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Por Manuel Quaranta
Si viviéramos a mediados del siglo XIX, el nombre Edipo remitiría únicamente al título de la tragedia de Sófocles, pero como vivimos en 2022, Edipo no sólo remite a Freud, sino que su maquinaria hermenéutica, quizás por el hecho de habitar en el país con mayor cantidad de psicólogos per cápita del planeta, ha ganado la batalla: antes que rey, Edipo es un complejo. Por eso estimo que varios de ustedes habrán ingresado con la expectativa de leer una interpretación salvaje del comportamiento del expresidente. Sería fácil consumarla, casi un juego de niños. Nadie olvidará la mítica pesada herencia con la que Macri machacó noche y día durante sus (¿primeros?) cuatro años de mandato. La pesada herencia, en realidad, era la herencia pesada del padre, uno de los dueños de la Argentina, según el ultrasaldado libro de Luis Majul. Fallecido Franco, Mauricio dijo en una entrevista: «Mi padre me amaba incondicionalmente, pero por otra parte me quería destruir sin límite». La confesión del primogénito, a pesar de las apariencias, nos aproxima más al tejido de Sófocles que al diván freudiano, siempre y cuando sea lícito separarlos.
Repasemos la trama de la tragedia. Layo se entera a través del oráculo que el futuro retoño lo asesinará y luego desposará a Yocasta, su mujer. Ante la ominosa profecía, Layo le entrega el engendro a un criado y le ordena liquidarlo. Sin embargo, a último momento, el sicario, carcomido por la angustia, desiste, y le confía el bebé al rey de Corinto. En la nueva tierra, el joven Edipo, después de enterarse de que Pólibo no era su padre biológico, acude al oráculo de Delfos confiado en descubrir la verdad. Pero como los oráculos suelen ser malvados, para no decir tramposos, para no decir perversos, en lugar de responder la pregunta directamente, le avisa: “Matarás a tu padre y tendrás hijos con tu madre”. A Edipo, nadie lo duda, no le queda otra que escapar de la ciudad, obviando un postulado elemental de la existencia humana: mientras más queremos alejarnos de nuestro destino, más nos acercamos a él. Ahí reside el nudo trágico. Edipo huye, se topa fatalmente con Layo en un cruce de caminos y sin reconocer el nombre del padre, lo asesina.
Es interesante. El gesto inaugural de violencia lo acomete Layo, mandando a matar a su hijo. También el segundo, cuando la comitiva de Layo avanza sobre el obstáculo que les impedía continuar el viaje. Recién en ese episodio Edipo ejerce violencia: mata y pasa. Pero Edipo es un ganador perdidoso, especialmente tras adivinar el enigma de la Esfinge. Edipo vence y al vencer es vencido por su aciago destino: el incesto. ¿Qué hubiera ocurrido si enfrentaba el oráculo en lugar de intentar evadirlo? ¿No representa Edipo la paradoja del neurótico obsesivo que, por evitar cualquier forma de pérdida (enfrentarse a la incertidumbre de la vida), termina perdiendo todo? Idénticas preguntas valen para Layo.
Una vez sentado en el trono de Tebas, la peste se desata. Edipo, emprende entonces su carrera detectivesca para descubrir el origen del mal. Es decir, se propone encontrar al verdadero asesino de Layo. Yocasta y Tiresias le advierten sobre los peligros de tal investigación. Esgrimen reparos, le sugieren abandonar la empresa. No obstante, Edipo persiste, con un detalle, quiere averiguar el nombre del culpable, aunque entre los culpables nunca figura su nombre. Edipo jamás considera la posibilidad de ser él el asesino que andaba buscando.
Edipo pretende saber la verdad eludiendo la sospecha sobre su proceder. Para Edipo, el enemigo siempre es el otro, sobre quien proyecta perversidades, arrebatos, injusticias. Este es su verdadero crimen, no matar a su padre, porque la maldición ya estaba escrita, no procrear con su madre, porque el desastre estaba predicho, su verdadero crimen es denunciar en el otro la suma de todos los males. ¿Y no fue esta la tarea que desarrolló Mauricio Macri con mayor idoneidad e intensidad durante los cuatro años de gobierno? ¿Recuerdan? La retahíla de excusas para explicar sus minuciosos fracasos era interminable: tormentas varias (seis al hilo), sequías, geopolítica, China, las andanzas del padre, de los hermanos, de los tíos, la depravación K; en definitiva, la culpa recaía sobre los argentinos y las argentinas por no estar a la altura de semejante desafío. Mauricio lo inmortalizó con la memorable fórmula “pasaron cosas”. Esas cosas que pasaron fueron su gestión al frente del mejor equipo de los últimos cincuenta años. Circunstancia imposible de ver para Macri (en ese sentido, Mauricio encegueció antes de arrancarse los ojos), quien en cada discurso resaltaba el valor innegociable de la verdad, la conveniencia del sinceramiento, la virtud de la transparencia; pero para el expresidente de Boca, la única verdad es la miseria del otro. Esta característica estructural de su psique lo ubicaría dentro del cándido rebaño de las almas bellas: seres adictos a rechazar la responsabilidad propia en el estado de cosas imperante (¿será, acaso, la inocencia esencial del paranoico?).
Lamento de antemano defraudar las expectativas. No encontré, por ejemplo, ninguna mención comprometedora de Macri sobre Alicia, su madre. Sí, decenas de observaciones relacionadas al padre. Ambiguas, turbias, feroces. Lógicamente, fue un hombre poderoso, de mano dura y sangre calabresa. De todos modos, intuyo en el lector el reclamo de la estocada final, un remate, el íntimo puñal borgeano. Se lo concedo. En Momentos (2019), una pieza histórica de documental militante, Mauricio Macri narra el lento declive de Franco, y admite: “Me pidió varias veces que yo me haga cargo de matarlo”.
Es ley, si la deuda no se salda, su destino es volverse impagable. Lo sabía el doctor Freud desde un principio, ningún sentimiento resiste tanto el paso del tiempo como el odio.
Etiquetas: Edipo, Manuel Quaranta, Mauricio Macri, política, política argentina, Sigmund Freud, Sófocles