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26-08-2022 Ficciones

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Por Pablo Manzano

Es la primera vez que me llamo Pablo Manzano. Antes he sido Lucio, Félix, Nadine, Facundo, Nafra, León… También Paul Paul Pianista, Hugo Emmerson, Mario Casas, Martín Alonso y otros sin nombre ni apellido. Ventrílocuo cobarde de versiones extremas de mí mismo que nunca me atreví a encarnar, que tampoco quiero ser. Es la primera vez que me llamo Pablo Manzano y no será por mucho tiempo. Porque volveré a cambiar de nombre, esta vez para ser Kauz (se pronuncia Kauts). Mis razones le resultarán a Kauz tan desconcertantes y ajenas como todo lo humano (demasiado humano). Porque Kauz es un marciano. Pero sé que comprenderá, o al menos aceptará.

 

No hay ningún Pablo Kauz, no al menos en el Buscador.

 

Pablo Manzano 1: primer estadounidense muerto en la invasión de Irak: Operación Nuevo Amanecer. Rasgos de Pine Ridge o de alguna otra reserva del norte (aunque también podría tener familia hondureña). El birrete le calza como un guante. Como fondo de la foto, el paño de estrellas y franjas rojiblancas de su patria. Pablo Manzano tenía 19 años.

Pablo Manzano 2: ex concursante de El gran hermano de España. Tiene ojos turquesa y pómulos bruñidos. Se presenta con vaqueros y el torso desnudo: pectorales como adoquines espejados y abdominales en aceite de oliva para la tapa de una revista homo. El mordisco sensual que le da a una manzana bien roja fue tal vez idea de la producción del shooting, o de quien entonces estuviera exprimiendo su creatividad para instalar la marca Pablo Manzano en los grandes medios.  

Pablo Manzano 3: locutor profesional. Importantes marcas han contratado su voz. En su página web se define como una persona especial y en su demo habla de ser «mejores líderes, mejores padres, mejores: más fuertes y decididos». 

Pablo Manzano 4: gafas y rizos de cantor protesta. Probablemente habita en el desierto, o al menos muy lejos del barbero o el peluquero más próximo. Es experto en ecosistemas y ganadería, adalid del pastoreo y la trashumancia. El problema no es el ganado, sino los fósiles. ¿Vamos a pedirle a África que deje de consumir carne? Escribe para El País. Es sin duda el Pablo Manzano que vale la pena leer.

 

En este texto que están leyendo no habrá mutilaciones, canibalismo, torturas, lapidaciones ni sacrificios para obtener protección y amparo divino. Todo eso y mucho más podría estar sucediendo en alguna parte en este preciso instante. Por no hablar de lo que podría estar ocurriendo ahora mismo en eso que llamamos mundo civilizado. Pero, como estas líneas tratan de mí y de Kauz, no pasará gran cosa. Lamento no poder estar a la altura del entretenimiento narrativo. Estoy demasiado ocupado en dejar de ser (o al menos de llamarme) Pablo Manzano.

 

Kauz, el esloveno, se casó con la señora Rumpelnick y le dio el apellido a toda su progenie. La señora Rumpelnick había tenido cinco hijas, cada una de un hombre distinto. Los cinco padres muertos en la Primera Guerra. Un padre por año, un muerto por año. La señora Rumpelnick era una mujer alegre. Una de sus hijas, Maria Kauz, fue la criada de un terrateniente llamado Leopold Schein (Leopoldo Apariencia), que disponía de su cuerpo a discreción, sin ninguna discreción. Schein además era propietario de un aserradero y un hombre influyente en la Cámara de Comercio y la política regional de Estiria. Al hijo de Maria Kauz y Leopold Schein lo llamaremos Franz Kauz, o simplemente Kauz Padre. Maria Kauz pasó a llamarse Maria Heuschober y tuvo otros cuatro hijos con el apellido del señor Heuschober, pero el apellido Kauz sobrevivió, porque Franz Kauz siguió siendo Franz Kauz, o Kauz Padre.    

 

–¿Y qué hay de Kauz Madre? ¿Quién fue antes de llamarse Kauz?
–Prezler, Annemarie. Los Prezler emigraron a Holanda. Luego empezó la Segunda Guerra y los obligaron a regresar. Volvieron a Estiria.
–Pero Prezler Abuelo no combatió.
–No le hizo falta. Fumaba como un loco. Era músico. Johann Sebastian Prezler.
–Y Prezler Abuela, ya viuda, tuvo que deshacerse de sus hijas, incluida tu madre.
–Muchas familias lo hacían. A mi madre la enviaron a trabajar con 12 años. A esa edad los mandaban a otro sitio donde los alojaban, los alimentaban y les enseñaban un oficio. Una granja, un Wirthaus
–Y nunca más volvió a ver a su madre ni a sus hermanas.
–Tuvo su propia familia. Era bastante joven cuando conoció a Franz Kauz.

 

Lo que precede a Kauz el esloveno (el único que le duró a la señora Rumpelnick) es pura oscuridad genealógica en la que nada puede rastrearse, sin embargo puede decirse (si le creemos a My Heritage) que Kauz el marciano es un ser con ascendencia vagamente comprobable en los Balcanes, aunque también en Escandinavia, Irlanda, Escocia, Gales y Finlandia. En el sur de Europa y en el Cono Sur, yo mismo lo veía, la belleza groenlándica de Kauz, no diré que deslumbraba o hipnotizaba, pero sí predisponía a la amabilidad, al menos entre cierta gente con estudios. No por esto dejaban de considerarle allí una criatura fría. Apática, me han llegado a decir. En España se le ha reprochado incluso alguna vez su limitada participación en la locuacidad incontinente de esas latitudes. Pero la gente educada del sur sabía que Kauz, por poco que dijera, no era idiota, pues percibían en sus risueños ojos de esquimal una inteligencia intuitiva, no declarativa, aunque su desapasionamiento, es verdad (sobre todo entre gente apasionada de la pasión que apasionadamente se apasiona predicando el apasionamiento como máxima virtud de una vida apasionante), inquietaba y descolocaba. Lo que yo, por mi parte, veía y veo en Kauz, es la elegancia de quien no persigue la inteligencia, la elegancia de quien no abusa de ciertas palabras (elegancia, elegante) ni se las apropia como si hubiera inventado el concepto. Lo que veo en Kauz es una calma ataráxica, un estoicismo ajeno a la desquiciada actitud romántica ante la vida que domina mi cultura meridional. Veo en Kauz a un marciano que no espera nada de la vida. Es por eso, entre otras cosas, que ya no quiero ser Pablo Manzano. Quiero ser Pablo Kauz.       

 

–Kauz Padre tampoco llegó a combatir, ¿verdad?
–Un año más de guerra y le habría tocado. Los llamaban cada vez más jóvenes. Él ya estaba en las juventudes, aprendiendo canciones sobre los judíos.
–Pero le tocó la posguerra.
–Sí, eso después se notaba, porque yo recuerdo que cuando pillaba un fuet se lo devoraba a mordiscos en pocos segundos.
–¿Cuánto tardaron Kauz Padre y Kauz Madre en construir la casa?
–Diez años. Sólo tenían tiempo los fines de semana. Ellos dos y un albañil. Franz Kauz hizo toda la instalación eléctrica.
–«Elektriker Franz Kauz». Nunca olvidaré cuando lo leí en el certificado de boda.
–Los títulos, ya sabes. Así es en Austria.
–Y mientras tanto vivíais en un apartamento pequeño.
–Los seis, sí. Yo compartía habitación con las gemelas, diez años mayores que yo, y con mi hermano menor. Era un apartamento sin lavabo. Compartíamos el váter y el lavabo con otras tres familias de la misma planta. Había días y horarios para el baño.
–Y no teníais calefacción.
–No. Yo calentaba la cama con el secador de pelo de mi madre.
–Con que Kauz Madre podía permitirse un secador de pelo, ¿eh? No me harás llorar. La vendedora de cerillas de Andersen lo pasó mucho peor. Dime, ¿cuántos años tenías tú cuando os mudasteis a la casa?
–14. En la casa cada uno tenía su propia habitación. Nos encerrábamos y ya no salíamos.
–O sea que en Argentina yo pasé una pre pubertad más cómoda que la tuya. Los Manzano teníamos tres baños, ¿sabes? Y hasta servicio doméstico. Eso sí, durante la hiperinflación del 89 no había para la ropa y la comida se racionaba. Éramos pobres de clase media con mucama. En una provincia de un país siempre roto.   

 

Cosas sin las cuales Kauz el marciano puede vivir: hijos, amistad, sexo, vida social, vacaciones, casa propia, opinar, opinión, admirar, admiración, éxito profesional, coquetería política (espiritual, etc.), coquetería en general, victimismo de género, noticias calientes, nostalgia retro, música, física cuántica, arte, poetas, fetiches en general… Objetivo: ejercitar mi desapego, limitar al mínimo mis necesidades en mi tránsito hacia Kauz.

 

–Así que en la familia Kauz a nadie se le había ocurrido ir a la universidad.
–A las gemelas les tocó otra época. Empezaron en la fábrica muy jóvenes, y allí siguen.
–Así que Kauz Padre y Madre no daban crédito cuando les dijiste que querías estudiar.
–No se lo esperaban, pero después mi hermano menor también fue a la universidad.
–Pero supongo que a él le habrá sabido a poco, ¿no? Le habría gustado ser fellow de Harvard, por lo menos. O Chevening, o Excellence Eiffel convocado por el Council of the World para alguna conferencia sobre algo. ¿Tu hermano no es el pijo de la familia?
–Se avergüenza un poco de sus orígenes. Ya no se llama Kauz.
–Porque adoptó el apellido de su mujer. Lo entiendo perfectamente. Además, yo también soy el pijo de mi familia.
–Tú no tienes un duro.
–Quiero decir que soy el pedante de mi familia. Oye, por cierto, ¿qué dirías si me cambio de nombre?

 

«El cambio de nombre es una cuestión íntima y política, como lo es elegir qué posibilidades de agencia tenemos frente a la construcción de identidad. Los nombres propios funcionan a modo de performativos, no sólo describen la identidad: también la producen. En este sentido, ejercen un papel regulador y legitimador en la producción de cuerpos a través de una fuerte normativa. En este proceso interviene la memoria, a modo de posproducción, que es narrada por un sujeto que se constituye como tal en esa memoria en torno a un nombre propio. Pero, si me cambio de nombre, si me llamo de otra forma, ¿sigo siendo la misma persona? La respuesta es no. Desde un enfoque antiesencialista, el cambio de nombre muestra la inestabilidad, rearticulación y heterogeneidad de las identidades. Supone para cada unx de nostroxs una oportunidad para renarrarnos. Y esta posibilidad es especialmente importante para los cuerpos disidentes».

Pablo Manzano 5, militante LGBT+, género fluido.

 

 

Continuará

 

Este cuento integra el libro digital colectivo Crack Volumen 9 con autores de Colombia, España, Chile, Costa Rica, Argentina, México: se consigue gratis acá.

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