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29-08-2022 Notas

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Por Cristian Rodríguez

I.

¿Días difíciles por aquí, mundo periférico?

El fraticidio se encuentra en el origen del problema planteado por la horda: endogamia, incesto, parricidio. Roza un inadmisible en la cultura, posiblemente una desmentida. 

Sin dudas, enriquece la formulación freudiana sobre el complejo de Edipo, ya que ambos complejos asumen su borde entre lo irreparable de lo humano y la pulsión de muerte.

Sin embargo, este plural, infiernos, propone algo más, tanto el sinsalida de su enajenación irreparable -el laberinto atrapante entre las fauces del horror-, como la lonja de espacio vacío que permita recorre la experiencia. Son muchos los infiernos, y en cada uno de ellos, entre los extremos de su tensión y su cuerda, yace agazapado tanto el devenir de una vida como su evisceración. 

Una evisceración no es, desde ya, un nacimiento, por eso las desviaciones del fraticidio llevan a un asesinato que también podríamos ubicar como del orden de la causa perdida. 

Por el contrario, realizar el fraticidio es reinstalar la causa. Vivir en el trauma, para decirlo de otro modo. 

 

II.

Tanto la Divina Comedia, como Edipo Rey, como El Oráculo de Delfos y el Minotauro tratan estos problemas de la existencia. No vayamos tan lejos, este problema nos atañe en el orden del día, cada vez que nos despertamos y abrimos las noticias de este mismo diario o escuchamos las radios AM. En la práctica del psicoanálisis se reeditan esas luchas y esas escrituras problemáticas de la “gran política”, en el discurso de los pacientes ¿Quién lee, qué leo ahí, qué transformo con eso que se lee, qué escucho ahí? En este caso la salida de ese laberinto es transferencial, pero también plural, comunitaria, atravesando los infiernos. 

Ante la disolución de los vínculos sociales, incesante, cotidiana, real que insiste, por supuesto que sucede en la particularidad de cada escucha/transferencia, intermediando con ese dispositivo llamado neurosis de transferencia o simplemente plural de la escritura, propio nombre, contrato social, castración, comunidad. Pero no pensemos los psicoanalistas que por sostener la trasferencia estamos por encima de esto que insiste y también “nos funde” -pero no nos funda-, ni que podemos vivir a vuelo de pájaro, ni que “la neurosis de los accionistas” se calmará sólo con intervenciones brillantes. Más bien parece este un consuelo intelectual de la burguesía del psicoanálisis, transformando el mundo con sus volutas de humo desde el mostrador universal de los divanes.

Una ilusión que para empezar no está nada mal, pero no sólo esto.

 

III.

Aunque lo cotidiano de ninguna manera, por sí solo, garantiza lo inconsciente. 

Este cotidiano actual -lejos de garantizar una «almita finita», eso que corroe el alma, la despoja y templa- multiplica por contrapartida infiernos viejos, infiernos nuevos, más infiernos.

 

IV.

Hablar de infiernos sea posiblemente vernos condenados a una vida con la conciencia de no ser vivida. 

Dejar el tiempo suspendido en un instante eterno, una tortuosa indefinición de lo que nunca funciona -allí no hay “función y campo de la palabra”, aunque se digan muchas palabras en los mejores discursos-. Es la impotencia de insistir en el mismo tropiezo sin saber jamás por qué la piedra, y por qué los círculos. 

Es saber de la condena teniendo que simular el juicio, ¡epifanías del sentimiento de culpabilidad, viviendo en la culpabilidad!, haciendo de aplaudidores, detritos a los que se nombra pero a los que no se inscribe. Muecas que se adivinan con solo mirar sus incrustaciones en la sonrisa, pero son apenas dormideras de las que es menester despertar.

 

V.

El infierno es una construcción humana perfeccionada cada vez, por lo que se ha dado en llamar “objeto técnico”, cuya función última –más allá de las ilusiones y las intenciones progresistas– es hacer desaparecer todo rastro humano. 

Ese capitalismo reduce los derechos a la posesión -siendo el hombre el desposeído principal de su propia existencia-, considera lo humano como una distorsión en el proceso de acumulación eficiente del capital, y este está siendo un efecto post pandemia muy eficaz a nivel global. 

El deseo es un obstáculo. La carne viviente es un sistema que falla en la medida en que el deseo sea el obstáculo que hay que escotomizar, ya que la carne sin deseo da por resultado un autómata. Los efectos pueden leerse en las holofrases y la diversidad de síntomas psicosomáticos por los que son hablados los pacientes en las entrevistas preliminares. 

 

VI.

Es por eso que la subjetividad del infierno se corresponde con la lógica de un discurso falso –como lo dice Lacan– ya que no hace lazo social, no hace lazo desde la lógica de la continuidad de su propio desliz, de un discurrir sin consecuencias. Es y será el efecto del roce de un cuerpo sin historia dentro de una maquinaria de entretenimiento, de fuga elusiva y de sofocos en emergencia.

Y no todos los entretenimientos son divertidos.

Los infiernos: los símbolos en los que estamos enajenados y los objetos técnicos capitalistas, entre horda y fraticidio por un lado, e iluminismo y discurso capitalista por el otro. Estos dos niveles hacen al trabajo sobre una política, y el psicoanálisis es también una política del significante y sus efectos. Anuda con la metapsicología -que es una singularidad- la dimensión social de una vida, y de cómo atravesarla sin ser aplastados en el intento.

 

 

 

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