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19-08-2022 Ficciones

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Por Bernabé De Vinsenci

Voy con las zapatillas hechas jirones para fulgurar que soy tan marginal como mis versos/prosas, eso que escribo y no sé qué es, anoticiando a medio mundo: “miren no tengo qué ponerme, soy pobre, necesito de la caridad”, y entonces desfilo por las calles, plazas y bulevares con las zapatillas hechas jirones, y me acuerdo, de golpe, de esa vez que me lanzaste al oído: “no te comprés zapatillas, ¿sabés?, así hacés versitos”, y yo me rabié por dentro (me puse como hiena, es verdad, que si no tuviera la antitetánica mordería a quien se me cruce) pero al tiempo nos disculpamos, nos dijimos protocolarmente: “estábamos enojados, ya pasó”, eso nos dijimos, diplomáticamente, porque sabíamos que eran ventilaciones de peleas de pareja; nos disculpamos, entonces, gracias a las posibilidades de disculpas, y recuerdo también la vez que fuimos a buscar los borceguíes que me compraste vía Mercado Libre, más emocionada que yo, y que me duraron apenas tres meses, casi el tiempo de nuestra relación, después fueron magullándose (se hicieron jirones como mis zapatillas también ahora) porque los calzaba a jornada completa y un día, harto, me dije: “no puedo andar con esta porquería”, diciendo más de mí que de la calidad de los borceguíes, después de separarnos, me decidí y los prendí fuego, necesitaba combustión y me consolé, me apené: “no me quedo con tus borceguíes, me quedo con cada uno de tus gestos de amor” y como esos gestos y tantos otros que hoy son obituarios (yo los mantengo en mi cabeza, sin embargo, de vicioso y nostálgico) pero en el mundo real sé que no existen (quizás en el otro sí, allá lejos, pero, ¿a quién le interesa el mundo de los recuerdos, después de todo?), no puedo creer que rompí el juramento como una cáscara de huevo, esa promesa que me hice, a mí, solamente a mí, de no volver a dañar, fue hace años, cuando nada sabía de los locos, y finalmente recaí –mal hombre yo, ordinario y miserable y loco–, entonces me pregunto, ahora, ¿qué es un juramento o qué fue ese juramento?, algo cimentado en palabras, ¿no?, ¿un secreto a sí mismo o a terceros?, supongo que sí, a uno mismo o a terceros, al fin y al cabo las palabras y el juramento, ahora y cada tanto, vienen a entretenerme, a empalagarme de reproches y a apostrofarme: “mirá, cobarde, ¿sabés por qué leés y escribís?” y yo: “no, ¿y eso?”, digo algo tímido y ellas insistentes: “por cobarde a enfrentar al mundo, ¿sabés?”, y les creo a las palabras, juro que les creo, y al juramento, les doy fe y el sí, digo “acepto, de ahora hasta que estemos muertos”, y otras veces les doy un cross, algo más parecido al cachetazo, y me olvido y palmeándome a mí mismo, me digo: “bueno, basta de tanto superyó” y otras me dejan tendido en la cama con las manos sosteniendo una mal libro, así fue que la vez que L. invirtió tiempo y dinero en mí, o en eso que era mío mejor dicho, en un librito mío, más bien, y yo le dije: “¿vos creés que vale la pena? ¿estás seguro, che?” y él me afirmó: “sí, creo, es muy bueno, me parece muy bueno”, y mostré desinterés (no sabía lo que era un libro en aquel tiempo, recién estoy sabiéndolo, sé que son cajas de pandoras y que aparecen a menudo para jodernos, como ladrón por la noche), aunque esos poemas inentendibles y herméticos me llevaron un mes de corrección, traté de sacrificarme sin recursos de escritura, que me allanen, que me lleven preso, exactamente un mes, cada mañana me despertaba, preparaba un café con leche y corregía, y después de publicado nadie dijo: “es un buen libro”, “me gustó”, nadie habló del libro en definitiva (menos mal y por suerte), salvo M. que en su pequeña editorial lo reeditó hace poco, pero M. es de gustos raros, arriesga mucho, ahora que lo pienso, ayer o anteayer nos mandamos audios, vive lejos, y me confesó que la literatura es basura, “puras huevadas que el lector quiere escuchar”, dijo y yo le presté atención sobre todo a su voz de hartazgo, exclusivamente al tono, “¿qué le pasa a este?”, pensé, y que solo sirve para entretener, dijo, “como tus porquerías”, me insinuó, y a mí me preocupa, sin embargo, y siempre me preocupó mi locura, digo escribo por loco y caradura, ¿no?, yo me pregunto por loco y caradura, entonces: “¿cuándo supe que estaba loco?”, y recapitulo y me acuerdo y fue cuando me dijiste vos, amor: “a todo o nada”, y yo te pregunté para que me dijeras eso: “¿qué lugar ocupa en mí la literatura?”, sí, dije “en mí”, de puro pedante y narcisista, y vos: “a todo o nada, amor”, “a todo o nada”, y cuando supe que lo nuestro iba eclipsándose supe que sí, era “a todo o nada” (más interés a los libros que a vos, quiero decir, más interés a las basuras impresas que a vos, tal vez, supongo yo, pensaste “este loquito me deja por el palabrerío de su narcisismo” y así fue) pero a veces, rara vez, los libros pueden ser “todo”, casi una megalomanía, vos lo dijiste, y cuando necesitás de otra persona, de un tercero, intercambiar palabras, tomar un café o embriagarte y declarar amor, pueden volverse el boomerang de la “nada”, invertirse como una pirámide de gran punta y directo al corazón, y ahí estás con pilas y pilas de libros y solito (yo, digo, estoy con pilas y pilas de libros y solito), mareado y amnésico de tantos personajes, autores, citas, plagios y diálogos, que lo olvidaste a todo, de par a par, y solo, insisto, solito, “ah, pero vos sos muy boludo” podría decirme el amigo que dejó de hablarme, “se lee en tiempos muertos”, podría aconsejarme, y si yo le contestara: “es que las palabras…”, él me interrumpiría: “pajero a pedal” y diría que tendría que matricularme en Puán, “con esos nerds”, lo diría riéndose, y yo quizás sí, me matricularía, “tenés razón”, le respondería, y de paso visitaría la librería de M. V. pero M.V. se suicidó, ya no vive en este planeta, pf, qué tristeza, Dios mío, yo estaba con vos ese día, amor, cuando M. V. se suicidó, y te dije: “sé mató” y vos: “¿quién?” y yo: “un editor que conocí acá”, con “acá” me refería a la ciudad en la que estábamos, y esa vez en esa ciudad, tres años atrás, M.V. me dijo: “¿vos sos…?” y le dije: “sí, soy yo…” y después de conocernos cara a cara (él era un niño rugiente, pero al fin un niño tierno), me recomendó y vendió algunos cuentos reunidos de Néstor Perlongher, y sinceramente no comprendí ñaca, fue como si intentara rivalizar con Messi o Neymar, un paseo tras otro y lo vendí al libro, no sé cómo la gente cita tanto a Perlongher (yo no le tengo paciencia, a él y casi nadie), de mi parte no lo entiendo, ¿entenderlo?, ¿para qué?, si está muertito, como diría P. no me “cuajó”, esa vez que me P. me dijo: “Laiseca no cuajó”, “¿cóóómo?”, me dije, “si yo lo plagio, P., y eso que lo leí poco” y para mí era Borges, el genio del siglo XX y XXI, ¿y quién dijo, entonces, que sobre gustos no hay nada escrito si Laiseca no “cuajó”?, es más creo que sobre lo que más se escribió es gustos y disgustos, ¿no? (para qué terapia, sino, ¿eh?, para qué el tarot), yo la verdad no sé si mis gustos son definidos (que nadie me diga de ahora en adelante que Laiseca no cuajó, ¿estamos?, para mí sí y con eso basta), por ejemplo hasta no hace mucho me vestía punk y hoy, por ejemplo, uso camisa carioca y zapatillas rotas, ahhh, eso, ahora sí, las zapatillas rotas, las zapatillas hechas jirones, otra vez me acuerdo, esa vez que me dijiste, me acuerdo patente: “usalas y escribí”, como diciéndome “seguí así, bobo, que te la vas a dar contra un paredón”, y yo rabié (porque es cierto, no me doy cuenta: rabeo y rabeo y mando a freír churros al primero que se me cruce) y una de las pocas veces que me crucé con una de tus amigas, me dijo: “ahora andás limpito, bien empilchado” (tu amiga cree o creía que juego o jugaba de “personaje” y “rebelde”, algo así como un Montonero) y yo balbuceé “ehhh” como si estuviera con dosis altas de Clonazepam en la sangre o cinco rayas de merca y se me pasó decirle: “mirá, nena, ando así porque laburo, trabajo con la tierra y el pasto, soy jardinero”, jardiii, ¿qué?, jardinero para ganar miserias, ¿y ellos, eh?, ¿no se dan cuenta tampoco?, ¿no saben que los obreritos, los informales, los que cobran por desocupados, pagarían por ocupar un puesto de oficina y no andar sucios y escribir cartitas de amor mientras toman café en hojas A4 o listas de supermercado?, yo no me doy cuenta, démoslo por hecho, ¿y ellos, eh?, repito, ¿y ellos, ehhh?, algo que siempre me dice mi hermano: “yo ando todo el día sucio”, y yo creo que habría que otorgarle el premio Nobel de los Imbéciles, y él repite “yo ando todo el día sucio”, “yo ando todo el día sucio” como diciendo “yo trabajo todo el día, me gano la dignidad”, ¿la quééé?, que la encuentre, que la busque, cielo y tierra que la busque, y cuando diga “ah, no, che, eran puros bolazos, boludo” y cuando diga “ah, no, che, era mentira”, será  un viejo decrépito (porque todos deschavamos a la dignidad, tarde o temprano, ¿no?, ¿o me equivoco?), y yo creo que se comió el relato de los abuelitos diciendo “nosotros hicimos nuestra casa trabajando 30 horas diarias”, ¿no sé da cuenta (mi hermano) que el mundo cayó a pique y que el día no tiene 30 horas?, cambió para mal el mundo, hay que decirlo, aunque muchos dicen “hubo épocas peores” y quieren que Argentina y el mundo en general se vaya al carajo, lo piensan y lo quieren, desde la comodidad, claro, dicen “ojalá se pudra todo”, y otros: “ojalá quiten los planes y maten a los planeros” y otros se proclaman “apolíticos” pero los “apolíticos” son de la derecha extrema, ¿o qué, se dejan romper el culo por cualquiera?, no, ellos no, con la derecha sí, todita adentro y bien hasta al fondo y si es posible olvidémonos de la vaselina y los profilácticos, qué nos valga una enfermedad venérea y terminal, ¿y a mí?, que me juzguen, ¿y yo?, tengo que hablar alguito de mí, ¿no, desubicado?, ¿me interesa la política?, supongamos, no, un poco, es aburrida, además soy una ensalada rusa de ideas, no leo diarios, por ejemplo, y un día me levanto anarquista y al otro día los quiero mandar a cagar, y sin embargo voto al peronismo (ahora si quieren que cante la marcha, que me paguen y que me den choripanes para el bajón) y el peronismo, sin embargo, nos la da por el culo, ¿y qué hacemos, entonces?, no sé, yo no sé, “hay golpes en la vida”, diría Vallejo, “golpes como el odio de Dios”, yo le diría a ella y tengo que decírselo: “gracias por los borceguíes, amor, gracias por todo, pero…. otra vez sopa, amor, tengo las zapatillas rotas” y acá estoy, solo y con un diccionario de palabras memorístico y con las zapatillas rotas y lejos de vos (¿cómo estás, querida? ¿podés arrojarme una botella al Río de la Plata con varias cartas o dibujos, no sé?) y lejos de poder escribirte salvo estupideces, “a todo o nada”, como bien decías, pero más cerca de la nada, eso que decías, ¿te acordás?, esperando yo que la despensera, semana a semana, me congele hielo en una botella porque todavía tengo la heladera rota, me olvide decírtelo: sigue rota, ¿te acordás o te olvidaste de todo?

 

 

 

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