procedimiento. La conflictúa el pensar que la compraron. Pagaron por ella para tenerla. La compraron como si fuera cualquier otra mercancía. Tampoco sabe mucho de su madre adoptiva, a la que ya no ve hace tiempo y de la que duda hasta de sus sentimientos.
La construcción del personaje de Victoria y su nombre hacen sentido de forma inexorable ya que remiten al perfil consumidor de ciertas mujeres de clase alta. “Victoria” es también un sustantivo. Lo que se consigue o conquista. La mostración de un poder. Una marca femenina “Victoria Secrets», sinónimo de un triunfo. Nada de esto no ha sido pensado por Puebla. Eso puede notarlo hasta el lector más tololo.
El encuentro del padre con Héctor, la pareja de Rita, es de una agudeza e ironía destacables. No solo por las ideas de la trama, sino también por los diálogos, que son ágiles y punzantes. Siempre hay algo para interpretar en las secuencias narradas. No exagero al decir que toda la primera parte nos refiere directamente a ciertos momentos ficcionales del mejor Houellebecq, pero de eso lo dejo para más adelante.
Alina es la empleada del Instituto TB&W que atiende y contacta a la pareja en cuestión con Luis y Bárbara Lavedra, consumidores que ya han hecho la experiencia de adopción y que los animan a seguir adelante. Es divertida y cínica la mirada en toda esa deriva por el country de los Lavedra ya que señala distancias de clase todavía mayores con la posición de los protagonistas y siembran pistas que serán muy útiles al lector hacia el final de la novela.
Tanto la protagonista como su búsqueda se desprenden de cierta frivolidad de estos personajes, y esto permite un buen grado de sarcasmo e ironía a la prosa de Puebla.
De leer rápidamente uno podría incurrir en el error de creer que la subrogación de vientres es el tema de moda alrededor del cuál se teje la tensión dramática de estas páginas. Pero ese es apenas un rasgo temático, la posibilidad técnica que habilita la verdadera pregunta sobre la que gira toda la novela. Lo que subyace de forma velada es la cuestión del cuerpo. Su posibilidad de recordar y la osadía de destruir relatos. El centro de la novela es el cuerpo, vuelvo, son sus capacidades y su fuerza vital, su imposibilidad de olvidar, su supremacía sobre la razón.
A riesgo de equivocarme diría que en esta novela de Puebla se lee, sobre todo y en clave futurista, una crítica a la explotación del cuerpo de las mujeres más pobres para el goce y satisfacción de las más ricas, una crítica al uso (y abuso) de la propia humanidad como moneda de cambio para afrontar la supervivencia. ¿Hay otra chance que explotar el propio cuerpo frente a un mercado laboral cada vez más expulsivo? ¿Es posible borrar la asimetría social, cultural y económica cuando se trata de pensar los derechos de las mujeres?
La angustia de las influencias
Hay en la prosa de Puebla algo del fluir de la conciencia de Ariadna Harwitz —sobre todo en la primera parte de esta novela conformada por tres grandes bloques que hacen a la división en distintos escenarios y tiempos de una misma historia—. Hay una voz que conduce la narración y se va volviendo cada vez más ácida, irónica y subversiva, como sucede en casi toda la obra de Harwitz. Pero luego habrá dos voces más. Dos mujeres más: la voz epistolar de Nadiya (la madre biológica) y la voz mediada por la imagen de video de Victoria (la madre adoptiva). Para cuando lleguemos a develar ese entramado de voces, ya estaremos en medio de una distopía narrada en clave realista, atrapados en el sillón o la cama, o llegando a la cabecera de alguna línea de subtes o colectivos porque nunca pudimos sacar los ojos de estas páginas.
Rita quiere engendrar (?) pero más quiere saber acerca de su identidad, escribir sobre ese tema. Su madre adoptiva está borrada. Como si no existiera. Su madre biológica está velada, escondida, ha firmado formularios prometiendo anonimato.
“¿Cuántas veces te dije que tu madre nunca quiso que supieras absolutamente nada de este tema?” —le dice el padre a Rita.
¿Cuántas vidas de calma y comodidad somos capaces de entregar a cambio de una verdad? —me pregunto yo. Quizá ese sea otro tópico de esta novela. Otro de los lugares que se cuestionan.
Otra influencia evidente, como anticipaba más arriba, es la prosa los temas que interesan a Michel Houellebecq, quien —llegados a este punto— nos permite señalar el trasfondo “marxista” de esta novela, o su expresa crítica al mercado del turismo de la ma/paternidad, que también puede leerse en estas páginas. Y uno no solo encuentra a Houellebecq en las posibles motivaciones de Puebla al escribir esta novela y no otra, sino su visión pesimista del mundo, evidenciada en su prosa plagada de buenas metáforas, o en el quehacer de sus personajes en la esfera social, por nombrar algunas nomás.
Para ir terminando señalaría como muy destacable la distancia entre las tres voces construidas, entre las configuraciones mentales de esos tres personajes, los deseos de cada una de estas tres mujeres y también las contradicciones que las habitan. En cada deseo hay una tensión, algo que se les opone. Sin embargo, cada una de estas mujeres sigue hasta el final en su búsqueda, ninguna es capaz de desistir, elegir el límite, dar un paso atrás. Tal vez sea Rita la más sensata de las tres. Aunque no sepamos en verdad a qué precio. O si esto finalmente es así.
Cierro con esto: El cuerpo es quien recuerda es una novela excelente, ágil, entretenida. Una distopía de trama. De ideas. Una oda a la incomunicación. Quizá hasta podría decir que es un libro que delinea tres estilos bien marcados de feminismo, tres lugares estancos, de enorme soledad, que hablan hacia adentro y no logran interactuar entre sí para pensarse. Nada de Nadiya importa a Victoria. Solo la destrucción de Victoria importa a Nadiya cuando se subleva. Tampoco importa mucho a Rita el reencuentro con sus madres (más allá de la información). A fin de cuentas, ¿a qué otra cosa apuntan los vínculos en el capitalismo salvaje del “hágase a usted mismo”? ¿Qué queda del otro una vez que uno ha hecho su operación de compra-venta?
El cuerpo es quien recuerda
Paula Puebla
Ed. Tusquets
Año: 2022
251 págs.
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