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Por Nicolás Freibrun | Portada: Pieter Brueghel el Viejo
I.
La cultura contemporánea descansa sobre una sólida creencia: aquella que imagina que la inclusión de la experiencia del autor debe ser incluida en la narración como verdad en última instancia, legitimando a la escritura. En función de este mecanismo, donde la forma autobiográfica impera, la saturación de relatos personales se multiplican. La palabra asume la forma solipsista y acecha ámbitos históricamente alejados de ese tipo de explotación del discurso individual (el campo político es uno de ellos). En este panorama intelectual Elogio del Riesgo de Anne Dufourmantelle se siente como una bocanada de aire fresco y diferencia. Si su trabajo habla de uno mismo, es a condición de interrogar qué significa y quién sería, hoy, uno-mismo. Su escritura está hecha de un conjunto de registros orales que salta el espejo narcisista para adentrarse en las condiciones inmediatas del mundo: aquellas que constituyen el lazo siempre frágil con los otros.
II.
Elogio del Riesgo hace suyas las palabras de Freud: “La vida se empobrece, pierde interés, cuando la puesta máxima en el juego de la vida, esto es, la vida misma, no debe ser arriesgada”. Texto poroso, sus potenciales significados se extienden más allá de las fronteras del discurso psicoanalítico. Ya en su mismo nombre se cifra una apuesta riesgosa, pues el libro podría intitularse Elogio de la palabra o El riesgo de la palabra. Filósofa y psicoanalista, pero sobre todo pensadora de lo contemporáneo a partir de la creación de un vocabulario propio, el ejercicio de articulación narrativa del libro crea una sucesión de pensamientos inesperados, una atmósfera de iluminaciones repentinas que, como pequeños destellos, hacen emerger en el lector “la parte ignorada de su propio ser”, como señaló Saer. Anne Dufourmantelle propone despojarse del lenguaje obediente de las rutinas académicas para tomar distancia de cualquier clausura del sentido. Como un efecto de esa realidad, apertura y resignificación son procedimientos constantes. En su particular estilo el ensayo se metamorfosea con la reflexión filosófica y se demora en el psicoanálisis para alcanzar las orillas de la poesía. El quiebre en la solidez de esos espacios discursivos se revela posible por un uso particular de la palabra escrita. La contigüidad de los textos convive con su radical singularidad, dando forma a una unidad heterogénea que hacen del libro un objeto especial del discurso. En la lectura se percibe que no hay más riesgo que el que se corre cuando la palabra se aleja un poco de sí misma, suspende su sentido momentáneo y finalmente desencadena una serie de sensaciones hasta entonces desconocidas en el lector. Como en Derrida, Dufourmantelle podría decir: “escribir es retirarse de la escritura misma y dejar la palabra completamente sola”. Y como en el imaginario lector de Saer, esas palabras lo dejan a uno absorto y vacilando.
III.
Si por definición el lenguaje es público, Dufourmantelle elabora una palabra que no es totalmente privada ni del todo pública, ya que el espacio que ocupa la palabra psicoanalítica en el libro, donde se imaginan y reflexionan intervenciones en ese ámbito, es una trama de saberes superpuestos. ¿Se puede decir que la palabra del analista y del analizante es exclusivamente privada? A primera vista, diríamos que sí. Lo cierto es que la palabra dicha en el espacio del análisis trae consigo determinaciones históricas que, si bien pertenecen a la intimidad subjetiva, no escapan de la lógica social. Sobre todo porque esa lógica se cifra en un malestar cultural que el libro aborda. Han sido muchos los intentos de ligar el campo del psicoanálisis con el de las experiencias sociopolíticas, esa otra escena que Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe se imaginan en El pánico político a partir de Freud. Que no haya respuestas concluyentes sobre el lugar de esa palabra es lo que hace del psicoanálisis un discurso abierto hacia el futuro. Dufourmantelle registra la potencia del lenguaje como posibilidad de investir otro tiempo, un eco posterior de efecto retardatario. En el psicoanálisis esa figura se piensa a partir de la temporalidad inconsciente del sujeto, donde el presente es reconstituido a partir de nuevas experiencias de sentido como aprés coup o nachträglich. En el terreno de los lenguajes sociopolíticos podemos pensar en los estratos del tiempo de Reinhart Koselleck y en su noción de “futuro pasado”. Y en otro libro suyo, En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa, Dufourmantelle anota una idea de Kierkegaard: “Porque me vuelvo hacia el pasado, veo el futuro”.
Anne Dufourmantelle murió antes de la pandemia. Sin embargo, su trabajo registra de un modo muy especial el mundo contemporáneo. Ante todo nos recuerda que habitamos una época acechada por toda clases de riesgos: tecnológicos, económicos, políticos o ecológicos, pero también que es un mundo en riesgo y en el que vivir supone hacerlo sin garantías definitivas ni trascendencias, porque es esa misma condición la que abre posibilidades de encontrar algún espacio de libertad. La profundidad de la crisis ha mostrado la fragilidad de las relaciones sociales y ha puesto en discusión saberes previos sobre las vidas individuales y de la comunidad. Acaso el dictum derrideano, “aprender a vivir no se aprende de nadie”, podría figurar entre sus páginas.
Elogio del riesgo
Anne Dufourmantelle
Nocturna Editora / Paradiso Editores
Buenos Aires, 2019
* Portada: «Caída de los ángeles rebeldes» (1562) de Pieter Brueghel el Viejo
Etiquetas: Anne Dufourmantelle, Filosofía, Juan José Saer, Nicolás Freibrun, Pieter Brueghel el Viejo, Psicoanálisis, Reinhart Koselleck, Sygmund Freud, Søren Kierkegaard