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11-08-2022 Notas

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Por Luciano Lutereau | Portada: Pierre-Adrien Sollier

1.

Alguien puede contar todo lo que recuerda de su infancia, pero al niño se lo conoce por su modo de enfermar y la enfermedad infantil (que a veces perdura en la adultez) es el testimonio vivo del deseo parental o de uno de los padres. 

Un deseo se conoce por la enfermedad que produce, no a través de relatos conscientes que suelen ser encubridores.

2.

A veces un paciente dice: “Si no te digo la verdad a vos…” y así formula la primera mentira, la de creer que su verdad es para otro, que se confunde con el convencimiento y así la transforma en un acto de seducción.

Como si además el analista no pudiera distinguir entre la verdad y esas frases verdaderas con que, por lo general, se engaña.

Igual otra cosa es la mentira. Hay pacientes que mienten. Algunos son tan mentirosos que hasta se mienten a sí mismos.

A veces alguien miente y es muy obvia su mentira. Quizá necesite ocultar algo. No estamos en el dispositivo para desenmascararlo. Sí para hacer una lectura de su mentira. Puede ser el resabio infantil de la relación con su madre.

Otras puede ser que mienta como una defensa respecto de la fantasía de un otro omnipotente, si el analista siempre trata de interpretar adecuadamente. La mentira puede ser una resistencia.

También puede ser que mienta porque solo así siente la culpa que, luego, lo enlaza reparatoriamente con el otro. Puede ser que solo después de mentir se atreva a ser honesto consigo mismo.

Y puede haber varias posibilidades más que demuestran que, en psicoanálisis, verdad y mentira no son propiedades de enunciados, ni nada real o en las cosas, sino actos que –si son capaces de instituir un conflicto psíquico– fundan un sujeto.

3.

Si un analista se toma demasiado en serio la verdad va a cometer todo tipo de tropiezos. El primero: se va a instalar en un lugar parental, como esos padres que esperan que sus hijos no les mientan. Sin embargo, hay personas que necesitan mentir, decir las cosas a medias o no contar ciertas cosas, porque es una manera de salvaguardar su intimidad. Pensemos en un ejemplo trivial: voy a un funeral, luego de la muerte de un ser querido de un amigo, a causa de una enfermedad terminal. ¿Le voy a preguntar ‘Cómo estás’? Sería ridículo. Quizás él me diga que su ser querido falleció porque la vida es así, era inevitable, tiene razón, pero ¿no es obvio que me miente con la verdad, porque así y todo no puede creer aun lo que me dice? 

Otro ejemplo, una amiga que se separó me cuenta que la relación ya no daba para más… y omite que el motor del divorcio fue una infidelidad. ¿Por qué esperaría que me hable de esto? ¿Por qué no podría escuchar la ficción que ella inventa para sentir que puede apropiarse de algún modo de una decisión que no eligió? La verdad es cruel, a veces es humillante reconocerla, no permite proceso elaborativo. 

La verdad no tiene tiempo y eso la hace algo inútil. La invitación a hablar del análisis no es a decir la verdad, sino a inventar un modo de hablar preferible a la verdad, para decirla a medias, como jugando, pero para eso es fundamental que el analista sea capaz de dejarse engañar, que permita los secretos y ocultamientos, las ambigüedades.

4.

Si neuróticos son aquellos que huyen de la realidad para refugiarse en la fantasía, los ingenuos se las arreglan de una manera más efectiva: viven en la ficción, no distinguen la vida de sus imaginaciones. Los neuróticos se escapan del mundo hacia la fantasía, los ingenuos viven en un mundo fantasioso.

 

* Ilustración: Reversión de Pierre-Adrien Sollier del clásico «La libertad guiando al pueblo» de Delacroix.

 

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